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Carta desde Europa
La vida no es barata, el capitalismo es caro
El paquete de la “Next Generation UE” será un ejercicio para comprar tiempo además de un obsequio para los gobiernos “proeuropeos” que luchan contra el sentimiento nacional “antieuropeo” de sus poblaciones. Cuando el dinero se haya gastado, la gente percibirá que una inyección puntual de recursos efectuada desde arriba no puede curar las deficiencias institucionales de la Unión.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
El coronavirus llegó, si podemos enunciarlo así, en el momento oportuno. Los desesperados intentos por saldar la montaña de deuda pública acumulada durante las últimas tres o cuatro décadas, buena parte de ellas desde la introducción del euro y la crisis financiera de 2008, habían sido en vano (excepto en Alemania, el polo de prosperidad de la eurozona). Entretanto los costes del capitalismo seguían incrementándose, mientras el capital se mostraba remiso a contribuir a los mismos, afirmando testarudamente su derecho a beneficiarse gratis del próximo paraíso fiscal. Las infraestructuras se desmoronaban, las tareas de reparación ambiental tenían que ser pospuestas ad calendas graecas, los europerdedores (¡Italia!) exigían una compensación o algo más y los electorados “populistas” tenían la desfachatez de insistir en lo que consideraban que eran sus derechos, por ejemplo, a disfrutar de un empleo seguro y de pensiones dignas para lo cual tenían que moderar sus demandas salariales a la espera de tiempos mejores. El “déficit cero” y el superávit primario, el santo grial de la austeridad en las finanzas públicas, se habían demostrado desde hacía mucho tiempo como un serio impedimento. El problema era cómo deshacerse de ambos de modo que las facturas más urgentes pudieran pagarse mediante un ulterior endeudamiento suscrito por los acaudalados beneficiarios de las sucesivas y diversas reformas tributarias, resolviendo una vez más un problema mediante el exacerbamiento de otro. Entonces llegó el coronavirus y, ¡sorpresa, sorpresa!, se produjo otro espasmo de vida para el Estado pivotado por el endeudamiento.
Procedamos a realizar un pequeño ejercicio de cálculo. Un millardo son mil millones. Un billón es un millón de millones o mil veces un millardo. El presupuesto ordinario de la UE para los siete años mediados entre 2021 y 2027 va a rondar en torno a 1,1 billones, lo cual supone 157 millardos de euros anuales equivalente a poco más del 1 por 100 del PIB agregado de los países miembros.
Además, la UE está pidiendo un presupuesto especial de reconstrucción para paliar los efectos del coronavirus de 750 millardos de euros, que serían gastados en 2021 y 2022 (a efectos comparativos recordemos que el PIB español fue de 1.245 millardos de euros en 2019). La financiación ha de ser mediante endeudamiento, aunque la UE no puede endeudarse a tenor de los Tratados vigentes. La deuda se va a emitir a largo plazo y el reembolso comenzará tan solo a partir de 2028 con el siguiente periodo presupuestario ordinario. Para entonces la UE espera disponer de la capacidad de recaudar sus propios impuestos; si no es así, deberá servir la deuda a partir de su presupuesto ordinario, que previsiblemente tendría que ser incrementado para ello. Dos tercios de los 750 millardos de euros serán desembolsados como subvenciones, el resto como préstamos. La totalidad de los Estados miembros obtendrá algo con independencia de la intensidad con la que les haya golpeado el coronavirus y de cuánto gasten en sus planes de recuperación nacional.
Para justificar su big bang fiscal la Comisión define reconstrucción de modo que incluya proyectos de gran envergadura y largo tiempo estancados como la “digitalización” y la protección climática
Las asignaciones a los distintos países se hallan especificadas casi hasta el ultimo céntimo aparentemente de acuerdo con una compleja formula, que no es fácil comprender de forma inmediata. Así, Francia va a obtener 38,8 y Alemania 28,8 millardos de euros (Alemania va a gastar 132 millardos de euros en dos paquetes de recuperación nacional). Italia recibirá la parte del león percibiendo 172,7 millardos de euros, de los que 81,8 millardos asumirán la forma de transferencias; le sigue España, que percibirá 140,4 millardos, 77,3 de los cuales serán transferencias. Curiosamente, Polonia, que ha tenido una incidencia del covid-19 muy baja, es el tercer país receptor, recibiendo 63,8 millardos de euros, de los cuales 37,7 millardos serán transferencias.
Obsérvese, sin embargo, que nada de esto está escrito en piedra y que la totalidad del proyecto puede acabar siendo otro caso más de la interminable serie de promesas vacías de la UE. Por ejemplo, parece que para asignar esos 750 millardos de euros todos los parlamentos nacionales deben estar de acuerdo sin excepción. Por otro lado, Alemania y Francia han expresado sus dudas sobre el hecho de que que los 750 millardos de euros sean realmente necesarios o políticamente posibles y están sugiriendo que se verifique uno u otro tipo de reducción para aproximarse a los 500 millardos de euros, que habían sugerido conjuntamente.
Y mientras tanto algunos países se oponen a que se entregue cualquier tipo de cantidad en concepto de subvención, mientras otros, especialmente los europeo-orientales, temen que sus subsidios sean recortados en beneficio de los países golpeados por el coronavirus. Todas estas cuestiones tendrán que ser resueltas durante el segundo semestre de este año, cuando por azar Alemania ocupará la presidencia de la UE. Recuérdese que la UE no tiene solo cuatro presidencias –la del Consejo, la Comisión, el Banco Central y el Parlamento– sino también una presidencia general, que rota entre los países miembros cada semestre. Este otoño será el turno de Alemania. Así pues, Angela Merkel, en su último invierno como canciller, tendrá que fraguar un compromiso tanto entre países, como entre la UE y el acervo de sus Tratados.
9,4 de los 750 millardos, poco más del 1%, se hallan consignados a la preparación de los sistemas de salud para el próximo virus
No solo la vertiente política de la reconstrucción se halla lejos de estar clara. ¿Qué significa exactamente “reconstrucción”? El término sugiere una imagen de ciudades bombardeadas en estado de demolición, como sucedió tras la Segunda Guerra Mundial. Pero a diferencia de las flotas de bombarderos del pasado, el coronavirus no ha afectado a las infraestructuras. Así que para justificar su big bang fiscal la Comisión define reconstrucción de modo que incluya proyectos de gran envergadura y largo tiempo estancados como la “digitalización” y la protección climática, entre los que se cuenta el “Green Deal” de Ursula von der Leyen (ahora denominado obviamente “Green New Deal”).
Aun así, la Comisión evidentemente percibe que el coronavirus no basta como justificación para un proyecto de estas dimensiones y ordenó a su departamento de relaciones públicas que inventase un nuevo nombre para el mismo, que es “Next Generation EU”. Ahora, los nuevos recursos monetarios pueden utilizarse para reabastecer los viejos presupuestos, por ejemplo, aquellos relacionados con el desarrollo estructural o el desarrollo rural. 9,4 de los 750 millardos, poco más del 1%, se hallan consignados a la preparación de los sistemas de salud para el próximo virus.
De acuerdo con la Comisión, el dinero no fluirá antes de enero de 2021 y entonces únicamente para proyectos específicos aprobados uno por uno por ella misma
¿Cómo se asignará a los países su cuota actual de la bonanza de los 750 millardos de euros? De acuerdo con la Comisión, el dinero no fluirá antes de enero de 2021 y entonces únicamente para proyectos específicos aprobados uno por uno por ella misma, los cuales se espera que se hallen concluidos o, al menos, bien encarrillados a finales de 2022. Poco tiempo para unos recursos ingentes. Resulta enigmático vislumbrar de qué modo economías como Italia o España responderán al shock de demanda que un flujo de poder de compra de esta magnitud puede desencadenar.
¿Existe suficiente oferta para absorberlo? ¿Cómo impedir que el gasto adicional se pierda en forma de inflación? ¿Y qué sucede si la Comisión quiere que se introduzcan cambios en los proyectos antes de aprobarlos o si un país no logra presentar solicitudes aceptables para los recursos que le han sido asignados? ¿Y cómo podrá la Comisión revisar solicitudes equivalentes a 750 millardos de euros en un periodo de tiempo tan reducido y hacer seguimiento de su implementación? Por ejemplo, ¿cómo asegurará que el nuevo dinero europeo será realmente gastado adicionalmente y no simplemente ocupará el lugar de recursos nacionales ya existentes susceptibles de ser dirigidos a reducir los impuestos o rebajar la edad de jubilación? Lo que se antoja necesario en este caso es una burocracia de planificación central mucho más poderosa sobre el terreno de lo que lo fue el Gosplan en la desaparecida Unión Soviética.
Por otro lado, la financiación condicional, una exigencia en la que los países pagadores es probable que insistan, puede ser percibida como una interferencia sobre la soberanía nacional de los países que reciben estos recursos. Hace unas semanas, el primer ministro italiano Giuseppe Conte rechazó airadamente 39 millardos de euros de asistencia para la emergencia del coronavirus procedentes del Mecanismo de Estabilidad Europeo, aduciendo que la aceptación de esos recursos traería aparejadas exigencias adicionales de “reforma” a su disfrute.
Los italianos recordarán que cuando el Italexit se hizo más popular en su país repentinamente se descubrió dinero donde nadie se lo esperaba
Posteriormente, a principios de junio, en una conferencia italiana, que contaba con la presencia de Conte, la presidenta de la Comisión von der Leyen dijo sobre el nuevo fondo: “A diferencia de algunos de nuestros Estados miembros, nosotros no vamos a [hacer esto] tan solo para gastar más hoy”. Entre otras cosas, von der Leyen urgió a Italia a reducir el empleo en las burocracias públicas y a tomar medidas contra la influencia de la mafia en el sector público. En su respuesta Conte prometió “las reformas omnicomprensivas, que habían brillado por su ausencia durante muchos años”. El dinero procedente de la UE, afirmó, concedió a Italia los medios financieros necesarios para ello: “No debemos perder esta oportunidad”. Será interesante comprobar qué sucede si la Comisión, con independencia de que financie o no las solicitudes italianas al fondo de “reconstrucción” tras el coronavirus, intenta dictar a Italia la agenda de “reforma” frente a la cual han caído los sucesivos gobiernos italianos desde 2008.
Coronavirus
Conte y la pulsión tecnócrata italiana
La extrema derecha lucha por la tercera posición con el Movimento 5 Stelle en Italia. Giuseppe Conte, presidente del gobierno italiano, podría crear un partido en torno a su figura, una posibilidad con la que la personalización y desideologización vuelven a resonar en Italia.
Las sospechas pueden surgir fácilmente, por supuesto, e inevitablemente lo harán entre los conocedores de la política de la UE conscientes de que la condicionalidad es únicamente una fachada para tranquilizar a las ciudadanías del norte de Europa y quizá también a sus gobiernos, y de que ni el veto ni la supervisión serán objeto de una voluntad seria de implementación, no existiendo, por otro lado, la capacidad administrativa para llevarlas a cabo. Ausencia de cualquier tipo de planificación central y en su lugar un acuerdo político a la vieja usanza fortalecido por la presión moral del coronavirus: mantener vivo el euro comprando el apoyo para ello de los gobiernos europerdedores, mientras se extienden los poderes y el alcance fiscal de la burocracia europea.
Suceda lo que suceda, el dinero extra será un obsequio para los gobiernos “proeuropeos” que luchan contra el sentimiento nacional “antieuropeo” de sus poblaciones. En este sentido el paquete de la “Next Generation UE” será simplemente otro ejercicio para comprar tiempo (los italianos recordarán que cuando el Italexit se hizo más popular en su país repentinamente se descubrió dinero donde nadie se lo esperaba). Durante cuánto tiempo funcionará esto nadie lo sabe, sin embargo. No mucho si las demandas de “reforma estructural” exigidas a cambio de los recursos monetarios transferidos son algo más que palabras. Igualmente, cuando el dinero se haya gastado, la gente percibirá que una inyección puntual de recursos efectuada desde arriba, por elevada que sea, no puede curar las deficiencias institucionales de una unión monetaria igual para todos establecida entre países democráticos altamente diversos económicamente hablando.
Entonces, finalmente, se presentarán las consabidas demandas de que las transferencias de recursos monetarios se sometan al criterio habitual. En ese momento, sin la ayuda del coronavirus mediante, es probable que se aplique el viejo adagio alemán: Beim Geld hört die Freundschaft auf, que puede traducirse aproximadamente como “la amistad y el dinero son como el agua y el aceite” o, en otra versión, “presta tu dinero y pierde un amigo”.
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La propia dinámica del capital, crea su contradicción y su necesaria arquitectura de crisis, para volver a empezar...el problema es que los viejos esquemas alternativos, están sin rediseñar.
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