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La vida y ya
Cuando las palabras no alcanzan
Habíamos quedado a comer, un pequeño paréntesis en medio de otra semana en la que se terminaron arremolinando demasiadas cosas. Entró unos minutos después que yo. El restaurante es pequeño y me vio rápido. “Acabo de estar viendo un hilo sobre las devoluciones en caliente en Grecia”, anunció nada más sentarse. Le digo “hola” y me devuelve un intento de sonrisa. “¿Hacia qué frontera?”, le pregunto. “Hacia el mar”. Dejo el teléfono sobre la mesa con un mensaje a medio contestar. Le miro. Tiene cara de cansado. “¿Cómo que hacia el mar?”. “Sí, les obligan a subirse a una lancha rápida desde la orilla y después a montarse en un barco de la guardia costera griega. Luego les dejan abandonados en medio del mar Egeo. En medio del mar, a la deriva, en una balsa inflable. Lo ha publicado The New York Times”.
Un silencio se queda sobre la mesa. El camarero nos mira y no se acerca. Intuye que es mejor esperar. “En muchos casos también sufren maltratos y torturas antes de que las dejen rodeadas de agua. En las imágenes se ve a un bebé entre las personas a las que otras personas dejan a la deriva en medio del mar”.
Yo miro el plato y pienso en que en un rato estaremos comiendo, hablando de otra cosa. En cómo es posible que el estómago vuelva a abrirse cuando ahora parece taponado. El camarero aprovecha el silencio y se acerca. “¿Queréis algo para beber?”. “Una cerveza”. “Yo agua, del grifo, gracias”.
Por un rato cada cual se encaja dentro de sus pensamientos.
A mí me viene a la cabeza la imagen de una casa donde se escucha el sonido constante de gotas cayendo por un grifo que no cierra bien. Ploc. Ploc. Ploc. Hay lugares que suenan como una casa donde el agua gotea sin que nadie se dé cuenta porque esa frecuencia se volvió inaudible. Hay lugares que suenan a zapatos gastados. A mantas agolpándose unas sobre otras en invierno. A ventanas de madera que dejan entrar un silbido de aire aunque estén cerradas. A olas del mar contra el plástico de una balsa a la deriva.
“Hemos terminado ya el informe”, dices rompiendo tus pensamientos y los míos. “¿Y cuáles son las principales conclusiones?”. “Bueno, ya sabes, hay un retroceso brutal en todos los derechos sociales y cada vez se está criminalizando más a quienes protestan. La crisis ecológica viene de la mano de un desmontaje de las conquistas sociales que se fueron logrando en los últimos tiempos”.
El camarero coloca los dos vasos sobre la mesa. Antes de que pregunte le digo: “Enseguida te pedimos”. Sonríe. Parece que es de esas personas que conocen la importancia de los silencios.
“La Caravana Abriendo Fronteras se está coordinando con colectivos de Melilla para ir a participar de las acciones del 24 de junio, el primer aniversario de esa masacre de personas en la valla, creo que voy a ir”, dices.
Finalmente pedimos sin mirar la carta. Lo mismo de la última vez.
Te miro. Sé que hay muchas formas de movilizarse, de hacer activismo, de tratar de romper las fronteras sucias y tristes.
También sé que cuando hay momentos en los que las palabras no alcanzan para explicar ni ayudan a comprender, siempre calma juntarse con otra gente.