Derecho a la vivienda
Una mani, dos proyectos

Las manifestaciones van y vienen. Pero la política sigue ahí todos los días, y con ella el viejo dilema: edulcorar el orden capitalista o apostar por enterrarlo.
Pedro Sánchez Larry Fink BlackRock
Pedro Sánchez reunido con Larry Fink, CEO del fondo de inversión Black Rock.

@gonzzalogb

@PaulaVllg

Movimiento Socialista @CJSocialista
8 oct 2024 06:00

Tal y como afirma Pablo Carmona en un artículo reciente, hay algo contradictorio y casi paradójico en la manifestación por la vivienda convocada para el 13 de octubre en Madrid. 

En torno a la cuestión de la vivienda, al menos entre aquellos que aspiran a politizarla mínimamente (en contraposición a quienes aspiran a presentar el aumento imparable del precio de la vivienda como un fenómeno tan inevitable como las tormentas y las lluvias), existen dos posturas antagónicas.

Están, por un lado, quienes toman el capitalismo como horizonte insuperable y la defensa de la propiedad, grande o pequeña, como un hecho dado, pero aspiran a introducir ciertos “parches” legislativos que, a la vez que mantienen intacto el edificio general, lo hacen un poco más habitable. Esta empresa de venta de parches es lo que llamamos socialdemocracia, y su juego es siempre el mismo, sea en torno a la cuestión de la vivienda, el trabajo o la guerra: se acepta el marco general del capitalismo, se jura lealtad eterna al propio Estado, se ejecutan todas las principales medidas que la clase dominante requiera… y todo ello se endulza con alguna migaja.

Te cortan el brazo y te dan una tirita, y encima te sermonean con que tus intereses y los de quien te ha cortado el brazo pueden armonizarse, y que si sigues apoyándoles en vez de una tirita a la próxima tendrás dos. Este es el campo de las grandes burocracias sindicales, las burocracias políticas de los partidos reformistas —¡alguno hasta ha llegado a ministro!— y sus diferentes correas de transmisión (ONG y chiringuitos varios).

Los responsables políticos del problema de la vivienda se manifiestan en favor de solucionarlo. Por supuesto, ellos no lo dirán así. El problema de la vivienda será culpa de Ayuso y quizás incluso de Alvise

A día de hoy, esta gente está en el Gobierno. Lo de que el Gobierno —y sus leales perros falderos en la sociedad civil, desde CCOO y UGT a las oenegés mencionadas— vaya a una mani contra el Gobierno es una de esas ironías de las que uno podría disfrutar si la cuestión no fuera demasiado seria como para reírse. Los responsables políticos del problema de la vivienda se manifiestan en favor de solucionarlo. Por supuesto, ellos no lo dirán así. El problema de la vivienda será culpa de Ayuso y quizás incluso de Alvise, de la correlación de fuerzas o de las fuerzas en correlación, de la fachosfera y la máquina de fango. 

Igual a ti, lector, te cuesta entender cómo es posible que el Gobierno no sea responsable de los problemas del país. Pero eso es porque no eres Íñigo Errejón. Por suerte, ahí están los suyos para explicárnoslo. No es fácil parafrasear a Errejón, quien ha convertido la autojustificación en sistema y el credo cursi del oportunismo contemporáneo en teoría. Pero la idea vendría a ser la siguiente: para que ellos puedan gobernar como quieren, nosotros debemos empujar en las calles. Si han disparado el gasto militar, si han flexibilizado el mercado de trabajo y empoderado a esos buitres que son las mutuas laborales, si recibieron con tanquetas a los trabajadores de Cádiz, si abrazan a Israel mientras se olvidan del Sáhara… la culpa no es estructural, no tiene nada que ver con la naturaleza del Estado y la estrategia del reformismo. Es tuya, que no empujas. Todo es cuestión de voluntad; el problema es que falta voluntad… y concretamente a quien te falta es a ti. 

Así que este es el primer bloque. Por otro lado, afirma Carmona, está el campo de quienes, por decirlo rápidamente, consideran que el problema de la vivienda no tiene solución bajo el marco del capitalismo. 

Hasta aquí, todo correcto. Pero surgen de inmediato varios interrogantes. 

En primer lugar, uno se pregunta si lo que estos dos bloques expresan con tanta claridad en esta manifestación no es, en realidad, cierto para cualquier movilización de masas. Creemos que la respuesta es claramente sí. ¿No cohabitaban varios proyectos antagónicos en las huelgas generales de la década pasada? ¿No se replica un esquema idéntico en cualquier manifestación de un tamaño determinado? ¿No lleva, de hecho, sucediendo lo mismo desde la división definitiva del socialismo en dos alas, revolucionaria y oportunista?

Política
Política El PP busca apropiarse del tema vivienda en su giro “social” y el PSOE sigue sin dar en la tecla
Feijóo emprende su nueva táctica, primero con la proposición sobre conciliación y esta semana apuntará a vivienda, aunque en el interior de su partido sorprenden sus bandazos y la permisividad eterna con Ayuso.

En segundo lugar, debemos señalar lo obvio: a día de hoy, ambos bloques no están en igualdad de condiciones. A nivel cuantitativo, la desproporción es grande. La socialdemocracia no pasará por su mejor momento a nivel de calle, pero sigue contando con el poder combinado de su poder institucional, ciertos dispositivos de masas (desde los grandes sindicatos a la presencia en medios) y esa potencia triste pero efectiva que se deriva de, en ausencia de una alternativa real, poder afirmar “a nivel político, somos lo que hay”. 

Es en este último punto donde lo cuantitativo entronca con lo cualitativo. La cuestión es simple: quienes consideran que el problema de la vivienda no tiene solución bajo el marco del capitalismo no cuentan, a día de hoy, con una alternativa política. Poseen, es cierto, presencia entre unos movimientos sociales en estado de reflujo, así como en ese sindicalismo de vivienda que, con dificultad pero con determinación, parece que comienza a repuntar. Pero no cuentan con un partido, una fuerza política de masas capaz de convertir ese deseo en programa. La política, en este sentido, es hoy monopolio de las fuerzas pro-capitalistas de uno u otro signo. 

Mientras esta situación se mantenga, por más que empujemos a nivel sindical (y sin duda hay mucho trabajo que hacer a este respecto), por más gente que se una a la lucha económica contra rentistas y explotadores, el problema seguirá siendo irresoluble. Seguiremos, en última instancia, subordinados a un Estado que pertenece a empresarios y rentistas. Seguiremos dependiendo de las fuerzas políticas que, con independencia de su color, le son leales. Seguiremos teniendo que contentarnos con pequeñas victorias locales y leyes-parche de dudosa índole, oscilando entre el eterno resistencialismo y la colaboración con el Gobierno “progresista” de turno. Seguiremos viendo, como ya vimos en el pasado, cómo los cuadros fogueados en la lucha por la vivienda pasan a engrosar las filas de la nueva élite política reformista. Un panorama poco estimulante, por decirlo de algún modo. 

Pues el viejo Ábalos no mentía: mientras el régimen político capitalista (aquel que los Errejones y Yolanders apuntalan) siga en pie, la vivienda —y la fuerza de trabajo— seguirán siendo bienes de mercado. En su seno, los partidos reformistas seguirán fingiendo poder conciliar lo inconciliable: darán migajas al proletariado, pero siempre que estas no toquen los pilares del dominio de los propietarios. Recordemos –porque nos tienen tan acostumbrados a la pirotecnia de promesas que a veces consiguen que olvidemos lo obvio– que aquello con lo que tanto ruido están haciendo no consiste siquiera en bajar los alquileres sino en: ¡evitar que suban demasiado! 

No hay duda de que queda mucho por hacer en el terreno del sindicalismo de vivienda, convirtiendo el sufrimiento individual en organización de clase y el saqueo cotidiano de nuestra clase en conflicto y lucha. Tampoco hay duda de que el presente ofrece importantes oportunidades para trabajar en esa dirección; oportunidades que debemos aprovechar. Pero debemos insistir en que con eso no basta. La lucha económica es un trabajo de Sísifo: subir trabajosamente la piedra de las concesiones para después encontrarse con la violenta caída que acompaña a cada nueva crisis, a cada ofensiva de los propietarios, a la realidad misma de una sociedad que se construye sobre la desposesión de la mayoría. Solo uniéndonos en una fuerza política que convierta la superación de esta sociedad en programa, podemos liberarnos por fin y para siempre de todos los males que la acompañan. 

Acababa Carmona su artículo señalando la necesidad de pensar cómo aunar la lucha por la vivienda con un programa estratégico que no pase por pedir unas reformas legislativas que cada vez ofrecen menos soluciones. La construcción de una fuerza de esta naturaleza –un partido revolucionario de masas– no es una tarea que pueda corresponder únicamente a un grupo u otro. Es la responsabilidad de todos aquellos que siguen creyendo en las viejas palabras de la Primera Internacional: 

“Contra este poder colectivo de las clases poseedoras la clase obrera puede actuar como clase únicamente si se constituye en partido político especial, distinto y opuesto a todos los partidos formados por las clases poseedoras; […] esta constitución de la clase obrera en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y su objetivo final: la abolición de las clases”. 

Entre dos tierras

Mientras tanto, el Sindicato de Inquilinas ha sabido maniobrar con habilidad para hacerse un hueco en una movilización marcadamente vinculada a los equilibrios dentro del Consejo de Ministros, así como en la agenda mediática. Tras anunciar que irían a la manifestación, sus portavoces se han multiplicado por los principales platós y las columnas de los grandes medios de izquierdas. ¿Su mensaje? Que se acabó la hora de los políticos. Llega —presuntamente— la hora del “inquilinato”, ese sujeto inestable sobre el cual el Sindicato de Inquilinas aspira a construir grandes edificios, la hora de bajar juntas los alquileres. Además, al poner sobre la mesa la huelga de inquilinas, han conseguido vincular, aunque sea simbólicamente, la movilización con su propio arsenal agitativo. Finalmente, han convertido la propia preparación de la manifestación en un proceso organizativo, con asambleas barriales, pintadas colectivas de carteles y una intensa agitación en torno al concepto de la huelga. 

En principio, poco hay que objetar a quien llama a la autoorganización desde abajo y extiende la desconfianza hacia la política profesional. Aun menos a quien defiende la lucha como medio para conseguir los propios objetivos, en lugar de dejar todo en manos del político reformista de turno. Esta no puede ser toda la respuesta, pero sería sin duda parte de la respuesta.

Sin embargo, un examen más atento a las posiciones del Sindicato de Inquilinas arroja ciertos interrogantes. ¿Supone este mensaje un giro estratégico o se trata más bien de un ajuste discursivo? ¿Va el Sindicato de Inquilinas a tratar de imponer sus demandas desde una lógica del antagonismo de clase o, como ha hecho hasta ahora, combinando la presión sindical con la colaboración con los partidos progresistas? Al fin y al cabo, el Sindicato de Inquilinas estuvo entre los impulsores de la Ley de Vivienda aprobada por el Gobierno, la cual fue celebrada como una victoria por sus principales portavoces. También estaba detrás del proyecto de regulación de alquileres de temporada tumbado recientemente por Junts, PP y Vox, el auténtico hito que explica el protagonismo mediático de esta movilización. 

Alquiler
Huelga de alquileres ¿Qué pasaría si dejamos de pagar una parte de los alquileres a los caseros?
Inquilinas que autorregulan su alquiler para bajar los precios, pagando menos a los caseros como forma de resistencia frente a la precariedad impuesta por el mercado.

Si, por lo tanto, la agenda es una de colaboración virtuosa entre la calle que aprieta y los políticos progresistas que ejecutan: ¿no es este el mismo proyecto estratégico que el de Errejón, solo que enunciado desde una posición diferente? Un pie en la calle, otro en el Gobierno. Errejón habla desde el Gobierno, el Sindicato de Inquilinas desde la calle. Pero el marco no deja de ser el de dos caras de una misma moneda política. De hecho, a Sumar y asociados le conviene que esta movilización pueda aparecer como una movilización del “movimiento de vivienda”, siempre y cuando, claro, se renuncie a señalar la complicidad del Gobierno. Una mani colorida y despolitizada que sea un clamor inconcreto sobre “la vivienda” del que puedan apropiarse y codificar políticamente para alimentar su propia agenda partidaria. Y un movimiento de vivienda “razonable” y “propositivo”, dispuesto a colaborar y “ser responsable”, que se olvide del “sectarismo” que supondría señalar al Gobierno de “izquierdas” y que sea capaz de “tejer alianzas” e “ilusionar”. Desde hace más de 100 años, esta es la melodía que lleva tocando la burocracia política y sindical de la socialdemocracia. Así es como lleva más de un siglo intentando que “la calle” sea un complemento dócil de su propia política, y la lucha económica de la clase obrera quede separada de la lucha política independiente.

¿No acaba entonces el “se acabó el tiempo de los políticos” convirtiéndose en una consigna economicista que, como siempre es el caso, deja el poder en manos de quien está? ¿No es esta la viejísima “neutralidad política” de los sindicatos, a través de la cual sus dirigentes se aseguraban de poder pactar con las fuerzas capitalistas?

Lo cierto es que optar por la lógica de colaboración con el Gobierno es ubicarse implícitamente entre los defensores del primer programa arriba descrito. Además, esta lógica es la vía para la estatización y burocratización de cualquier sindicato, que acaba por anular cualquier atisbo de independencia de clase y lo somete a la lealtad hacia el régimen político existente.

Existe un gran riesgo en creernos nuestra propia propaganda y ver como victorias culturales lo que son chantajes cortoplacistas

Este proceso no es inmediato, pero sí es inexorable dentro de esa lógica. Y precisamente porque no es inmediato, resulta mucho más efectivo, permitiendo que las burocracias sindicales en proceso de formación vayan moldeando y venciendo la resistencia de sus bases o aliados, concentrando el poder en un aparato inflexible y vetando por sistema las vías de acción más enérgicas. De ser necesario, todo ello puede embellecerse con retórica más o menos radical, siempre y cuando siga siendo eso: retórica, no hechos. Por este camino, el sindicalismo de vivienda recorrería una vía similar al de las grandes centrales sindicales durante el pasado siglo: estatización y transformación en 1) un grupo corporativo de presión en defensa de los intereses de la capa más alta de los inquilinos, 2) una correa de transmisión del propio Estado entre las clases populares.  

Existe un gran riesgo en creernos nuestra propia propaganda y ver como victorias culturales lo que son chantajes cortoplacistas. Porque lo que ocurre en la política mientras nos creemos más cerca de una huelga de alquileres, es que todo el arco parlamentario, de izquierda a derecha, comparten que la solución al problema de la vivienda pasa por aumentar su oferta y el negocio inmobiliario. El programa del PP y de Sumar en torno a la vivienda está más cerca de lo que algunos creen. Construcción de más vivienda con avales del Estado y pelotazos urbanísticos, lavado de manos respecto a las empresas paramilitares de desokupación, congelación de alquileres en su máximos históricos.

Las manifestaciones van y vienen. Pero la política sigue ahí todos los días, y con ella el viejo dilema: edulcorar el orden capitalista o apostar por enterrarlo. 

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