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África
Litio, yihadismo y el estatus geopolítico de Francia: ¿qué hay en juego en Mali?
Durante unos meses, Senegal y Mali fueron un mismo país. Estos dos territorios de África occidental proclamaron su independencia de Francia en abril de 1960, pero en agosto rompieron la Federación de Mali. Desde entonces han estado separados, aunque han vivido situaciones parecidas. En algunos territorios las divisiones son tan artificiales como las del resto del continente, y muchos pueblos hablan el mismo idioma a ambos lados de la frontera. Y no es el francés. Desde el 9 de enero de este año, las fronteras están estrictamente cerradas. Al periodista Nouhoum Keita le costaron un viaje más largo.
“Luchamos para tener una democracia en 1991, pero aquellos que han gestionado no lo han hecho mejor que el dictador al que echamos”, explica Keita. En condiciones normales, el periodista podría entrar por vía terrestre por el sureste de Senegal, pero esta vez tuvo que ir hacia Mauritania y entrar por el norte. Los países de la CEDEAO han sancionado a la junta militar de Mali por no celebrar las elecciones que habían prometido, y la organización regional de estados de África occidental fue contundente: sin elecciones el único camino a seguir era el de las sanciones, incluido el bloqueo de fronteras. Mauritania no forma parte de la CEDEAO, y gracias a ello Keita pudo entrar a Senegal.
Daño colateral
Mali es el gran daño colateral de la guerra civil libia que empezó en 2011. Con el apoyo del primer ministro británico, David Cameron, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, la OTAN y los países occidentales bombardearon Libia apoyando a sus grupos rebeldes. La gran presa de la operación: Muammar Gaddafi, el camaleónico dictador libio. Al calor de las primaveras árabes, y tras la caída de Mubarak en Egipto, muchos analistas europeos quisieron ver en Libia un ejemplo de renacimiento democrático: una década después del asesinato de Gaddafi, el país sigue sin tener un gobierno estable. Lo que sí tuvo éxito fue la llegada de las armas del conflicto libio a otros países más al sur: uno de ellos fue Mali.
Pocos meses después del asesinato de Gaddafi, a principios de 2012, la región del Azawad, en el norte de Mali, proclamó un estado independiente. Con apoyo entre los tuareg, los independentistas se sentían olvidados por el gobierno de Bamako, al sur del país. También en esa zona, grupos fundamentalistas islámicos ganaron protagonismo y empezaron a ganar territorio. Poco después el gobierno de Mali fue derrocado y pidió ayuda a Francia y a sus tropas para derrotar a los insurgentes. Tras recuperar varias ciudades en una primera fase que se consideró exitosa, el presidente François Hollande se paseó a principios de 2013 por su capital Bamako ante los malienses, que le recibieron ondeando banderas francesas. Fue, según él, el día más importante de su carrera política. “Francia no tiene vocación de quedarse en Mali, corresponde a los malienses y a los africanos asegurar su seguridad, independencia y soberanía” dijo. Francia acabaría pasando diez años más en Mali.
La moneda de la discordia
Ibrahim Boubacar Keita llegó tras ganar las elecciones en agosto de 2013, pero lo fundamental no cambió. “Yo fui de los que denunciaron la intervención francesa. Todo lo que pasa es un resultado de la gestión del país de las élites en el poder. El sistema de gestión es clientelar y eso ha sido desastroso para Mali”, explica Keita. Este país ha sido históricamente un gran productor de algodón, pero en los últimos años ha ganado peso la producción de oro, hasta el punto que representa prácticamente la totalidad de las exportaciones del país. Su principal socio: Emiratos Árabes Unidos. Las políticas económicas están limitadas: la moneda del país, el Franco CFA, tiene paridad fija con el euro. Al ser una moneda fuerte, esto encarece las ventas y facilita las compras desde el exterior.
La moneda se encuentra en el punto de mira de los movimientos ciudadanos de toda África occidental: la consideran una reliquia del colonialismo francés que les impide desarrollar sus economías
La moneda se encuentra en el punto de mira de los movimientos ciudadanos de toda África occidental: la consideran una reliquia del colonialismo francés que les impide desarrollar sus economías. “Francia quiere tener mercados para sus empresas de defensa y penetrar en los sectores estratégicos de los países de la región”, dice Keita. La moneda es, para muchos, la punta de lanza de ese dominio económico. En 2017, una encuesta en Togo reveló que el 66% de togoleses apostaban por la salida del país de la zona del Franco CFA. Otra encuesta, en este caso a las empresas francesas que operan en la zona, mostraba que el 50% consideran que es “extremadamente favorable para los negocios”: “¿Dónde queda la voz del pueblo?”, se pregunta el economista senegalés Ndongo Samba Sylla, autor junto a la periodista Fanny Pigeaud de un libro crítico con la moneda. Togo, junto a otros 13 países africanos, sigue formando parte de la zona Franco CFA.
La paridad fija permite que las empresas puedan exportar sus beneficios sin temer por el efecto moneda. Tal y como explica el libro La Françafrique. L’empire qui ne veut pas mourir, la empresa Bolloré cuenta con un oligopolio en las excolonias francesas. Sus subsidiarias gestionan la mayoría de los puertos de la zona. En Abidjan, una empresa participada por Bolloré supera el 40% de rentabilidad. Por cada euro de inversión hay 40 céntimos de beneficios. Gilles Alix, director general del grupo Bolloré, explicó en 2008 a Libération cómo funciona el sistema en los países en los que operan: “Conocemos a todos los ministros. Son nuestros amigos. De vez en cuando, cuando ya no son ministros, les damos la posibilidad de ser administradores de una de nuestras filiales. Además, sabemos que algún día podrían volver a ser ministros”. Bolloré controla los ferrocarriles de Camerún y gestiona una quincena de puertos con concesiones de hasta veinticinco años de duración. Mali no tiene puerto porque no tiene salida al mar, pero las telecomunicaciones están en manos de Orange, la distribución del agua es para Bouygues e incluso las cervezas son de Castel, un grupo francés.
Dos golpes de estado en un año
Assimi Goita es, ahora mismo, uno de los hombres más populares de África occidental. Tras dos golpes militares, este joven coronel —39 años— es el líder de la junta militar de Mali y se ha convertido en el referente de muchos jóvenes críticos con Francia. La mala situación económica, unida a la pandemia, provocó el apoyo de muchos jóvenes al primer golpe militar a principios de 2020, con un especial protagonismo de movimientos ciudadanos que pidieron la dimisión del presidente Ibrahim Boubacar Keita. Tras la promesa incumplida de las elecciones en febrero, la asociación de países de la región impuso sanciones económicas que incluyen el bloqueo de las reservas del estado maliense y el aislamiento del país de sus principales socios económicos de la región.
La mala situación económica, unida a la pandemia, provocó el apoyo de muchos jóvenes al primer golpe militar a principios de 2020, con un especial protagonismo de movimientos ciudadanos que pidieron la dimisión del presidente Ibrahim Boubacar Keita
La respuesta de Goita y su equipo de gobierno ha sido igualmente contundente. Tras el anuncio de la marcha de las tropas francesas, Bamako ha acelerado los plazos de la retirada de París y ha acabado expulsando al embajador francés de Mali. Cada decisión ha ido acompañada de manifestaciones multitudinarias de apoyo a la junta. Jean-Christophe Belliard, embajador francés en la Costa de Marfil, justificó así el aparente apoyo popular en las calles en un programa de televisión: “En estos países, 2000 francos (3 euros), un bocadillo y una Coca Cola son suficientes para sacar a miles de personas a la calle”.
Con el objetivo de alejarse de Francia, la junta de Mali se ha asociado al grupo de mercenarios ruso Wagner, y lleva semanas reuniéndose con representantes de los países del Golfo Pérsico. Tras ocho semanas bajo las sanciones, la necesidad de capital empieza a ser acuciante: a mediados de febrero no pudo pagar 53.000 millones de francos (80 millones de euros) a los tenedores de sus letras del tesoro. Esta cifra, a finales de año, podría llegar a los 361.000 millones de francos (551 millones de euros) si las sanciones persisten.
Costa de Marfil y Senegal, las dos puntas de lanza contra la junta
Senegal y la Costa de Marfil son los dos aliados tradicionales de Francia en la región. Ambos países han tenido, desde su independencia, presidentes francófilos. Senghor, en Senegal, nunca renunció a la nacionalidad francesa y ni siquiera quería la independencia. Felix Hophouet-Boigny, un propietario de plantaciones de cacao, convirtió la Costa de Marfil en un paraíso para los inversores franceses. El presidente marfileño actual, Alassane Ouattara, fue su primer ministro en los 90 y es amigo personal de Nicolas Sarkozy. Los presidentes de la región han ignorado los límites de mandatos (Guinea Conakry, Costa de Marfil) que hay en las constituciones nacionales y, más tarde, han criticado a los países vecinos por su “falta de democracia”.
El 40% de las importaciones de Mali proceden de Senegal y la Costa de Marfil. El talón de Aquiles de la junta se encuentra, precisamente, en los suministros de gasolina y otros insumos básicos para la producción.
El 40% de las importaciones de Mali proceden de Senegal y la Costa de Marfil. El talón de Aquiles de la junta se encuentra, precisamente, en los suministros de gasolina y otros insumos básicos para la producción. En un reportaje de Reuters, a finales de enero, se explicaba que los camioneros malienses atrapados en la frontera contaban sus problemas para llegar a casa y, a continuación, reiteraban su apoyo al gobierno militar de Mali. Un mes más tarde, en el mismo medio, se reflejaba la manera en que empezaban a surgir las primeras grietas: una empresa de cemento, sin los suministros de Senegal, había tenido que cerrar tres de sus cuatro fábricas. “Mali es castigado por intentar tomar una decisión soberana, quieren evitar que otros países sigan su ejemplo”, dice Keita.
Tras el golpe en Mali, ha habido golpes en dos países más de la región, Guinea Conakry y Burkina Faso. Una posible alianza entre las juntas militares sería la mejor alternativa para esquivar las sanciones. El problema: el puerto de Guinea Conakry —controlado por Bolloré— no tiene la capacidad suficiente para gestionar tantos contenedores. Solo Dakar y Abidjan pueden hacerlo. Si Mali sigue sin dinero ni suministros no podrá pagar a sus funcionarios o al ejército, en un contexto de inflación alimentaria. Nouhoum Keita es consciente del peligro de apoyar a un gobierno militar que aproveche la coyuntura para eternizarse en el poder, pero recuerda que el apoyo responde más a una presión contra el colonialismo francés que a un apoyo total al régimen de Goita.
Litio y uranio
Tal y como está comprobando Europa, un país que depende de los demás para sus suministros energético puede ser muy vulnerable. Francia hace años que ha hecho su apuesta: la energía nuclear. El presidente Macron ya ha anunciado que construirán más centrales en un país donde el 42% de la energía tiene origen nuclear. Sin uranio en su territorio, Francia tiene en Níger a una de sus fuentes más fiables de esta materia prima. Níger es el vecino de Mali, y su historia está plagada de golpes de estado vinculados a la relación que sus presidentes tengan con la empresa pública francesa Areva. Tras la marcha de Mali, los militares franceses se instalarán en Níger.
Por otro lado, Mali acaba de inaugurar su primera mina de litio. Goulamina dispone de reservas de este mineral clave para las baterias de los coches eléctricos. El precio de esta materia prima se ha disparado un 500% en el último año, y hoy ya supera los 70 euros por kilo. La propiedad de la mina esta repartida entre Gaufeng Mining (50%), una empresa china, y una empresa australiana (50%). Francia, de momento, ha quedado fuera. Gaufeng Mining es la empresa que mas litio produce en el mundo, una materia prima cuya cotización no es en euros ni en dólares, sino en yuanes.
Son días de debates que, por culpa de la pandemia, se dan en Zoom. Los intelectuales africanos se preguntan qué va a pasar con Mali, qué va a pasar con África. La exministra de cultura maliense, Aminata Traoré, toma la palabra: “Es revelador que tantos africanos se sientan identificados con el tratamiento que se esta dando al pueblo maliense.” Muchos jóvenes sueñan con el éxito de Mali en este desafío a París, de cara a imitarlo en sus propios países. “Es necesario abrir una nueva página de cooperación entre iguales. Si Francia decide por los malienses, este tipo de relación ya no es posible”, concluye Keita.