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Carta desde Europa
Pasar patatas calientes: las guerras de las vacunas
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
Con independencia de lo que podamos pensar de Angela Merkel, hay una cosa que debemos concederle: identifica una patata caliente nada más verla y es capaz de pasársela a un tercero en un abrir y cerrar de ojos. En el verano de 2020, apenas habiendo asumido Alemania la presidencia de la UE27, pareció que a finales de año podría haber una o dos vacunas disponibles, lo cual permitiría poner punto final a los confinamientos de una vez por todas. Merkel debe haber intuido inmediatamente, por el contrario, el desastre en ciernes: retrasos en la investigación, dilaciones en la producción, extorsiones diversas con los precios, conflictos en torno a las cuotas nacionales y problemas en la distribución de las vacunas y, sobre todo, la pesadilla de las pesadillas: Alemania, enriquecida con la unión monetaria, obteniendo primero la vacuna y vacunando más rápido a sus ciudadanos que el resto de los países europeos, lo cual minaría la “unión siempre más estrecha entre los pueblos de Europa”. ¿Qué hacer? Transferir el asunto a Bruselas y hacerlo cuanto antes.
Esperando ahí para hacerse cargo de tal tarea se hallaba Ursula von der Leyen, exministra de Defensa de Merkel instalada como presidenta de la Comisión Europea por un jefe de Estado francés reticente a entregar el puesto número uno a Manfred Weber, Spitzenkanditat [candidato favorito] de familia política europea de Merkel, el Partido Popular Europeo, y miembro de la CSU, el partido hermano bávaro de la CDU. (La política europea se está convirtiendo cada vez más en una extensión de la política doméstica alemana). Prescindir de Weber no era algo realmente costoso para Merkel, dado que von der Leyen también era alemana, era miembro de la CDU en vez de la en ocasiones quisquillosa CSU y, además, era una mujer. Para Macron se trataba de la candidata ideal.
Como miembro de la Comisión el jefe de Estado francés había nombrado a otra exministra de Defensa, Sylvie Goulart, miembro inveterado del establishment militar francés. Evidentemente, la esperanza era que ella y von der Leyen, a las que parece que une una buena amistad, avanzarían de la mano en la promoción del proyecto favorito de Macron, esto es, la creación de un ejército europeo concebido como cliente cautivo de la industria militar integrada europea. Pero esta hipótesis salió por peteneras cuando el denominado Parlamento Europeo, dirigido obviamente por el mencionado Manfred Weber, se negó a confirmar a Goulart, nominalmente por las mismas acusaciones de corrupción que le habían costado su puesto de ministra de Defensa en 2017.
Dado que la corrupción no es un problema en Bruselas, como demuestra el caso del expresidente de la Comisión Europea Barroso, quien, eludiendo el periodo de carencia de su antiguo cargo, se convirtió sin solución de continuidad en jefe de Goldman Sachs en Europa, sucediendo en el puesto a los dos supermarios, Monti y Draghi, podemos afirmar con toda seguridad que la idea detrás del putsch obedeció al deseo de aplicar a Macron su propia medicina, dado su comportamiento en la elección del máximo cargo de la Comisión Europea en la primavera de 2019.
En lo que atañe a las vacunas, debemos recordar que como ministra de Defensa von der Leyen gestionó desastrosamente todos y cada uno de los grandes procesos de aprovisionamiento que intentó llevar a buen puerto en su Ministerio, desde el nuevo rifle de asalto del ejército alemán a la adquisición de un nuevo helicóptero de transporte. Ello puede quizá atribuírsele a sus propios méritos tan solo en parte, ya que la burocracia del Ministerio de Defensa alemán ha destacado desde hace mucho por los excelentes resultados cosechados a la hora de sabotear a sus ministros y ministras, razón por la cual la asunción del cargo ha significado normalmente el fin de la carrera política de quien lo ocupa.
A la postre, resultó que los contratos presentaban graves defectos de redacción en particular en lo referido al volumen de producción, las fechas de entrega y las cuotas de exportación e importación de las vacunas
Una cuestión que no carece de interés es por qué von der Leyen aceptó la tarea encomendada por Merkel; quizá pensó que ella tendría éxito allí donde otros no lo habían tenido (la presidenta de la Comisión irradia ese tipo de aplomo elitista, que le granjeó, según se cuenta, el odio de sus colegas de partido en el Bundestag). Lo que realmente empeoró las cosas fue, sin embargo, que como secretaria de Estado contrató al director ejecutivo de McKinsey en Alemania para que supervisara los procesos de aprovisionamiento. Cuatro años después, von der Leyen dimitió antes las crecientes alegaciones de haber recompensado ilegalmente con contratos de consultoría multimillonarios, tan caros como inútiles, a determinados amigos del sector de la consultoría. Justo cuando se incorporaba a su nuevo puesto en Bruselas se había iniciado la investigación parlamentaria sobre lo que había comenzado a denominarse el Berateraffäre [escándalo de las consultorías]. Desde su partida hacia Bruselas, von der Leyen se ha colocado más allá del alcance de la misma.
Cuando Merkel decidió poner el asunto de las vacunas a manos de su exministra de Defensa, era por supuesto totalmente consciente de su historial en la política alemana. Lo que también debería haber sabido tal vez es que, a diferencia de las burocracias ministeriales británicas, francesas y alemanas, el personal de la Comisión Europea, reducido en comparación con estas, jamás había estado involucrado en un proyecto de aprovisionamiento de tales dimensiones. Lidiar con tres, cuatro o cinco gigantes farmacéuticos, representados por los agresivos profesionales de sus departamentos de ventas, altamente formados e incluso más generosamente pagados, no puede ser, como indicó el Gran Timonel, “una cena de gala o asemejarse a pintar un cuadro o hacer un bordado”.
Durante las negociaciones, la delegación de la Unión Europea tuvo que consultar con los veintisiete gobiernos nacionales presas de los nervios pensando que tendrían que enfrentarse a su vez a sus atemorizados electorados nacionales. El precio constituía una preocupación mayor para la Unión Europea, a diferencia de lo que sucedía con los gobiernos del Reino Unido y de Estados Unidos, que pagaban con su propio dinero en vez de con el de otros. Surgieron además ulteriores problemas, dado que las adquisiciones de las vacunas han tenido que hacerse sin tener asegurada su producción y con la condicionalidad de la aprobación médica de las mismas, así como otros inconvenientes derivados del pasivo en que se incurriría en el caso de que se produjera una certificación de emergencia. Y tal vez todavía más importante, la delegación de la Unión Europea no tenía autorización para hablar sobre los subsidios destinados a la construcción de nuevas instalaciones de producción. A la postre, resultó que los contratos presentaban graves defectos de redacción en particular en lo referido al volumen de producción, las fechas de entrega y las cuotas de exportación e importación de las vacunas. Para coronar todo ello, las autoridades certificadoras de la Unión Europea se tomaron vacaciones durante las navidades, retrasando todavía más el inicio del proceso de vacunación.
Nunca se sabe con seguridad quién hace qué y por qué en Bruselas y en torno a Bruselas, el sociotipo político más impenetrable desde la desaparición de la Unión Soviética. Si había necesidad alguna de demostrar que los Estados-nación se hallan mejor equipados que las organizaciones internacionales cuando las cosas se ponen feas, quienes disponían de toda la información sobre la situación real deben haber sido conscientes de que, cuando comenzaran las negociaciones sobre las vacunas, tales pruebas proliferarían abundantemente sin ningún género de dudas. De hecho, en junio, cuando Alemania ocupó la presidencia de la Unión Europea, el consorcio de Estados formado por Alemania, Francia, Italia y Holanda, que actuaba en nombre del resto de los Estados miembros, ya había iniciado conversaciones con las compañías farmacéuticas, las cuales tuvieron que ser abandonadas cuando Merkel ordenó a su ministro de Sanidad que devolviera el asunto a von der Leyen. Ello resultó ser una receta para el desastre, aunque fuera desde el punto vista político la vía más segura: si eventualmente hubiera que culpar a alguien, dejemos que Ursula asuma la responsabilidad del asunto, que es, por otro lado, la razón por la que la hemos colocado en su puesto actual.
Existen indicios de que puede existir otra razón para explicar la «debacle de la vacunación» registrada en la Unión Europea, como ha sido calificado el proceso, la cual tiene que ver con el gigante farmacéutico francés Sanofi, producto de la fusión de una firma francesa con Farbwerke Höchst, empresa heredera IG Farben durante el periodo de posguerra, y objeto de predilección de la política industrial francesa. Sanofi, que trabajaba con el Institute Pasteur, había saltado recientemente a la atención de la opinión pública por una serie de proyectos fallidos. Cuando la firma de los contratos de aprovisionamiento ya no pudo posponerse más, la Unión Europea ordenó 300 millones de dosis a Sanofi y el gobierno francés otros 45 millones. A finales de enero, sin embargo, Sanofi tuvo que tirar la toalla anunciando que su vacuna no estaría disponible al menos hasta finales de 2021. Posteriormente, para mantener felices a los franceses, el gobierno alemán arregló las cosas para que Sanofi produjera bajo licencia la vacuna «alemana» de Biontech/Pfizer en la vieja fábrica de Farbwerke ubicada en Frankfurt-Höchst.
Para completar el cuadro, debemos volver a la política doméstica alemana. En enero de 2021, el primer ministro del Land de Renania del Norte-Westfalia, Armin Laschet, fue elegido por los pelos como líder del partido en la correspondiente convención de la CDU, lo cual lo convirtió en uno de los dos posibles candidatos de la CDU/CSU con opciones de hacerse con la cancillería en las elecciones nacionales de septiembre de este año. Sin el apoyo de la maquinaria de Merkel Laschet habría perdido en todo caso ante otro de los candidatos, Friedrich Merz, más situado a la derecha. Desde que fue elegido, Laschet abandonó su posición sobre el confinamiento, anteriormente más liberal, quizá también porque su Länder, el mayor de los dieciséis, presenta una tasa de vacunación inferior a la registrada en el conjunto de Alemania. Igualmente, pocas semanas después de la celebración de la convención del partido, se supo que Laschet había contratado al director de relaciones públicas [public affaires director] de Sanofi Alemania –los directivos alemanes con un mínimo de autoestima se arrogan títulos profesionales ingleses– para que prestara sus servicios en el «comité de coordinación de la crisis», organismo rodeado del mayor secretismo cuya tarea consiste en coordinar los departamentos ministeriales del Estado a lo largo de la campaña de vacunación efectuada durante los primeros seis meses del año en curso, estando autorizado para volver a su puesto en Sanofi sin tener que cumplir periodo de carencia alguno. Todo lo que se le exigió fue su firma estampada en una declaración en la que se comprometía a no divulgar información confidencial alguna a la que hubiera tenido acceso durante su desempeño profesional en el mencionado comité. Laschet, oriundo de Aquisgrán –o de Aix-la Chapelle dicho en francés– y con pretensiones de ser descendiente de Carlomagno, es conocido por ser un ferviente «europeo».
El estado de la cuestión a 11 de febrero de 2021 era el siguiente: Alemania había vacunado al 4,1 por 100 de sus habitantes, encontrándose con sus enormes nuevos centros de vacunación prácticamente vacíos. Misión cumplida: Italia había vacunado al 4,5 por 100 de sus habitantes y España al 4,6 por 100; Francia (¡Sanofi!) había vacunado, por su parte, al 3,3 por 100 de los mismos. Por supuesto, el Reino Unido había vacunado a su respectivo 19,8 por 100, mientras Estados Unidos había hecho lo propio con el 13 por 100 de su población, disparidades debidas al amoral «nacionalismo de la vacunación» y, por consiguiente, no dignas de consideración. «Europa» expresa gratitud y así lo hace la mayor parte de la prensa alemana (¡y cuidado con mencionar el Brexit!). La unión monetaria es rescatada una vez más; Alemania, aunque situada en el último o casi en el último puesto en el frente de la vacunación, puede seguir ocupando el primer lugar en el ranking de las exportaciones. Hasta el momento presente nadie en Alemania se atreve a calcular el número de muertes adicionales causadas por el retraso de la campaña de vacunación. El problema, en la medida en que es mencionado, se remite a Bruselas, pero tan solo de modo suave debido a la naturaleza sagrada de «Europa» en el discurso público alemán. Esto puede cambiar. Entretanto, Merkel podía permitirse el lujo de hacer saber por televisión que «en general las cosas non han ido mal» en lo que respecta a la gestión de la COVID por parte de su gobierno. Días después, la canciller prolongó el confinamiento hasta mediados de marzo, por el momento. Si el resto de los países europeos se mostrará tan flemático como Alemania todavía está por ver; en la prensa alemana se detecta un creciente nerviosismo ante la posibilidad de que ello no sea así.
¿Y Bruselas? Von der Leyen, siempre dispuesta a comportarse como el pararrayos de Merkel, flaqueó por un momento y consideró el cierre de la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte para mantener su codiciada vacuna fuera del alcance de los comercialmente más habilidosos británicos. Los periodistas están intentando ahora descubrir quién escribió la correspondiente línea en sus documentos de trabajo; se sospecha que fue ella misma ansiosa por mostrar su temple. Después de que el primer ministro británico y su homólogo irlandés cruzaran urgentes llamadas telefónicas con ella para disuadirla de su realmente no brillante idea, von der Leyen celebra ahora pomposamente la «solidaridad europea», mientras sigue declarando que la llegada del virus ha señalado «la hora de Europa» al tiempo que pide disculpas al Parlamento Europeo por los inevitables errores cometidos durante el pasado verano fruto de la inevitable carencia de conocimiento sobre lo incognoscible. Mientras tanto, la furia de la pandemia continúa golpeando y la burocracia europea vuelve a sus viejos modos de comportamiento preparando, al parecer, una directiva para obligar a los productores de bebidas alcohólicas, el champán por ejemplo, a que adornen sus botellas con etiquetas de advertencias e imágenes intimidantes, como sucede con los paquetes de tabaco. Esperemos lo inesperado: el momento en el que damos gracias a Dios porque Macron acaba de leer a «Europa» sus derechos antes de lanzar contra ella a las fuerzas antidisturbios.