Actualidad árabe (y más)
Una nueva generación de mujeres árabes rompe con el patriarcado

Feministas de distintos territorios se dan la mano en la lucha contra la impunidad de las violencias machistas.
Concentración Marruecos Raissouni
Concentración en Marruecos, en 2019, para pedir la liberación de la periodista Hajar Roissouni, detenida por haber abortado. Su caso supuso un revulsivo para el movimiento por los derechos de las mujeres en su país. Marc Ferrà

Actualidad Árabe deja de lado su formato habitual con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. En el sumario de hoy pondremos el foco en los retos y en las iniciativas de la lucha feminista en el mundo árabe, que ve como una nueva generación de mujeres defensoras de los derechos humanos trata de combatir la sociedad patriarcal, en la que las agresiones contra ellas salen impunes.

Mujeres árabes que rompen con el patriarcado

Son muchas las mujeres del mundo árabe que quieren romper con la historia. Y están en ello. El patriarcado y la violencia que conforman las diversas sociedades desde tiempos inmemorables siguen a la orden del día, pero miles de activistas y ciudadanas anónimas ponen de su parte para que lleguen nuevos tiempos en los que la vida la disfrute todo el mundo.
El pasado junio, la sucesión de tres feminicidios en pocos días, incendió Oriente Medio, donde miles de mujeres gritaron exigiendo a sus gobiernos que actuaran para eliminar la violencia por razón de género

Remar a contracorriente exige momentos que aglutinen fuerza y rabia. Los hay todos los meses, pero en Oriente Medio hubo uno en junio que propició la aparición de miles de voces alrededor de toda la región que pedían compromiso en la lucha contra la violencia por razón de género. Fueron los asesinatos casi simultáneos de tres mujeres jóvenes. La primera fue Nayera Ashraf, una joven estudiante egipcia apalizada hasta la muerte a plena luz del día en las calles de El Cairo. El hombre que la mató, supuestamente, acababa de ser rechazado en una propuesta matrimonial. Tres días después, la jordana Iman Rashid fue disparada en su universidad en Amán. Tenía 21 años. Su asesino se pegó un tiro durante la detención. Dos días más tarde, Lubna Mansour, también jordana, fue asesinada por su propio marido en los Emiratos Árabes Unidos, al parecer después de una discusión. 

Esta sucesión de asesinatos incendió la región, donde miles de mujeres gritaron exigiendo a sus gobiernos que actuaran para eliminar la violencia por razón de género. La mayoría de países del mundo árabe carecen de legislación que castigue la discriminacion, el acoso sexual y otros formas de violencia. En el mejor de los casos, las legislaciones son débiles o de dudosa aplicación. Gobiernos, tribunales y cuerpos policiales, copados en su vasta mayoría por hombres, muestran poco interés en rendir cuentas en los crímenes contra las mujeres.

La violencia persiste tanto en la calle como en casa

Algunos estudios indican que el 35% de mujeres de la región ha sufrido violencia por parte de su propia pareja, la segundas peores estadísticas a nivel global. Estas cifras, sin embargo, son probablemente superiores, puesto que denunciar aún no es habitual y hay quien no sabe a dónde dirigirse para hacerlo.

Como en tantas otras regiones, el de las trabajadoras inmigrantes y las refugiadas es un submundo donde se sufre una violencia aún mayor. Un ejemplo extremo es Bahrain, en este país el 40% de los intentos de suicidio los protagonizan trabajadoras inmigrantes desprotegidas y sujetas a acoso sexual. Algo parecido ha denunciado en Líbano el grupo Egna Legna, una organización fundada por y para trabajadores domésticas etíopes, la comunidad migrante más numerosa en el país. Según sus investigaciones, el 68% de las trabajadroas domésticas en Líbano ha sufrido violencia sexual a manos de sus empleadores. La débil legislación que protege a las mujeres en Líbano no contempla la protección de las trabajadoras inmigrantes, que se calcula que serían 250.000 en este pequeño país de alrededor de cinco millones de residentes.

La débil legislación que protege a las mujeres en Líbano no contempla la protección de las trabajadoras inmigrantes, que se calcula que serían 250.000 en este pequeño país de alrededor de cinco millones de residentes

Ante la ausencia de protección por parte de las autoridades, existen grupos civiles que tratan de hacer aquello que no hacen los estados. ABAAD es una organización que ofrece refugios seguros a las mujeres que huyen o que son rescatadas de entornos violentos. Cuentan con una línea teléfonica abierta los 365 días del año, quienes terminan refugiándose en sus equipamientos puede que lo hagan tras denunciar ellas mismas o después de que algún conocido lo haga por ellas. Takatoat, por su parte, es una conocida organización feminista y civil que trata de hacer pedagogía en el país, haciendo entender a la ciudadanía los derechos que también merece el otro 50% de la sociedad. También luchan contra la exclusión de las mujeres, por ejemplo haciendo campañas contra la pobreza menstrual, algo que forma parte de la desigualdad y de la violencia contra las mujeres.

Romper el silencio y denunciar la violencia contra las mujeres es parte del cambio. Aunque no pertenezca al mundo árabe, estos días se hace difícil hablar de la violencia contra las mujeres en Oriente Medio y no mencionar Irán, así que merece la pena incluir aquí a HarassWatch, un proyecto que recoge y mapea las denuncias por acoso sexual que hacen las propias iraníes.

Conflictos y respeto hacia las mujeres, una combinación imposible

Conseguir entornos respetuosos hacia los derechos humanos se hace difícil en los territorios en conflicto, y el mundo árabe tiene un buen puñado de países en guerra, en contextos de tensión o con luchas armadas en su interior. El Centro Internacional por la Justicia Transnacional advierte que los conflictos y el autoritarismo hacen aún más común la violencia por razón de género, haciendo “que la impunidad por las violaciones contra las mujeres sea generalizada, y que, al mismo tiempo, las mujeres sean marginalizadas, además de infrarepresentadas en los esfuerzos para remediar estas violaciones”.

Los conflictos acarrean situaciones con aún más estigma contra las mujeres. Las violencias sexuales, que son un arma de guerra, pueden ser una pesadilla más allá de la propia agresión. Varias comunidades en Oriente Medio consideran que toda una familia pierde el honor y la reputación si una mujer que forma parte de ella es violada. Algo que en contextos de guerra o de disturbios castiga doblemente las mujeres detenidas, que se ven incapaces de recurrir a su entorno en busca de apoyo cuando son liberadas después de haber sido violadas durante la detención, un estigma que no sufren los hombres.

En contextos de guerra o de disturbios muchas mujeres se ven incapaces de recurrir a su entorno en busca de apoyo cuando son liberadas después de haber sido violadas durante la detención, un estigma que no sufren los hombres

Ante esta situación, organizaciones como The Syrian Women’s Politica Movement, que trabaja entre otras cosas por la inclusión de las mujeres en la vida política, ha formado comités de mujeres formados por especialistas en apoyo psicológico, para que las ex detenidas se sientan cómodas a la hora de contar sus experiencias entre rejas. Otros grupos impulsados por el mismo colectivo se centran en hacer pedagogía con la sociedad en general y con las familias de las mujeres presas en particular con tal de cambiar esta dolorosa perspectiva tradicional.

“La violencia generalizada y el fácil acceso a armamento hacen que las mujeres de Libia sufran múltiples formas de violencia, tanto en casa como en el espacio público”. Lo denuncia la defensora de los derechos humanos libia Asma Khalifa en este perfil que le dedica la organización feminista Femena, de la que hablaremos luego. El país de Khalifa lleva en guerra desde la expulsión y el asesinato de Muamar el Gadafi en 2011. Un contexto que imposibilita la atencion hacia los derechos humanos: “La violencia contra las mujeres, en el contexto de guerra, se vuelve invisible, porque la violencia más amplia relacionada con el conflicto es más fuerte”. La también activista Elham Manea, del Yemen, lo ve del mismo modo: “Tal y como ocurre en todas las zonas de guerra, la violencia por razón de género en el Yemen está extendida. Existen los secuestros, las violaciones, el acoso sexual en espacios públicos, el matrimonio infantil y los ataques contra mujeres activistas”. La intimidacion contra las activistas, lamenta, es especialmente constante y pronunciada.

La misma discriminación patriarcal existe en los supuestos tiempos de paz que ofrecen regímenes totalitarios, como pueda ser el que gobierna en Egipto. “Las feministas egipcias se juegan la vida a diario por negarse a aceptar la violencia y proteger los derechos de las mujeres y de las niñas”, denuncia la activista egipcia Nada Nashat: “y todas ellas deberían ser celebradas, y no perseguidas”.

Apoyar a quienes apoyan; las redes de solidaridad feminista

Luchar por los derechos humanos en entornos represivos es un riesgo que compromete cada faceta vital de quien lo asume. Por eso existen activistas que, tanto desde dentro como desde fuera de la región, se dan la mano entre ellas. La idea: proteger a las feministas que empujan para que todo avance y, así, luchar contra la tendencia regresiva global.

Es el caso de la antes mencionada Femena, una organización fundada en 2017 que apoya a mujeres defensoras de los derechos humanos en toda la región de Oriente Medio y el Norte de África, así como en Asia. Mediante el apoyo a feministas, a sus colectivos y a sus movimientos, Femena contribuye a abrir grietas en territorios donde la sociedad civil está especialmente amenazada o perseguida, ya sea por el propio estado o por actores no estatales.

Hay otras organizaciones civiles que hacen esa misma labor, como la Coalición Regional de Mujeres Defensoras de los Derechos Humanos. Se trata de una alianza de mujeres activistas en el mundo árabe que unen fuerzas. Son feministas de distintos territorios y contextos que intercambian ideas y ponen en común el conocimiento que acumulan a raiz de su actividad militante. De este modo plantan cara “a la cultura patriarcal, a la dominación masculina y la discriminación contra las mujeres”, pero lo hacen juntas.

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