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Ilustración de cubierta de la novela gráfica ‘Amor y guerra’, obra de Bill Sienkiewicz. Imagen cortesía de Panini.

Cómic
Daredevil, el hombre sin miedo al que Frank Miller hizo sufrir lo nunca visto en un tebeo de superhéroes

Justicia, culpa, venganza, caída y redención protagonizaron los cómics de Daredevil creados por Frank Miller. Con una estética heredera del cine negro y un tono grave renovó lo que la industria del entretenimiento ofrecía al público adolescente en los años 80.
Imágenes: © Panini.
10 feb 2025 06:00

La reflexión se lee en el número 191 de Daredevil y es mucho más sustanciosa, autocrítica y consciente de lo que cabría esperar en un tebeo de superhéroes publicado por una gran corporación estadounidense a principios de los años 80. “¿Acaso les enseño que los buenos siempre ganan, que el crimen no compensa, que la caballería siempre está en camino; o les enseño que cualquier idiota que piense con los puños puede hacer lo que quiera si es lo bastante rápido, fuerte y carece de escrúpulos? ¿Combato la violencia o la propago?”.

Quien se hace estas preguntas sobre el ejemplo que da es Daredevil, un superhéroe que se enfrenta con el mal cuerpo a cuerpo. A puñetazos y con su bastón, enfundado en un uniforme con máscara y saltando de tejado en tejado gracias a su desarrollado sentido radar, con el que contrarresta la ceguera que padece desde niño. En ese número, titulado “Ruleta”, Daredevil visita en el hospital a Bullseye, un asesino a sueldo al que dejó tetrapléjico en un encuentro anterior. Desde la cama, este contempla cómo Daredevil juega a la ruleta rusa con él mientras le cuenta la historia de Chuckie, un chico que le admira por lo que hace como superhéroe. También le habla de cuánto le recuerda ese chaval a cómo la relación con su propio padre y el deseo de justicia, o quizá de venganza, influyeron en la decisión de convertirse en un luchador contra el crimen, ejerciendo de abogado durante el día y como Daredevil cuando sale del despacho. Al final, justo antes de apretar el gatillo por sexta y última vez, mientras le pone el cañón entre ceja y ceja, Daredevil le confiesa que la pistola no lleva ninguna bala.

Miller utilizó en ‘Daredevil’ la violencia de forma explícita, con toda la elocuencia permitida por la Comics Code Authority, organismo censor de la industria del cómic que autoriza la distribución de tebeos en Estados Unidos

Publicado en febrero de 1983, el número 191 fue el último con Frank Miller al frente de Daredevil. En tres años y medio, primero como dibujante y después también como creador de las historias, Miller reinventó a Daredevil sin desfigurar al personaje y lo encumbró, cuando hasta su llegada había sido un secundario en el universo superheroico de la editorial Marvel. También consiguió multiplicar las ventas de la colección, que entonces era bimestral, una periodicidad antesala del cierre. Con su trabajo en la serie anticipó algunos de los caminos por los que transitó el comic book de superhéroes desde mediados de los años 80. Miller utilizó la violencia de forma explícita, con toda la elocuencia permitida por la Comics Code Authority, organismo censor de la industria del cómic que autoriza la distribución de tebeos en Estados Unidos. Planteó disquisiciones sobre la noción de justicia en un mundo donde hay tipos que, por ejemplo, pueden volar —en realidad, pueden hacer prácticamente todo lo que quieren— y que se disfrazan con mallas ajustadas y trajes de colores para preservar el bien, o lo que ellos consideran que es tal cosa. Creó narraciones visuales que tomaban elementos gráficos de otras artes como el cine y desarrolló argumentos que se empapaban de la atmósfera de la novela negra. Ese número 191 significó el cierre de la etapa de Miller como guionista y dibujante de Daredevil pero, sin embargo, lo mejor de Miller como autor de Daredevil aún estaba por llegar.

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En el número 169, de marzo de 1981, Daredevil derrota a Bullseye y tiene en su mano dejarle morir en las vías del metro. Le salva, una decisión de la que pronto se arrepentirá. Imagen cortesía de Panini.

“En realidad, el Daredevil de Miller pasa por tres fases”, precisan desde el correo electrónico Elisa McCausland y Diego Salgado, críticos culturales especializados en cómic y cine. Así, la primera etapa sucede en la serie regular junto al entintador Klaus Janson, donde “disocia en buena medida al personaje de su pasado editorial y lo reconfigura para que responda a los idearios particulares de Miller sobre la masculinidad heroica, con el añadido de unos cuantos nuevos personajes memorables, y a la sensibilidad prevalente en aquella época de la decadencia urbana como escenario alegórico idóneo para reflejar una crisis de crecimiento del capitalismo en los años 70 que desembocaría en la urbe especulativa de los 80”. La segunda, breve y también inserta en la colección mensual, es la historia “Born again”, en la que Miller “explota como creador con la complicidad de David Mazzucchelli y transforma las desventuras del superhéroe urbano en una superproducción de una intensidad emocional casi insoportable”. Y la tercera la forman la miniserie Elektra asesina y la novela gráfica Amor y guerra, “donde el superhéroe adquiere cualidades míticas”. En ambas juega un papel crucial el dibujante Bill Sienkiewicz con su innovador trabajo.

McCausland y Salgado, quienes en 2024 analizaron la presencia de las mujeres en el cómic en el exhaustivo ensayo Viñetaria, resumen así la trayectoria de Miller en Daredevil: “Es un autor igual y distinto a la vez en cada una de las tres etapas, que vistas en perspectiva se retroalimentan hasta configurar una visión del personaje poliédrica, con varias capas de sentido y propósito, de las que han bebido en mayor o medida los guionistas posteriores de Marvel hasta hoy”.

El hombre sin miedo y el creador tardoadolescente

Alumbrado en 1964 por Stan Lee y Bill Everett, Daredevil responde al arquetipo de superhéroe que obtiene habilidades especiales por accidente. De niño, Matt Murdock salva la vida a un anciano que iba a ser atropellado, pero en el suceso un camión vierte la carga radioactiva que transportaba. La exposición a ella deja ciego a Matt pero le hace desarrollar extraordinariamente el resto de sus sentidos y le otorga uno especial, de radar. Tras convertirse en abogado, Murdock se afana por lograr la justicia en los casos que defiende mientras por las noches emplea su físico privilegiado y entrenado para impartir su propia ley, como Daredevil, en el depauperado barrio neoyorquino de La Cocina del Infierno (Hell’s Kitchen). Esa dualidad será característica del personaje y le acarreará dolores de cabeza. La colección nunca fue superventas ni de las más populares de Marvel, aunque tuvo su momento de esplendor con el dibujante Gene Colan entre 1966 y 1973. En 1979 la amenaza de cierre estaba muy presente, pero la llegada de un dibujante novato y prácticamente desconocido cambiaría ese destino. En el número 158, publicado en mayo de ese año, se presenta al joven Frank Miller como nuevo ilustrador de los guiones que escribía Roger McKenzie. Diez números después asumió también la función de guionista, convirtiéndose con apenas 23 años en autor completo de una cabecera a la que iba a resucitar mediante el acercamiento a otros géneros, un distanciamiento sin fractura de los modos habituales del cómic de superhéroes y la creación de un elenco propio de personajes con los que reescribirá el pasado, también el futuro, de Daredevil. 

Primera página del número 158 de ‘Daredevil’, publicado en mayo de 1979
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Primera página del número 158 de ‘Daredevil’, publicado en mayo de 1979, en el que Frank Miller se estrenó como dibujante de la serie. Imagen cortesía de Panini.

“Una de las cosas que he intentado hacer con este personaje, y de la que me siento orgulloso, es llegar a dotarle de unas motivaciones positivas para actuar: no se trata de un vengador ni un castigador, sino que se dedica más a hacer el bien que a intentar detener al mal”, explicaba Miller en una entrevista en noviembre de 1981 —cuando llevaba casi un año como guionista de la serie— que se puede leer en el tomo publicado por Panini en 2016 con toda su primera etapa en la colección. El autor también afirmaba que quería un personaje que se dejara llevar muy poco por las emociones y que lo hiciera más por la razón, por sus convicciones. “Esta característica hunde sus raíces en la ideología cristiana que le han impuesto, teme lo que la falta de control podría llevarle a hacer, así que la única válvula de escape que realmente tiene es ir corriendo por los tejados de un lugar a otro”, decía Miller acerca de un ingrediente fundamental en el devenir del personaje, las creencias religiosas de Matt Murdock.

En el libro Frank Miller, honor y furia, publicado por Dolmen en 2020, José Joaquín Rodríguez valora el Daredevil de Miller como un cómic maduro en el que el autor plantea tanto al héroe como al público una serie de situaciones muy complicadas que no pueden resolverse con puñetazos. Rodríguez destaca una circunstancia importante sobre la labor de Miller y el entorno donde se publican estos tebeos: “Sabiendo lo conservadoras que son en ocasiones las grandes editoriales de cómics, sorprende que en Marvel nadie intente poner freno a algunas de las historietas que el autor realiza, en las que toca asuntos tan complejos como la corrupción política, el tráfico de drogas, los huecos del lento sistema judicial o la opacidad con la que operan las multinacionales”.

En el número 173, publicado en agosto de 1981, Miller enfrenta a Daredevil y Matt Murdock con la violencia machista. Como justiciero enmascarado, consigue liberar a uno de sus enemigos, Gladiador, de una acusación de violación y encuentra al auténtico culpable. Y como abogado, convence a su secretaria, Becky Blake, de la importancia de denunciar las agresiones. Las dos vías de actuación del héroe, también sus dos caras, quedan reflejadas en una historia muy bien hilada en solo 24 páginas.

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Elektra y Daredevil, una relación condenada. Imagen cortesía de Panini.

Entre los números 182 y 184 se desarrolla el arco titulado “Un juego de niños”, un relato sobre los menores víctimas del tráfico de drogas y las diferentes maneras de combatirlo. También un ejemplo de cómo funcionaba la industria del cómic. Miller propone un triángulo entre Daredevil, El Castigador —un personaje de Marvel que carece de los remilgos morales de Matt Murdock a la hora de abordar cómo se combate el crimen y que tira fácil de gatillo— y Billy, un niño cuya hermana se arroja por una ventana tras ingerir una sustancia conocida como polvo de ángel. Cada uno de los tres tiene su propia forma de resolver lo ocurrido. La historia fue planteada por McKenzie y Miller un par de años antes, pero la Comics Code Authority no dio luz verde. Marvel tenía la intención de publicarla sin ese sello de aprobación, pero la misma semana en que el número tenía que llegar a quioscos, Jim Galton, entonces propietario de la compañía, decidió reemplazarla por otra de relleno. La publicación final en 1982 se debió al cambio de tres viñetas que aparecían en el original. 

“Miller no fue el primer autor de cómics de superhéroes en incorporar a sus historias temas adultos”, opina Manuel Rodríguez Yagüe, responsable del blog Un universo de ciencia ficción. Para él, desde la resurrección y florecimiento de Marvel en los años 60, el género había ido “atreviéndose poco a poco a abordar, a veces tomando partido, a veces solo de forma testimonial, temas de actualidad diversos, desde la guerra de Vietnam a la lucha por los derechos civiles, del auge de las sectas al consumo de drogas entre los jóvenes”. Pero el estilo que un inexperto Miller aplicó a su Daredevil aportó un nuevo enfoque a la línea Marvel, presentando “un paisaje urbano mucho menos escapista de lo habitual en el género y más cercano al temor cotidiano que muchos neoyorquinos sentían durante aquella época de delincuencia rampante”, según este divulgador. El libro Frank Miller, honor y furia recoge una cita de una entrevista en la que Miller reconoce que un atraco que sufrió al poco de mudarse a Nueva York le hizo partidario de que “le metieran un balazo a cualquier criminal que cogieran en el acto”. También parecía querer desvincularse de sus creaciones al afirmar que si él pudiera hacer cosas increíbles probablemente sería mucho más violento que Daredevil y que “un héroe debe ser más virtuoso que su autor, porque estamos hablando de un ser humano que representa un ideal”. Unas declaraciones que apuntan a la controvertida deriva ideológica que ha experimentado Miller, escorándose hacia el autoritarismo y la mano dura como respuestas. Una posición que reflejó en obras posteriores como Holy terror, alegato propagandístico patriotero e islamófobo publicado en 2011 con el objetivo declarado de escandalizar.

El Daredevil de Miller era “en parte cine negro, en parte fantasía de superhéroes con artes marciales y en parte retrato abstracto de la ciudad de Nueva York”, según el crítico Manuel Rodríguez Yagüe

Rodríguez Yagüe también evalúa el trabajo de Miller como dibujante en Daredevil, indicando que su estilo era al tiempo naturalista y expresionista: “Las figuras tenían poses y proporciones realistas, pero a menudo habitaban entornos surrealistas, como habitaciones que parecían extenderse hasta el infinito o celdas con techos y pisos enrejados que proyectaban evocadoras sombras”. Recuerda asimismo que, con frecuencia, los personajes actuaban rodeados de sombras “hábilmente manipuladas” para lograr el efecto deseado por la colorista Glynis Wein y el entintador Klaus Janson, quien en 1982 asumió también las funciones de colorista. El resultado, resume, fue un título que era “en parte cine negro, en parte fantasía de superhéroes con artes marciales y en parte retrato abstracto de la ciudad de Nueva York”.

Para McCausland y Salgado, firmantes de varias investigaciones en torno al cómic de superhéroes, no se puede disociar al Miller de Daredevil de lo que a principios de los años 70 empezó a hacer Dennis O’Neil —quien, como editor en Marvel, sería un gran apoyo para Miller— en DC Comics, la otra gran editorial estadounidense de tebeos de este género, con Batman y Green Lantern/Green Arrow. Entienden que es más correcto afirmar que Miller encontró un caldo de cultivo idóneo en el comic book de la época para su talento y que supo “forzar la coyuntura para ir más lejos que nadie”. También mencionan la dificultad que entraña delimitar el concepto de lector adulto, especialmente en la llamada Edad del Bronce del comic book, entre 1970 y 1985, cuando lo que se produce, en su opinión, es “una sofisticación de los argumentos y las formas debido a que el medio ha de responder a las demandas de lectores —y recalcamos lectores— con un mayor nivel educativo y cultural que antaño, pero cuyas emociones están lejos de haber madurado”. El propio Miller, observan, ha sido durante el grueso de su trayectoria creativa “un tardoadolescente”, algo que dicen “sin menosprecio ninguno: su angst, su idealismo y su sentido de la épica, su talante individualista y libertario, tienen mucho de inmadurez”.

Ambos, además, desmontan un lugar común en la prescripción cultural hecha a posteriori: la asunción de que cualquier producción mainstream sobresaliente alcanzó esa posición enfrentándose a las grandes dinámicas industriales que dificultan la integridad y el trabajo del artista, a menudo retratado como un llanero solitario que consigue triunfar pese a tener todo en contra. El caso de Miller, señalan, es una “demostración palpable” de que ese no es el único paradigma. El guionista y dibujante no creaba desde una burbuja ni nadaba río arriba, según recuerdan. “Se confió en su talento, ha producido abundantemente para Marvel y DC, se hizo un hueco en el cine mayoritario... Lo que publicó Miller en Marvel entre finales de los años 70 y finales de los 80 estaba desde luego por encima de la media tanto a nivel de idiosincrasia como de creatividad, pero en ese periodo, con todas las servidumbres que se quiera y en parte por el influjo de Miller, Marvel publica la saga de Fénix Oscura y ‘Días del Futuro Pasado’ en La Patrulla-X, ‘La última cacería de Kraven’ en Spiderman, el Thor de Walt Simonson, el Hulk de Peter David o Los Cuatro Fantásticos de John Byrne... Mucho donde elegir”.

Elektra, el gran amor condenado

Como escritor de los desvelos de Daredevil, un personaje más atribulado de lo normal en Marvel, Miller quiere acercarlo a algunos de sus intereses personales, como la literatura de temática criminal o la cultura japonesa. Lo hará sin forzar los argumentos, integrando naturalmente esos nuevos territorios en unas historias que, progresivamente, se alejan del entorno conocido en los tebeos de la llamada Casa de las Ideas. En sus páginas no habrá muchas apariciones estelares de superhéroes o villanos de otras colecciones y sí se desarrollará un nutrido conjunto de personajes secundarios, algunos ya existentes y otros de nuevo cuño, que dotan a la serie de un aire propio, casi desvinculado del resto de títulos. 

Entre los ámbitos personal y profesional de Matt Murdock, y alrededor de su identidad secreta como Daredevil, asistimos al crecimiento de personajes como Foggy Nelson, su socio en el bufete; su pareja Heather Glenn —con quien mantiene una tensa relación debido a que ella conoce su doble vida—; el periodista de investigación Ben Urich, que descubre quién se esconde tras la máscara de Daredevil; o Turk Barrett, uno de los mafiosos de poca monta que pululan por el bar de Josie. También conocemos a otros nuevos como Stick, maestro de artes marciales que adiestró a Murdock de chaval; el teniente de policía Nick Manolis o la secta de ninjas denominada La Mano. Y por algunos números se pasean personajes del universo Marvel como La Viuda Negra, quien lleva otra relación ambivalente con Daredevil, o El Castigador.

El mercenario psicópata Bullseye se convierte de la mano de Miller en la némesis de Daredevil y protagoniza algunos de los momentos más destacados de esta etapa, en la que le diagnostican un tumor cerebral que propicia su demencia, pasa por la cárcel y se enfrenta con Daredevil en duelos sin tregua. “Es lo que llamamos un doppelgänger —explicaba Miller en una entrevista en 2024—, el opuesto idéntico de Daredevil en el sentido de que este es responsabilidad, ley y orden, y Bullseye es una completa malicia salvaje”. En el número 169, de marzo de 1981, Daredevil le derrota en una pelea brutal y tiene en su mano dejarle morir en las vías del metro. Le salva, una decisión de la que pronto se arrepentirá.

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Primera aparición de Elektra en ‘Daredevil’. Imagen cortesía de Panini.

El personaje más interesante creado por Miller para Daredevil es Elektra. Presentada ya en el primer número que escribió, el 168, es una sicaria carente de reparos y con una formación impecable en el arte del asesinato. Pero también es el primer amor de Matt Murdock, un romance universitario que supone una herida por la que ambos sangran al reencontrarse. La perfecta máquina de matar que es Elektra tiene un punto débil y eso hace que sea un personaje condenado. En el número 181, un cómic espeluznante publicado en abril de 1982, culmina un enfrentamiento a tres bandas entre ella, Daredevil y Bullseye, quien finalmente la mata. Daredevil lo persigue hasta tenerlo a su merced y, en esta ocasión, lo deja caer. Desde la cama del hospital, con la espalda destrozada, Bullseye es el narrador de este episodio, como descubrimos en la última página.

“Elektra es sin duda un personaje memorable, trabajado con detallismo para que tenga personalidad propia y experiencias creíbles a sus espaldas, tanto dentro como fuera de su traje de superheroína; un traje que, por otra parte, es un gran acierto de diseño e iconicidad”, comentan McCausland y Salgado. En su opinión, Elektra obedece en muchos aspectos al arquetipo de la mujer fuerte “que despunta en la cultura popular a finales de los años 70 y reina durante los 80, y por tanto muchas de sus cualidades más carismáticas responden a una proyección romántica masculina, por lo que resulta esperable que acabe muerta y devenga un fantasma inalcanzable, una obsesión de Matt”. Si Elektra tiene la oportunidad de ser un personaje de carne y hueso y, a partir de ahí, encarnar una épica propia que este dúo de críticos no duda en calificar como feminista, es con la miniserie Elektra asesina, publicada en 1986 y “demostrativa de la popularidad que había adquirido el personaje”. 

Elektra y Kingpin, en un cómic de Daredevil de Frank Miller
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Elektra, la perfecta máquina de matar, y Kingpin, el padrino del capitalismo neoliberal, se encuentran para hacer la vida imposible a Daredevil. Imagen cortesía de Panini.

Quien vincula los bajos fondos de Nueva York, los juzgados, los encargos a asesinos profesionales como Elektra y Bullseye, la corrupción política y los dilemas de Daredevil es Kingpin, un capo importado de las páginas de Spiderman que Miller tuvo claro desde el principio que encajaba perfectamente en lo que pretendía para la serie del abogado ciego. En Daredevil lo convierte en un padrino todopoderoso que mueve los hilos tras volver al juego después de un retiro pactado con su esposa. Según McCausland y Salgado, Kingpin es un personaje con el que Miller sí demuestra ser un autor adulto y para lectores adultos, al hacer de un villano mafioso “con tendencia a perder los estribos y embestir contra el superhéroe de turno” un símbolo de “la cara oculta del capitalismo, con poder para destruir a sus rivales con una simple llamada telefónica”. Ambos analizan el rol que desempeñará Kingpin en el regreso de Miller a Daredevil en 1986: “El proceso de caída en los infiernos de Murdock en ‘Born again’ con Kingpin como maestro de títeres que maneja entre bastidores todo tipo de resortes económicos, políticos y legales para acabar con el superhéroe, impotente para evitarlo pese a todos sus poderes, constituye una descripción aterradora de los poderes en la sombra, por encima de la ley, del capital”.

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Daredevil juega a la ruleta rusa con Bullseye. Imagen cortesía de Panini.

La primera etapa de Frank Miller en Daredevil fue muy bien recibida, tanto por la crítica como en el quiosco. La colección recuperó la periodicidad mensual y se situó como la segunda más vendida de Marvel, por detrás de La Patrulla-X liderada por el guionista Chris Claremont, el gran patriarca de la galaxia mutante de Marvel. Se puede interpretar que ambas series son los dos polos opuestos del universo superheroico de la editorial en aquellos años, una enfocada a la ciencia ficción y otra de corte realista. Pero McCausland y Salgado refutan esa idea: ni Claremont en La Patrulla-X se entregó ciegamente a la fantasía, puesto que su aportación al mundo del comic book “no puede comprenderse sin atender a la psicología de los personajes, sus dificultades para conectar con el mundo y las tortuosas relaciones que entablaban entre ellos”, ni el aparente realismo crudo de Daredevil según Miller es estrictamente realista, “pues tiene una visión bigger than life de escenarios y conflictos deudores de por sí de géneros como el noir —literario y cinematográfico— y, en concreto, de algunas de sus estrategias más distorsionadoras de la realidad, como la voz en off del personaje, una subjetividad rabiosa”. Curiosamente, Claremont y Miller trabajaron juntos en la miniserie Honor, publicada en 1982, donde acercaron a Lobezno, uno de los mutantes más populares, a Japón y a los códigos de los antiguos samuráis.

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Cómic La Patrulla-X de Chris Claremont: los mejores años de los tebeos mutantes
La larga etapa del guionista Chris Claremont al frente de La Patrulla-X convirtió una serie al borde de la desaparición en el cómic más vendido del mundo. Lo consiguió trasladando a las viñetas cuestiones como la violencia contra las minorías discriminadas y sus respuestas ante ella.

El Daredevil de Miller llegó a España en 1983, con las ediciones mensuales que Fórum comenzó a realizar ese año de los cómics de Marvel, tras las publicaciones anteriores realizadas por Vértice. La colección del Cuernecitos, apelativo cariñoso que le puso el fandom español, duró 40 números y se quedó a las puertas de la saga “Born again”, obra magna que aquí sería publicada malamente, fragmentada y como complemento en los tebeos de la edición de Spiderman.

Renacido

Tras despedirse de Daredevil, Miller desarrolla un proyecto más personal en DC, Ronin. En 1985 vuelve a Marvel y a La Cocina del Infierno, escribiendo el guión del número 219 de Daredevil. Pero su gran año sería 1986, cuando publica en DC Batman, el regreso del caballero oscuro, su particular recreación de un hombre murciélago ya de mediana edad que retoma la actividad tras un largo barbecho. Aprovechando las nuevas vías de distribución directa de cómics a tiendas especializadas, que permiten formatos más lujosos, con mejor papel y mayor calidad de impresión, también más caros y enfocados a un público que ha superado la adolescencia, puede crear para la línea Epic de Marvel un par de proyectos que difícilmente habrían tenido cabida en la serie regular de Daredevil, ambos con el rompedor dibujo de Bill Sienkiewicz. En la miniserie de ocho episodios Elektra asesina, Miller aporta información sobre el pasado de la mercenaria en una sátira delirante en la que caben la injerencia política y militar de Estados Unidos en América Latina, la amenaza nuclear durante la Guerra Fría o el desarrollo tecnológico capaz de crear espías mitad humanos mitad robots. En la novela gráfica Amor y guerra, lo que propone es una fábula perversa en torno a lo que Kingpin es capaz de hacer por amor a su esposa.

Por si esas tres obras no fueran suficientes, en 1986 Miller también regresa a Daredevil para firmar su relato definitivo con este personaje. “Born again”, con los dibujos de David Mazzucchelli, cuenta en siete números una historia de dolor, poder y salvación donde se cruzan las nociones cristianas que Miller siempre maneja en la serie, como la caída y la resurrección, con una mirada sobre el superhombre de Nietzsche y descriptivas instantáneas del hipócrita y poco democrático orden empresarial por el que se rigen los Estados. En un momento de debilidad causado por la abstinencia, Karen Page, antigua secretaria del bufete de Murdock y Nelson, revela la identidad secreta de Daredevil a un traficante, quien hace llegar esa información a Kingpin. Este, con un chasquido de dedos, deja a Murdock sin trabajo, sin ingresos, sin casa y completamente solo, al borde de la paranoia. Desde ahí abajo tendrá que seguir viviendo mientras el señor del crimen se obsesiona con su destrucción.

Miller, opinan Elisa McCausland y Diego Salgado, es “demasiado complejo” como para reducirlo a una dicotómica “visión ‘de izquierdas o de derechas’, ‘radical o neoconservadora’”

Sobre “Born again”, McCausland y Salgado afirman que se trata de una “crítica transparente del complejo militar-industrial estadounidense, su impacto en la sociedad y el individuo y los problemas a pie de calle que esconden bajo la alfombra las exhortaciones a la patria y el intervencionismo en el extranjero”. También consideran comprensible que se achaque a Miller el participar “paradójicamente” de las doctrinas neoliberales imperantes durante la era Reagan, “con sus héroes individualistas y moralistas que luchan por encontrar la luz en un mundo marcado de forma maniquea por la injusticia, el cinismo y los peores instintos”. Pero Miller, concluyen, es “demasiado complejo” como para reducirlo a una dicotómica “visión ‘de izquierdas o de derechas’, ‘radical o neoconservadora’”.

El adiós definitivo de Miller a Daredevil se produjo en 1993 con la miniserie Daredevil, el hombre sin miedo, ilustrada por John Romita Jr, en la que añadió detalles de la relación de Matt Murdock con su padre y contó cómo fue el primer encuentro con Elektra y las escaramuzas iniciales con el traje de superhéroe. En la novela gráfica Elektra lives again, de 1990, había ahondado en la obsesión de Murdock por ella tras su muerte. Fuera de Marvel, Miller indagó en los orígenes de otro personaje muy importante en su carrera en Batman: año uno, también dibujado por Mazzucchelli. Para la editorial independiente Dark Horse creó durante los años 90 obras como Hard boiled, con Geoff Darrow, las series de Martha Washington junto al dibujante Dave Gibbons, y las truculentas historias de Sin City, que llegarían a la gran pantalla en dos películas codirigidas por él y Robert Rodríguez, con un reparto encabezado por Bruce Willis, Jessica Alba y Mickey Rourke.

Para el dibujante Marcos Martín, “Born again” es lo mejor que se ha hecho en el género del comic book superheroico, y lo es, apostilla, “sin ser una historia pura de superhéroes”

Para el dibujante Marcos Martín, “Born again” es lo mejor que se ha hecho en el género del comic book superheroico, y lo es, apostilla, “sin ser una historia pura de superhéroes”. En 2011, Martín dibujó tres números y medio de la nueva colección de Daredevil que lanzó Marvel, el volumen tercero, con guiones de Mark Waid. Fue su colofón como dibujante regular en las dos grandes de la industria del cómic estadounidense —donde había trabajado con clásicos como Batman, Spiderman o el Capitán América— antes de establecerse por su cuenta con Panel Syndicate, una plataforma editorial online que fundó. Sus lápices en Daredevil le valieron nominaciones a los prestigiosos Premios Eisner. 

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El descenso a los infiernos de Matt Murdock en “Born again”, obra maestra del cómic. Imagen cortesía de Panini.

Aunque había pasado un cuarto de siglo, la huella de Miller sobre el personaje seguía muy presente, como recuerda: “Lo que supuso en Daredevil fue tan bestia en su momento que es como una bomba atómica de la que todavía se notan los efectos. Aunque ya había tenido buenas épocas anteriores, Miller es realmente quien hace al personaje que conoce todo el mundo ahora”. Esa influencia se había dejado sentir en las versiones posteriores de Daredevil de una manera que a él no le atraía: “La colección se había convertido en un rosario de sucesos y calamidades que rayaba lo ridículo, qué más se le puede hacer a este pobre hombre, era ya casi una caricatura”. El dibujante reconoce que en su etapa también se perciben esos efectos, en su caso por intentar marcar distancias con lo que hizo el escritor de “Born again”. Martín explica que cuando le ofrecieron dibujar la serie no le hizo especial ilusión porque “era muy complicado superar lo que se había hecho: qué haces con el personaje del que se ha publicado la mejor historia del cómic de superhéroes, algo insuperable”. Y aunque tampoco le encajaba del todo que Waid fuese el guionista, califica como muy inteligente la aproximación a la serie que hizo: “Intentó darle un tono más maduro desde un punto de vista más realista, tratando cómo enfrentar y superar momentos terribles de la vida y cómo recuperarse de ellos. Por eso creo que, aunque la serie parece más luminosa y alegre que las versiones anteriores, tiene un punto más adulto, en el sentido de un personaje más realista en relación con su propia vida”.

Preguntado por una de las cuestiones que más pueden afectar al cómic tal como lo conocemos, la irrupción de la Inteligencia Artificial generativa, Martín responde entre risas que la IA nunca podrá hacer algo como el Daredevil de Miller, pero tampoco como el Daredevil “más perronero de Marcos Martín”. Y puntualiza que “deberíamos dejar de utilizar el término inteligencia artificial, la IA no es una inteligencia sino una máquina que procesa datos y hace un pastiche con los elementos que se le dan, cuya aplicación para trabajos creativos obedece únicamente a una intención de abaratar costes”.

El 5 de marzo se estrenará en la plataforma de streaming Disney+ una serie titulada Daredevil: born again, protagonizada por Charlie Cox en el papel de Matt Murdock/Daredevil, Deborah Ann Woll como Karen Page y Vincent D’Onofrio en la piel de Kingpin. Por este casting y por lo que adelanta el tráiler, parece claro que se trata de la continuación de las tres temporadas de la serie emitida en Netflix entre 2015 y 2018 y que no guarda ninguna relación con el cómic, más allá del título.


El abogado Alejandro Gámez cuenta que es fan de Daredevil por “Born again” y aunque asegura que esos cómics no influyeron en su decisión de ser abogado, sí es consciente de haberlos leído poco después de licenciarse y asumir, “como Matt Murdock”, que la ley “se queda corta cuando no estás en el extremo grueso de la soga, que si no tienes el poder de tu lado para hacer justicia, algún día habrás de cometer delitos de manera premeditada y organizada para obtenerla”.

Gámez, que ejerce en la cooperativa Red Jurídica, destaca que lo más relevante de la etapa de Miller en Daredevil fue convertirlo en una de las brújulas morales del universo Marvel. “No importan ni el traje ni los poderes, sino el coraje para tomar la decisión correcta en cada momento sin importar el coste personal. Y este registro moral lo justifica a través de un vía crucis y una resurrección épicos, porque Miller utiliza un código religioso en el que nos sentimos cómodos culturalmente y, sobre todo, porque desciende a Matt Murdock a un mundo muy humanizado, de forma que es muy fácil amar, temer y sufrir como hacen sus personajes”. Gámez subraya que el precio vital que paga Murdock en “Born again” por ser un superhéroe no es ignorado por el guionista sino que lo muestra “de forma descarnada hasta dejarle empapado, sucio y delirante en la nieve”. 

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El Daredevil de Frank Miller, un superhéroe más atormentado de lo habitual. Imagen cortesía de Panini.

Desde el punto de vista de una persona dedicada profesionalmente a la abogacía, Daredevil es una lectura de gran interés por las diferentes interpretaciones que ofrece sobre la administración de justicia. Aunque para disfrutarla plenamente haya que partir, admite Gámez, del hecho de que el universo de los superhéroes de cómic tiene unos cánones éticos y legales poco realistas que hay que asumir previamente. Si no, advierte este jurista, “cualquier tipo cuyo hobby fuera combatir el crimen en solitario embutido en unas mallas de colores sería, en el peor de los casos, un delincuente muy peligroso y, en el mejor, un egocéntrico que prefiere usar sus superpoderes para detener a rateros antes que evitar que grandes empresas, cárteles de la droga y Estados cometan delitos gravísimos sobre miles de personas”.

Una vez hecha esta suspensión de la incredulidad ética, Gámez sugiere que el personaje de Matt Murdock/Daredevil puede encarnar un debate clásico y fundamental de la teoría del derecho, el del iuspositivismo frente al iusnaturalismo. “¿Solo la ley que nos damos entre todos es válida o hay leyes naturales anteriores a nuestra sociedad democrática que nos otorgan derechos?”, se pregunta este abogado, quien añade que “si llevas el segundo postulado al extremo solo cabe concluir que es legítimo saltarse la ley cuando un derecho anterior a ella está siendo vulnerado, porque la ley se ha revelado insuficiente o, peor aún, injusta”. Y recuerda que Murdock defiende como abogado por las mañanas en los estrados la aplicación estricta de una norma democrática que propugna la separación de poderes mientras pasa las noches defendiendo la existencia de un derecho personal a la justicia. ¿Estamos, pues, ante un caso de esquizofrenia o de cinismo máximo? Según Gámez, tal vez no sea una cosa ni la otra ya que reconoce que quienes se dedican a la justicia de una manera directa suelen sentir que la ley no basta y que, cada vez que miran alrededor, “las personas que peores crímenes cometen siempre se van de rositas”. Es una sensación que se agudiza, asegura, cuando “se ejerce el derecho desde la posición débil, la del abogado de oficio, de personas de colectivos vulnerables o maltratados socialmente. Si eres policía, fiscal o juez, te puedes quejar de la falta de medios o de la benignidad de las leyes —querer castigar más o mejor—, pero no te sueles enfrentar a la impunidad de los poderosos o de los agentes del Estado en condiciones tan precarias”.

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