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Carta desde Europa
No resuelta todavía, lejos de ello
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
Si tu país forma parte de un imperio internacional, las políticas domésticas del país que gobierna el tuyo forman parte también tu política interna. Quien quiera que hable de la Europa de la Unión Europea debe, por lo tanto, hablar de Alemania. Actualmente es moneda de curso corriente creer que, tras las elecciones federales alemanas del próximo 24 de septiembre, Europa entrará en la era pos Merkel. La verdad no es tan simple.
En octubre de 2018, tras dos devastadoras derrotas cosechadas en las elecciones celebradas en los estados de Hesse y Baviera, Angela Merkel presentó su dimisión como jefa de su partido, la CDU (Christlich Demokratische Union Deutschlands/Unión Demócrata Cristiana de Alemania), y anunció que no optaría a su reelección como canciller en las elecciones que se celebrarían tres años después en 2021. Agotaría, sin embargo, su cuarto mandato para el cual había sido nombrada tan solo siete meses antes.
Formar el gobierno de coalición había costado la friolera de seis meses tras las elecciones de septiembre de 2017, las cuales habían arrojado los peores resultados de la historia para la CDU y la CSU (Christlich-Soziale Union in Bayern/Unión Social Cristiana de Baviera), su partido hermano bávaro, que habían obtenido el 32,9 por 100 de los votos frente al 41,5 por 100 logrado en las celebradas en 2013.
Conviene no olvidar que el historial de Merkel como máxima dirigente del partido es realmente pobre, habiendo perdido votos cada vez que ha disputado una contienda electoral. Cómo pudo a pesar de ello ocupar el puesto de canciller durante dieciséis años deberá ser explicado en otra sede. En la consiguiente disputa por la presidencia de la CDU, la secretaria general del partido Annegret Kramp-Karrenbauer, nombrada por Merkel en febrero de 2018, se impuso por un estrecho margen sobre sus contrincantes.
Tras poco más de un año en el cargo, en febrero de 2020, cuando Merkel la denigró públicamente por su falta de liderazgo, Kramp-Karrenbauer presentó su dimisión y anunció que no se postularía como canciller en las elecciones de 2021. Pocos meses después, cuando von der Leyen pasó a desempeñar sus funciones como presidenta de la Comisión Europea, Kramp-Karrenbauer logró que Merkel la nombrará ministra de Defensa en sustitución de la primera.
La siguiente contienda por la presidencia del partido, la segunda registrada durante el cuarto mandato de Merkel, tuvo que desenvolverse en plena crisis del coronavirus; exigió mucho tiempo y fue ganada en enero de 2021 por Armin Laschet, presidente del estado federal alemán más importante, Renania del Norte-Westfalia. A fin de impedir la vuelta de un viejo enemigo, Friedrich Merz, Merkel conspiró entre bambalinas para apoyar la candidatura de Laschet.
Aunque Laschet consideraba la presidencia del partido como la rampa de lanzamiento de su candidatura al puesto de canciller como candidato de la CDU/CSU, hicieron falta tres meses para resolver su elección al frente de este. Cuando la política de la CDU/CSU funciona, el candidato conjunto es escogido de común acuerdo en una reunión de los presidentes de ambos partidos, que se celebra en el momento oportuno y que carece de un procedimiento preestablecido para su desenvolvimiento.
En cuanto al conjunto de Alemania, a principios de este mes de mayo, el apoyo a la CDU/CSU había caído al 23%
Así pues, cuando Laschet fue elegido fue necesario el consentimiento de Markus Söder, primer ministro de Baviera, que no ocultó que se consideraba a sí mismo como una opción mucho mejor. En la sombra, de nuevo, se hallaba Merkel, esta vez en la inédita situación de canciller en el ejercicio de sus funciones, que observaba a los presidentes de sus dos partidos mientras estos, en una especie de lucha de gallos semipública, elegían de las filas de sus respectivas organizaciones a su potencial sucesor o sucesora.
Tras algunos vaivenes dramáticos, Laschet prevaleció, una vez más con el apoyo de Merkel concedido evidentemente a cambio del apoyo al gobierno federal de su estado, Renania del Norte-Westfalia, a la hora de imponer un confinamiento «duro» en el conjunto del país destinado a controlar la pandemia del coronavirus.
Como candidato de la CDU/CSU, Laschet ya está pasando por malos momentos. A principios de junio se enfrentará a las elecciones del estado de Sajonia-Anhalt. Actualmente, un primer ministro de la CDU preside su gobierno de coalición, que integra a su propio partido (30 por 100 de los votos en 2016), al SPD (Sozialistische Partei Deutschland/Partido Socialdemócrata Alemán, 11 por 100) y a los Verdes (5 por 100), formado para excluir del mismo a Alternative für Deutschland (24 por 100) y Die Linke (16 por 100). Si se pierde este Estado, los enemigos de Laschet, y ciertamente Söder, encontrarán la forma de culparle de la derrota.
En cuanto al conjunto de Alemania, a principios de este mes de mayo, el apoyo a la CDU/CSU había caído al 23 por 100 (porcentaje por debajo del umbral en el que se hallaba antes de la pandemia, que constituye el peor resultado jamás registrado por el partido), mientras que el apoyo a los Verdes había ascendido al 26 por 100, porcentaje de aceptación sin precedentes, que le convierte por primera vez en el partido más fuerte.
El SPD, el prolongado socio de coalición de Merkel, permanecía estable en el 14 por 100, seguido por AfD con el 12 por 100 y Die Linke con el 6 por 100. Los resultados arrojados por esa misma encuesta en cuanto a las preferencias de los electores respecto al próximo canciller indicaban un empate en torno al 21 por 100 entre Laschet y el candidato del SPD, el ministro de Finanzas Olaf Scholz, mientras que el 28 por 100 de los encuestados optaba por la Spitzenkaditatin de los Verdes, Annalena Baerbock, una recién llegada de 40 años de edad, que nunca ha desempeñado cargo público alguno; el 30 por 100 de los encuestados se mostraba indeciso.
Si los resultados electorales se alinean con estas cifras, formar gobierno puede resultar difícil. Quien quiera que sea el nuevo o la nueva canciller, su partido tendrá menores dimensiones que nunca antes respecto a su eventual mayor socio de coalición. La CDU/CSU puede gobernar con los Verdes, pero únicamente optaría por ello si sigue siendo el socio más fuerte de la coalición, con Laschet como canciller y quizá con los liberales del FDP (Freie Demokratische Partei/Partido Democrático Libre) como tercer socio; denominemos esta coalición la hipótesis Laschet/Baerbock. Esta posibilidad presume que el SPD rechazaría continuar desempeñando su papel de socio menor de los cristianodemócratas, excluyendo la hipótesis Laschet/Scholz. Los Verdes podrían formar gobierno con el SPD, bien de acuerdo con la hipótesis Baerbock/Scholz o, menos probablemente, con la hipótesis Scholz/Baerbock, lo cual exigiría, sin embargo, contar con Die Linke o bien, opción preferida por los Verdes, con el FDP, no siendo ninguna de ellas fácil de implementar.
De acuerdo con lo dispuesto por la Constitución alemana, el canciller o la canciller permanecen en su puesto hasta que el Bundestag elige a su sucesor o sucesora. En tanto se prolonguen las conversaciones de la eventual coalición, Merkel disfrutará, pues, de los plenos poderes constitucionales atribuidos al Bundeskanzler. Mientras que en 2017/2018 era de su interés concluir lo antes posible las negociaciones en el seno de la coalición, esta vez el acuerdo alcanzado pondrá fin a su mandato en vez de renovarlo.
No hallándose directamente implicada en las conversaciones, Merkel puede no obstante influir sobre ellas desde el exterior, bien obstruyéndolas o prestando su ayuda en el desenvolvimiento de las mismas en función del resultado que pretenda conseguir. Por otro lado, al actuar como canciller, Merkel puede estar en condiciones de decidir determinados compromisos en el ámbito de la política europea o internacional, que serían difíciles de abandonar por parte del gobierno que la sustituya; alternativamente, Merkel puede posponer o impedir decisiones desagradables presentes en las conversaciones de la coalición.
La formación del nuevo gobierno alemán puede tomar más tiempo que la última vez y Angela Merkel desempeñará un papel activo en la misma, aunque no esté involucrada realmente en él
En 2017/2018, Macron, confiando en que una vez reelegida se uniría a su proyecto de «refundar Europa» y evidentemente mal informado sobre el sistema político alemán, organizó un discurso público en la Sorbona al día siguiente de las elecciones alemanas para presentar al mundo y a Angela Merkel sus planes de la nueva Unión Europea. Durante los seis meses siguientes, Merkel y la opinión pública alemana no cesaron de repetir que las ideas del presidente francés «merecían una respuesta», al tiempo que expresaban su desazón ante el hecho de que sin un nuevo gobierno esta no podía ser dada, situación que se resolvió en el momento en el que el cuarto gobierno de la canciller juró su cargo y otros asuntos cobraron más importancia dejando de lado las propuestas de Macron.
La formación del nuevo gobierno alemán puede tomar más tiempo que la última vez y Angela Merkel desempeñará un papel activo en la misma, aunque no esté involucrada realmente en él. Una selección superficial de acontecimientos y problemas críticos que pueden presentarse probablemente durante la transición podría ser la siguiente: las elecciones presidenciales francesas de 2022 en las que Alemania debe mantener a Macron en el poder contra todo pronóstico. Las demandas francesas de un sistema aéreo de combate franco-alemán, denominado FCAS, que supone todo un conjunto de enjambres de drones y satélites de apoyo, de estaciones terrestres e inteligencia artificial, así como de aviones nodriza, cuyo coste estimado asciende a 300 millardos de euros de aquí a 2040, el cual, siendo realistas, seguramente como poco se duplicará. El papel de la Unión Europea, si es que tiene alguno, en la próxima ola de coronavirus; la política de Buy American del gobierno de Biden respecto a su proyecto de renovación de infraestructuras; las demandas de Francia de que Alemania se una a sus guerras poscoloniales, a punto de ser perdidas, en la zona del Sahel. Las presiones estadounidenses para que Ucrania sea admitida en la OTAN y la Unión Europea desafíe a Rusia; y las demandas estadounidenses y francesas para que Alemania abandone el oleoducto gasístico conocido como North Stream 2 proveniente de Rusia a través del Mar Báltico, cuando el «giro energético» [Energiewende] de Alemania se aproxima a su abandono simultáneo de la energía nuclear y del carbón de baja calidad.
¿Qué significará finalmente para Europa que Merkel deje de ser la canciller alemana? Lo que se echará de menos de forma más obvia, sugiero, es su impresionante habilidad para evadir problemas y conflictos pretendiendo que no existen, lo cual le permite –y permite a Alemania– estar al mismo tiempo en ambos lados de un argumento o en ninguno de ambos en absoluto: escojamos la finalité de la Unión Europea, la cuestión migratoria, la relación existente entre Estados Unidos vs. Rusia y China, o entre Francia vs. Estados Unidos sobre el estatus de Europa, etcétera.
Laschet tendrá que lidiar con los temores surgidos entre sus partidarios ante el posible incremento de los tipos de interés y con los de los contribuyentes alemanes ansiosos ante la posibilidad de tener que rescatar a otros Estados miembros
Crucial para ello ha sido el habilidoso uso por parte de Merkel de un discurso público ambiguo y vacío, así como sus respuestas estereotipadas propias de una esfinge en las raras situaciones en las que ha permitido que le formulen preguntas periodistas ajenos a su círculo (si no la comprendes, no se trata de una mala traducción porque ello era lo que realmente se pretendía). Este rasgo se adecuaba candorosamente a la situación de Alemania en Europa y más allá de la misma, dado que el país se halla expuesto a presiones cruzadas tan difíciles de gestionar que resulta más provechoso no abordarlas en absoluto y dejar que se desplacen a un futuro que tal vez nunca llegará. Ninguno de los candidatos y candidatas dispuestos a suceder a Merkel igualará jamás su habilidad a este respecto, lo cual incrementa la probabilidad de que los conflictos europeos y las contradicciones alemanas se hagan mucho más explícitos. Después de Merkel, las innumerables promesas incompatibles que ella hizo para comprar tiempo mostrarán su verdadero rostro únicamente para descubrir que el gallinero es demasiado pequeño para albergar a todas las gallinas.
Efectuemos una breve consideración sobre cómo el nuevo gobierno alemán, una vez en posesión de su cargo, probablemente gestionará los asuntos cotidianos de la política europea. En lo que atañe a la «capacidad fiscal» de la unión económica y monetaria europea, tanto Laschet/Baerbock como Baerbock/Scholz se mostrarán más dispuestos a realizar ulteriores concesiones del tipo representado por el Next Generation European Union Fund, financiado por más deuda asumida por la Unión Europea.
En el seno de cada uno de estos gobiernos posibles, sin embargo, preocupará el endeudamiento excesivo, dado que Alemania tendrá que pagar durante la próxima década su propia deuda contraída por la pandemia. Especialmente Laschet tendrá que lidiar con los temores surgidos entre sus partidarios ante el posible incremento de los tipos de interés y con los de los contribuyentes alemanes ansiosos ante la posibilidad de tener que rescatar a otros Estados miembros. Por otro lado, la defensa del euro se halla en el centro del interés nacional alemán; aunque Laschet intentará reducir el precio que Alemania tiene que pagar por ello, Baerbock puede desear redondearlo por razones ligadas al entusiasmo emocional de los Verdes y a las relaciones públicas internacionales, mientras Scholz no dejará de advertir entre bambalinas que conviene no extralimitarse.
En cuestiones de política exterior y seguridad nacional, Baerbock/Scholz serán estrictamente atlantistas y pro OTAN –partidarios de Biden, el buen presidente–, mientras Laschet se inclinará más hacia la idea de Francia y de Macron de la «soberanía europea». Como canciller, sin embargo, tendrá que acomodarse a Baerbock y a los atlantistas de la CDU, mientras que esta última, como canciller o como ministra de Asuntos Exteriores, necesitará, como Merkel, el tándem franco-alemán como cobertura de la hegemonía alemana sobre Europa.
Las diferencias surgirán también en el flanco oriental de la Unión Europea: a este respecto Baerbock apoyará, siguiendo a Estados Unidos, la incorporación de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea para confrontar a Rusia, así como la financiación del acceso a esta de los Balcanes occidentales. Su deseo de cancelar el North Stream 2 será un punto de fricción en el gobierno de Baerbock/Scholz. Laschet se inclinará más hacia Francia, como hemos indicado, e intentará cierto acomodo con Rusia en cuestiones tanto comerciales como de seguridad. Vacilará también a la hora de sentirse demasiado identificado con Estados Unidos en lo referido a Europa Oriental y Ucrania, pero inmediatamente se le recordará por su ministra de Asuntos Exteriores, Baerbock, así como por parte de su propio partido que la seguridad nacional de Alemania depende del paraguas nuclear estadounidense, que los franceses no pueden reemplazar y que no lo harán en ningún caso.
Sobre la cuestión migratoria, Baerbock tomará un curso más nacionalista en el sentido de abogar por una admisión más generosa de refugiados por parte de Alemania, mientras que sus socios de coalición, y ciertamente Laschet como canciller y Scholz como vicecanciller, preferirán la «solución europea», la cual significa que Turquía y Libia deben impedir que los migrantes crucen el Mediterráneo.
Lo que todo esto significa es que no debemos subestimar las presiones a favor de la continuidad de la política alemana con o sin Merkel. A parte de la política de coalición, determinados intereses nacionales perduran con independencia de quién ocupe el gobierno, por ejemplo, aquellos derivados del hecho de que Alemania se halla situada entre cuatro potencias nucleares, mientras que ella misma únicamente puede disponer de armamento convencional. Por otro lado, a pesar del euroentusiasmo retórico, Alemania no puede mostrar su acuerdo a la emisión ilimitada de eurobonos suscritos por la Unión Europea, si corriera el riesgo de ser responsable de los mismos.
Alemania necesita también un suministro razonablemente seguro de energía, así como de mercados abiertos y tipos de cambio favorables para sus industrias exportadoras. Las presiones domésticas en pro de la continuidad incluyen las elecciones estatales alemanas, que, a diferencia de las elecciones de medio mandato estadounidenses, presentan una pauta de dispersión temporal a escala del conjunto del sistema federal alemán. En 2022, el mayor de los estados alemanes, Renania del Norte-Westfalia, elegirá a su nuevo primer ministro en sustitución de Laschet y tanto el SPD bajo la égida de Baerbock/Scholz, como la CDU bajo la dirección de Laschet/Baerbock se pondrán muy nerviosos si su participación en una hipotética coalición en Berlín no les ayuda a restaurar parte de su anterior apoyo electoral. ¿Centrismo über alles?