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La vida y ya
Pero…
En su libro Las niñas salvajes, Ursula K. Le Guin cuenta la historia de dos niñas que son raptadas y llevadas a vivir en una cultura muy diferente a la que habían conocido hasta entonces. Una cultura en la que son socializadas como esclavas pero donde, a pesar de todo, mantienen parte de su identidad.
El libro habla de jerarquías. Habla de mujeres. Habla de condiciones de vida. Habla de supervivencia. Habla de hasta cuánto el poder y la autoridad pueden doblegar a alguien. Habla de hasta dónde no pueden.
Hay un párrafo en ese relato en el que se habla de Modh, una de las niñas que es raptada, en el que Ursula K. Le Guin dice:
“Modh no dijo «pero...». Ella veía clarísimo que se trataba de un sistema de intercambio y que no era un intercambio justo. Venía de un entorno lo bastante alejado de este como para ser capaz de observarlo desde fuera. Y, estando excluida de la reciprocidad, cualquier esclava podía contemplar el sistema con ojos incrédulos. Pero Modh no conocía otro sistema, ni la posibilidad de que tal sistema existiese, que es lo que le habría permitido decir «pero». Tampoco Nata sabía nada de esa alternativa, ese espacio posible incluso cuando es inalcanzable en el cual hay sitio para la justicia, en el que la palabra «pero» puede pronunciarse y tener significado”.
Yo me quedé pensando en la palabra “pero”.
Pensé en todas las cosas que hacen que esa palabra se quede dentro de los labios
Y en que Modh no conocía otro sistema, ni la posibilidad de que tal sistema existiese, que es lo que le habría permitido decir “pero”.
Pensé en todas las cosas que hacen que esa palabra se quede dentro de los labios.
En si lo que nos da la clave para poder pronunciarla es creer que hay otro sistema. Si la posibilidad de decirla en voz alta depende de la capacidad de imaginar que otro sistema pueda existir.
Porque, si fuera así, habría que pensar qué hacer para que sea dicha. Para que no haya nada que la calle ni que la frene. Para que sea pronunciada con todo su significado. Para que se oiga en voz alta, por ejemplo, cuando alguien dice que la correlación de fuerzas es tan abrumadoramente desfavorable que no merece la pena moverse.
Decir “pero” es como un trago de agua en la garganta reseca
Si fuera así, decir esa palabra podría abrir espacios de posibilidad. Esos espacios que aparecen cuando, en vez de callar, alguien dice “pero” cuando anuncian que no hay dinero para becas de comedor o cuando la pediatra que te corresponde está cada vez más lejos de tu casa o cuando el genocidio en Palestina deja de aparecer en las noticias.
Decir “pero” (aunque sea dentro de la cabeza) aumenta las probabilidades de éxito. Decirlo ante lo que parece inamovible sirve para pensar estrategias. Nos orienta a la acción. Nos ayuda a imaginar esos otros sistemas que sólo se convierten en posibles si los imaginamos antes. Y es, justo ahí, donde comienza la revolución y el contrapoder.
Decir “pero” es como un trago de agua en la garganta reseca.
Decía Ursula K. Le Guin que “vivimos en el capitalismo: su poder nos parece inevitable, pero también lo parecía el derecho divino de los reyes”.