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Infancia migrante
Menas: en busca de la tierra no prometida
La vida de Mustafa cambió cuando llegó a España en un neumático de camión. Su historia es la de muchos jóvenes: arriesgar su vida y no encontrar su sitio.
A veces la rueda de la fortuna tiene forma y tamaño de un neumático de camión. Mustafa se lo jugó todo a un número escondiéndose dentro de una rueda de repuesto de un camión de mercancías, pero el azar es caprichoso. Desde su llegada a España este joven marroquí no ha encontrado un sitio en el que asentarse. Parece que tiene que seguir huyendo, escapando de todos los centros de menores inmigrantes por los que ha pasado.
Mustafa -nombre ficticio- salió de Marruecos en busca de un futuro y llegó de forma ilegal a un país en el que no conocía a nadie. Tampoco conocía el idioma. Dejo atrás a su familia y arriesgó su vida para llegar a España. A sus escasos 16 años ha vivido seguramente más que el lector de este texto. Ha dormido en la calle, ha pedido dinero y ha viajado de forma clandestina prácticamente por toda España, llegando incluso a Francia y Alemania. Como a la mayoría de los chicos de su edad le gusta jugar a la Play Station y salir a dar una vuelta. Habla de su vida sin resentimiento. Mustafa es un joven marroquí alegre y bromista, pero por encima de todo es, a los ojos de la sociedad, un mero acrónimo: MENA (Menor Extranjero No Acompañado).
Pocas veces un término legal y de estudio social se ha convertido en una forma de estigmatizar y criminalizar como lo ha hecho este acrónimo. Hace unos meses, antes de que empezara la crisis del coronavirus, la palabra mena aparecía en todos los medios de comunicación y, en consecuencia, estaba en boca de todos. Se trata de un término que ha servido incluso para hacer política, aunque en los tiempos que corren cabe preguntarse qué es lo que no sirve para hacer política. Según Save The Children, la palabra mena es una forma de categorizar que deja de lado el aspecto humano que hay detrás de todos esos niños, niñas y adolescentes sin protección familiar o de un adulto que están condenados a la invisibilidad y a la exclusión social. Debido a la deriva que ha tomado el término el Ministerio de Interior ha estudiado cambiar el término por Niños, Niñas y Adolescentes Migrantes No Acompañados (NNAMA).
Mustafa vivía en la ciudad marroquí de Kenitra junto a sus padres y hermanos. Es el mayor de tres hermanos y una hermana. Su economía familiar apenas les daba para vivir. Mustafa estudiaba 3º de la ESO cuando consiguió escapar de su país. Sabía que cuando terminara sus estudios difícilmente iba a encontrar un trabajo y mucho menos podría aspirar a un sueldo digno. Conocía a otros jóvenes que habían emigrado a Europa y gracias a ellos sabía lo que debía a hacer: ir a cualquier punto de Europa donde le hicieran un permiso de residencia con el que moverse libremente, con el objetivo de formarse y trabajar para enviar dinero a su familia. Mustafa llevaba tres años intentando venir a España, pero era demasiado pequeño y hasta los 14 años se lleva a cabo la llamada reagrupación familiar, por la que se intenta que los menores vuelvan con sus familias, aunque son pocos los que lo hacen.
Arriesgar la vida por una vida mejor
La mayoría de los menores extranjeros vienen a España desde Marruecos y desde el África Subsahariana, por lo que antes de poder ver siquiera el mar muchos tienen que jugarse la vida cruzando el desierto del Sáhara. Es ahí donde entran en acción las mafias, escondidas en la impunidad que les otorga ese velo de arena ancestral. Estos traficantes de personas cobran una fortuna a los inmigrantes, que viajan acinados durante semanas en camiones, en los que escasean alimentos y agua, para atravesar la masa desértica. Algunos se ven obligados a parar en aldeas del camino para trabajar y conseguir dinero para continuar su viaje, a la espera de un nuevo camión que haga la misma ruta. Mustafa tuvo la suerte de no tener que cruzar el desierto.
Una vez en Marruecos, las tres vías más utilizadas para llegar a España son saltar la valla de Melilla, pagar a las mafias para cruzar en una patera el Mediterráneo o esconderse en un camión. Saltar la valla supone arriesgarse a ser detenido y devuelto a Marruecos. Cruzar el Mediterráneo es algo que muchos no se pueden permitir y supone arriesgar la vida. En 2018 se produjo un récord del número de pateras: 57.250 personas llegaron a España según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), casi 160 al día. 2018 fue también el año récord de muertes y desapariciones de inmigrantes en el Mediterráneo (769). El mayor control del Estrecho y el mayor control por parte de las autoridades marroquíes ha hecho que muchos de estos inmigrantes intenten entrar a España por las Islas Canarias, una de las rutas más peligrosas para acceder a Europa según Cruz Roja.
Mustafa siguió la tercera vía. Hace poco más de año y medio, con 15 años, viajó hasta Tánger y se escondió dentro de una rueda de repuesto en los bajos de un camión de mercancía. El camión iba a subir a un ferry con destino a Almería. Entonces era más pequeño y podía hacerlo, comenta. Mustafa estaba asustado y no era consciente del riesgo que había tomado. Durante el trayecto podía caerse y morir atropellado por el propio vehículo. No conocía al conductor. Tampoco conocía al otro chico que viajaba escondido en el motor del mismo camión, seguramente en una posición propia de un contorsionista de circo. Su compañero de viaje también podía haber muerto si el camión hubiera tenido un problema mecánico serio.
Por suerte ninguno de ellos se había metido dentro de la cámara del camión -técnica utilizada cada vez más por las mafias-, que podría haber sido un camión refrigerado que no volviera a abrirse hasta varios días, con las fatales consecuencias que se han visto ya varias veces en los últimos años.
Antes de subir al barco hicieron un control al vehículo y descubrieron al chico del motor. Pese a la insistencia de los agentes, el desconocido contorsionista no le delató. Mustafa no sabe si fueron seis o siete horas las que pasó metido dentro de ese neumático. No le da importancia: “Todos hemos sufrido para vivir una vida mejor”. Tampoco le gusta hablar de ello.
Al igual que Mustafa, muchos son los jóvenes que abandonan sus países para llegar a España. Según datos de la Fiscalía en 2018 llegaron más de 7.026 menores en pateras u otras embarcaciones, un 199,61% más que el año anterior y un 3.050% más que en 2013. Esto se debe en parte al cierre de la ruta Mediterránea de Italia y los acuerdos europeos con Turquía, pero sobre todo, como explica la especialista en migraciones de Unicef Sara Collantes a la BBC, a la violencia: “Una causa muy evidente es la violencia, no solo en el marco de conflictos como ocurre en algunos países de África subsahariana, sino también la violencia intrafamiliar, el abandono institucional y la falta de oportunidades educativas y laborales”.
La tierra no prometida
El camión en el que viajaba Mustafa fue parado por la Guardia Civil en Almería. En ese momento se topó con su primera barrera: el idioma. Cuando lo descubrieron dijo las únicas palabras que conocía: “no porra, no porra”. Los agentes llamaron a un traductor y lo llevaron a un centro de menores extranjeros de la ciudad. No tardó en escaparse y en empezar una espiral de fugas de centro en centro por todo el país: Almería, Murcia, Alicante -donde durmió dos días en la calle-, Valencia -una noche en la calle-, Zaragoza y Pamplona.
Para Mustafa la mayoría de los centros eran “una mierda”, no le dejaban salir ni fumar. Viajaba de ciudad en ciudad pidiendo dinero a la gente y en las mezquitas, para comprar sus billetes. Estuvo en Pamplona tres o cuatro meses y se fue a San Sebastián, donde se coló en un tren hasta Irún para ir más tarde a Hendaya, localidad fronteriza de Francia. Permaneció en el país galo alrededor de un mes en distintos centros de menores y después se marchó a Frankfurt, Alemania, donde tenía algunos amigos. Allí los centros eran “de puta madre”, pero a los menores inmigrantes no les hacían los papeles como en España, por lo que decidió volver. A su regreso a un centro de Pamplona le preguntaron: “¿Qué haces, quieres joder tu futuro?” Sin embargo, siguió huyendo, colándose en trenes y autobuses hasta encontrar un centro con más libertad: Bilbao, Gijón, Oviedo, A Coruña, Pontevedra, Vigo, Valladolid, Madrid… No conseguía encajar.
En enero de 2020 Mustafa volvió a Zaragoza, en este caso a un centro de autonomía, donde se encuentra actualmente. Convive con otros jóvenes como él y cuentan con el apoyo de educadores sociales las 24 horas del día. Mustafa va a clase y ha retomado sus estudios de 4º de la ESO en un instituto de la ciudad. Tienen más libertad, pueden salir del centro hasta las 21:00 de domingo a jueves y hasta las 00:00 los viernes y los sábados.
En este tipo de centros se inician los procesos de regularización de la situación legal de los menores extranjeros. Es el paso previo a los pisos 17 plus, un recurso preemancipación en el que recalan los jóvenes para apoyarlos una vez entrados en la vida adulta. Pero no todos los menores pasan por estos procesos y cumplen los 18 años con los papeles en regla. Muchos llegan a España con 17 años o a punto de entrar en la mayoría de edad, por lo que es muy difícil regularizar su situación a tiempo. La multitud de casos similares y los problemas administrativos dificultan aún más el proceso. Cuando cumplen los 18 años salen de los centros de protección sin papeles, sin conocer el idioma, sin formación, sin dinero y sin lugar donde dormir, conformando el escalafón más bajo de la exclusión social.
Sin permiso de residencia muchos de ellos se ven obligados a dormir en la calle. Los que lo tienen no pueden trabajar porque sus permisos, la mayoría temporales, no se lo conceden, por lo que muchos se ven obligados a robar. Para poder trabajar necesitan un contrato de un año a jornada completa, algo prácticamente imposible incluso para cualquier joven español que acaba de cumplir la mayoría de edad. Y para renovar sus permisos necesitan demostrar a la administración, que no les permite trabajar, medios de vida para no expulsarlos del país.
Mustafa ya había estado anteriormente en otros centros de autonomía, pero acabó escapándose. Si no vuelve a huir podría iniciarse el trámite para regularizar su situación y evitar así volver a dormir en la calle. Es muy joven y aún tiene tiempo. Su periplo por las distintas ciudades del país le han permitido aprender español y hablarlo de forma fluida. También sabe defenderse en francés y alemán. Mustafa quiere formarse, quiere estudiar mecánica. Se siente bien, cómodo. Solo quiere su nacionalidad española para poder trabajar y enviar dinero a su familia. Sueña con ser mecánico de coches y camiones: “Ojalá”.
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Las mujeres en este país son sumisas por obligación, por su situación económica, están obligadas a soportar al macho dominante, algo natural en el macho tener relaciones sin importarle las consecuencias de tener descendencia, y las consecuencias son estas, hijos que no pueden mantener por la pobreza precaria, estos chicos son chicos de la calle, crecen en la calle, sólo que la calle de un país avanzado es diferente a la del pais de origen, pocos consiguen alcanzar sus sueños.
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