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Análisis
Feijóo en su laberinto: entre los errores mediáticos y su impracticable viaje al centro truncado por Vox
“Pues si no podemos arañar más votos con el descalabro económico que tanto anunciamos y no llega, vamos a por la chavización de Sánchez y el deterioro de la democracia, a ver si cuela”. Este pensamiento, expresado con sarcasmo y de manera algo brutal, parece haber sido el que sobrevoló las mentes estrategas de Génova a comienzos de otoño.
Cuando la economía empezó a demostrar un comportamiento más robusto del que las derechas y sus brazos mediáticos presagiaban, sumado a que los vientos desde Bruselas soplaban para otras latitudes menos thatcherianas —caída de la efímera premier Liz Truss de por medio— y con el empleo al alza, pues no tono y la idea-fuerza cambiaron. Ahora la bajada de impuestos se exige pero mucho menos y la mayor alarma es que un probable tirano está echando raíces en la Moncloa, cooptando la judicatura, prostituyendo las instituciones y pactando con los enemigos de la España que teorizan.
Feijóo quiere “garantizar que sea proclamado alcalde o alcaldesa quien haya recibido el mayor número de votos y asegurar la gobernabilidad de la lista más votada”, una idea que ya impulsó el PP en 2019
La primera en esbozar sin complejos que el presidente del Gobierno era un “tirano” fue, como no podía ser de otra manera, Isabel Díaz-Ayuso. Feijóo nunca ha enmendado esas declaraciones y ella ha repetido varias veces que en 2023 todos veremos “cosas terribles” en materia democrática. El último episodio de la estrategia ha sido la presentación en Cádiz días pasados del Plan de Calidad Institucional por parte del expresidente de la Xunta.
Ha prometido ponerlo en práctica como máximo en los primeros cien días de gestión, en caso de ganar las generales, e incluye volver a instaurar el delito de sedición, limitar el uso del Real Decreto-Ley y la periodicidad obligatoria del debate sobre el Estado de la Nación, entre otras medidas. Pero de ellas, la que más ganó atención ha sido la de hacer una reforma legal para “garantizar que sea proclamado alcalde o alcaldesa quien haya recibido el mayor número de votos y asegurar la gobernabilidad de la lista más votada”.
En modo zig-zag
El Partido Popular en 2019, cuando lo conducía el tándem Pablo Casado-Teodoro García Egea, ya había impulsado la idea que gobierne la lista más votada. En aquella oportunidad, antes de las autonómicas y municipales, disparó un debate que finalmente se zanjó con la fuerza de los hechos: gracias a los pactos de mayoría, el PP se quedó con la alcaldía de Madrid (José Luis Martínez-Almeida no ganó los comicios, sino Manuela Carmena) y Zaragoza, entre los ejemplos más destacables.
Como según varias encuestas privadas, a excepción del CIS, el PP si las elecciones generales fueran hoy, sería la papeleta más votada, la idea vuelve a sobrevolar entre algunos dirigentes de derechas y periodistas consevadores. Sin embargo, en Cádiz, Feijóo dejó claro que su propuesta es sólo para los consistorios municipales.
Su reforma sería al artículo 180 de la Ley Orgánica 5/1985 para que sea ungido el alcalde o alcaldesa que haya recibido la mayor cantidad de votos, poniendo en el congelador la capacidad de otras formaciones de alcanzar acuerdos que sumen la mitad más uno.
Antes de continuar, esta idea merece un paréntesis que será sabroso para los amantes de la ciencia política y los sistemas electorales: la propuesta de Feijóo, a contramano de lo que dice buscar —porque en definitiva es querer asegurarse más poder—, puede conllevar un conflicto democrático entre las instituciones y sus bases similar al que ocurre en algunas democracias anglosajonas por su sistema de circunscripciones uninominales. Traducido al argot más callejero: el que gana, aunque sea por un voto, se queda con todo.
Esto puede funcionar bien en algunas sociedades netamente bipartidistas como Estados Unidos, y lo hace gracias a un sistema de primarias abiertas y obligatorias muy lejano al que rige en el Estado español. Pero ya se ha visto en sitios más cercanos como el Reino Unido, cuya cultura política se ha multipartidizado en los últimos años, que puede ser un elemento conflictivo. Hay circunscripciones en las que el diputado de la Cámara de los Comunes gana el único escaño en disputa por menos del 30 por ciento.
En Italia, gracias a premios artificiales a las listas más votadas, la ultraderecha de Meloni-Salvini-Berlusconi ha obtenido una sobrerrepresentación de escaños de casi el 20% con respecto a su porcentaje de sufragios.
El ejemplo más cabal es Escocia: la hegemonía del soberanista Scottish National Party está enfáticamente sobrerrepresentada en el parlamento británico gracias a ese mismo sistema —la matemática es imbatible: tiene 48 de los 59 escaños, o sea el 82 por ciento, y por supuesto ese no es su resultado electoral en votos ni de lejos—. Casos similares ocurren en Canadá y en sistemas más híbridos, como los de Grecia o Italia: en este último caso, gracias a premios artificiales a las listas más votadas, la ultraderecha de Meloni-Salvini-Berlusconi ha obtenido una sobrerrepresentación de escaños de casi el 20% con respecto a su porcentaje de sufragios.
Lo que Feijóo plantea llevaría, en vez de a un sosiego democrático, a blindar el poder de barones territoriales del PP (o del PSOE o de algunos partidos soberanistas) a pesar de estar bien lejos de rozar la mitad más uno de los votos. Un ejemplo claro es la fragmentada Barcelona: con la reforma que propone Génova, el alcalde habría sido Ernest Maragall (Esquerra Republicana) con tan solo el 21,3 por ciento de los votos. No suena a calidad institucional imponer un jefe del ejecutivo municipal con el 79% de los votos adversos.
De todas formas, la idea no ha cuajado mucho, ni siquiera en la otra gran líder de la derecha española: Ayuso dijo que no la ve “mal” pero ella habló de “bloques”, una idea que la cúpula del PP, ahora comandada por Cuca Gamarra, Elías Bendodo y Esteban González Pons, rechaza. Aquí va el eje del conflicto: Feijóo debe ganar votos del conservadurismo moderado español y mejorar al menos un poco su performance en sitios donde su partido ha casi desaparecido, como Euskadi y Catalunya, y eso lo logrará en buena parte si se desmarca de la ultraderecha y hace gestos de querer gobernar en solitario.
Vox sabe que esta idea va contra ellos y así lo hizo saber su vicepresidente de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, al declarar en rueda de prensa que el bipartidismo “se ha acabado” en el Estado español y que defienden el sistema “de mayorías políticas”. El sistema que les permite ganar poder institucional y marcar la agenda pública, como ha ocurrido con el debate sobre el aborto en Castilla y León.
Un miembro del PP, con escaño en las Cortes Generales y candidato a alcalde de su ciudad, ubicada en la zona mediterránea, habla con El Salto sobre esta estrategia aunque pide discreción. Fuera de micrófono jura y perjura que, a pesar de algunas filtraciones críticas sobre la mala idea de traer a debate los pactos con Vox, “no ha generado ningún ruido interno” la propuesta de Feijóo. El dirigente asegura, citando a su municipio como ejemplo, que el 70 por ciento de los votos suelen ser por las siglas y que el 30 por ciento restante suele ser por cosas más particulares, como el contexto político o el proyecto o el candidato.
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Considera que la idea de Génova, que sabía que no prosperaría, ha sido para reafirmar el vínculo del partido con la Constitución y para convocar al electorado al voto útil y que la designación de Borja Sémper como nuevo portavoz es “estrategia política pura” contra Vox.
Un dato relevante: la misma fuente, de muy buena relación con Pablo Casado y ahora muy encuadrado en el liderazgo de Feijóo, enfatiza que más allá del planteamiento de la cúpula del partido, el sentimiento mayoritario de los dirigentes intermedios y territoriales del PP es pactar con Vox si es necesario. “No hay ánimo de desmarque, aunque por supuesto donde se pueda, gobernar en solitario”, añade.
Torpezas inentendibles
Si la ultraderecha y su electorado fiel que ronda el 10-15 por ciento es un problema para el nunca concretado giro al centro, empieza a demostrarse un serio problema los déficits en la comunicación del candidato Feijóo, que en tiempos de política líquida y redes sociales, se amplifica.
El presidente del PP lo hizo de nuevo. De forma poco comprensible para un líder de la oposición bajo la lupa mediática constante, ha vuelto a verter conceptos que lo dejan expuesto a las críticas como si fuera un sparring de boxeo. Pero esta vez no es la nimiedad de afirmar que no se había preparado bien el discurso para confrontar con Pedro Sánchez en el Senado, como dijo mitad en broma mitad en serio en septiembre pasado, sino que este jueves dio en la tecla de un asunto muy peliagudo como es la convivencia religiosa.
Tras el asesinato de un sacristán en Algeciras a manos presuntamente de un ciudadano musulmán, Feijóo dijo en el Círculo Ecuestre de Barcelona —a sabiendas de estar siendo transmitido en vivo y grabado— lo siguiente: “El islamismo… eeeh, el terrorismo islámico es un problema de toda la sociedad europea y debemos actuar. Hay personas que matan en nombre de una religión y sin embargo nosotros, desde hace muchos siglos... no verá usted a un católico, a un cristiano, matar en nombre de su religión y sus creencias. Hay otros pueblos que tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”.
La adolescencia comunicacional del líder de la derecha es cada vez más palpable y es una fosa que se cava a sí mismo
Con su acidez habitual, el portavoz parlamentario de ERC, Gabriel Rufián, afirmó en Twitter: “Feijóo tiene dos graves problemas: primero, su falta de preparación tras décadas de ultraprotección mediática. Segundo, su amenaza no es externa, es interna. Y eso le hace bajar a un fango en el que es imposible que supere a Ayuso. Lo primero es subsanable. Lo segundo probablemente, no. Veremos”.
El diputado quizás haya dado en el clavo. La oposición gallega siempre hace hincapié en el cortaviento mediático de Feijóo y sus vínculos, y ayudas en publicidad oficial, con los medios privados más fuertes de Galicia, además de las constantes denuncias de censura informativa en los medios públicos autonómicos por parte de los trabajadores. Pero el huracán mediático-político de Madrid y liderar la oposición en un Estado de 47 millones de personas son otra liga. La adolescencia comunicacional del líder de la derecha es cada vez más palpable y es una fosa que se cava a sí mismo. Mientras tanto, Sánchez se frota las manos.