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Huelga apocalíptica. Así han decidido llamar madres, padres, profesorado y alumnado al paro que el próximo 18 de enero protagonizarán trabajadoras y trabajadores con hijas e hijos a cargo. “Ya sabemos que el nombre es un poco fuerte, pero tal como vamos, o le dábamos un toque impactante o no encontrábamos acomodo en la agenda setting”, dice Mariló Fernández, una de las impulsoras de la iniciativa.
Fernández, integrante de una asamblea feminista del Sur de la capital, señala que el detonante ha sido esta última semana sin colegios en la Comunidad de Madrid, una situación que amenaza con prolongarse a la semana que viene. Sin embargo, ante la hipótesis de un reconfinamiento en diversas Comunidades Autónomas, la iniciativa ha adquirido alcance estatal. “Ya tocaba: años diciendo que si nosotras paramos se para el mundo, pues mira, ya va siendo hora de cumplir con la amenaza. Porque lo que no puede ser, lo que no podemos soportar un minuto más, es que el mundo siga girando a costa de que nos inmolemos”, valora Fernández para El Salto en conversación telefónica, mientras se escucha de fondo un enervante ‘¡¡¡Mamá!!!’. “¿Eso es en tu casa o en la mía?”, logra articular la activista, riendo nerviosa antes de colgar.
Los grupos de wassap arden con la convocatoria de huelga, los de madres y padres pero también los de los trabajos. Ningún sindicato por ahora ha secundado el paro. “Entendemos que es discriminatorio amparar solo a una parte de las plantillas, si ya nos complicastéis la vida con el 8m, imagínate con esto, las y los trabajadores que no tienen hijos e hijas pequeños sufrirían una mayor carga de trabajo”, defiende Camilo Sánchez, coordinador de la Central Sindical General.
“A ver, una huelga es una huelga. Obviamente que el objetivo no es que el curro que nosotras no haremos lo hagan otros. La idea es que se note que hay mucha gente que está cuidando y trabajando al mismo tiempo, y que ya no podemos más”
Desde el colectivo Cansancio, muy activo en la difusión de la convocatoria, no lo ven así: “A ver, una huelga es una huelga. Pues habrá servicios mínimos, pero obviamente que el objetivo no es que el curro que nosotras y nosotros no haremos como forma de protesta lo hagan otros. Hombre por dios. La idea es que se note que hay mucha gente que está cuidando y trabajando al mismo tiempo, y que ya no podemos más”, comenta Inés Bolsa, afiliada a un sindicato minoritario cuyo nombre no quiere dar porque tampoco es que se hayan mojado mucho. Inés B. no entiende el por qué de estas resistencias: “lo único que queremos es sacar nuestro apocalipsis del ámbito privado y trasladarlo al debate público”.
Cuentan tanto Fernández como Bolsa que el empujón definitivo para pasar a la acción se lo han dado abuelas y abuelos. “Hacemos lo que podemos por ayudar, dentro de este contexto tan poco apropiado de la pandemia”, dice Celestina N. de la coordinadora de abuelas Silvia Federici. “Pero, lo que llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no pago”, sentencia, “y así se lo hemos comunicado para que dejasen ya de buscar apaños individuales a un problema colectivo”.
Elvira H. trabaja en el sector de la hostelería y está acostumbrada a hacer todo tipo de encaje para compatibilizar su trabajo con los cuidados, ya desde antes de la pandemia. Obligada a ir a trabajar a riesgo de perder su puesto, no se muestra muy optimista respecto al paro del lunes. “Muy apocalíptica no va a poder ser el tema cuando tantas no estamos en condiciones de poder sumarnos”, dice Elvira H. “Es triste que cuantas más razones tienes para hacer huelga más difícil te resulta plantarte”, sonríe antes de añadir que todo esto le recuerda un poco a “un par de 8 emes” en los que tampoco pudo parar.
Para Miguel T, esto no es, ni debe ser, una cuestión de mujeres. “Feminista sí, desde luego, porque se trata de poner los cuidados en el centro”, comenta este padre y socio del AFA de su colegio. “Hay algo en lo que creo que no se está haciendo ningún hincapié: si yo digo en mi trabajo que no puedo ir o currar para antender a mi hijo, a medio o largo plazo me quedo sin trabajo. Se trata del principal ingreso en nuestra casa. Mi mujer cobra menos y en su trabajo son más flexibles porque entienden que se tiene que encargar del niño”, explica Miguel. “Bueno, pues ahí tienes la trampa perfecta. ¿Que cómo se sale de esta trampa? La verdad entre el curro y las horas de cuidados, no me da la cabeza para llegar a ninguna conclusión”.
“Se habla mucho de los permisos iguales, a mí me parece bien que los hombres tengamos bajas paternales más largas, pero la crianza dura mucho más de cuatro meses”, considera este padre. “Yo lo que quiero es decirle a mi jefe que no voy a poder entregar un informe porque tengo al niño en casa sin que se me haga un nudo en la garganta”, confiesa. Para Miguel sin embargo, la huelga apocalíptica es una buena medida de presión a la que sí que puede sumarse: “es un poco triste, pero me resulta más justificable ante mi empresa hacer huelga un día, que decir cotidianamente que qué hago con la criatura”.
“Como docentes insistimos en que las escuelas no son guarderías a las que llevar a los niños para poder trabajar. Como madre quiero dejar a mis hijos donde sea, cualquier niñódromo me vendría bien”
Profesora y madre, Luz S. está haciendo muchos esfuerzos por no tomar ansiolíticos. “Creo que hay un falso dilema de fondo contra el que nos estrellamos: Como docentes insistimos en que las escuelas no son guarderías a las que llevar a los niños para poder trabajar, en medio de una pandemia o con temperaturas bajo cero. Como madre trabajadora quiero dejar a mis hijos donde sea, cualquier niñódromo me vendría bien la verdad”. En esa marasma sin identificar, en ese pozo ciego entre abrir los colegios con lo que eso pueda implicar en cuanto a riesgos para plantillas y alumnado y dejar a las criaturas en casa con lo que eso conlleva para ellas y sus estresados progenitores, está el inexistente sistema de cuidados a la infancia.
“Llámale pozo negro o cráter lunar, lo mismo me da que me da lo mismo”, dice la economista feminista Luisa Mejías. “Lo cierto es que cuando todo paró no se dio una sola opción para conciliar lo productivo con lo reproductivo. Encima se pretendió añadir lo educativo en la cuenta de los hogares. Ha pasado casi un año de eso, ¿has visto tú alguna medida facilitadora para madres y padres trabajadores que no presuponiese que se puede teletrabajar cuidando o vivir sin cobrar? No hay que hacerse un master para ver que esto es insostenible”, concluye la experta.
“Hemos estado mucho tiempo pensando en cómo afrontar la cuestión, pero claro, con el tute que llevamos no encontrábamos el momento, y ahora, que no podemos más, hay una helada que cualquiera sale a la calle a protestar para que se le espaturre la chiquillada”, dice con voz cansada, María B, una de las portavoces de Desespere Parental (DP), un colectivo de familias creado entorno a la emergencia conciliatoria fruto de la emergencia sanitaria. “Muchas emergencias y cada vez menos paciencia”, reza la pegatina que luce la activista en su chaqueta.
“Era ver a mi madre todo el día trabajando o cuidándonos, trabajando o cuidándonos, te despertabas y ahí estaba currando, te ibas a dormir y ahí seguía currando”
Irina tiene 8 años pero ya ha visto cosas que vosotros no os creeriáis. Es la mayor de tres hermanos y la portavoz para Castilla la Mancha de la plataforma Infancia Hartita (IH), otra de las entidades convocantes. La niña guarda vivos recuerdos de los dos meses que pasó sin salir de casa en primavera. “Era ver a mi madre todo el día trabajando o cuidándonos, trabajando o cuidándonos, te despertabas y ahí estaba currando, te ibas a dormir y ahí seguía currando”, cuenta.
Cuando volvió al colegio, en los recreos, compañeritas y compañeritos pusieron en común el calamitoso estado de sus progenitores, la niña rememora historias terribles de madres gritando enloquecidas por los pasillos, amenazando con huir de casa, atendiendo a webconferencias en pijama. Salones convertidos en un escenario tenebroso de cosas tiradas, platos con comida e infantes con el pañal cagado.
“Cuando empezaron a confinarnos por clases y volvimos a ver esa mirada de enajenación y vértigo en nuestros progenitores, decidimos empezar a organizarnos. A las autoridades les pedimos que hagan algo: como vuelva a haber otro confinamiento sin medidas tendremos una epidemia de orfandad”, alerta Irina.
Zoe L., estudiante de segundo de Primaria y una de las impulsoras de I.H en Madrid señala con frustración: “Lo que nos pide el cuerpo es salir a armarla frente a los políticos que permiten esto. Pero en nuestra asamblea también estamos pensando en que hay problemas más micro a los que habría que dar respuesta. Es una cuestión cultural. Nuestros padres y madres no saben decir hasta aquí hemos llegado, pedir una baja, reclamar derechos. Esta subjetividad productivista les está matando, les llena de culpa”. En el joven colectivo infantil ya se plantean, de manera paralela a la huelga apocalíptica, recorrer los salones de su casa para manifestarse contra la culpa. “En particular la materna, que está muy arraigada”.