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Cómic
‘Jeremiah’, la poesía distópica del ‘poswéstern’ en viñetas
Mundialmente conocido por clásicos del noveno arte como Las torres de Bois-Maury y Jeremiah, Hermann Huppen es uno de los autores más fascinantes que nos proporcionó la bande dessinée a partir de los años 70. Precisamente en Jeremiah alcanzó el summum de un estilo gráfico apabullante en su capacidad para aunar brutalismo y solemnidad bajo un mismo prisma.
De estos dos cauces atmosféricos beben las historias de Jeremiah, serie de cómics que arrancó en 1979, a mayor suerte de un subgénero como el wéstern distópico donde los carros van con ruedas de moto y edificios huxleynianos se erigen en mitad de poblados del viejo Oeste.
A responder al por qué estamos ante uno de los cómics más definitorios de su generación también ayudó sobremanera el colorista español Fraymond, cuya paleta de colores cálidos se integra milimétricamente en los lápices de Hermann.
La confrontación entre modernidad aterradora y pasado decadente se dan la mano en viñetas donde el calor desértico y el frío invernal traspasan sus límites a través de dibujos de una carnosidad tremebunda.
En el estilo gráfico de Huppen podemos contemplar la magnificencia de unos trazos primos-hermanos con los de Moebius/Giraud, aunque en el caso del belga siempre gana la expresividad al límite por encima de la divina solemnidad que desprende el estilo que ha hecho único al mítico historietista francés. En este sentido, Huppen llegó a declarar en 2024 a Forbes que “el primer dibujante que me impresionó fue Joseph Gillain antes que Giraud, un maravilloso dibujante, autor de ‘Jerry Spring’. Sin él, Giraud no habría existido. Inconscientemente, desarrolló en mí un estilo de dibujo. Este estilo, más cercano a la realidad, me dejó huella. Yo había tomado otro camino, pero Greg, mi anterior guionista, me empujó a evolucionar. Estamos influenciados inconscientemente. Al hacerlo no pensamos en los géneros que nos han dejado su huella. Lo hice porque me gustó, fue espontáneo. ¡No hay ningún dibujante aparte de Gillain que me haya impresionado hasta tal punto! Obviamente Giraud llegó aún más alto porque era inevitable. Con el tiempo, también hubo un asentamiento en mi estilo. Con el paso del tiempo, el estilo que nace de una persona ya no es exactamente el mismo. Se diferencia del que arrancó el motor. Afortunadamente, tiene sentido. ¡Siempre estará Jijé, siempre estará Giraud en mi dibujo! ¡Pero diluidos!”.
No es ninguna casualidad que ‘Mad Max’ sea un reflejo directo en la estética de ‘Jeremiah’, ni que ambas sagas debutaran en los sombríos años 70
No es ninguna casualidad que Mad Max sea un reflejo directo en la estética de Jeremiah, ni que ambas sagas debutaran en los sombríos años 70. No en vano, el propio George Miller, director de la saga cinematográfica, ya conocía el cómic de Huppen cuando realizó la primera parte de la misma. En este caso, en 1979, en el horizonte de los engañosamente optimistas años 80 y que vaticinaron la corriente posapocalíptica desarrollada por José Ortiz en Hombre, recientemente reeditado por ECC, y en otros cómics tan crudos como el desasosegante Ranx de Liberatore y Tamburini.
Definitivamente, fue en aquellos años que hacen de puente entre los 70 y los 80 cuando el mundo del cómic vivió sus variables más atractivas dentro del género distópico, pero con muchos matices. En este sentido, en el caso de la obra maestra de Hermann Huppen la austeridad expresada por George Miller en Mad Max es sustituida por el grandilocuente feísmo felliniano de los años 60 y 70, modélicamente ejemplificado en personajes tan repugnantemente atractivos como el decadente amante de águilas Mr. Birmingham, villano de la primera de las historias escritas por el belga dentro de esta saga.
Jeremiah y su antónimo moral Kurdy Malloy viajan a lo largo y ancho de unos Estados Unidos asolados por los resultados de un apocalipsis bíblico futurista donde los problemas raciales asolan cada rincón, la misoginia es cruentamente descrita y los fundamentalismos religiosos son retratados con gran desprecio
En dicha historia, somos testigos del desdoblamiento de valores que define la personalidad de Jeremiah y su antónimo amoral Kurdy Malloy, en lo que el propio Hermann definió como dos partes de una misma personalidad. Ambos personajes viajan a lo largo y ancho de unos Estados Unidos asolados por los resultados de un apocalipsis bíblico futurista donde los problemas raciales asolan cada rincón, la misoginia es cruentamente descrita y los fundamentalismos religiosos son retratados con gran desprecio.
Todas estas temáticas están integradas en el gusto por el wéstern de Hermann, ya llevado anteriormente a la excelencia por medio de Comanche, que dibujó con guiones de Greg. Con este último también compartió labores en Bernard Prince, otro título reseñable, aunque no tanto como Las torres de Bois-Maury. Esta cumbre del cómic histórico de la Edad Media es la otra cúspide de Hermann y que, al igual que Jeremiah, también ha sido reeditada con mucho mimo por Planeta Cómic.
Como ya reconoció en alguna ocasión, Hermann ideó Jeremiah como un cómic en las antípodas de la moralina y los finales felices de muchos de los cómics norteamericanos de la época. El belga no concibe el optimismo en un mundo sobre el que expresó las siguientes palabras en 2017 cuando recibió el prestigioso gran premio a la trayectoria del festival de Angulema: “En la vida real todo es violencia, y no solamente física. Es inútil querer esconder la realidad. La vida es una rivalidad continua. Es como los árboles que luchan entre ellos para conseguir la luz y roban el espacio a los demás. Desgraciadamente, la vida es una jungla. Hay gente que piensa que la humanidad cambiará. Eso es imposible. El cosmos nos ha creado así, con lo bueno y lo malo”.
De estas declaraciones se puede extraer perfectamente cómo los cierres de los álbumes de Jeremiah son duros e infelices. Dicha pauta queda marcada desde el comienzo de la serie en un álbum como “Los herederos”, tercero de la serie, cerrado con unas últimas viñetas que desbaratan de forma tajante un presumible final feliz.
Precisamente, es a partir de este cómic donde queda subrayada la tendencia al alza de la serie, la cual avanza renovando los códigos estéticos del wéstern hacia formas más cercanas a una mezcla de épocas pretéritas y futuristas dentro de géneros marcados por la habilidad con la que Hermann va sumando más y más referentes en su mural de influencias, que arrancan con la fuerte impresión que tuvo en él la lectura de Revenge de René Barjavel, pero que también llega a la generación de la violencia cinematográfica de los años 60 y 70, con Sam Peckinpah como gran patrón.
No en vano, tal como reconoció el propio Hermann a Forbes en 2024, “cuando la gente cae al suelo en mis cómics, tiene que doler. Hay un lado físico en mí, visceral. En los wéstern tiene que oler a caballo, a estiércol, a malestar, a polvo... A diferencia de Hergé, que pone sus personajes al nivel de la mirada del lector, yo bajo la cámara. Me gusta tener la impresión de que los personajes salen de la tierra. Sin duda una influencia de mis estudios de arquitectura. No finjo la realidad, la muestro”.
Tras “Los herederos”, Jeremiah no hace más que crecer y crecer, alcanzando lo sublime en los siguientes álbumes de la misma. La estilización del dibujo de Hermann y su soltura para rubricar su personal universo con el guion van sumando puntos en un cómic que, definitivamente, está entre los más relevantes de la historia del cómic francófono o, lo que es lo mismo, se instaura en la tradición más rica e influyente de la historia del cómic europeo, con clásicos como Blueberry, Spirou y Fantasio, Valerian y Laureline y otros tantos títulos imprescindibles, en los que la obra cumbre de Hermann se erige como la más cruda y (anti) violenta de todas. Un trago de cazalla tan áspero para el estómago como hermoso para la vista.