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Análisis
¿Qué está pasando en Alemania? Estado, memoria y sustracción de derechos civiles
Desde el 8 de octubre de 2023, se ha desatado en Alemania algo que podría ser una tormenta, pero es más bien un temblor. Una sacudida que está zarandeando los pilares del Estado de derecho del gigante europeo, autonombrado bastión del progreso y la democracia occidental. La contención del temblor es el silencio, la represión y el cierre del discurso en torno a la propia narrativa del Estado alemán sobre la historia, la justicia y la verdad. Pero a las fortalezas también les nacen grietas en los cimientos.
No se trata de mera represión policial, es también política, cultural y social (esta última, quizá difícil de comprender, es fundamental), tiene forma de legislación, de silencio, de tergiversación mediática, y tiene un fondo racista, colonial y profundamente autoritario. Las bases del Estado alemán. Repasar lo que está pasando en Alemania ante la masacre en Palestina nos habla del proyecto occidental en su conjunto y del derrumbe del marco (históricamente selectivo) de derechos humanos establecido tras la Segunda Guerra Mundial tal como lo habíamos conocido hasta ahora. Pero nos habla también del mal endémico de nuestro presente: la pérdida de sensibilidad y el triunfo de la lógica de guerra. Y de la inevitabilidad de la resistencia si nos queremos vivas, esto es, sensibles.
Esta serie de tres artículos abordará algunos de los aspectos de lo que está ocurriendo en Alemania desde octubre (pero no solo) centrado en el caso berlinés y desde tres ópticas complementarias: la lógica estatal y la construcción selectiva de memoria; lo que está pasando en las instituciones culturales y educativas, y el punto de vista del movimiento y la fuerte ola represiva de los últimos meses y semanas.
Una última línea de contexto: cuando escribo estas líneas, son casi once mil el número de niños y niñas asesinados en Gaza. Mientras sigo escribiendo o mientras tú lees, ese número aumenta. Y mientras alguien en Berlín, Madrid o cualquier otra parte del mundo mira hacia otro lado o discute los matices políticos de una u otra posición, las bombas siguen matando civiles. Y eso es lo importante. Dicho esto, ahora se trata de dibujar algunas líneas que nos ayuden a comprender lo que pasa en Alemania, y lo que eso nos dice de nuestro presente.
Supresión de derechos fundamentales
El pasado 20 de diciembre el Centro Europeo de Apoyo Legal (ELSC) anunciaba en un comunicado que dos tribunales alemanes han declarado legales los eslóganes propalestinos “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” o “Alto al genocidio en Gaza”, después de que el ELSC ganara con éxito dos demandas judiciales presentadas en Munster y Colonia.
Según la decisión del tribunal de Colonia, el juez reiteró que las críticas al Estado israelí están “protegidas por la libertad de expresión”, subrayando que los eslóganes están “dirigidos contra Israel y no contra la población judía de Alemania”, lo que dio lugar al rechazo de “acusaciones incendiarias de antisemitismo”. Es una noticia importante, aunque no definitiva. Durante los últimos meses y desde los acontecimientos del 7 de octubre, se ha vivido en Alemania una escalada represiva que está suponiendo detenciones y razias por parte de la policía por mostrar apoyo público (incluso en forma de tuit o post de Instagram) a Palestina o por pedir el cese de los bombardeos. Una escalada que ha dejado al descubierto algunas de las tensiones latentes en la raíz colonial de las políticas alemanas: Alemania se divide hoy en dos, la del Norte y la del Sur globales.
Bajo el dominio de la lógica burocrática, no parece existir la posibilidad (material ni imaginativa) de desborde, esto es, de ocupar la calle y multiplicar la repercusión pública de la acción crítica
Después de la reunificación en el año 1990, la disputa en el terreno político, ético y legal se cimenta, entre otras cuestiones, sobre la reconfiguración del Estado-nación alemán a partir de una concepción de la memoria histórica como ejercicio de apoyo incondicional al Estado de Israel.
El Estado alemán de posguerra se concibió, bajo la doctrina del ordoliberalismo, como un Estado fuerte proveedor, y así se mantuvo tras la reunificación. Es una estructura que ordena de manera burocrática casi todos los ámbitos de la sociedad, y sanciona en consecuencia todo lo que escapa a esa regulación. La cultura burocrática no se circunscribe al ámbito institucional, jurídico y securitario, sino que tiene a su vez una traducción en la cultura y la regulación del comportamiento social. Esa regulación deja poco espacio a la imaginación política.
No hubo, ni como resonancia de la primavera árabe, o del 15M o de Occupy Wall Street o de Nuit debout, ni siquiera de la crisis financiera que asoló el Norte global hace ya más de una década, ningún tipo de expresión o estallido social particular en Alemania en ese periodo. Bajo el dominio de la lógica burocrática, no parece existir la posibilidad (material ni imaginativa) de desborde, esto es, de ocupar la calle y multiplicar la repercusión pública de la acción crítica. Hay, sin embargo, dos ejemplos que rompen esa lógica: el movimiento migrante de oplatz de 2012 y las manifestaciones que arrancan en Sonnenalle en apoyo a Palestina el 8 de octubre de 2023.
Primeros días en Sonenalle: From the river to the sea...
El 8 de octubre, tras los atentados de Hamás y la ruptura del cerco israelí a Gaza, se produce una manifestación más o menos espontánea en Sonnenalle, una avenida central del barrio de Neuköln donde se concentran población y comercios árabes y algunos locales emblemáticos de la diáspora palestina (la más grande en Europa). Inmediatamente, dicha manifestación es tildada de proterrorista y las medidas de prohibición, represión e ilegalización no se hacen esperar, así como toda la artillería mediática que enarbola el antisemitismo como punta de lanza mientras rezuma islamofobia y autoritarismo antidemocrático impúdicamente. La delegación alemana de la organización política Samidoun, que opera también en territorio español, hizo la comunicación de esa manifestación, por lo que fue acusada de apoyar los ataques terroristas de Hamás y, semanas después, Samidoun fue ilegalizalizada en Alemania. Nada nuevo: ya en julio de 2023 un activista sirio-palestino en régimen de asilado, Zaid Abdulnasser, recibió una carta oficial de la BAMF (Oficina Federal de Asilo y Migración) en la que se le amenazaba con la retirada del pasaporte y la deportación. La polémica en torno a la campaña de apoyo —#standwithZaid— tampoco se hizo esperar en entornos de izquierda alemana.
Los titulares de prensa tachan de antisemitas, de apoyo a Hamás y de odio a Israel las manifestaciones de apoyo a Palestina y por el cese de los bombardeos en Gaza
Tras esa primera manifestación del 8 de octubre vinieron otras y, con ellas, las prohibiciones de manifestarse y el creciente recorte de la libertad de expresión. En ese marco, por ejemplo, un activista italiano, Lolo, que fue arrestado el mismo 8 de octubre, permaneció detenido durante casi un mes en espera de juicio, acusado de antisemitismo. A mediados de noviembre, tras unas insostenibles declaraciones de la policía en la vista pública, salió sin cargos. Uno de los argumentos utilizados para su detención preventiva fue que, al no estar empadronado, puesto que llevaba poco tiempo en la ciudad, corría riesgo de fuga.
Opinión
Guerra en Gaza Ojo por ojo y el mundo está ciego
De “From the River to the Sea” a “From the Risa to the Spree”
Los titulares de prensa tachan de antisemitas, de apoyo a Hamás y de odio a Israel las manifestaciones de apoyo a Palestina y por el cese de los bombardeos en Gaza, que fueron automáticamente prohibidas en los días sucesivos al 7 de octubre. Los grandes periódicos manejan un léxico que oscila entre los conceptos de “terrorismo”, “antisemitismo” y “odio a Israel” desde octubre hasta el día de hoy, con pocas excepciones como la de Junge Welt. Portar símbolos de apoyo a Palestina (llevar una bandera palestina o una kufiya al cuello) puede ser motivo de detención. La policía hostiga a quien lleva un cartel que dice “Stop the genocide” y el corear “From the river to the sea, Palestine will be free” está oficialmente prohibido porque, según la interpretación del Estado alemán, se trata de un canto antisemita. Esta medida puede ayudar a entender el peso de lo que llamaremos “lógica de Estado” o “pensamiento estatal” en el razonamiento que subyace a esta política.
En un requiebro humorístico frente a la censura, alguien cambió el eslogan a “From the Risa to the Spree” (Risa es un emblemático restaurante palestino de la Sonnenalle, epicentro de las manifestaciones de Berlín, y el Spree es el nombre del río que divide la ciudad). Semanas después, otra persona fue detenida en una manifestación por llevar una camiseta con ese eslogan. Aunque liberada de inmediato, el gesto policial da cuenta, entre otras muchas cosas, del nivel de control no solo sobre la presencia en las calles, sino, sobre todo, sobre las ideas y mensajes. Amén de los límites del humor germano, que en eso el Estado español no tiene la exclusiva.
Pero esta vez, tras dos semanas de escalada represiva, con toda manifestación, gesto o mensaje de apoyo a Palestina prohibidos, la policía no se topa con la obediencia a la norma propia de la cultura burocrática heredada de su política de Estado, sino con el desborde de la indignación y la desesperación de un pueblo frente a una masacre y de una composición social que ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Las convocatorias se hacen automáticas, y el Estado acabará cediendo y legalizando las convocatorias, que no cesan. Volveremos más adelante sobre las movilizaciones de estos últimos meses en Alemenia. Antes, y para completar una mínima urdimbre que ayude a comprender el contexto alemán, abordamos la perspectiva respecto a las cuestiones de memoria o por qué todo es antisemitismo en la interpretación institucional de lo que está ocurriendo estos meses.
Memoria e historia: culpa, autorreferencialidad y dogmatismo
¿La memoria colectiva pertenece a alguien? ¿A quién? ¿Cómo y dónde se construye, recopila, cuida y trasmite? ¿Qué relación establece esa memoria con el pasado y, sobre todo, con el presente?
Entre 2016 y 2018, trabajé como guía en la ciudad de Berlín. En los paseos, utilizaba el modelo alemán para hablar de la ausencia de políticas de memoria histórica en el Estado español. Alemania fue un modelo en su insistencia en la memoria del Holocausto. Aun reconociendo las grandes lagunas de la versión alemana (sobre todo, respecto a la desnazificación en su parte occidental), y con poco espacio para los matices en un paseo guiado, esa experiencia me abrió algunos interrogantes sobre la relación de Alemania con su pasado. A lo largo de estos años han ido cobrando más y más peso esas preguntas respecto a la sorprendente doctrina que subyace en las lecturas del pasado que se manejan consensualmente en ese país. Lo que es y no es, lo que puede ser nombrado o no y por parte de quién. Y su relación con el presente.
Incluso en los sectores de izquierda se produce una fractura entre la izquierda blanca alemana y la izquierda alemana no blanca, migrante, mestiza, internacional o del Sur global. Una fractura latente desde hace tiempo que no solo porta conflicto y ruptura, sino que abre la posibilidad de desembarazarse de algunas retóricas de la vieja izquierda del movimiento. Volveremos sobre esto más adelante, pero resulta imprescindible señalar la fundamentanción colonial del Estado alemán para entender lo que está ocurriendo en las últimas semanas en Alemania, y concretamente en Berlín.
Atribuir la posición actual de Alemania solo a cuestiones de memoria sería, sin embargo, incompleto: la economía y las cuestiones de geopolítica del mapa global actual son tan imprescindibles como veladas. Si no las analizamos aquí, no es solo porque excede la capacidad de este artículo sino porque son asimilables en la propaganda que a nivel del país opera en la construcción de consenso social, que es lo que tratamos de reflejar aquí.
En Alemania el tratamiento de la memoria del Holocausto ha sustituido la reparación de las víctimas (el pueblo judío alemán) por la reparación del trauma de quien hereda la culpa
Ese consenso se construye, lo sabemos, con herramientas como la educación y los medios de comunicación. Si bien el tratamiento mediático de estos últimos meses ha cerrado filas sobre el discurso de “todo es antisemitismo”, la parálisis social dominante frente al genocidio tiene raíces más profundas. El activista Frank Barat está realizando una serie de entrevistas a diferentes figuras del panorama internacional que están aportando valiosísimas visiones sobre el genocidio del pueblo palestino. Entre ellas, me llamó poderosamente la atención la que realizaba a Nurit Peled, una filóloga israelí, experta en lenguaje y educación, que investiga sobre el racismo en el sistema educativo israelí. Nurit es quien me hizo pensar sobre las raíces educativas de algunos consensos sociales en Alemania, así como en el papel de la propaganda mediática y de Estado, y su vinculación con el tratamiento de la memoria, mediante la cual cualquier acción en el amplio espectro de la crítica a la “autodefensa” israelí es presentada como antisemitismo. Los medios de comunicación insisten machaconamente es tildar de Israel-hater a cualquiera que manifiesta públicamente una crítica a los ataques del Ejercito israelí sobre la población palestina. No hay cabida para la crítica o el cuestionamiento. Se habla en términos de odio y erradicación de ese “odio antisemita”.
En la política oficial de memoria forjada durante años, en esa apropiación exclusiva de lo que es y lo que no es, de lo que puede ser nombrado y lo que no, nadie excepto los propios alemanes (y no todos), ni siquiera los judíos, puede decir lo que es o no es el Holocausto, o lo que es o no es antisemita. Comparar a Netanyahu con Hitler puede hacerte perder el empleo, no así comparar a Putin durante el ataque a Ucrania. Memoria selectiva.
Las personas que se movilizan son consideradas bajo esta lógica, per se y automáticamente, antisemitas, calificativo que no se emplea, sin embargo, para el fulgurante ascenso de la ultraderecha en las instituciones, los medios y los movimientos sociales. “Antisemita” viene a ser aquello que no encaja en la política del Estado alemán, y en esta Afd (Alternativa por Alemania) parece encajar a la perfección. Bien es cierto que el ascenso del fascismo en Europa no es patrimonio exclusivo de Alemania: la tolerancia de los Estados occidentales hacia este fenómeno nos remite de nuevo al orden estatal, en un círculo infinito de retroalimentación del sistema de totalización del control sobre los cuerpos y el pensamiento.
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Historia El Bund: los socialistas judíos que no amaban el sionismo
En un paralelismo con la lógica del Estado de Israel de presentarse como las víctimas para justificar el ataque perpetrado por su propio Ejército (en combinación con la deshumanización y/o demonización del pueblo palestino), en Alemania el tratamiento de la memoria del Holocausto ha sustituido la reparación de las víctimas (el pueblo judío alemán) por la reparación del trauma de quien hereda la culpa, y desde la reunificación, el esfuerzo sistemático por forjar una identidad nacional que les libere de esa culpa se ha tornado en un ejercicio extremo de narcisismo colectivo en el que cualquier voz, incluida la de los judíos no sionistas, es acallada o puesta en cuestión. Sobre un análisis del uso de la memoria del Holocausto en este sentido es relevante el artículo Bad Memory, en la revista Jewish Currents
Esta lógica de Estado, reparación de la culpa e identidad nacional anti-antisemita se traduce en la práctica en una incondicional y acrítica defensa del Estado de Israel (insisto: el Estado de Israel, no los judíos). El Estado de Israel es incuestionable y sus defensores (no necesariamente judíos ni, desde luego, todos los judíos) son la encarnación del anti-antisemitismo, de modo que cualquier acción perpetrada por el Estado de Israel es una defensa contra el antisemitismo. Profecía autocumplida. Círculo perfecto. ¿Y dónde queda la verdad en esa ecuación? Lo cierto es que la verdad no importa. Y esa es, en parte, la función principal de las voces que se alzan hoy: gritar la verdad de lo que está pasando en todas partes. La sentencia que mencionábamos al principio de este artículo es un pequeño paso en el ingente esfuerzo colectivo que se está haciendo en este sentido. Pero la maquinaria represiva no se ha parado por ello. Las movilizaciones tampoco.
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Excelente, espero con ganas los dos artículos siguientes. Si añadimos la cuestión geopolítica y económica podemos advertir que Alemania se pegó un tiro en el pie y en la cabeza con la sumisión plena a la OTAN/EEUU/Israel. Parte de la población alemana se ha empobrecido (como aquí también "gracias" al BCE), y vuelven las políticas de austeridad con la energía aún más cara. El gobierno del "semáforo" alemán está poniendo la alfombra al facismo y a la guerra. Un medio alternativo alemán: https://www.nachdenkseiten.de/?p=108961