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Conflictos bélicos
Contra la guerra (I)
-I-
Hoy se cumplen dos semanas de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, la mayoría de los medios de comunicación informan copiosamente de las barbaridades de la guerra, la destrucción que la acompaña, el precio que se paga en víctimas civiles y militares, las ciudades sitiadas sin abastecimiento ni energía, la heroica resistencia ucraniana a la invasión, las imágenes de miles o millones de refugiados en los países vecinos o de UE…
Todo aquello que nos hubiera parecido increíble tan sólo dos semanas atrás hoy está delante. Entonces creíamos que Putin no sería capaz de dar un paso tan temerario, la magnitud de sus consecuencias significaría estar dispuesto a pagar un alto precio, pero Putin no estaba loco, está dispuesto a pagar ese precio. Hoy sin embargo ya es tarde, los tambores de la guerra se imponen con crudeza y ensordecen todo lo demás.
Parecería un propósito ingenuo pretender hablar ahora de algo que era real dos semanas atrás, y ya no lo es. Es ingenuo hablar de la fraternidad de los pueblos eslavos, de los estrechos vínculos históricos, humanos, religiosos y culturales que han unido y unen a ucranianos y rusos desde hace tanto tiempo. Hoy parecería tarea anacrónica o tardía. Los hermanos, los amigos, los vecinos que ayer tendían la ropa en los parques comunales, se presentan ante el mundo como enemigos acérrimos que han sido creados de la noche a la mañana, irreconciliables.
Ya vimos algo parecido en la década de los años noventa, otras guerras “fraternales” que se produjeron en los Balcanes o en el Cáucaso, entonces comprobamos qué débiles, qué vulnerables son las costuras de la convivencia humana. No sabíamos o no queríamos saber que había que echar el freno a tiempo al enfrentamiento que se desató.
Las costuras del imperio vuelven a abrirse. Cuando el ejército ruso invadió el país vecino a finales de febrero, precedido de diversas maniobras en la frontera con Ucrania, no creíamos que esto podría llegar a suceder. Parecía una opción temeraria por la magnitud que podría alcanzar el envite, que tan sólo querían enseñar músculo, pero al final resultó ser cierto lo que la inteligencia americana ya había anticipado que iba a ocurrir para el día 16 del mismo mes -la CIA lo anunció- que estaba planificado. Esto quiere decir que los análisis de los geoestrategas de los EE. UU, de la OTAN y también de Rusia conducían ya sus fichas en el tablero hacia una guerra irremediable.
Quería decir -aunque lo ocultaran- que no quisieron evitarla antes cuando se tuvieron herramientas para hacerlo. Más al contrario propusieron una guerra porque ya no había remedio ni posibilidad para evitarlo.
De nada sirven las lecciones de la Historia cuando las dejan huérfanas y sin explicación, cuando la fuerza militar se impone. Los generales y el estado mayor traducen a los líderes políticos borrachos de poder que ya no existe espacio alguno para el diálogo, que no hay hueco para la resolución pacífica del conflicto, toda vez que Putin ya decidió cruzar el Rubicón, el camino equivocado de la guerra, dejando tras sí la semilla agraz del odio, el oprobio de la guerra que tan difícil es de limpiar.
¿Cómo es posible que dos (pueblos) hermanos eslavos, vecinos, algo similar o más fuerte aún a lo que nos ocurre a los españoles con nuestros queridos vecinos ibéricos, los portugueses, hayan podido llegar a este enfrentamiento cainita? ¿Cómo es posible? -Nadie se lo puede explicar: es una dinámica realmente ajena a la vida natural de los pueblos, que escapa al entendimiento y a la lógica de la convivencia humana.
¿Qué hacen entonces los actores políticos, líderes de sus respectivos países, sean democracias o no? -Desempeñan políticas claramente inadecuadas para la paz, ponen en marcha relatos nacionales idealizados que sirven a unos intereses de poder concretos que desbordan la voluntad de los pueblos y sólo pueden ser explicados -no justificados- dentro de un marco geopolítico mucho más amplio, en este caso, el que se juega en el tablero continental de Eurasia entre Occidente y Rusia.
Una certeza: los ucranianos están padeciendo la cruel e injusta agresión ordenada por Putin. Es algo incuestionable, pero el relato de lo que sucede nos queda expuesto ante la opinión pública de una manera muy burda y simplista, lo que nos empuja, jaleado por fuertes aparatos mediáticos de propaganda, a hacer una lectura demasiado maniquea del conflicto.
¡NO A LA GUERRA, Paradla! ¡Ucrania no es enemiga! (detención a un pacifista en las calles de Moscú)
De algún modo el aparato mediático en Occidente emite de nuevo la película de “los buenos y los malos”, esa película conocida que quiere conducirnos, sin asomo crítico alguno, a que nuestras simpatías se inclinen por la pendiente fácil de las emociones.
De algún modo el aparato mediático en Occidente emite de nuevo la película de “los buenos y los malos”, esa película conocida que quiere conducirnos, sin asomo crítico alguno, a que nuestras simpatías se inclinen por la pendiente fácil de las emociones.
Nos compadecemos con la parte sufriente, nos solidarizamos con la víctima de la agresión que son los ucranianos, y al mismo tiempo esa propaganda quiere que repudiemos de inmediato y sin dudarlo al agresor, que son los rusos. Los rusos son malos incluso sin mover un dedo, por más razones que puedan tener.
En el otro lado, el pueblo ruso vive sometido del mismo modo a fuertes aparatos de propaganda empujados a la guerra desde el Kremlin. Putin ni siquiera llama a la guerra por su nombre, utiliza un eufemístico “operación militar especial” y persigue a los que la llaman guerra – ВОЙНА- Convierte a los buenos de Occidente en los malos de Rusia. Los rusos son los buenos, sólo ellos pueden serlo pues fueron los vencedores en la gran guerra patria contra los nazis alemanes. Ha esperado, pero se ha visto forzado a poner en marcha una operación salvadora destinada a la “desnazificación” de Ucrania. La exégesis de la II Guerra Mundial es proteger a los rusos que allí viven oprimidos.
Hasta aquí todo podría parecer comprensible, pero hay más, algo que los medios se cuidan en no contar, porque sería vano esperar a que Occidente hiciera la autocrítica que nunca hizo. Tendría que analizar su propia conducta y responsabilidad en esta penosa historia. Lo que no cuentan los medios -o muy pocos lo hacen- es precisamente el papel vergonzoso que han desarrollado las políticas occidentales en los últimos tiempos en Europa oriental -con EE.UU. a la cabeza, seguida por la OTAN y la UE- con el fin de aislar en lo más posible y de forma notoria a Rusia del contexto no ya europeo sino también del internacional. Promover políticas de cerco y aislamiento aún a pesar de destacadas advertencias como la del exsecretario de estado americano Henry Kissinger, nada sospechoso de parecer una paloma, hacerlo aún a sabiendas del peligro que entrañaba provocar a un oso dormido que podía despertarse con hambre y dar un zarpazo.
¿Acaso podían desconocer los ya mencionados actores occidentales los riesgos a los que podía conducir la continuidad de tales políticas de aislamiento? -No, no podían desconocerlo. Efectivamente, los medios tampoco cuentan ahora -o muy pocos lo hacen- toda la serie de acontecimientos políticos y geoestratégicos previos al estallido del conflicto armado y su posterior e irrefrenable escalada.
¿Acaso seríamos capaces de comprender en Occidente la lenta generación de este conflicto en Europa oriental si no se hubieran producido antes las ampliaciones de la OTAN y la UE hacia el Este? -Es improbable. ¿Acaso no se dejaron las puertas abiertas de forma un tanto descuidada para que se abriera paso sin dificultad alguna un conflicto que ya no sería de carácter local, regional o nacional entre ucranianos y rusos sino internacional y/o mundial? -Es imposible no reconocerlo.
Sabemos de sobra cómo empiezan las guerras, pero desconocemos en qué condiciones se sale de ellas y el alto precio, no indoloro, que todos tenemos que pagar. Unos más y otros menos todos pagaremos. Con todo, aun así, se alzan los criminales que estimarán que pueden ganar algo si por lo menos el enemigo pierde más que ellos -Me sacaré un ojo si tú te quedas ciego.
En principio ya estamos viendo cómo los países más ricos, que son los occidentales, entran de nuevo en crisis e inflación galopante, lo que no impide que aumenten de forma obscena sus presupuestos militares. Y de entre ellos, cómo los admirados países neutrales, más o menos pacíficos, pasan a ser beligerantes, tales como Suecia y Finlandia. La cohibida Alemania se muestra muy capaz ahora de ponerse el traje belicoso que apartó de su armario después de la experiencia de Hitler.
La directa consecuencia de estas políticas militaristas generalizadas es que traerán sin duda mayor pobreza y desigualdad para todo el mundo, menoscabando todos los esfuerzos globales habidos -de suma y vital emergencia- que ya deberían haber sido destinados a los fines más constructivos que la convivencia pacífica requieren a nivel planetario.
Alguno de estos esfuerzos son la lucha efectiva contra el cambio climático y el calentamiento global, la agenda 2030 de la ONU para lograr el desarrollo sostenible, la igualdad de hombres y mujeres, el final de la pobreza y las pandemias, etc. Todas las prioridades de la humanidad vuelven a ser olvidadas… Estamos perdiendo el tiempo. (Continuará)