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Conflictos bélicos
Contra la guerra (II)
En las palabras del discurso de Josep Borrell podemos ver un ejemplo palmario de lo que está ocurriendo con extraordinaria celeridad. Estamos ante una intervención “histórica” (adjetivo puesto por casi todos los medios de comunicación) del jefe de la diplomacia europea.
Josep Borrell, un político español de larga trayectoria tanto en España como en Europa, pronuncia en el europarlamento, en solemne sesión (sí, “momento solemne” es lo que dijo el Sr. Borrell) las palabras de cabecera una semana después del inicio de la invasión rusa en Ucrania. La intervención ante todos los líderes europeos de la UE: Charles Mitchell, Úrsula Von der Leyen y los representantes nacionales destacados en ese club político de la UE cosechó la mayor adhesión conocida de los últimos tiempos.
Probablemente, es verdad, Borrell haya hecho el discurso de su vida, aunque es posible también que en un futuro no muy lejano tenga tiempo de arrepentirse de ello, si se lo permite su soberbia. Sus palabras recibieron un muy cálido aplauso por parte de todo un parlamento europeo entregado a la retórica de la acción mesiánica que predicaba. Salvo contadas excepciones los diputados europeos expresaron de forma unánime el apoyo a la causa belicista de la Vieja Europa en contra de la invasión de Putin en Ucrania. Pedía a todos los socios una respuesta integrista en defensa de la soberanía en aquel país atacado. Pedía defender esa libertad y esa legalidad internacional por la que no se preocuparon tanto en el pasado. El resto de su discurso incide en la misma retórica, pero el extracto seleccionado no resulta casual. Estremece escuchar sus palabras por lo que significan, especialmente cuando lo dice de forma tan lapidaria, casi amenazante:
“Nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”.En efecto, parece una amenaza para todos aquellos que no sepamos colocarnos del lado conveniente de la historia, o sea, fuera del discurso integrista que ofrece la UE, completado por otra manifestación suya anterior, e igualmente peligrosa e inquietante. Borrell dijo que la UE había decidido -mostrando la pobre inteligencia a lo que nos quieren reducir- el bloqueo de aquellos medios de información rusos, como son RT y Sputnik, porque son maliciosos y embaucadores, quieren librarnos a los pobres indigentes europeos de la falsaria propaganda que el “enemigo” sin duda difunde y la UE no puede consentir.
Por tanto, está claro, que con estos discursos no parece haber cabida para diletantes, parece que hay que subirse al tren de la guerra a golpe del silbato que sopla Borrell. Europa no desea cobardes pacifistas entre sus miembros, ni tampoco discursos disidentes o contrarios al discurso que han decidido sea el único posible.
A los pacifistas no nos parece acertado que las medidas punitivas, económicas, militares o informativas vayan en camino de la búsqueda genuina y certera de la Paz. No nos parece acertado ni conveniente que la demonización, la exclusión de todo lo ruso en todos los ámbitos del concierto internacional, la represalia, el revanchismo, el chovinismo sean las mejores fórmulas para resolver este asunto de tan trascendental importancia, como si esas fueran las soluciones factibles para resolver un conflicto donde se juega nada menos que el futuro de la Humanidad.
Creemos que nuestros gobernantes no hicieron bien su trabajo, que se confunden muy gravemente en eso y no debemos rendirnos a la guerra si seguimos empeñados en la Paz. Es preciso buscar otras medidas encaminadas hacia la Paz, la respuesta de las armas es el total fracaso de Europa tras la experiencia de dos guerras mundiales vividas. Europa es responsable por no haber sabido o querido construir la “Casa Común Europea” de la Cooperación y la Seguridad continental, cuando pudo haberlo hecho con Gorbachov y tras el colapso de la URSS en 1991: una extraordinaria oportunidad perdida, que pasados treinta años suponen una respuesta suicida para la Humanidad. EE. UU no le dejó a Europa construir esta casa.
Hemos de saber por todos que el pueblo ruso no salió del vientre desconocido de Asia, no son hordas mongolas. El pueblo ruso -como nosotros- no quiere la guerra, son hermanos nuestros, no la desean porque también la sufren y la han sufrido de forma atroz, cuando junto a sus hermanos ucranianos y el resto de los pueblos soviéticos tuvieron que hacer frente común y repeler con gran sacrificio humano al fascismo que inundó Europa.
Hemos de saber por todos que no sólo la decisión de Putin, sino la impericia y el “extraño oportunismo” de los líderes occidentales nos conducen al precipicio de la guerra no solo internacional, sino mundial. Lo más trágico es que todos lo sabemos, pero aun así no lo evitamos.
Hemos de saber por todos que no sólo la decisión de Putin, sino la impericia y el “extraño oportunismo” de los líderes occidentales nos conducen al precipicio de la guerra no solo internacional, sino mundial. Lo más trágico es que todos lo sabemos, pero aun así no lo evitamos.
Desde el poder descuentan las pérdidas inevitables que son siempre para el pueblo víctima y se apuntan ya en primera fila a los negocios futuros que afloran o tienen planeados como consecuencia de la guerra: la industria armamentística y los negocios relacionados con la energía y el grano.
Hemos de saber que corren malos tiempos cuando emerge en Europa la euforia nacionalista que campa y se desarrolla a sus anchas cuando la guerra toma su fuero.
Ahora nos queda cuestionar, por último, si es ésta la Europa de las libertades y los derechos humanos que tanto hemos amado y de la que tanto hemos presumido ante las jóvenes naciones. Si aspiramos todavía a ser el faro de la salvación para el resto de los pueblos del orbe, muy mal ejemplo estamos dando. Las libertades, los derechos humanos y el invento de la democracia no merecen la pedagogía que se impone con la guerra. Senderos de gloria. Stanley Kubrick, 1957
(Continuará)