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En abril la editorial Reservoir Books publicó en nuestro país Lo que más me gusta son los monstruos, un cómic de Emil Ferris (Chicago, 1962) que lectores, crítica, y autores como Alison Bechdel y Art Spiegelman celebraron como uno de los eventos de la temporada, algo confirmado por la obtención de los prestigiosos premios Ignatz a la mejor novela gráfica y mejor artista de 2017. Trabajo de gran ambición tanto en lo que se refiere a sus argumentos como a su formato, Lo que más me gusta son los monstruos resulta aún más sorprendente si tenemos en cuenta que se trata de la ópera prima en el cómic de quien hasta entonces tenía una amplia trayectoria a sus espaldas como diseñadora de juguetes e ilustradora.
El origen de esta novela gráfica hay que cifrarlo en una parálisis motora sufrida por Ferris en 2001; durante su larga y difícil convalecencia dio inicio a una obra articulada como el diario de una niña de diez años, Karen, devota del cine de terror, que proyecta en sus páginas la investigación que lleva a cabo cuando una vecina fallece en circunstancias sospechosas… Las 400 páginas de Lo que más me gusta son los monstruos representan tan solo la primera parte de una creación que tendrá continuidad con un segundo volumen, anunciado para diciembre de este año.
El formato del diario está muy ligado al género de la autoficción. ¿Hasta qué punto es Lo que más me gusta son los monstruos autoficción, un relato inspirado por tus vivencias personales?
Es evidente que en mi novela gráfica hay mucho de autobiográfico, empezando por su ambientación en el Chicago donde nací y donde transcurrió mi infancia, como la de Karen, a finales de los años 70. Mucho de lo que cuento son cosas que me pasaron a mí por entonces o que le pasó a gente que conocí. También comparto muchos de los intereses de Karen, como su pasión por el terror, tanto cinematográfico y literario, como cuando adquirió un carácter muy pulp a través de las historietas y revistas de aquella época y décadas anteriores.
Sin embargo, hay un dicho que me gusta recordar cuando se habla de estos temas, que viene a decir básicamente que no es importante que los hechos narrados en una ficción hayan sucedido o no, pero sí que la historia que reflejan sea verdadera, responda a una pulsión profunda, auténtica.
En este sentido, la ficción funciona como un espejo que nos permite reconocernos a nosotros mismos, y también como un abismo que nos descubre aspectos de nuestra personalidad y la de otros que desconocíamos. También en lo que respecta al amor, ese monstruo tan extraño, que está en todo lo que somos y hacemos y que sin embargo es tan invisible y se le echa siempre tanto de menos. Por eso me gusta considerar la ficción como un remedio paliativo contra esa enfermedad tan difícil de abordar que llamamos la realidad. Puede sonar pretencioso, pero creo que, en definitiva, la ficción nos ofrece las armas para afrontar con ánimo la realidad. Las historias son nuestra fortaleza.
Karen precisa, de hecho, de mucha fortaleza para afrontar la adolescencia en un ambiente de instituto que representa simbólicamente un campo de batalla, y una ciudad que atraviesa un momento histórico tumultuoso.
Mientras escribía Lo que más me gusta son los monstruos no dejaba de acordarme de cuando acababan las clases del día y, al marcharme a casa, me topaba en el patio del instituto con gotas de sangre, de compañeros que habían jugado y se habían peleado en el recreo. Los niños suelen verse sometidos en sus casas a presiones tremendas, y descargan en el colegio todas las tormentas que llevan dentro. Creo que todos somos conscientes como adultos de las tensiones y dificultades que marcaron nuestra infancia, es la razón de que nos interese tanto recrear aquellas experiencias a través de la ficción y la no ficción.
Dicen por ahí que el niño es el padre del hombre, y lo cierto es que nos pasamos la vida tratando de encajar el puzle de haber sido como niños criaturas salvajes y maravillosas que recogen a la larga el testigo de las estructuras jerárquicas e hipócritas del mundo de los adultos. Un mundo, por otra parte, que experimentaba a finales de los años 60, como hoy, con toda una serie de convulsiones políticas y artísticas esperanzadoras representadas por los poetas beat y músicos como Bob Dylan y Jimi Hendrix.
Sobre esa coyuntura, el terror y la contracultura, que tanta importancia tienen para Karen, planean siempre influencias artísticas previas que ayudan a establecer paralelismos con otras épocas, como la Europa en plena mutación de finales del siglo XVIII. Pienso por ejemplo en cómo rememoras el famoso cuadro La pesadilla (1781), y la influencia a su vez en su autor, Johann Heinrich Füssli, de la imaginación y las ideas de la escritora de Frankenstein o el moderno Prometeo, Mary Shelley.
No es casualidad, desde luego, que apele a Füssli, un antecesor de la ilustración pulp del siglo XX, y Mary Shelley es para mí un icono. Cuando tenía seis años me enamoré de su figura a través de la interpretación que hizo de ella Elsa Lanchester al principio de una película clásica maravillosa, La novia de Frankenstein (1935). También siento una conexión muy profunda con su pareja, Percy Shelley; nacimos el mismo día, el 4 de agosto. No cuesta nada imaginar el amor que sentía por Mary y cómo le inspiró su capacidad de liderazgo. Las biografías de Mary, Percy, sus familiares y conocidos son de lo más interesante e instructivo, y creo que Frankenstein es una de las mejores novelas que se han escrito… El arte y la literatura forman parte integral de mi ser, constituyen lo más cercano a una fe que pueda llegar a tener. La imaginación supone para mí una forma de magia. Las palabras y las imágenes son hechizos ancestrales y muy poderosos, que cuando trabajan a favor de la humanidad generan empatía.
La ficción como conjuro.
¡Sí! Todas mis esperanzas en el futuro de nuestra especie radican en mi creencia en nosotros como magos, y, de hecho, en Lo que más me gusta son los monstruos, Karen termina por comprender que la creación, la creatividad y las criaturas más o menos monstruosas de su imaginación están vinculadas de forma mística. Ahora estoy trabajando en la segunda parte, y en ella tiene mucha importancia por ejemplo El retrato de Dorian Gray (1945), una película fascinante de Albert Lewin. Cuando la vi, me impresionó cómo la novela original de Oscar Wilde, escrita en 1890, podía tener tanta resonancia casi mágica en imágenes recién terminada la II Guerra Mundial, cuando la humanidad se hacía tantas preguntas acerca de lo que había llegado a hacer en aquel conflicto.
Me gusta mucho descubrir esas viejas y misteriosas películas de terror producidas entre los años 20 y 70 cuando las echan de madrugada en televisión, aunque también soy muy fan de otras contemporáneas como El sexto sentido (1999) y Déjame salir (2017).
En este sentido, percibo en tu novela gráfica una gran armonía entre el respeto por la expresión plástica propia de una niña, medios afines a su sensibilidad como son el cómic y la ilustración, y tu interés por otras manifestaciones artísticas, que tienen también un impacto progresivo en la relación de Karen con el mundo.
Mi padre, ya fallecido, y mi madre, han sido artistas. Se conocieron de hecho en la Escuela del Instituto de Arte y Diseño de Chicago. Es decir, he respirado siempre el arte, para mi desarrollo ha sido un lenguaje tan importante o más que el habla. Cuando era muy, muy pequeña, mi madre separaba del periódico Li’l Abner las tiras cómicas de Al Capp y yo las recortaba y luego remontaba sus viñetas y figuras en forma de collages, a los que añadía mis propios dibujos.
Al parecer no fui capaz de hablar hasta los dos años y medio, así que los libros y las ilustraciones que me rodeaban y mis propios dibujos fueron una manera íntima, privada, de descubrir el mundo. Y es algo que ha seguido así con el tiempo. Mi perspectiva no ha cambiado ahora que creo para que otros lean. Con franqueza, soy una persona bastante tímida, y llevo regular las exigencias derivadas del éxito del que disfruto ahora mismo. Creo que sobreviviré a ello siempre que pueda retirarme cuando quiera a mi propio espacio para escribir y dibujar.
Cuando dibujo soy libre, no hay nadie vivo a mi lado al que deba rendir cuentas, no me siento observada. Aunque te suene raro, en ese espacio creativo particular que necesito mantener solo hay sitio si acaso para los muertos, para mi padre y otros artistas que ya no están.
De tus palabras deduzco que el cómic ha sido prioritario en la formación de tu mirada y tu manera de estar en el mundo.
Amo el cómic desde la adolescencia. Publicaciones como la revista MAD y las publicaciones de terror de EC Comics han sido fundamentales para mí, y como adulta he tenido como referentes a historietistas como Art Spiegelman, Alison Bechdel, Lynda Barry, Robert Crumb y Chris Ware. A pesar de ello, he tardado mucho en internarme en el medio y en atreverme a sentirme parte del mismo. Imagínate, ahora, gracias a Lo que más me gusta son los monstruos, soy como ese niño sin padres que se ha hecho demasiado mayor en el orfanato y por eso nadie le quiere adoptar, hasta que de pronto un montón de gente, gente que siempre se ha parecido mucho a mí, me ha dicho: “Somos la familia de la que te habían separado, llevamos buscándote un montón de años” y ha abierto sus brazos para acogerme.
A propósito de lo que comentas, es imposible pasar por alto lo que te costó sacar adelante la novela gráfica y, sobre todo, que te la publicasen.
Costó mucho, sí. La editorial inicial que se comprometió a publicarla decidió echarse atrás después de haber estado trabajando yo en ella cinco años. Me puse a llamar a las puertas de otras 50 editoriales, 50, y 48 de ellas la rechazaron. Para colmo, cuando finalmente consigo que se publique una primera vez, se ordena la impresión en Corea del Sur... ¡y la compañía naviera en uno de cuyos buques se transporta toda la edición quiebra y la editorial se queda sin ella! Como te puedes imaginar, si algo he aprendido de todo ello es que nunca hay que rendirse, que hay que mantener la fe al precio que sea y que hay que continuar si crees en lo que haces. No rendirse nunca, levantarte una y otra vez por muchas veces que te caigas.
Son unas palabras muy inspiradoras, en la actualidad disfrutamos de una atmósfera llena de creatividad, hay muchos artistas con inquietudes, pero resulta muy problemático ganarse la vida con ello. ¿Tú lo ves posible?
Está complicado, pero sí veo posibilidades. Creo que hoy por hoy mucha gente tiene más conciencia que nunca sobre la cualidad monstruosa, por así decirlo, de su apetito por el arte. No les basta, y son muy claros en este tema, con el alimento mediocre que les proporciona la cultura establecida, la que solo está interesada en hacer dinero con sus manifestaciones. Más aún, en ausencia de un liderazgo de otro tipo, el que han ofrecido en otros tiempos líderes políticos o religiosos, me parece que la gente está recurriendo a los artistas para que les ayuden a comprenderse a sí mismos, para que les orienten en cuanto a lo que significa empatizar y reconocer de nuevo lo que es formar parte de la especie humana. Esta situación va a requerir a su vez de los artistas un compromiso, una capacidad más fuerte que nunca para fallar y recuperarse, para seguir adelante con lo que pretendan expresar. Es importante al respecto que los artistas sean apoyados, y confío mucho en las plataformas de crowdfunding. Es lo que los artistas siempre habíamos necesitado, y tengo la esperanza de que surgirán en el futuro más iniciativas de ese tipo.
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Una joya del cómic, que emociona, aterra por su profunda humanidad e inspira por igual, deseando que llegue la segunda parte.