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La vida y ya
Nunca cantó el “Cara al sol”
He estado unos días con mi padre haciendo unas etapas del camino de Santiago. Levantándome y acostándome con el ritmo del sol y llegando a los lugares usando solo la fuerza de mis piernas. Se puede llegar muy lejos caminando.
Cuando más hablamos mi padre y yo es siempre caminando, por los alcornocales de nuestro pueblo, por los pinares de la sierra de Madrid. Estos días hemos tenido tiempo, también, de caminar en silencio.
En uno de los ratos de charla me contó que él, a pesar de haber nacido en 1947 en un pueblo de Extremadura, nunca tuvo que cantar el “Cara al sol”. Iba a un centro de monjas franciscanas donde se impartía enseñanza Primaria y no se entonaba esa canción. Las clases eran conjuntas entre niños y niñas. En un pueblo de Extremadura. Durante la dictadura. Yendo a un colegio de monjas. Nunca cantó el himno de la Falange.
Me contó también que pudo seguir estudiando después de la Primaria porque un licenciado que llegó al pueblo decidió montar una “Academia de enseñanza” para preparar el ingreso al Bachillerato de los pocos que tenían acceso a esa posibilidad. Las clases eran también mixtas. Tampoco se cantaba el “Cara al sol”. Ese director de esa Academia había contratado a un maestro republicano al que habían prohibido dar clase en la escuela pública del pueblo. Todo el mundo sabía que trabajaba allí.
“Pasas más hambre que un maestro de escuela”, era un dicho que decían mucho por entonces. La Academia también servía para complementar los sueldos de los maestros y maestras del pueblo. “Por eso la academia tenía unos horarios especiales —me cuenta—, venían a dar clases antes y después de su jornada en la Escuela nacional”.
Que en plena dictadura ocurriera esto es una muestra de que hay grietas por donde colarse. Grietas pequeñas, a veces diminutas. Grietas que no evitan que mi madre y todas las que iban a la Escuela nacional pública sí tuvieran que cantar el “Cara al sol” cada mañana. Había dos. Una para niñas. Otra para niños. Ni que mi abuelo materno, maestro de la escuela masculina, hijo de un republicano que se escapó para que no lo detuviesen, tuviera que vivir pensando en voz baja.
Hay muchos factores que pudieron influir en que hubiera grietas por las que se colaron algunas cosas impensables. “Una de ellas es que una cosa es que la gente dejara de hablar en voz alta por el riesgo que suponía y otra muy diferente es que las personas cambiasen su manera de pensar y sus convicciones por las ideas del régimen”. Además, me cuenta mi padre, en el pueblo hubo una industria del corcho donde trabajaban muchas mujeres (además del trabajo de la casa, me aclara), y eso configuraba una forma de pensarse diferente para ellas.
Que las fábricas de corcho contratasen a mujeres, que mi padre nunca cantase el “Cara al sol” en su etapa escolar y que una academia (en la que trabajaba un maestro republicano) impartiese clases mixtas para tratar de dar oportunidades educativas a un grupo que tuvo ese privilegio no cambia todo lo que ocurrió. Pero sí modificó las vidas de algunas niñas y niños que, en plena dictadura, vivieron que había grietas por las que colarse.
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Yo tampoco tuve que cantar el "cara al sol", pero sí rezar todas las tardes el rosario, algunas frente al sol; y cada mes, había que pasar obligatoriamente por el confesionario donde por primera vez escuché la pregunta del preocupado confesor: ¿te tocas?.
Yo si canté el carasol, contra Franco vivíamos mejor y éramos más jóvenes...
Salud y anarkosindicalismo
Un 10 por el artículo como siempre con los de María, pero un cerote gordo por la lamentable ilustración.