Tribuna
El trabajo ya no dignifica

La reducción de la jornada laboral sin reducción salarial pone en cuestión esta vinculación intuitiva de la dignidad y el trabajo asalariado y ahonda en una grieta que es profundamente generacional.
Construccion de Marques de Viana - 12
Obras de las nuevas torres de viviendas construidas por Acciona en Tetuán, Madrid. David F. Sabadell

Es diputada de Más Madrid en la Asamblea de Madrid.

3 oct 2024 06:00

El debate ya no es si se puede o no se puede reducir la jornada laboral máxima. Hace tiempo que la cuestión ha pasado a ser cuánto van a seguir resistiéndose sectores minoritarios de la sociedad a un cambio que es inevitable e inminente.

Mi padre se pasó toda mi infancia repitiéndome aquello de que “Marx decía que el trabajo dignifica al hombre” y tardé muchos años en interiorizar lo equivocado que estaba. Se equivocaba en que el trabajo sea la fuente de la dignidad de la persona y se equivocaba en que yo fuera a ser un hombre, pero ese es otro tema.

Marx, por supuesto, consideraba dignificante el trabajo entendido como la relación de la persona con el entorno y como el sostén y el medio de reproducción de la vida, no el trabajo asalariado en el sistema capitalista, que visto de ese modo lo consideraba alienante para el ser humano y contrario a su naturaleza. Sin embargo, en una de las más flagrantes deturpaciones de un sentido histórico original que se me ocurren, esta afirmación lleva décadas siendo usada para alabar el trabajo asalariado y la participación de las personas en el juego del capital. Y sigue siendo, de hecho, una convicción profundamente arraigada que el valor de la persona en la sociedad radica en el desempeño de un trabajo, entendido este como transacción de fuerza de trabajo por salario, y no como la transformación consciente del medio para la creación, el sostén y la mejora de la vida, que es el sentido en el que Marx lo consideraba fuente de dignidad.

En el turbocapitalismo tardío en el que vivimos, en el que las tareas desempeñadas en la inmensa mayoría de los trabajos asalariados cada vez están más alejadas de las vidas de las personas que las realizan, producir, sostener y mejorar la vida es, precisamente, algo que solo podemos hacer en el tiempo que nos queda fuera del trabajo. Y es ese tiempo para dignificar la vida lo que está en cuestión.

Según todas las encuestas recientes sobre el respaldo social a la reducción de jornada, aunque el apoyo a la reducción de jornada es mayoritario en todas las franjas de edad, es considerablemente más amplio en las más jóvenes

La reducción de la jornada laboral sin reducción salarial pone en cuestión esta vinculación intuitiva de la dignidad y el trabajo asalariado y ahonda en una grieta que es profundamente generacional: según todas las encuestas recientes sobre el respaldo social a la reducción de jornada, ya sea a 37,5 o a 32 horas, aunque el apoyo a la reducción de jornada es mayoritario en todas las franjas de edad, es considerablemente más amplio en las franjas más jóvenes. Y este dato da fe de la inevitabilidad del cambio.

La reducción del tiempo de trabajo sin reducción de salario será, será pronto, será mayor que las 37 horas y media que ahora se negocian arduamente, y será para todo el mundo. Y será progresiva, sí. Y será negociada, y tendrá distintos ritmos de aplicación en función de los distintos sectores y tipologías de empresas. Y muchas pequeñas empresas necesitarán recursos de las administraciones públicas para poder completar los procesos de digitalización y automatización necesarios para poder reducir la jornada a sus trabajadores y trabajadoras, y las administraciones públicas tendrán que poner todos los medios necesarios para que ello suceda a través de ayudas directas finalistas e incentivos fiscales, entre otras medidas.

Lo que se debate ya no es si es o no es posible. Es cuánto va a tardar en suceder. Mientras Ayuso sigue dando portazos en Madrid a cualquiera de las medidas que hemos propuesto desde Más Madrid sobre planes piloto de jornada de 32 horas y ayudas a pequeñas empresas que implanten reducciones de jornada sin reducción de salario, hasta Feijóo se ha abierto en los últimos días a negociar la reducción de la jornada máxima legal, porque ya casi nadie, ni los sectores más conservadores, puede ignorar que trabajar menos para vivir mejor es un consenso social.

Aunque supondrá una mejora en las vidas de muchísimas personas, es más una regularización de las desiguales jornadas que ahora conviven que un avance en sí mismo

Por eso es fundamental que la reivindicación no se detenga en la reducción a 37 horas y media que ahora se negocia. Porque, aunque supondrá una mejora en las vidas de muchísimas personas, es más una regularización de las desiguales jornadas que ahora conviven que un avance en sí mismo. Solo es el inicio del camino hacia la jornada de 32 horas repartidas en cuatro días, que será el verdadero triunfo de la clase trabajadora de nuestro tiempo y uno de los avances sociales con mayor potencial transformador de esta época.

Han pasado 41 años desde que, en 1983, el gobierno impuso el límite legal de 40 horas de trabajo semanales. Desde entonces nos ha pasado por encima Internet. Y las infinitas facilidades que ofrece para automatizar, digitalizar y facilitar procesos y, en consecuencia, aumentar beneficios, aún no se han traducido en menos horas de trabajo para las personas trabajadoras. La reducción de la jornada sin reducción de salario no es más que la materialización de la justa redistribución de los beneficios que ha traído la tecnología en las últimas décadas. Redistribución de la riqueza, entendiendo el tiempo como la mayor de ellas.

Reducción de jornada
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