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Cine
Sydney Sweeney, el quiebre del imaginario que niega la existencia a las mujeres
La religión cristiana siempre ha utilizado el sexo para clasificar a las mujeres bajo la dicotomía de santas o putas, de vírgenes o pecadoras, de esposas o amantes. En los países que han experimentado una fuerte moral cristiana fruto de una fuerza política opresora, religión y sexo han sido términos excluyentes que, juntos, podían suponer algo más que una provocación.
Dentro del mito cristiano, la sexualidad siempre ha actuado como un mecanismo de poder para controlar a las mujeres y, especialmente, sus cuerpos. A propósito de la represión que vivieron las mujeres a través de los valores del nacional-catolicismo durante la dictadura franquista en España, Montserrat Roig (1946-1991) escribió varios textos teóricos sobre la vinculación del mito cristiano con la creación del sujeto mujer —y todas sus implicaciones— que fueron publicados en ¿Tiempo de mujer? (1980) y que ahora son reeditados por la editorial Paidós en el ensayo Mundo hetero. La teoría feminista de Montserrat Roig.
En uno de ellos, Roig habla de cómo las niñas y jóvenes de los colegios religiosos debían seguir el modelo de la Virgen, “una imagen que no manifestaba ningún indicio de error o suciedad moral”. Bajo su estampa, las niñas buscaban ese refugio que las protegiera de un peligro del que no eran conocedoras, el de su propia sexualidad. A lo largo de estos textos —y en la introducción al ensayo realizada por su biógrafa Betsabé García— se dibuja la imagen de la Virgen no como una mujer, sino como “un medio necesario para que Dios se convierta en hombre”.
La figura de la Virgen es necesaria dentro del cristianismo porque es “matriz” y “vasija” (según el concepto aristotélico), porque cumple con su función de madre “sin ser penetrada, sin eyaculación, sin sexo, sin pecado original”, en palabras de Roig. Las niñas buscan consuelo en la Inmaculada Concepción, en el vacío esperando a ser llenado.
Sweeney lleva desde los inicios de su carrera, pero más concretamente en estas últimas semanas, ocupando titulares por el capital sexual —no solicitado— que posee su figura
Frente a la educación católica recibida por millones de mujeres en España —y en otros estados que se han visto influenciados por la doctrina de la Iglesia—, esta semana nos encontramos con el estreno de la nueva película de terror de Sydney Sweenie, Inmaculada. Sweenie, conocida principalmente por su papel en la serie Euphoria o, recientemente, en la comedia romántica Cualquiera menos tú, se convierte aquí en una monja que llega a un convento italiano, donde de repente descubre que está embarazada, pese a que ella es virgen y mantiene la promesa del celibato.
Las imágenes promocionales de la película —que ya fue estrenada en marzo en Estados Unidos, pero cuyo estreno se retrasó en España, posiblemente debido a la celebración de la Semana Santa— muestran a la actriz dentro del imaginario religioso de la figura de la Inmaculada Concepción, una nueva Virgen matriz, vasija y pura.
Sin embargo, Sweeney no es una joven cualquiera ni una elección arbitraria para interpretar a este símbolo que durante tantos siglos ha sido —y continúa siendo— venerado. La actriz lleva desde los inicios de su carrera, pero más concretamente en estas últimas semanas, ocupando titulares por el capital sexual —no solicitado— que posee su figura, sobre la hipersexualización de sus pechos y la batalla que lleva años librando para sentirse cómoda con su cuerpo dentro de una sociedad patriarcal en la que un escote pronunciado parece una invitación pública al sexo. “¿Es la sensualidad de Sydney Sweeney la muerte de lo woke?, titula el diario The Independent. “¿Puede Sydney Sweeney salvar América de convertirse en woke?, se pregunta la Fox News. ¿Por qué Sydney Sweeney y sus pechos de talla Doble D son aclamados como prueba de que la cultura woke ha muerto?, se cuestiona el Daily Mail.
Sweeney decidió tomar las riendas de su carrera y, con solo veintitrés años —en 2020— montó su propia productora, Fifty-Fifty Films, que ha estado detrás de sus proyectos ‘Cualquiera menos tú’ e ‘Inmaculada’
Entrar en la categoría de la “rubia explosiva”, como ya les ocurrió en el pasado a mujeres como Marilyn Monroe o Pamela Anderson significa encarnar un ideal de belleza que los hombres consideran a la entera disposición de su placer y tener que luchar por ser tomada en serio dentro de una industria en la que las mujeres son doblemente sexualizadas y cosificadas. Sin embargo, Sweeney decidió tomar las riendas de su carrera y, con solo veintitrés años —en 2020— montó su propia productora, Fifty-Fifty Films, que ha estado detrás de sus proyectos Cualquiera menos tú e Inmaculada.
Cine
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Después de encarnar el papel de “chica sexy” en la comedia romántica que comparte junto al coprotagonista masculino Glen Powell, el tipo de interpretación que mucha gente espera de ella —y que le ha valido un éxito de taquilla—, Sweeney decide demostrar que puede hacer algo más con ese capital sexual y engendrar a esta nueva Inmaculada Concepción que no va a dejar indiferente a nadie.
Dice Montserrat Roig que “la Virgen es un simulacro de sexo. Un coito que no fue y a la vez no puede negarse porque un evidente embarazo sale en su lugar para sustituirlo. La Virgen es, en todo caso, la matriz de la heterosexualidad. Una heterosexualidad como simulacro. […] Imitarla es negarse el ser en favor del otro, sostenerlo en el poder mediante la autoanulación, comprenderse como máquina de (re)producción de cuerpos y como proyector de las simulaciones de la maternidad y del matrimonio”.
Lo que hace Sweeney al convertirse en esta nueva Inmaculada Concepción es provocar un quiebre dentro de un imaginario que siempre ha denegado la existencia propia de las mujeres
La Virgen es una idea de pureza libre de pecado y Sweeney personifica —no porque lo haya deseado, sino porque la mirada ajena se lo ha otorgado— todo aquello que la Iglesia ha dictado como lujurioso. Ese no ser más allá de la vasija a la espera de ser llenada, propio de la Virgen tradicional, se convierte en otra cosa en el cuerpo de Sweeney. Independientemente de lo que ocurra en la película (que tampoco gustará a la población más conservadora), lo que hace Sweeney al convertirse en esta nueva Inmaculada Concepción es provocar un quiebre dentro de un imaginario que siempre ha denegado la existencia propia de las mujeres.
Dice la pensadora feminista Adrienne Rich en su ensayo Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución (1996) que “la división del trabajo y la distribución del poder dentro del sistema patriarcal exigen no solo una Madre sufriente, sino también una Madre desprovista de sexualidad: la Virgen María, virgo intacta, perfectamente casta”. Y si algo es Sydney Sweeney, es sexualidad. Por eso, la película está suscitando tantos enfados en redes: “Los liberales vieron cómo la multitud antiwoke abrazó a Sydney Sweeney como su nueva niña mimada y enseguida tuvieron que meterla en esta película blasfema, satánica, feminista, anti-vida que degrada a los cristianos”. Sin embargo, no fueron los “liberales” quienes decidieron meter a Sweeney en este proyecto, sino ella misma y el trabajo de su productora.
De esta forma, Sweeney está ejerciendo su propia vendetta contra la Institución eclesiástica —y todos sus seguidores— que durante tantos siglos han denegado a las mujeres su existencia, su cuerpo y su placer. Y está enfrentándose a todos aquellos que únicamente la ven como un objeto para el goce masculino (la puta, la pecadora, la amante) y enfrentándolos a la imagen cristiana de una Virgen que solo puede ser pura y casta.