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Análisis
El golpe de Gabón podría hacer temblar a las dinastías políticas envejecidas de África
Hasta el miércoles 30 de agosto de 2023, tres dinastías políticas llevaban más de 50 años a los mandos de alguno de los gobiernos africanos. Los Ghassingbé en Togo, los Nguema en Guinea Ecuatorial y los Bongo en Gabón. Ahora, y tras la novena asonada militar entre África Occidental y Central desde el año 2020, Ali Bongo, hijo del expresidente Omar Bongo, ha enterrado, a la fuerza, su linaje familiar.
Gabón está de estreno por dos razones. Primero, porque es la primera vez en la historia reciente que se produce un golpe de Estado en la región central del continente africano. Acostumbrados al historial del Sahel, que parte de unas inquietudes relacionadas con la inseguridad militar y el avance del terrorismo yihadista, lo de Gabón habla de un hastío político en contra de una orden familiar. Y esa es precisamente la segunda razón de su estreno. Lo que ha ocurrido en Gabón no forma parte de las pretensiones internacionales, ni de la intromisión de Rusia y la salida de Francia. El grupo de militares buscaban sacar a los Bongo del poder, y, aunque aparentemente lo han conseguido, todo podría seguir quedando en familia.
¿Un metagolpe familiar?
No había pasado ni una semana desde la destitución de Ali Bongo. En el palacio presidencial de Libreville, capital del país, una sala abarrotada de funcionarios gubernamentales y líderes militares y locales daban la bienvenida al nuevo líder. El general Brice Clotaire Oligui Nguema presentaba su juramento como jefe de Estado. Pero su cara no era nueva.
Según las últimas noticias, Nguema es primo del derrocado Ali Bongo, sirvió como guardaespaldas de su difunto padre, Bongo Sr. y fue líder de la guardia republicana, una unidad militar de élite. Ahora, su toma del poder es una amenaza al desarrollo democrático del país por dos razones.
El nuevo jefe de Estado, Nguema, es primo del derrocado Ali Bongo, sirvió como guardaespaldas de su difunto padre, Bongo Sr. y fue líder de la guardia republicana, una unidad militar de élite
Primero, porque con sus antecedentes familiares podría seguir legitimando el historial de corruptela de los Bongo. El general Nguema, igual que gran parte de su familia, también está implicado en escándalos relacionados con la malversación de fondos. Según una investigación de 2020 del Organised Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP por sus siglas en inglés) sobre los activos de la familia Bongo en Estados Unidos, Nguema invirtió en bienes mobiliario, que pagó en efectivo. Concretamente, compró tres propiedades en Maryland por más de un millón de dólares estadounidenses.
Y, segundo, porque a pesar de que la llegada del general se fundamenta en la denuncia de unas elecciones irregulares, la legitimidad y la verdadera transformación democrática no será posible a corto ni medio plazo. A pesar de que el propio Nguema ha asegurado que planea reescribir la Constitución y el código electoral, la realidad es que un proceso de tales características no es cortoplacista. El periodo de transición no solo podría llevar meses, sino años.
Multinacionales
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Terremoto regional
La caída de la familia Bongo podría ser motivo de réplicas en otros países vecinos con gobiernos autócratas y familiares. En el caso de Camerún y Ruanda, este último con uno de los líderes más longevos de África, ambos ya han tomado medidas para evitarlo. En el primer país, Paul Biya, el jefe de Estado en el poder desde 1982, anunció una reorganización en el Ministerio de Defensa y evitar así una revuelta militar propia del hartazgo como la de Gabón.
En Ruanda, en cambio, el presidente Paul Kagame ha retirado a cientos de soldados y ascendido a otros más jóvenes al aparato de seguridad del país. Según una declaración de las Fuerzas de Defensa de Ruanda (RDF), Kagame habría ordenado la salida de al menos 678 funcionarios del órgano militar. En junio, nombró a Juvenal Marizamunda como ministro de Defensa, en sustitución de Albert Murasira, que ocupaba el cargo desde 2018. Mejor prevenir que curar.
El eterno historial de las dinastías políticas
En África, hasta 10 países han contado con al menos dos miembros de una misma familia como jefes del Ejecutivo. Aunque predominan hijos, también hay casos de hermanos y sobrinos.
En Togo, los Gnassingbé gobiernan desde 1967. Gmassingbé Eyedéma, quién logró dar dos golpes de Estado, se mantuvo en el poder hasta el día de su muerte en febrero de 2005. Al fallecer y después de unos cambios constitucionales que redujeron la edad mínima para ser presidente de los 45 a los 35 años, un grupo de militares nombraron al hijo del expresidente, Faure Essozimna Eyademá (también conocido como Faure Gnassingbé) como nuevo líder del país. Togo lleva 56 años bajo el mismo apellido.
La longevidad de estos dirigentes ensancha una brecha generacional que desconecta a sus gobiernos de una población cada vez más joven y dificulta su desarrollo democrático y social
Al sur, en Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema arrebató el poder en 1979 a su tío, Francisco Macías Nguema mediante un golpe de Estado. Aunque hubo intentos de derrocar a Obiang en 1981, 1983 y 1986, ninguno fue exitoso y todos se saldaron con sentencias de muerte. A pesar de las reiteradas denuncias de fraude electoral por parte de la oposición, Obiang ha salido ileso en todos los comicios y lleva gobernando el país con mano de hierro durante los últimos 44 años.
A los casos de Togo, Gabón y Guinea Ecuatorial se suma Chad y República Democrática del Congo. En 2021, Idriss Déby falleció combatiendo a rebeldes en el norte del país y el Ejército dio un golpe de Estado para colocar a su hijo, Mahamat Déby Itno, al frente del Ejecutivo. En Kinshasa, en cambio, el asesinato de Laurent-Désire Kabila resultó en el nombramiento de su hijo, Joseph Kabila.
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Líderes ancianos en países jóvenes
El eterno historial de las dinastías políticas en África provoca que una gran parte de sus líderes sean longevos. En el continente, al menos siete presidentes llevan más de veinte años en el poder. El primer puesto lo encabeza Paul Biya, que a sus 90 años sigue presidiendo Camerún. Le sigue el propio Obiang con 81 años de edad; muy de cerca, Denis Sassou-Nguesso en República Democrática del Congo con 79 años, seguido de Yoweri Museveni en Uganda, quién igualará a su homólogo congoleño el próximo 15 de septiembre.
La longevidad de estos dirigentes ensancha una brecha generacional que desconecta a sus gobiernos de una población cada vez más joven y dificulta su desarrollo democrático y social. Según The Economist, ninguno de los siete países con líderes que superan dos décadas gobernando es considerado un país democrático, y atendiendo a los indicadores de Freedom House, ninguna de estas élites políticas respeta las libertades fundamentales de su población.
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Seamos sinceros, estás dinastías dictatoriales de países africanos se mantienen y gobiernan gracias al apoyo del gran capital productivo y financiero occidental.
Son meros intermediarios, que ha costa de vender sus recursos naturales, tierras, zonas pesqueras y abrir el mercado a los productos europeos, reciben un porcentaje del saqueo neocolonial.
De mientras el pueblo sigue sin alimentación, producción local ni servicio básico alguno...
La única esperanza radica en el movimiento popular o una rebelión de militares revoluciónarios, como el gran Thomas Sankara hizo en el Alto Volta en 1983.
Desde Europa, lograr gobiernos socialistas es esencial para poner fin al control politico-economico de los pueblos de África.