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Coronavirus
Ya no hay muertos, solo estadísticas
Ya no hay personas detrás de esos datos, son solo estadísticas. Y un número es más fácil de asumir que un rostro y un nombre.
En 2016, el artista mexicano Eduardo Salles diseñó un mapa sobre la importancia que le damos a las tragedias según la zona. Señalaba lo que nos importan las vidas dependiendo de la distancia con nuestro punto en el mapa. También de la cultura y la religión de las personas que han perecido y, sobre todo, lo poco que nos importan en zonas pobres o donde la violencia es más habitual. Básicamente, en occidente nos duelen las vidas perdidas mientras que, en otros lugares, nos importan un poquito o nada. No solo nos importan poco a nosotros, también generan escaso contenido en prensa, donde suelen resaltar más cualquier otra noticia frívola que una fatalidad en un punto lejano del planeta.
Podríamos poner muchísimos ejemplos a lo largo de los últimos años, pero, sin ir más lejos, en las últimas semanas hemos conocido atentados perpetrados en Viena y en Francia. Durante esos días hemos conocido los posibles motivos de los ataques, hemos visto las fotos de las víctimshasta hayan hablado de sus sueños y aspiraciones. Es algo lógico y celebrable. No dejar como simple estadística a una persona asesinada siempre es buena noticia. Sin embargo, en el mismo periodo de tiempo ha habido más atentados en otros puntos del planeta. Un día antes del de Viena, 22 personas murieron en Kabul. Pocos días antes sufrieron otro ataque en la misma ciudad. De esas víctimas no conocemos nada. Ni nos importan ni nos inquietan. Nos hemos inmunizado.
Tal vez el caso más flagrante de este siglo es el de Irak. Hace ya unos cuantos años nos manifestamos en contra de una guerra injustificada en ese país. Hubo movilizaciones masivas en todo el Estado español y esa contienda bélica estuvo presente en el mapa político español durante varios años. Desde los pies de Aznar en la mesa del despacho de George Bush, pasando por los terribles atentados de Atocha, hasta la llegada al poder de Zapatero y la retirada de las tropas españolas desplazadas a Irak. Años en los que pareció que nos importaban las vidas de la población iraquí. Pero ha pasado muchísimo tiempo, el país sigue inmerso en el caos y las explosiones se suceden. Y esos hechos ya abandonaron la primera plana hace años y pasaron a ser una noticia breve; y de ahí a la nada. El tiempo, la costumbre, la distancia, otras preocupaciones… Muchos factores que hicieron que nos dejaran de importar las vidas de aquellos que dijimos defender.
Ahora nuestro Irak son las residencias de ancianos. Pero aquí no hay guerra, sino un virus y, al igual que asumimos que la población iraquí estaba condenada, que sus muertes eran asumibles e imposibles de detener y decidimos continuar con nuestras vidas sin mayor alteración, hemos interiorizado que los ancianos deben morir por la covid-19, que sus fallecimientos son soportables y que no van a condicionar nuestro modo de vida. Lo mismo que en marzo nos angustiaba y aterraba, hoy nos genera indiferencia. Mostramos una pequeña curiosidad, porque de esa cifra puede depender un nuevo confinamiento o que nos cierren el bar, pero mientras todo siga abierto, no nos altera. Hemos asumido que tienen que haber muertes y, mientras sea de viejitos, no pasa nada. La nueva normalidad traía esa pasividad.
Si la mitad de esas muertes se dieran entre personas de 20 a 55 años, no habría tanta discusión entre salud y economía
Solo la semana pasada se notificaron 1.088 muertes. Cinco atentados y medio como el del 11M. Casi 7 accidentes de avión como el de Spanair en Barajas. Sí, es demagogia, es incomparable y son distintas causas, pero son vidas que estamos sumando al registro sin pestañear. Imagino que ya no nos produce pánico por el rango de edad. Imagino que, si la mitad de esas muertes se dieran entre personas de 20 a 55 años, no habría tanta discusión entre salud y economía.
Es un debate complicado, lo sé. Sin trabajo y sin ingresos no se puede pagar una vivienda y los bienes básicos para sobrevivir. En este sentido, se suma otro factor por el que duelen menos las muertes y los contagios, porque suceden más en “zonas vulnerables por su modo de vida”, que diría Ayuso. Ese modo de vida significa vivir en zonas de mayor densidad de población, tener trabajos donde las medidas de distancia interpersonal no se pueden cumplir (ni se puede teletrabajar) o tener que subir a transportes públicos llenos porque, quienes deciden que la economía está por encima de la salud, han decidido que no hace falta mejorar este servicio. Tampoco todo el mundo puede permitirse comprar mascarillas semanalmente o geles y nuestras reuniones sociales no se pueden hacer en salones grandes donde mantener la distancia, ni tenemos terrazas en casa. Sí, también es más fácil asumir para el sistema las muertes de los pobres.
Mientras antes veíamos las comparecencias de Fernando Simón con incertidumbre y no nos perdíamos ni una palabra suya, ahora escuchamos la cifra de muertos de lejos y ni se nos arquea la ceja levemente
Al igual que hay una serie de factores que hacen que los atentados en zonas recónditas no nos duelan ni nos inquieten, estos meses se han generado otras circunstancias que nos permiten vivir con cierta normalidad que a nuestro alrededor haya más fallecidos de lo habitual. Mientras antes veíamos las comparecencias de Fernando Simón con incertidumbre y no nos perdíamos ni una palabra suya, ahora escuchamos la cifra de muertos de lejos y ni se nos arquea la ceja levemente.
¿En qué momento cambiamos la empatía por la indiferencia? Entiendo perfectamente que tenemos que seguir con nuestras vidas, que no tenemos que vivir presa del pánico porque eso deriva en otras complicaciones personales, pero al menos deberíamos respetar las principales medidas para evitar contagios en la mayor medida posible. Que nos puede doler no poder juntarnos en Navidad, sí, pero deberían dolernos también las altas cifras de fallecimientos. Imagino que a todo se acostumbra uno. Y que escuchar por televisión que ha habido 20 muertos en una residencia de Cuenca nos suene igual que oír que ha habido un atentado en Bagdad. Pobres víctimas, sí. Pero ya no hay personas detrás de esos datos, son solo estadísticas. Y un número es más fácil de asumir que un rostro y un nombre.