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Crisis económica
La salida de la crisis
Estos días, inmersos en la pandemia del covid-19, aunque las causas de la crisis económica que se avecina sean diferentes, previsiblemente sus consecuencias son aún peores que la de 2008.
Cuando en 2008 estalló la burbuja inmobiliaria y se hundió el sistema financiero, el mundo entró en una crisis económica que barrió el Estado del bienestar que había resultado del equilibrio de fuerzas del capital-trabajo tras la IIGM. Las empresas fueron cayendo como manzanas podridas y el paró se disparó. ¿Qué hacer? Voces, como la del presidente de la república francesa Sarkozy, trazaron el camino: “Hay que refundar (sic) el capitalismo”. Pero la receta fue el ordoliberalismo y se implementaron políticas de restricción del gasto público para salvar a los bancos de sus malas prácticas especulativas y, así, sociabilizar las pérdidas, privatizando los beneficios. Las diferencias de renta aumentaron. En nuestro país, para facilitar el proceso se aprobó una reforma laboral que el entonces ministro de Economía de Guindos del Gobierno de Rajoy la calificó de “hecho agresivo”. En la UE el hecho se aplaudió, vinieron los duros recortes, el endurecimiento de la seguridad ciudadana con la llamada Ley Mordaza, etc., y se movieron mecanismos legales para instalar al sujeto individual como agente preferente con derecho a negociar la fuerza de trabajo en el mercado sustituyendo al sindicato y a la negociación colectiva. Las huelgas disminuyeron, los ricos se hicieron más ricos y el número de pobres creció. En fin, la situación la describió admirablemente el magnate Warren Buffett: “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”. A los derrotados les quedaba la promesa de que pronto verían “la luz al final del túnel”. Desgraciadamente, un microscópico patógeno nos dejó dentro del túnel más oscuro que se haya visto jamás.
Pero, en la teoría, el sistema exhibe sus contradicciones internas: el capitalista está compelido a perfeccionar constantemente los medios de producción para obtener así una ventaja competitiva en el mercado, con lo cual se aumenta la tendencia a reinvertir cantidades cada vez mayores de plusvalor en capital constante. Esto hace que cada vez sean menos los capitalistas que pueden mantener el ritmo de la competencia y que, junto a las fusiones que van concentrando el capital, donde antes había un negocio apareciera una oferta del local en traspaso o en venta y donde un banco otro banco con siglas añadidas de otros bancos y donde una industria otra mayor soldada con varias otras. El mercado no desarrolla armónicamente la sociedad, sino que, dejándolo libre, es más bien como una célula que crece y crece al cáncer del oligopolio y a la metástasis del monopolio. Por el camino se va recortando el costo del capital variable que es donde saca la plusvalía el capitalista. Solución: que el trabajador pague la crisis. ¿Recuerdan? Por ello, yo me preguntaba en 2008: ¿Se lo tragará la gente o desembocará la situación en una revolución social en la que se derrocará a los capitalistas que van quedando, ese 1% de la población? Pues se lo tragaron los años del gobierno de Rajoy. ¿Por qué? ¿No nos dicen los marxistas ortodoxos que el sistema caerá por sus propias contradicciones y no son estas lo bastante grandes?
Me puse a leer y di con el El orden de El Capital de Carlos Fernández Lira y Luis Alegre Zahonero, quienes mantienen que, en la relación capital-trabajo del sistema capitalista, una intensificación cuantitativa no tiene por qué acabar por producir un salto cualitativo a otro modo de producción, es decir, al afirmarse el sistema hasta sus últimas consecuencia no tiene por qué, inevitable y dialécticamente, “negarse en una negación” (Hegel). No, porque Marx, según estos autores, en El capital no habla de esa contradicción que se produciría entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, no habla del acontecer histórico y el fin de un ciclo, sino del carácter necesariamente cíclico del modo de producción capitalista. O lo que viene a ser igual, del análisis de Marx no se deduce una tendencia a la superación de la contradicción, sino acaso a su perpetuación. ¡Vaya!, exclamé. Y, comoquiera que El orden de El Capital fue galardonado con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico, 2010, otorgado por el Ministerio de Cultura de Venezuela, Luis Alegre Zahonero fue uno de los ponentes de la fundación de Podemos y Carlos Fernández Lira ligado orgánicamente al partido, de aquí mi mosqueo. ¿Estará Pablo Iglesias al tanto de esta lectura de Marx y la supuesta agenda oculta para instaurar el comunismo no es más que el cínico deseo de la derecha de colar de nuevo su propia agenda neoliberal? No obstante, for the sake of argumentation, habría que apostillar que Marx en El capital sí da pruebas en sentido contrario, como se puede leer, por ejemplo, en el Tomo III, capítulo XV, titulado “Desarrollo de las contradicciones internas de la ley” (Ed. Fondo de Cultura Económica), donde dice: “… Se revela aquí… el hecho de que este tipo de producción [el capitalista] no es un régimen absoluto, sino un régimen puramente histórico, un sistema de producción que corresponde a una cierta época limitada de desarrollo de las condiciones materiales de producción”. Y más adelante, hablando de la disminución de la cuota de ganancia: “[Por la creciente acumulación de capital], la contradicción, entre el poder social general en que el capital se convierte y el poder privado del capitalista individual sobre estas condiciones sociales de producción, se desarrolla cada vez de un modo más clamoroso, y entraña, al mismo tiempo, la supresión de este régimen, ya que lleva consigo la formación de las condiciones de producción necesarias para llegar a otras condiciones de producción colectivas, sociales.” Es decir, superación de la contradicción.
Estos días, inmersos en la pandemia del Covid-19, aunque las causas de la crisis económica que se avecina sean diferentes, previsiblemente sus consecuencias serán aún peores que la de 2008, con caídas del PIB en dos dígitos, destrucción de empresas por miles y cifras de desempleo muy superiores a todo lo conocido históricamente. Y, si nos vamos a encontrar mucho peor que estábamos en la crisis financiera, mi lectura de El orden del capital puede valer tanto hoy como ayer y alegrarnos de las medidas socialdemócratas de izquierdas que se están implementando de urgencia, en vez de intentar llevar el sistema al chatarrero de la historia.