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Cuando en el instituto estudiaba historia moderna y las guerras del siglo XVIII, me parecía absurdo que cientos de miles de personas hubieran muerto por una fortaleza remota o un puñado de pequeñas aldeas, que se me antojaba una especie de frivolidad de las masacres. La Guerra de Sucesión española (1701-1714) concluyó con los Tratados de Utrecht y Rastatt a tenor de los cuales cambiaron de manos las ciudades de Breisach y Kehl, en el Rin, y Pinerolo, en el Piamonte. En aquella guerra murieron entre 700.000 y 1,2 millones de personas de una población europea total de aproximadamente 120 millones de personas, incluida Rusia. A escala de la población actual, la cifra equivalente de muertos hubiera sido de entre 4,2 y 7,2 millones.
Hace diez años nadie habría imaginado que Europa se arriesgaría a la catástrofe del holocausto nuclear por el Donbass, una región que pocos de nosotros habríamos sido capaces de localizar en un mapa. Que avanzamos verosímilmente en esta dirección lo atestigua la constante escalada del conflicto bélico ucraniano, que no tiene viso alguno de amainar, sino que, por el contrario, está conociendo una aceleración exponencial. A continuación figura una lista, recopilada por el Departamento de Estado y publicada el pasado 3 de febrero, de los sistemas de armas, vehículos, municiones, drones misiles, y demás tipos de armamento entregados por Estados Unidos a Ucrania en el transcurso de la guerra. Me apresuro a indicar que esta lista es incompleta y respecto a diversas rúbricas reticente, pero el cuadro parcial que bosqueja es no obstante terrorífico. La proporciono con este detalle no por ser fastidioso, sino para destacar el efecto acumulativo de un envío de armas tras otro en la configuración de la situación actual:
«La asistencia prestada por Estados Unidos en Ucrania comprende:
Más de 1600 sistemas antiaéreos Stinger;
Más de 8500 sistemas antiblindaje Javelin;
Más de 50.000 sistemas antiblindaje y municiones de otros tipo;
Más de 700 sistemas aéreos tácticos no tripulados Switchblade;
160 obuses Howitzer de 155 mm y hasta 1.094.000 proyectiles de artillería de 155 mm;
Más de 5800 proyectiles de artillería de 155 mm guiados de precisión;
10.200 balas de 155 mm de Sistemas de Minas Antiblindaje guidados por contro remoto (RAAM);
100.000 proyectiles de munición de tanque de 125 mm;
45.000 proyectiles de artillería de 152 mm;
20.000 proyectiles de artillería de 122 mm;
50.000 cohetes GRAD de 122 mm;
72 obuses Howitzer de 105 mm y 370.000 proyectiles de artillería de 105 mm;
298 vehículos tácticos para remolcar armamento;
34 vehículos tácticos para recuperar material
30 vehículos de apoyo para el transporte de municiones;
38 Sistemas de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad (HIMARS) y munición;
30 sistemas de mortero de 120 mm y aproximadamente 166.000 proyectiles de 120 mm;
10 sistemas de mortero de 82 mm;
10 sistemas de mortero de 60 mm;
2.590 misiles Tube-Launched, Optically-Tracked, Wire-Guided (TOW);
545.000 cartuchos de munición de 25 mm;
Munición de 120 mm;
10 vehículos para puestos de mando;
1 batería de defensa antiaérea Patriot y municiones;
8 sistemas nacionales avanzados de misiles tierra-aire (NASAMS) y municiones;
Misiles para sistemas de defensa aérea HAWK;
Misiles RIM-7 para defensa aérea;
12 sistemas de defensa aérea Avenger;
Misiles antirradiación de alta velocidad (HARM);
Municiones aéreas de precisión;
4000 cohetes de aviación Zuni;
20 helicópteros Mi-17;
31 tanques Abrams;
45 tanques T-72B;
109 vehículos de combate de infantería Bradley;
Más de 1700 vehículos rodados multiuso de alta movilidad Humvee (HMMWV);
Más de 100 vehículos tácticos ligeros;
44 camiones y 88 remolques para transportar equipo pesado;
90 vehículos blindados de transporte de tropas Stryker;
300 vehículos blindados de transporte de tropas M113;
250 vehículos blindados de seguridad M1117;
580 vehículos protegidos contra emboscadas y resistentes a las minas (MRAP);
6 camiones utilitarios blindados;
Equipos y sistemas de retirada de minas;
Más de 13.000 lanzagranadas y armas ligeras;
Más de 111.000.000 de cartuchos de munición para armas ligeras;
Más de 75.000 conjuntos de chalecos y cascos antibalas;
Aproximadamente 1800 sistemas aéreos tácticos no tripulados Phoenix Ghost;
Sistemas de cohetes guiados por láser;
Sistemas aéreos no tripulados Puma;
15 sistemas aéreos no tripulados Scan Eagle;
2 radares para sistemas aéreos no tripulados;
Buques de defensa costera no tripulados;
Más de 50 radares contraartillería;
4 radares antimortero;
20 radares multimisión;
Equipos y sistemas aéreos no tripulados;
Capacidad de defensa antiaérea;
10 radares de vigilancia aérea;
2 sistemas Harpoon de defensa costera dotados de misiles antibuque;
58 patrulleras costeras y fluviales;
Municiones antipersona Claymore M18A1;
Explosivos C-4, municiones de demolición y equipos de demolición para la eliminación de obstáculos;
Equipos de emplazamiento de obstáculos;
Sistemas tácticos de comunicaciones seguras;
4 antenas de comunicaciones por satélite;
Terminales y servicios SATCOM;
Miles de dispositivos de visión nocturna, sistemas de vigilancia, sistemas de imágenes térmicas, sistemas ópticos y telémetros láser;
Servicios comerciales de imágenes por satélite;
Equipos de desactivación de explosivos y equipos de protección;
Equipos de protección química, biológica, radiológica y nuclear;
100 vehículos blindados de tratamiento médico;
Más de 350 generadores;
Suministros médicos que incluyen botiquines de primeros auxilios, vendas, monitores y otros equipos;
Equipo de interferencia electrónica;
Equipo de campaña, equipo para climas fríos y piezas de repuesto;
Financiación para formación, mantenimiento y sostenimiento.
El Departamento de Estado continúa diciendo que:
Hasta el 9 de septiembre de 2022, casi cincuenta países aliados y socios han proporcionado asistencia en materia de seguridad a Ucrania. Entre sus numerosas contribuciones, los aliados y socios han entregado 10 sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes de largo alcance (MLRS), 178 sistemas de artillería de largo alcance, casi 100.000 proyectiles de artillería de largo alcance, casi 250.000 proyectiles antitanque, 359 tanques, 629 vehículos blindados de transporte de tropas y vehículos de combate de infantería (IFV), 8214 misiles de defensa aérea de corto alcance y 88 vehículos aéreos no tripulados letales. Desde el 24 de febrero de 2022, los Aliados y sus socios de todo el mundo han proporcionado o comprometido más de 13 millardos de dólares en concepto de ayuda en materia de seguridad.
Este boom armamentístico explica, por otro lado, el diferente comportamiento del mercado de trabajo estadounidenses, en el que se asiste a una verdadera y propia bonanza
Como los lectores y lectoras habrán observado la lista no especifica exactamente el número de «sistemas aéreos no tripulados Puma» proporcionados, ni ofrece información precisa sobre la cantidad de otros diversos equipos militares. Sin embargo, la información proporcionada por el Departamento de Estado aventaja por mucho a la transparencia ofrecida por los Estados europeos, que invocan rutinariamente «razones de seguridad» para rechazar preguntas sobre las armas que los respectivos gobiernos están enviando a Kiev. Podemos observar también que los 31 tanques Abrams, objeto de tantas discusiones durante estas semanas, no son, de hecho, los primeros tanques enviados a Ucrania, porque ya se habían enviado 41 tanques T-72B exsoviéticos reciclados, junto con 1.700 Humvees y 109 vehículos de combate Bradley (por no hablar de los drones navales, cuya existencia ingenuamente yo ignoraba).
Ante esta avalancha de armamento, cabe preguntarse por qué nadie habla de los beneficios obtenidos por la industria bélica. En el pasado, al menos se habría denunciado a los traficantes de armas por cosechar el consabido botín de guerra. Hoy, el Financial Times se limita a quejarse ante el hecho de que los proveedores estadounidenses están rozando el límite de sus capacidades productivas, lamentando que tendrían dificultades para satisfacer la demanda, si se abriera otro frente bélico. Este boom armamentístico explica, por otro lado, el diferente comportamiento del mercado de trabajo estadounidenses, en el que se asiste a una verdadera y propia bonanza, respecto al mercado europeo, proceso explicado también por el diferencial de costes de la energía en los dos continentes. Un increíble letargo se ha apoderado de la opinión pública occidental. El Financial Times hace unos días hablaba de los límites del pacifismo: el límite del pacifismo es que… rechaza la guerra.
La «tergiversación de la paz» [peacewashing] es el nuevo pasatiempo de los halcones de la política exterior occidental: acelerar la guerra mediante el suministro cada vez mayor de armas se considera la mejor manera de acelerar la paz, porque, en ausencia de esas armas, Rusia invadiría supuestamente los Estados bálticos, seguidos de Polonia y Finlandia. Las bombas y los tanques se consideran esenciales para frenar un temido imperialismo moscovita a pesar de que el repetido fracaso de las ofensivas rusas en el frente ucraniano ha socavado cualquier noción de su poderío militar y a pesar también de que el PIB de Rusia, junto con sus recursos industriales, siga siendo inferior al de un país semiperiférico como Italia.
Lo que parece haberse vuelto a poner de moda, al menos en Estados Unidos, es el keynesianismo militarista del que tanto nos ha enseñado Michael Klare: la reactivación de la economía a través de la guerra. Pero comparado con el keynesianismo militarista de la década de 1960, con la «Gran Sociedad» de Lyndon B. Johnson, financiada al menos en parte por el auge productivo generado por la guerra de Vietnam, lo que está en marcha hoy tiene un sabor más arcaico. Evoca los dos primeros años de la Primera Guerra Mundial, los treinta y dos meses en los que Estados Unidos se mantuvo oficialmente al margen del conflicto, aprovisionando los arsenales de las potencias europeas enzarzadas en la batalla contra las potencias centrales (Alemania, el Imperio de los Habsburgo y, más tarde, el Imperio Otomano), presenciando la evisceración de la supremacía naval planetaria de la Armada británica antes de intervenir una vez que el enemigo estaba prácticamente agotado (aunque una participación más temprana podría haberles evitado la Revolución Rusa).
El mayor parecido entre el pasado y el presente reside en el sonambulismo de las élites que nos lleva al borde de la guerra mundial y el holocausto nuclear
Al igual que hoy, Estados Unidos se aprovechó de una guerra librada en un continente lejano (una situación que se repetiría con los teatros europeo y asiático de la Segunda Guerra Mundial). Entonces, como ahora, hay algo de particularmente vil, si se me permite el término, en el hecho de que Estados Unidos diga a sus guerreros por delegación: debemos estar unidos en la defensa de la democracia y la libertad contra el autoritarismo; nosotros os armaremos, pero vosotros moriréis. Y vuestro país, entretanto, será arrasado en el proceso («Armiamoci e partite» [Os armamos, pero vosotros partís], según la proverbial frase italiana popular a principios del siglo XX para referirse a este tipo de militarismo).
Las similitudes no acaban ahí. El mayor parecido entre el pasado y el presente reside en el sonambulismo de las élites que nos lleva al borde de la guerra mundial y el holocausto nuclear. Me refiero aquí a una obra, a menudo citada pero raramente leída, del historiador australiano Christopher Clark, The Sleepwalkers: How Europe Went to War in 1914 (2013) [Sonámbulos: Cómo Europa fue a la guerra en 1914 (2015)]. La forma más caritativa de explicar la afirmación efectuada por Joe Biden de que enviar tanques a Ucrania «no constituye una amenaza ofensiva para Rusia», es que se ha convertido en un sonámbulo como los descritos por Clark. O bien cabe afirmar, simplemente, que es descarada y criminalmente imprudente.
Por supuesto, la función de los medios de comunicación debería ser subrayar las posibles consecuencias de tales acciones, pero incluso las publicaciones más respetables y ponderadas se dedican actualmente a competir entre sí para desbarrar unas más que las otras en esta embriaguez bélica de celebración de la guerra. El 30 de enero, Foreign Affairs publicó lo que parecía ser un prometedor artículo de Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Rusia, titulado How to Get a Breakthrough in Ukraine. El subtítulo del mismo, «The Case Against Incrementalism», era aún más alentador. ¿Se trataba, por fin, de un razonamiento en contra de la escalada bélica expresado por un interlocutor con la cabeza fría? De ninguna manera.
Comparada con la primavera del año pasado, la situación actual es infinitamente peor. Las posiciones son todavía más rígidas y obstinadas
El argumento de McFaul es que Estados Unidos debería prescindir del suministro gradual de armas tanto en términos de calidad como de calidad. La OTAN debe, en realidad, suministrar de inmediato y de golpe las armas más avanzadas en cantidades masivas con el fin de obtener una victoria fulminante sobre Rusia. Cierto es que McFaul admite: «There are risks to providing more and better weapons to Ukraine» [Suministrar más y mejores armas entraña riesgos], pero únicamente para añadir de inmediato: «[…] but there are also risks to not doing so» [pero también hay riesgos en no hacerlo].
¿Cuáles son los riesgos de la escalada? El pasado mes de mayo, yo mismo escribía para Sidecar/El Salto que
en contra de lo que dictaría el sentido común, el estancamiento del avance militar de Putin ha socavado en realidad las esperanzas de paz. El Kremlin nunca podría exponerse ante la opinión pública rusa y sentarse a dialogar sin haber conseguido ninguno de sus objetivos bélicos, pues eso pondría de manifiesto el fracaso de su ofensiva. Y la OTAN, por su parte, no tiene ningún interés en desescalar el conflicto y ahorrar a Rusia el castigo tanto por sus atrocidades en Bucha como por su insubordinación ante la potencia hegemónica estadounidense. […] La trayectoria de la guerra ha demostrado que el poder militar ruso estaba sobrevalorado. Del mismo modo que Alemania ha sido definida como un gigante económico y un enano político, la Rusia de Putin ha sido percibida, hasta hace poco, como un enano económico y un gigante militar. Pero un gigante enano es un oxímoron y el poderío militar de Moscú es ahora más realista contemplarlo en relación con su capacidad económica: un PIB mayor que el de España pero inferior al de Italia. El problema es que cuanto más arrinconada se encuentre Rusia, más se verá limitada por su debilidad militar y más tentada estará a compensar esta con amenazas nucleares. Sabemos por experiencia que las amenazas no pueden prolongarse indefinidamente: tarde o temprano deben materializarse, aunque ello sea totalmente contraproducente (como ha comprobado Putin, con un coste considerable, cuando amenazaba con invadir Ucrania). «No hay que presionar demasiado a un enemigo desesperado», advertía Sun Tzu hace veinticuatro siglos aproximadamente. Cuanto más se atasca Rusia en Ucrania, menos se sienten obligados sus enemigos a negociar y, por lo tanto, más más intransigentes se vuelven y más elevan las condiciones para su rendición, lo que lleva a Moscú a intensificar sus esfuerzos, y así sucesivamente en una espiral de sobrepujas. La primera víctima de este ciclo es el pueblo ucraniano. El resultado del estancamiento de las negociaciones es el bombardeo de más ciudades y la muerte de más civiles. Occidente seguirá pregonando sus valores sobre sus cadáveres (a menos que decida intervenir directamente y desencadenar una guerra nuclear). Parafraseando un viejo dicho: es fácil hacerse el héroe cuando el cuello de otro está en juego.
Comparada con la primavera del año pasado, la situación actual es infinitamente peor. Las posiciones son todavía más rígidas y obstinadas. Para Putin, la guerra se ha convertido en una cuestión de vida o muerte en la que está en juego la propia existencia de Rusia. Y cuando la propia existencia está en peligro, Rusia no excluye respuesta alguna, incluido el uso de armas nucleares. Prueba de esta percepción de las cosas es la posición adoptada por el Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, el bloque conservador del Parlamento Europeo, que afirmó en una declaración del 31 de enero pasado, que el único resultado posible de la guerra era la división de Rusia en diferentes Estados:
Es ingenuo pensar que la Federación Rusa pueda permanecer dentro del mismo marco constitucional y territorial. Teniendo en cuenta el mapa nacional y étnico de los territorios de la Federación Rusa, deberíamos debatir las perspectivas de creación de Estados libres e independientes en el espacio posruso, así como las perspectivas de su estabilidad y prosperidad.
Cuanto más probable sea este posible futuro destinado a Rusia, más peligroso se volverá el «oso ruso» (¡qué expresivos son estos antiguos estereotipos!). Estados Unidos, por su parte, se muestra cada vez más beligerante, siendo la potencia estadounidense, más que Ucrania, quien empuja a la escalada del conflicto europeo —como ha argumentado razonablemente Christopher Caldwell en The New York Times— y al choque con Moscú, al tiempo que hace lo propio también con Pekín. No olvidemos que Washington ha iniciado de facto una guerra tecnológica mundial contra China y el que el máximo responsable del US Air Mobility Command, Miki Minihan, predice una guerra total en 2025.
Adormecida por una propaganda incesante, la opinión pública se encuentra en un estado de catalepsia política. ¿Es posible que nadie esté estudiando las mentiras que nos vienen impuestas, los silencios? Desde el Dr. Samuel Johnson, todo el mundo ha repetido el axioma de que la verdad es la primera víctima de la guerra, pero pocos se han detenido para preguntarse qué verdades se están matando en esta guerra. Podemos afirmar con toda seguridad que a los rusos se les suministra un buen caudal de mentiras. Pero, ¿qué fábulas nos han contado a nosotros? Durante meses oímos que los rusos habían bombardeado una central nuclear ocupada por el ejército ruso: es decir, que se habían atacado a sí mismos. También se sugirió que, contra toda evidencia, los rusos habían volado el pasado mes de septiembre su propio gasoducto, el Nord Stream, hipótesis ahora desmentida por Seymour Hersh. Sólo los rusos bombardean infraestructuras y civiles, obligan a los jóvenes a entrar en combate y censuran las realidades de la guerra; nunca nuestro bando. Antes era habitual discutir el papel de los corresponsales «empotrados» en el frente. Ahora aceptamos sin rechistar su reclutamiento, ataviados con sus cascos y chalecos antibalas.
Como no me canso de repetir, en la guerra no se aplica el principio del tercero excluido. Sencillamente, no rige el apotegma de que si un bando está equivocado, el otro debe tener razón; la negación de una falsedad no es por definición verdadera. Todos pueden estar equivocados, todos pueden estar mintiendo. La agresión y el expansionismo de la OTAN no convierten a Putin en un inocente corderito. Y la injustificable invasión rusa de Ucrania a tenor de todas las normas del derecho internacional no exime a la OTAN de su responsabilidad en la producción e intensificación del conflicto, ni la convierte en un angelito. Basta con disponerse a leer el libro de Daniel Ganser, Illegale Kriege: Wie die NATO-Länder die UNO sabotieren. Eine Chronik von Kuba bis Syrien (2022) para hacerse una idea de la vocación «pacifista» de la Alianza Atlántica. Y entretanto la perspectiva de un «incidente» atómico se aproxima.
Debemos interrogarnos sobre el sonambulismo mostrado por aquellos que se autodefinen «elites» y en particular por ese nueva tipo de elite a la que se aplica el atributo «cognitivo». Pero, ¿qué saben en realidad estas elites cognitivas, que deberían guiarnos a través de las olas peligrosas del mundo actual con la sabiduría de quien knows better? Pero, ¿qué sabe realmente el estrato formado por los actuales responsables políticos? A juzgar por el naufragio hacia el que se dirigen a toda máquina, la respuesta es no mucho.
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Magnífico artículo. La reflexión crítica y sensata del autor es refrescante, frente a tanta propaganda que parece dirigida a niñ@s y que abunda en los medios españoles.
Nuestras élites, lamentablemente, don't know better. Su avaricia, arrogancia y cortedad de miras nos llevan al invierno nuclear y al colapso ecológico.
Poco hay que podamos hacer al respecto desde esta rueda sin fin en la que estamos atrapad@s.
Enhorabuena a Marco d’Eramo, en este artículo nos hace un Westplaining de manual. Él todavía no sabe dónde está el Donbass ni le importa, del mismo modo que no habla de la voluntad política de Ucrania ni le interesa. Qué triste esta izquierda cada vez más rojiparda que sólo es capaz de ver el imperialismo estadounidense pero es totalmente ciega ante el de otros países; es más, su ceguera lleva a análisis y posiciones políticas desligadas de la realidad y totalmente aberrantes. En Italia la situación es desesperante y desesperada, poco o nada se puede esperar de la izquierda en ese país, como bien apunta d’Eramo: ya que la culpa es occidental, despiecemos Ucrania y así tendremos nuestra paz.
Es cuando menos sonrojante que El Salto publique este tipo de artículos. El Westplaining entra en contradicción directa con la agenda de este medio del cual soy suscriptor, muy decepcionante.
Los que aplaudís el incremento de la tensión, el envío de armas y el expansionismo de la OTAN ignorando el peligro de holocausto atómico parece que sois inmunes a cualquier razonamiento. Hay cierta izquierda que ha sucumbido a la dialéctica amigo-enemigo y a la propaganda de guerra occidental, y no entiende que podamos sostener un relato de neutralidad y pacifismo, una exigencia de alto el fuego y diálogo, una izquierda que no ha entendido nunca el derecho de autodeterminación de los pueblos, una izquierda autoritaria que esa sí es objetivamente rojiparda y que ahora se alinea con los fabricantes de armas, los imperialistas del "oeste" del telón de acero, con los animadores de la tercera guerra mundial, ... entre los de un lado y los de otro lado del belicismo nos llevan al matadero y al holocausto nuclear y tú encima pides a este medio que no se dé voz a los que nos resistimos a ir al desastre. Qué pena!
Qué pena que te limites a hacer copia-y-pegas. Cuando te hayas leído lo que he escrito hablamos.
Copias y pegas? Léete el artículo otra vez, olvida por un momento la propaganda de guerra que vomitan a ambos lados del telón de acero los imperialistas de ambos bandos. De verdad apoyas el incremento de la tensión que nos lleva a una guerra mundial que puede ser la última? De verdad te crees esa superioridad moral de la qué haces gala? De verdad crees que este medio no debe dar voz a las opiniones que se salen de la lógica orwelliana de odio y buscan un punto de apoyo para la palanca de la paz y el amor entre pueblos?