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Antes de que las luces de la pantalla del Teatro Alameda vuelvan a iluminar al público, la voz de Rasha Sheikh Eldin retumba al compás de su darbuka, el instrumento de percusión que la acompaña tanto las canciones tradicionales inspiradas en la haguiba, poesía árabe clásica con la escala pentatónica típica de Sudán, como en las más recientes, con fuertes influencias desde el jazz hasta el flamenco. La artista sudanesa inauguró en pasado 28 de mayo, la 18º edición del Festival de Cine Africano (FCAT) en el municipio gaditano de Tarifa y, con su mayoría de edad, este evento cultural transfronterizo único en Andalucía pone el foco en la tierra natal de Rasha: Sudán.
“Los artistas sudaneses y la diáspora son muy importantes, puesto que generan redes para dar a conocer más sobre la revolución en nuestro país”, afirma la también actriz el día siguiente, mientras se toma una tónica en el céntrico Mercado de Abastos de Tarifa. Acaba de concluir un coloquio sobre la importancia del cine en Sudán, pero ella quiere hablar del papel de la cultura y, sobre todo, de las mujeres en la revolución.
Más allá de la kandaka
“Las artes han tenido un papel fundamental en una sociedad altamente politizada, como es la sudanesa”, afirma orgullosa Sheikh Eldin, aludiendo a la conciencia resiliente nacional, que permitió su independencia de Reino Unido y Egipto el 1 de enero de 1956, y a la capacidad de organización y trabajo en red de su pueblo.
Entre diversas imágenes icónicas de las protestas sociales, la cantante se refiere a la foto del 8 de abril de 2019, en la que se veía a una joven subida al techo de un coche y vestida con una túnica blanca de algodón, típica de las trabajadoras en Sudán. El poder simbólico de la escena es destacado en varias ocasiones por Rasha durante la conversación, al condensar distintos elementos para comprender la situación actual de su país: la denuncia de esta estudiante recitando un tipo de poesía hablada sobre la kandaka, la reina nubia del antiguo Sudán y, sobre todo, difundida masivamente gracias al uso de teléfonos móviles.
“No se trata solo de las fotografías o la música, sino de la situación de las mujeres en Sudán y cuál es su papel en la revolución”
“No se trata solo de las fotografías o la música”, especificaba la artista durante su intervención en el conversatorio en la Casa de la Cultura tarifeña horas antes, “sino de la situación de las mujeres en Sudán y cuál es su papel en la revolución”. Esa preocupación trasciende su oralidad y permea sus canciones, como “Sudan Ma’alesh”, donde habla del tercer país más grande de África, rico en recursos y con una población altamente preparada que desea un futuro mejor.
La última primavera árabe
Desde que en 2019 la ciudadanía sudanesa saliese a las calles contra el Gobierno del presidente Omar al Bashir, en la que algunos autores denominan como la última primavera árabe, diversas artes escénicas se han convertido en armas para denunciar las vulneraciones de derechos humanos y la falta de libertades en el país durante 30 años, lo que supuso el asesinato, encarcelamiento, censura y exilio de muchos artistas.
“La revolución que comenzó en 2019 aún no ha terminado. Nos queda una segunda parte para conseguir la garantía de derechos”, afirma Sheikh Eldin, quien lleva 17 años viviendo en Granada. Como Rasha, los directores Suzannah Mirghani y Hajooj Kuka participaron en el monográfico virtual del Festival de Cine Africano de Tarifa, la primera desde Qatar y el segundo desde Jartum, la capital sudanesa.
“Hay mucha gente que prefiere los documentales para contar lo que está pasando en Sudán. En mi caso, uso la ficción para imaginar otras realidades posibles, basándome en mi recuerdo del país”, argumenta Suzannah, quien presentó su cortometraje Al-sit (2020), en el que el mundo tradicional y el contemporáneo dialogan en su particular forma de reconexión con sus orígenes.
Hajooj resiste en la capital. Fue detenido mientras grababa una secuencia en la calle en la que participaban varias personas. “Para ellos, estábamos destruyendo la cultura de Sudán al involucrar a las mujeres”, explica desde Jartum y, sin embargo, “ellas aún no tienen el reconocimiento que deberían en la esfera pública”, lamenta. Para el director de Beast of the Antonov (2014), su encarcelamiento es un ejemplo claro de lo que buscaban las protestas sociales y aún no se ha conseguido. “Desgraciadamente, tras la revolución, el Gobierno no es totalmente democrático”, continuaba tras explicar la suerte de asociación cívico-militar que dirige el país desde la caída del dictador.
Frente al espejo de la ignorancia y la soberbia
Coincidiendo con la revolución de hace dos años, varios títulos sudaneses irrumpen en la escena cinematográfica internacional con fuerza, como Talking about trees (Suhaib Gasmelbari, 2019), que obtuvo el premio al mejor documental de la Berlinale y a la mejor película en la edición del FCAT de 2020. “No es una coincidencia”, argumenta el responsable de la Sudan Independent Film Festival, Kihali Ali, “estas películas representan una nueva ola de cineastas que tienen una voz particular en un país muy rico y con un entorno cultural diverso”, apunta.
La directora de programación del FCAT, Marion Berger, no puede estar más de acuerdo con Ali. Entre proyección y proyección explica que “desde el festival intentamos palpar la realidad cinematográfica”, justificando su interés de esta edición por cintas sudanesas galardonadas en certámenes internacionales como Berlín y Venecia durante la última década.
“Hay que destacar que en Sudán ya hubo una edad de oro cinematográfica desde la independencia, en 1956, hasta el golpe militar del 89”, recuerda la directora de programación. Sin embargo, la dictadura supuso un paso atrás en la cultura de un país que llegó a contar con 70 salas, por lo que la emergencia de estos cineastas, tanto dentro del territorio como en la diáspora, permite a iniciativas como el Festival de Cine Africano justificar la importancia de su primer monográfico sobre el país bañado por el Nilo.
“Esta retrospectiva sobre Sudán nos pone frente al espejo de reconocer cuán grandes son nuestra ignorancia y soberbia, al continuar pensando que no pasa nada en África cuando somos nosotros los que no lo conocemos”
“Sudán ha sido tradicionalmente olvidado por los medios en España”; explica Mane Cisneros, la directora del FCAT, quien apunta a una falta de interés mediático tras la guerra civil y la secesión de Sudán del Sur en 2011. “Esta retrospectiva sobre Sudán nos pone frente al espejo de reconocer cuán grandes son nuestra ignorancia y soberbia, al continuar pensando que no pasa nada en África cuando somos nosotros los que no lo conocemos”, afirma la extremeña que sueña con achicar el estrecho.
Ceguera hacia las periferias
Desde el inicio de su gestión en 2004, cuando un grupo de amigos marroquíes y tarifeños fundaron el Festival de Cine Africano, Mane nunca ha tenido pelos en la lengua. Cansada de las trabas burocráticas y la falta de apoyos institucionales —“salvo la Cooperación Española, la Diputación de Cádiz y el Ayuntamiento de Tarifa, que siempre han creído en este festival”, apostilla— reconoce la osadía de la ignorancia y la necesidad de generar espacios para el intercambio cultural.
Durante años, Cisneros fue la única mujer al timón de un certamen de cine en el Estado español. Esta falta de representatividad en los puestos directivos de festivales cinematográficos es una lacra que, en el caso de la muestra tarifeña, vuelve a romper el techo de cristal con el binomio formado entre Mane y Marion Berger.
“Este año hemos recibido cerca de 400 películas, si bien hemos proyectado 60. Más allá de los números, no son solo las películas que nos llegan, sino las que vamos a buscar”, detalla Berger saliendo de Santa María, la iglesia del siglo XIII dentro del recinto amurallado del Castillo de Guzmán el Bueno, que sirve como ubicación para el certamen entre el 28 de mayo y el 6 de junio.
“No en muchos festivales puedes ver una película y, después, irte a tomar una caña con los directores para hablar de ella”, reconoce Mane, quien, junto con su equipo, ha tenido que renunciar a la participación internacional en esta edición dadas las restricciones por la pandemia del coronavirus. “Y otras dificultades, porque recordemos que no es lo mismo viajar de norte a sur que de sur a norte”, afirma, denunciando los impedimentos para obtener los visados de algunas invitadas procedentes de Estados africanos.
“Existe una ceguera hacia las periferias, que son imprescindibles como espacio de descentralización cultural de calidad”, concluye categórica Mane Cisneros, aludiendo tanto a la invisibilización de los cines africanos y de sus diásporas en el Estado español, como al comportamiento de administraciones e iniciativas que pecan de centralistas con la muestra tarifeña y, según su directora, “tantas otras manifestaciones culturales realizadas en esa mal llamada ‘periferia’”.
Frente a estas prácticas, la música de Rasha Sheikh Eldin, el cine de Suzannah Mirghani y Hajooj Kuka y el propio Festival de Cine Africano de Tarifa, intentan crear puentes desde las periferias. Por eso la cantante y Mane se entienden sin mirarse. Saben cuál es el papel de la cultura para denunciar la invisibilidad del continente vecino y promover soluciones acercando el Estrecho por medio de las artes.