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La vida y ya
No son más que nosotras
Hay conversaciones que te suceden por distintos lados y te llevan exactamente al mismo lugar. Primero un mensaje: “No sé si me dará tiempo a llegar para que nos tomemos un café, al salir de trabajar me voy a pasar por la asociación de vecinas para ayudar con las reclamaciones de las becas de comedor del cole”. Luego otro mensaje con una foto en la que salen niñas subidas a una valla en la que hay unas pancartas colgadas “Sin beca no puedo comer en el cole”, “Comedor universal para tod@s”. Y un mensaje que dice: “Es de lo que te estuve hablando del cole de mi hija, de cuando nos juntamos para denunciar que hay niñas y niños que se quedan sin poder ir al comedor”.
Esto, que las becas de comedor no llegan por mucho a cubrir la necesidad de alimento de muchas niñas y niños, pasa como pasan tantas otras cosas. Como una exhalación de aire que dura justo eso, hasta que vuelves a inhalar, y luego ya ocurre otra cosa. Y te olvidas. Aunque no del todo. Pero lo dejas pasar.
La historia de la reducción de las becas del comedor de la Comunidad de Madrid es como muchas otras historias que ocurren en otros lugares. El contexto es un lugar donde la tasa de pobreza infantil se sitúa en el 15% mientras que las ayudas no llegan al 6%. La trama es que una de sus protagonistas, Isabel Díaz Ayuso, y su gobierno, han decidido externalizar la gestión de las ayudas a la Empresa de Trabajo Temporal (ETT) Randstad. Han decidido que, aunque consigas que te den la beca de comedor, esta no incluya la gratuidad total. Han decidido subir un 16% el precio del comedor. Han decidido aumentar la burocracia tanto para las familias (no todas con recursos para hacer los trámites) como para los centros educativos. Han decidido que ser víctima de violencia machista no sea una condición suficiente para que tus hijos o hijas tengan la beca. Han decidido pedir a las familias monomarentales que acrediten que están separadas de un padre que no existe.
Lo que ocurre en esta historia es que el gobierno de la Comunidad de Madrid ha decidido que haya niñas y niños que no coman, o coman poco o mal coman. Hambre. Niñas. Niños. Que ya no pueden quedarse a comer. No por no tener hambre. Por no tener beca. Familias que, además, tienen que recogerlos antes. Sin haber comido. Me vuelve a la cabeza una frase que me dijo una mujer: “No sabes lo que se siente cuando tu hijo te pide comida y la única respuesta que puedes darle es que no hay nada”.
Dice Antonio Orihuela en su poema “Guerras perdidas”:
¿Por qué ellos siempre ganan?
Porque son más que nosotros.
¿Pero, esto cómo es posible?
Porque ellos nos tienen a nosotros para ganarlas.
Quizás sea ahí, no solo ahí, pero también ahí, en los centros escolares, donde se multipliquen y tomen más fuerza las resistencias que salen de compartir vidas en común. Resistencias basadas en el apoyo mutuo, en saber que hay personas que sufren porque otras lo deciden, que las cosas no están así montadas porque unos tienen suerte y otras no. Que este orden “normal” de las cosas se puede revertir.
Formas de hacer y de estar que pongan de manifiesto que a nosotras no nos tienen para ganar sus guerras. Que no son más que nosotras.