Balcanes
El cine, una forma de resistir en los Balcanes

El Festival de Cine de Sarajevo y el Dokufest de Kosovo son dos ejemplos de cómo en los Balcanes el cine actúa como un espacio para lidiar con la encrucijada identitaria, mirar al pasado o imaginar el futuro.
Festival de cine de Sarajevo
27º Festival de Cine de Sarajevo, celebrada en 2021.

“Cuando todo a tu alrededor se desmorona, es la única forma de mantener tu dignidad como ser humano. Durante la guerra, no teníamos agua corriente ni electricidad. Crecí en condiciones que no eran humanas en absoluto. Y cuando eres consciente de ello, guardas ese recuerdo contigo para toda la vida, así que cuando sientes que todo a tu alrededor se ha desmoronado y que alguien está intentando privarte de tu dignidad, el arte es lo único que te queda para no dejarte ir”, explica Asja Krsmanović.

Era 1995 cuando, entre disparos de francotiradores y bombas que nadie podía saber dónde iban a caer, los habitantes de Sarajevo decidieron vestirse con las mejores ropas que tenían e ir al cine. Asja Krsmanović tenía unos ocho años cuando su padre la llevó por primera vez al Festival de Cine de Sarajevo, “recuerdo que me llevó a la inauguración, creo que era la cuarta edición del festival. Era 1997 y recuerdo que fue en la sala Meeting Point”.

El Festival de Cine de Sarajevo se creó en plena guerra de Bosnia y sitio de Sarajevo. En su primera edición, contra todo pronóstico, unas 15.000 personas acudieron a pesar de los que les rodeaba

El Festival de Cine de Sarajevo (SFF, por sus siglas en inglés) se creó en plena guerra de Bosnia y sitio de Sarajevo —el sitio de ciudad más largo de la historia moderna—. En su primera edición tan solo se pudieron proyectar unas pocas cintas, sin embargo, y contra todo pronóstico, unas 15.000 personas acudieron a pesar de los que les rodeaba. “Vi a la gente muy bien vestida, todos sentados alrededor y tratando de hacer algo con un montón de entusiasmo. Lo recuerdo como una especie de evento social”, cuenta Krsmanović.

En ese momento, el festival fue la forma que los ciudadanos de la capital bosnia tuvieron de resistir, de buscar la normalidad en pleno conflicto y de llamar la atención del mundo sobre lo que seguía pasando en el país. Como bien dice la joven, “cuando sientes que todo a tu alrededor se ha desmoronado, el arte es lo único que te queda para no dejarte ir”.

No faltan ejemplos en los que podemos ver cómo el cine se ha usado como un arma política, entendido como un espacio cultural a través del cual se busca la intervención social. Así lo entienden, y lo entendieron en los años 90, en los Balcanes, donde el cine ha contribuido al cambio en la concepción desde un sentido supranacional de la identidad yugoslava a formas más locales de identificación ligadas a la identidad étnica y religiosa.

Davor Džakula es un joven nacido en Serbia, de madre bosnia y padre croata, quien se describe como “los Acuerdos de Dayton” cuando le preguntan por su contexto étnico y religioso. El joven afirma que “en los Balcanes Occidentales, y por supuesto en Bosnia, siempre tenemos ciertas narrativas que nos vienen de nuestros mayores, no solo de nuestros padres, sino de nuestras familias, vecinos y demás, y el cine nos muestra cómo desafiar esas narrativas”.

En Croacia, Bosnia, Serbia, Kosovo y Macedonia del Norte, desde mediados de la década de 1990 hasta nuestros días, no han parado de surgir cintas que hablan sobre la dramática desintegración de Yugoslavia. Cuestiones como la memoria, la historia y el trauma son esenciales para entender el proceso de construcción nacional en las repúblicas yugoslavas de posguerra. La memoria es un factor determinante en la construcción de la identidad individual y colectiva. En este sentido, el cine es una gran herramienta no solo para la construcción de la identidad nacional de las nuevas comunidades de la región, sino también a la hora de intentar explicar su realidad fuera de sus fronteras.

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Desafiando narrativas

“Cuando vives en esta región, es casi imposible ignorar cosas como el estatus social, la economía, la política […] Somos conscientes de que en nuestra región las producciones son pequeñas, de bajo presupuesto, y por eso muchos cineastas están haciendo películas con temas sociales muy fuertes. Somos muy conscientes de la sociedad en la que vivimos y creo que demostramos el coraje para explicárselo a los nuestros pero también al mundo”, analiza Asja Krsmanović quien, treinta años después de que su padre la llevase al Festival de Cine de Sarajevo por primera vez, se ha convertido en una de sus organizadoras y en la seleccionadora de las películas que competirán en la categoría Películas de Estudiantes. “Me incorporé al festival hace unos diez años. Ahora somos tres generaciones trabajando juntas que intentamos mantener algunos valores de la cultura de este país que están desapareciendo poco a poco”, explica.

El Festival de Cine de Sarajevo supone, a día de hoy, el más importante de la región y uno de los más grandes del continente europeo, en el que ya se llegan a proyectar más 250 películas de las cuales, en esta edición, 57 han sido producciones regionales. “Presentamos una región que no está muy cubierta en otros festivales de cine, una zona que está en el centro de Europa pero que, de alguna manera, también se suele dejar al margen de Europa. Fomentamos un buen ambiente en la industria cinematográfica de la región, no solo por nuestras selecciones y nuestro mercado de coproducción sino también porque hemos creado una red de festivales de la región adriática; dirigimos este proyecto junto con el Festival de Cine de Zagreb, el Festival de Liubliana, queremos ser inclusivos compartiendo nuestros conocimientos, ayudando a nuestros colegas y trabajando juntos, aportando el sentimiento de Yugoslavia”, explica orgullosa la organizadora.

Y es que el cine en los Balcanes ha sido una herramienta imprescindible para la construcción de la conciencia colectiva de sus sociedades tras el conflicto. En el estudio de Etami Borja Trauma y Memoria en el cine posyugoslavo se analiza cómo los cineastas contemporáneos posyugoslavos abordan con valentía diversas cuestiones relacionadas con la memoria colectiva, ofreciendo su punto de vista sobre acontecimientos y personalidades de la historia yugoslava y el impacto que han tenido en la sociedad contemporánea. Sin embargo, con el tiempo, los cineastas de la generación más joven empezaron a alejarse del tono nacionalista propio de los noventa y empezaron a explorar nuevas perspectivas que les permitiesen poner el foco en realidades que, durante la década anterior, quedaban relegadas a los márgenes e incluso se ocultaban.

“El cine es una herramienta que busca dar más espacio para la discusión. [Los jóvenes] están más o menos abiertos a la reflexión que las generaciones mayores, que debido al trauma generacional, no están abiertos a escuchar, y es necesario en cualquier tipo de conflicto tener, al menos, dos lados”, explica Džakula. El análisis de Borja se adentra en esta concepción: “Muchas películas posyugoslavas desde 1990, al centrarse en cuestiones de lucha por la identidad nacional, glorificaron la guerra e insistieron en el tema de la nación, mientras que otros utilizaron las imágenes de la guerra y la violencia para perpetuar el retrato tópico de la cultura y los pueblos balcánicos”. Un tipo de cine que no hizo más que definir lo que se acabó catalogando como ‘cine balcánico’ que “perpetuó los estereotipos occidentales sobre los Balcanes, representando esta zona como primitiva, exótica y salvaje; una especie de Tercer Mundo limítrofe con el Primero”, concluye el estudio.

La nueva generación de producciones no trata de perpetuar el discurso nacionalista de guerra y odio que ha dividido a la región sino que hacen una revisión de tales narrativas

Sin embargo, la nueva generación de producciones, ya dentro de la década de los 2000, no trata de perpetuar el discurso nacionalista de guerra y odio que ha dividido a la región sino que hacen una revisión de tales narrativas. En 2018 se estrenaba Cold November, una cinta de Ismet Sijarina en la que se presenta la historia de Fadili, un archivista albanés en Pristina que se ve obligado a firmar la carta de lealtad al régimen de Slobodan Milošević con el fin de poder tratar el cáncer de su mujer y por lo cual se ve marginado por su propia comunidad, y usado como propaganda para el régimen.

Y es que el cine es la plataforma mediante la cual se pretende deconstruir, reinterpretar y subvertir los relatos históricos nacionalistas. En palabras de Davor Džakula, “cada vez son directores más jóvenes que tratan temas de diferentes maneras y creo que estamos perdiendo ese miedo. Estamos viendo como, con diferentes herramientas y perspectivas, la juventud está más dispuesta a formar parte, no sólo sentándose y discutiendo sobre ciertas películas, sino también a formar parte de ellas”.

Con el fin de las guerras yugoslavas, los relatos se empiezan a diversificar así como las formas de acción social donde se incluye el séptimo arte. En este sentido, el tema central deja de ser la guerra y otras causas empiezan a tomar fuerza.

El cine documental y la Yugonostalgia

En 2002, un grupo de amigos cogieron la sala de cine Lumbardhi de Prizren, un pequeño pueblo al sur de Kosovo, y crearon el DokuFest. Al principio con el mero objetivo de salvar tal sala ya que después de la guerra de 1999, y debido a dificultades financieras y logísticas, no pudo volver a abrirse, y ahora se ha convertido en el principal festival de documentales y cortometrajes del sudeste de Europa.

En ese grupo de amigos estaba Veton Nurkollari, quien había crecido viendo películas en Lumbardhi, y quien ahora es el director artístico del Dokufest. “En un país que ha experimentado la guerra sabemos que la gente se vuelve loca y pierdes el sentido de la normalidad rápidamente, por eso intentamos hacer todo lo posible a través de películas para crear conciencia”, reflexiona Nurkollari.

Durante el DokuFest, toda esta ciudad de estética otomana se convierte en cine, las pantallas inundan del río Bristica hasta la fortaleza en lo más alto de la montaña, donde este año se han proyectado documentales como Mediha, una cinta que trata el genocio yazidí; El cielo sobre Zenica, que refleja la lucha de los vecinos de la ciudad más contaminada de Europa; o The Flats, que se adentra en las consecuencias emocionales con las que lidian algunos protagonistas de The Troubles en Belfast. “Este festival no rehúye proyectar películas políticas o sobre temas que muchos festivales no quieren mostrar, porque esa es nuestra posición. Nuestra misión es educar a través del cine”, asegura el director artístico.

Tanto el Festival de Cine de Sarajevo como el Dokufest buscan poner el foco en los matices de las experiencias personales y colectivas desde esos márgenes geopolíticos y artísticos, a los que suelen quedar relegados regiones como los Balcanes o el Cáucaso, y que a menudo se descuidan a la hora de armar el complejo rompecabezas de nuestra realidad global.

Los Balcanes suponen una de las regiones con las poblaciones más jóvenes del continente. En este sentido, por ejemplo, la media de edad de la población en Kosovo es de 30 años, y en Bosnia de 39. Una edad que marca el tono de las narrativas que se presentan en las pantallas. “Los jóvenes son muy conscientes de otros problemas como la lucha de clase. Tal vez la generación anterior estaba más enfocada en los traumas [del conflicto] pero hoy en día la generación joven reflejan temas relativos a los traumas familiares o la salud mental”, analiza la seleccionadora de Películas de Estudiantes del SFF. Y es que los jóvenes en los Balcanes no recuerdan el conflicto, lo conocen pero a través de las historias de sus familias; para ellos no son recuerdos como para su mayores sino historias con las que han crecido. En ese sentido, su forma de tratar tales realidades cambia; el conflicto ya no es el centro sino la forma de lidiar con el trauma que arrastran sus protagonistas.

Películas como Crnci (2009) rompen con la autopercepción de los croatas como víctimas de la guerra y admiten los crímenes cometidos por las fuerzas croatas. “La reconciliación es una construcción de la paz que trata con el pasado. Respetar a todas las víctimas y los sacrificios, pero al mismo tiempo avanzar hacia un futuro mejor para la región. Ahora todas las perspectivas culturales e históricas presentes en el cine ayudan a mantener la resiliencia en los Balcanes”, analiza Davor Džakula. Este año el DokuFest ha proyectado Woods that sing, que narra los testimonios de cuatro partisanas en Croacia y que trata de buscar los significados femeninos ocultos en las historias que creemos conocer y que aún no hemos descubierto.

En este sentido, ha aparecido otro fenómeno en la región —aunque también fuera de ella—, la yugonostalgia, que el cine está usando como recurso para describir, en muchas ocasiones, las personalidades de sus protagonistas. “En esta isla hay tres cosas sagradas: la Virgen, Tito y mi carrito”, dice Ićo, el alcalde comunista de la isla croata de Prvić, en la película My Late Summer, la cual se presentó durante esa edición del SFF. Con ese tono de humor, el alcalde y otros vecinos del pueblo, adaptan los recuerdos —y la idealización— de la época yugoslava a las dificultades diarias actuales. La película incluso rinde homenaje a la herencia antifascista de la isla con una anciana partisana de gatillo fácil que dispara desde su balcón y canta canciones comunistas con el alcalde. Porque, como bien explica la investigadora Zala Volčič, la yugonostalgia puede ser una herramienta vital para ayudar a los antiguos yugoslavos a negociar las tensiones históricas que con demasiada frecuencia se manifiestan en los conflictos contemporáneos.

Al evocar la época pasada sin romantizarla o glorificarla se abren muchas posibilidades de reconciliación con la historia yugoslava. Así como hace My Late Summer, las nuevas películas se permiten cuestionar el papel de Tito y la forma en que se percibió su imagen tras la desintegración de Yugoslavia.

El cine, aunque al principio fuera diseñado como una herramienta de captación de masas, ha sabido crear contranarrativas y ha actuado como una herramienta política. Sin embargo, en los Balcanes también ha sido, y sigue siendo, una forma de lidiar con su historia y de poder contarla; la plataforma mediante la cual muchos se atrevieron a dar luz a realidades escondidas en los márgenes. Como bien analiza Etami Borja, las películas posyugoslavas se utilizan para explorar cómo las historias traumáticas se incorporan a la narración oficial de la historia y las identidades nacionales. El cine no sólo almacena y reproduce el trauma, sino que le da forma y un nuevo significado. Desde esta perspectiva, el proceso de convertir el trauma en película se convierte en un momento productivo para abordar el pasado. “El cine nos ayuda a adentrarnos en el futuro, pero también a abordar el pasado”, refuerza Davor Džakula.

Porque en los Balcanes el cine siempre ha sido un arma social, en los años 90 fue la forma de resistir, de buscar la normalidad en pleno conflicto como hizo el Festival de Cine de Sarajevo. Mediante el cine, los autores balcánicos buscaban mostrar lo que estaba pasando en la región, llamar la atención del mundo para que no dejasen de mirar. También resistiendo nació el DokuFest, cuando un grupo de amigos se negaron a que cerrase la sala de su ciudad.

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El cine en los Balcanes está con Palestina

Con el tiempo, el uso del séptimo arte ha ido cambiando. Ahora desde los festivales se entiende como una herramienta para el diálogo y el aprendizaje pero, sobre todo, para crear conciencia. “El mundo que nos rodea no está mejor, no es como nos imaginábamos que podía ser cuando se creó el festival, sin embargo nuestra experiencia en los últimos 30 años demuestra que la reflexión sobre los tiempos más difíciles a través del diálogo y el arte no solo es importante, sino también necesaria si queremos que prevalezca la paz”, declamaba Jovan Marjanović, director del Festival de Cine de Sarajevo, durante su apertura.

La cinta No other land, una producción palestina donde se retrata la colonización de la aldea de Masafer Yatta, en Cisjordania, por parte de las tropas israelíes se ha proyectado en ambos festivales. Banderas palestinas no han parado de ondear tanto en Bosnia como en Kosovo. “La contraseña del wifi es FreeGaza” decían en una tienda de zumos en Prizren. Mientras en un restaurante de Mostar se niegan a servir Coca-Cola porque “Palestina Libre”. “Creo que sentimos mucha empatía hacia el sufrimiento humano y el sufrimiento humano en todas partes”, asegura Asja Krsmanović. Y para el director artístico del DoKuFest es lógico porque “haber estado oprimido de alguna manera natural te hace estar del lado de los oprimidos dondequiera que estén”.

La primera noche del DokuFest el grupo palestino 47soul hacía vibrar a un público que no dejó de gritar “desde el río al mar, Palestina libre”

El DokuFest ha creado un programa dedicado a Palestina, donde no solo se proyectan los últimos documentales creados sobre el conflicto, sino que ha recolectado materiales de archivo para que, en palabras de Nurkollari, “expliquen y abran el horizonte a entender un poco más las raíces del problema que lleva décadas pasando”. Por su parte, el Festival de Cine de Sarajevo ha condecorado con el Corazón de Sarajevo al director de cine palestino Elia Suleiman. “Estamos intentando traer todas esas historias al Festival y realmente intentamos poner de relieve todos esos problemas y traer a los cineastas para que hablen de ello. Sabemos que el diálogo es importante, sobre todo en una época política tan difícil”, afirma Krsmanović.

Suleiman daba una masterclass en pleno festival donde aseguró que “siempre hay lugar para la humanidad. La historia ha demostrado que, incluso en situaciones desesperadas, la gente consigue detener el tiempo con la ayuda del humor”. Y la primera noche del DokuFest el grupo palestino 47soul hacía vibrar a un público que no dejó de gritar “desde el río al mar, Palestina libre”. Desde el pasado octubre en la región no han podido sentir más que empatía con el pueblo palestino. “Sentimos esa conexión. La mayoría de la gente en los Balcanes Occidentales hemos aprendido lo que pasa cuando tienes opresores, cuando tienes crímenes como los que estamos viendo [en Palestina]”, asegura Davor Džakula.

Y para Veton Nurkollari, “es molesto lo que está sucediendo en todo el mundo y especialmente en Europa donde gran cantidad de festivales no se posicionan, intentan ser neutrales y no tomar puntos de vista y eso, en mi opinión, es censura […] este poderoso material visual que se ve en las películas ayuda a crear conciencia. Esa es nuestra misión”

Porque en los Balcanes el cine siempre ha sido un arma política, una forma de resistir. Porque “cuando sientes que todo a tu alrededor se desmorona, el arte es lo único que te queda para no dejarte ir”.

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