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Cristina Cifuentes
Política Española: ‘Stranger Things’ o ‘Uno de los nuestros’
El caso Cifuentes es un ejemplo más de una forma de hacer política que tiene la desposesión como meta política y como forma de vida. En este marco el deterioro que sufren las entidades educativas públicas en España no sería sino parte de un plan premeditado para marginar la enseñanza pública en favor de la enseñanza privada, nicho de negocio y de perpetuación de status para las oligarquías españolas.
Hemos asistido durante las últimas semanas al bochornoso espectáculo dado por distintos personajes próximos al Partido Popular o directamente antiguos miembros de honor de sus directivas autonómicas, todo ello en el curso de los procesos judiciales sobre las tramas Gürtel, Púnica o Lezo. Ante la perspectiva de decenas de años en prisión, la mayor parte de dichos personajes han optado por “cantar”, provocando un efecto cascada que parece no tener fin.
Asombra escuchar la confesión de muchos de ellos sin que la indignación se apodere de esta sociedad en masa y sin que la cara de cemento armado de los señores y señoras del Gobierno se mueva un ápice. Y como en todas las casas se cuecen habas, una nueva vuelta de tuerca en el caso de los ERE envuelve en un cierto hedor a la Junta de Andalucía y al PSOE. Parece que sólo una pequeña parte de la población española conserva la capacidad de demostrar el asco que le produce el cenagal en que se ha convertido España. Y cuando nuestra capacidad de asombro parecía ya al límite, salta el escándalo del Máster de Cifuentes.
El caso Cifuentes viene a demostrar que tanto político de relumbrón olía a chamusquina y que, de no vivir de la política, estarían engrosando la bolsa de trabajo de alguna ETT
El caso Cifuentes viene a demostrar lo que muchas sospechábamos, que tanto político de relumbrón olía a chamusquina, que una gran mayoría de ellas y ellos son personajes mediocres tuneados convenientemente y que, de no vivir de la política, estarían engrosando la bolsa de trabajo de alguna ETT, sin duda alguna. Una vez más, se demuestra que los lemas del 15M están más vivos que nunca: “No hay pan para tanto chorizo”, “PSOE, PP, la misma mixxda es”, “No nos representan”.
Sin embargo, con ser nauseabundo todo lo relativo a las tramas de corrupción política de los dos partidos del R-78, cada uno en su escala de poder, lo verdaderamente novedoso y terrible es que se ha destapado la corrupción dentro de la Universidad, en este caso de la Universidad Rey Juan Carlos I, entidad pública en superficie, pero, en el fondo, un chiringuito del PP. Es tal la putrefacción que se ha desvelado (el caso Cifuentes reviste especial gravedad pero no es la única irregularidad con miembros del PP en la URJCI que se ha conocido esta semana), que una ola de indignación ha recorrido a alumnos, profesores y antiguos alumnos. La desfachatez del PP instrumentalizando la URJCI a favor de sus cargos y allegados en la CAM ha dejado por los suelos el prestigio de dicha institución (ya tocado por el caso del antiguo rector “plagiador”) y ha puesto en entredicho la valía de quienes estudian y obtienen sus títulos de manera legal y de quienes imparten sus clases de forma decente.
Cabe preguntarse cómo la CAM sigue en pie, cómo las madrileñas y madrileños no están en las calles un día sí y otro también
Es más, podría decirse que se ha puesto en entredicho a todas las universidades públicas españolas, y eso es tan grave que por sí solo debería hacer caer al Gobierno de la CAM. El franco deterioro que sufren las entidades educativas públicas en España no es sino parte de un plan premeditado para marginar la enseñanza pública en favor de la enseñanza privada, nicho de negocio y de perpetuación de su status para las oligarquías españolas. La desposesión como meta política y como forma de vida tiene un triste ejemplo en la educación pública.
El PP ha gobernado la Comunidad de Madrid desde 1995, teniendo entre sus expresidentes a joyas como el encausado por corrupción Ignacio González o la inefable Esperanza Aguirre, que consiguió el gobierno gracias a un caso de transfuguismo, el famoso tamayazo, y la sospecha de que algo muy turbio había estado detrás de ese asunto. El otro presidente del PP en estos años ha sido un personaje tan siniestro como Alberto Ruiz-Gallardón, al que las feministas de este país “tumbamos” siendo ya ministro de Justicia, por su empeño en hacernos retroceder a épocas franquistas en materia de derechos reproductivos. Con ese elenco, cabe preguntarse cómo la CAM sigue en pie, cómo las madrileñas y madrileños no están en las calles un día sí y otro también exigiendo sus derechos y, lo más grave, cómo el PP se mantiene en el poder desde hace más de 20 años.
Hagamos un poco de historia: Aguirre consiguió la investidura de forma sospechosa en 2003 con el tamayazo, pero se presentó otras dos veces y revalidó el gobierno. Antes que ella, Gallardón había recogido los frutos de la segunda crisis del petróleo y de los escándalos de corrupción de los últimos años de mayoría absoluta del PSOE en el gobierno central. También Aguirre en 2011 obtuvo su mayoría absoluta por esa tendencia de la población madrileña a votar en las elecciones autonómicas en clave estatal; la crisis económica mundial, derivada del estallido de la burbuja crediticia-inmobiliaria, la pagó el PSOE en la CAM como un efecto colateral de la hecatombe de Zapatero.
A pesar de su mayoría absoluta, en 2012 Aguirre prefirió dimitir antes de que el escándalo de la trama Gürtel, Enrique Granados mediante, se la llevara por delante. Intentó salvar los muebles afirmando a diario que ella había destapado la Gürtel y planeando su aterrizaje en el Ayuntamiento de Madrid como alcaldesa. Lo cierto es que ni ella destapó la trama Gürtel (conocimiento que le debemos a Ana Garrido, persona valiente donde las haya, que ha sufrido persecución e intentos de asesinato desde que abrió la caja de los truenos de la Gürtel y a quien nunca podremos agradecer suficiente su sacrificio personal en aras de la verdad), ni llegó a ser alcaldesa de Madrid. En este punto habría que hablar de justicia poética, pues cuando nos invitó al 15M a formar un partido y presentarnos a las elecciones, nunca debió imaginar que sería desbancada por quienes llamaba “perroflautas” (aunque las apariencias en esto engañan y merecerá un texto propio en próximas semanas).
Volviendo a la historia de la CAM, hay que recordar que el sucesor de la condesa, el ínclito Ignacio González, se comió él solito el marrón de la corrupción, cargando con su culpa y quién sabe si con la de su antecesora. En cuanto a Cifuentes, me atrevería a decir que llegó a la presidencia de la CAM por el miedo de Podemos a acudir a los comicios en un frente de izquierdas con IU y otras fuerzas menores, y en parte también por la hábil manipulación de los medios de comunicación, muleta del PP hasta la denigración en unos casos y paladín del PSOE en otros.
Y aquí estamos, pendientes de la dimisión o de la destitución de Cifuentes, preguntándonos qué más tiene que pasar para que Ciudadanos retire su apoyo al PP, asqueándonos con las imágenes de la Convención Nacional del PP en Sevilla, puesta toda la gente en pie aplaudiendo a Cifuentes, la falsaria. Todo un símbolo de cómo es el PP, que niega su contabilidad en B, que sostiene a todos sus cargos corruptos, que judicializa la discrepancia ideológica, que se apropia de lo público y encima subvenciona las privatizaciones con nuestros impuestos, que exonera a los grandes defraudadores fiscales, que elimina las prestaciones sociales una detrás de otra, que reforma las leyes para esclavizar a la gente con trabajos de subsistencia y para impedir que salgamos a las calles a exigir nuestros derechos o que critiquemos sus políticas públicamente.
Y todavía hay quien se extraña de que una buena parte, al menos la mitad, de la población catalana quiera desmarcarse de esta tropa y de quienes los votan.
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