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Carta desde Europa
Macron, el hombre
La elección de Emmanuel Macron es otro síntoma más de la crisis del sistema de Estados democrático-capitalista, similar a acontecimientos como Trump, el Brexit o el declive de la Eurozona.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
En Francia, al igual que en cualquier otro lugar, el sistema de partidos de posguerra, dominado por el centro izquierda y el centro derecha, se ha roto en añicos. Esto ha hecho posible el auge de un artista del buen rollo, un hombre de confianza de los altos mandatarios de la sociedad francesa –que simboliza juventud, optimismo y la promesa de un futuro brillante y hermoso–, un hombre procedente de la banca de inversión, que viene directamente catapultado desde los departamentos de relaciones públicas del sector financiero.
Habiendo prestado sus servicios en el fallido gobierno de Hollande, Macron ha sido vendido a un electorado confuso como alguien al margen del establishment
Habiendo prestado sus servicios en el fallido gobierno de Hollande, Macron ha sido vendido a un electorado confuso como alguien al margen del establishment, mientras se presentaba sin un programa coherente al igual que su antiguo jefe. Disfrazado como una ruptura con el pasado, Macron es, en realidad, el último heredero –y probablemente no habrá otro– de los dos partidos, el republicano y el socialista, que han dirigido la V República y la han arrojado al polvo.
Como en otros muchos países, en Francia el centro tampoco se sostiene. Macron gobernará un país profundamente dividido, sin un partido propio que medie entre él y la sociedad y sin una base de poder real en la Asamblea Nacional.
Probablemente, se convertirá en el tercer presidente consecutivo que ejerza un solo mandato y seguramente la V República perecerá con él al igual que el Imperio Romano concluyó con Rómulo Augusto. Tan solo tres de cada cuatro ciudadanos franceses votaron en la segunda vuelta, el menor porcentaje registrado desde 1968, y un inédito 12% de los electores lo hizo en blanco, por lo que ese 66% que se atribuye a Macron frente a Le Pen representa, en realidad, al 42% del electorado.
De hecho, con que solo un pequeño número de electores hubiera votado de forma diferente en la primera vuelta, la segunda se hubiera disputado entre Le Pen y Mélenchon. Este escenario tan solo ha sido pospuesto cinco años, que no es un periodo de tiempo demasiado largo.
La crisis doméstica de Francia, que es tan solo una manifestación local de la crisis del capitalismo democrático y del hundimiento del neoliberalismo, va a continuar
La crisis doméstica de Francia, que es tan solo una manifestación local de la crisis del capitalismo democrático y del hundimiento del neoliberalismo, va a continuar y con ella la crisis de Europa como economía política supranacional. En los próximos cinco años, Le Pen y Mélenchon van a tener tiempo para estabilizar sus partidos, sorteando los espectros del pasado, sean estos estalinistas o fascistas. No van a faltar ocasiones para la oposición parlamentaria y extraparlamentaria a las políticas de “reforma” cortadas por el patrón de Sarkozy u Hollande, o mejor de ‘Sarkolande’, con un Macron que ya está conociendo cómo se siente la derrota.
Macron despierta un entusiasmo considerablemente mayor fuera de Francia. En particular, la clase política alemana –excepto Alternative für Deutschland y una parte de Die Linke– y sus medios de comunicación –básicamente todos los medios, impresos y no impresos– han celebrado su victoria como si Alemania hubiera ganado el campeonato mundial de fútbol. Alemania, o lo que para ellos es lo mismo: la razón, la decencia, la democracia y “Europa”.
Solo los grandes actores se han mantenido más discretos, principalmente Merkel y Wolfgang Schäuble, pero también Martin Schulz, el rival de Merkel para las próximas elecciones, que parece haberse resignado a servir como segundo de a bordo en el próximo gobierno de la canciller alemana. Saben que la única esperanza de Macron es convertir su debilidad interna en fuerza europea, mientras que este sabe que él también es su última esperanza: après moi, mis queridos amigos alemanes, la déluge, asuma este el rostro de Le Pen o de Mélenchon, lo mismo da, y ya podéis despediros de vuestro europaraíso. ¡Cumplid o pereced!
Mantener a Macron políticamente vivo será política y económicamente costoso para Alemania, y el éxito no está ni mucho menos garantizado. El desventurado ex dirigente del SPD, Sigmar Gabriel, quien se retiró esta primavera al puesto de ministro de Asuntos Exteriores –¡supuestamente para pasar más tiempo con su familia!– anunció poco después de los resultados que es el momento de ayudar a los franceses: un parlamento y un ministerio de finanzas para la eurozona, un programa franco-alemán de inversiones, mayor techo de déficit presupuestario, etcétera.
Sin embargo, este tipo de políticas solo puede hacerse realidad pasando por encima de los cadáveres de Wolfgang Schäuble y sus partidarios en la CDU, por no hablar del aliado indispensable para la coalición de Merkel, la CSU bávara, y de los Liberales (con quienes quizá haya que contar para formar una coalición sin el SPD). Y aunque AfD no formará parte de ninguna coalición posible, sí que estará en el parlamento, donde podrá plantear preguntas que ni los Verdes ni Die Linke harían jamás y pedir acceso a información que, de otro modo, no verá la luz hasta que los archivos se hagan públicos dentro de veinticinco años.
En cualquier caso, Alemania no puede rescatar a Francia del daño que le ha hecho el intransigente euro aunque quisiera, porque no es solo Francia la que necesita ser rescatada, sino también Grecia, Italia, España y Portugal, tarea para la cual la potencia alemana es demasiado pequeña.
Durante la década perdida de Sarkozy y Hollande, Francia ha pasado de ser un contribuyente potencial a la solidaridad de la Eurozona a ser beneficiaria menesterosa de la misma, dejando a Alemania y a un puñado de pesos ligeros como los Países Bajos y Austria como los únicos posibles pagadores.
Por supuesto, esto no va a disuadir a Macron de intentar obtener el mayor número de concesiones posibles de Alemania. No puede hacer mucho más, dado que está ligado al euro y se mostrará incapaz de imponer las consabidas “reformas estructurales” neoliberales en su país. Así que, preparémonos para cinco años de un raro espectáculo: Alemania y Francia atrapados en un combate de lucha libre interminable en el que todas las llaves están permitidas, mientras ambos contendientes afirman que se hallan entrelazados en un amoroso abrazo. Ayudará a ello que los gritos de dolor y los de placer desbordante son difíciles de distinguir.