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Teatro
El enterrador que nos pregunta desde Paterna qué debemos hacer los vivos
La historia del silencio, la muerte, la amargura, el olvido y el dolor caben en apenas 15 metros cuadrados, unos cuantos objetos que golpear cuando llega el enfado, dos líneas temporales y una sola voz, la del actor Pepe Zapata en su obra El enterrador. En la cara, tierra y hollín; en las manos, fuerza y entereza; en los ojos, compasión y ternura. Así se presenta este personaje, que son dos, que mira como si lo hiciera el mismo Leoncio Badía Navarro, aquel vecino de Paterna obligado a enterrar el cuerpo de casi 2.500 republicanos como él. Cuando lo hizo, hace más de nueve décadas, sabía que llegaría el momento de excavar en la fosa, cerrar la herida. Ese momento es ahora. No hay telón, la obra ya está abierta.
Zapata-Enterrador aparece con una camiseta blanca de tirantes y un pantalón de pana algo desvencijado. Sus pies lucen unas alpargatas que apenas los recubren. Va de un lado a otro, nervioso, tiene que estar todo listo para la función. En realidad, lo que Zapata-Nosotros hace en El enterrador es una suerte de metateatro. Mientras se prepara una potencial actuación, él ya está actuando frente al público. Todavía no se ha escuchado la cuestión que vertebra la escena, pero algunos ya la intentan descifrarla: “¿Qué debemos hacer los vivos?”.
Leoncio Badía Navarro existió. Existió y mucho. El franquismo llegó a condenarle a la pena de muerte, de la que se salvó. Cuando regresó a su pueblo, en tierras valencianas, nadie le daba trabajo. Era un apestado por haberse declarado republicano. Solo encontró uno: enterrar los cadáveres asesinados en el cementerio de Paterna, el paredón de España, durante unos cuatro años y medio.
Allí, con meticuloso cuidado, limpiaba cuerpos como el suyo, con rostros como el suyo, con ilusiones como las nuestras. Después los dejaba en su fosa común correspondiente y apuntaba lugar y estrato preciso. Llegaría el momento de sacarlos. “Yo también estoy desobedeciendo la ley, tu familia sabrá dónde estás”, declama Zapata-Enterrador durante su interpretación. “Es mi victoria, es mi venganza”, añade más tarde.
Hay una voz que se apaga
Pide justicia, pero que la justicia sea en este mundo, no en el del más allá. Y la pide también para su madre, el propio Zapata-Nosotros interpretándose a sí mismo, hablando con ella, con una voz que se apaga. El juego que el actor lleva a cabo entre el presente y el pasado encuentra su solidez en la memoria y el olvido. Una madre que se extingue lentamente sin necesidad de morir, una generación que se pierde, unas palabras que ya nunca volverán. Y eso, en el escenario, cobra un cuerpo que se yergue y sulfura, que llora y se apena, que monologa con uno mismo mientras dialoga con la sociedad.
“Yo sé que la memoria histórica tiene una limitación temporal, que son tres generaciones. Ahora vemos cómo la primera de ellas desaparece, y es la que mejor guarda ese recuerdo”, comenta el propio Zapata-Nosotros a El Salto a su paso por el Teatro del Barrio, en Madrid. Él se empapó de todo ello. Tanto, que ahora le exudan por las manos historias infinitas que intenta dar vida en las tablas: “He incorporado muchas vivencias basadas en hechos reales más allá de la de Leoncio. Ha sido un trabajo enorme de escucha y de recabar testimonios”.
Así pues, se presenta un enterrador resiliente, que es capaz de afrontar una tragedia absoluta, incluso truculenta. “Él piensa en cómo mantener su dignidad y la de los demás, cómo trabajar por un futuro mejor y por la libertad, y encima en silencio. Cuando dejó de ser enterrador y tuvo otras ocupaciones, guardó su historia con un silencio sepulcral”, añade Zapata-Nosotros. Lo hace, además de apuntando su ubicación exacta, guardando algunos objetos de ellos para su posible identificación posterior: plumas de escribir, petacas, meceros, botones. Hasta mechones de pelo si era muy característico.
Las nuevas generaciones, el futuro, los vivos
El texto que enfrenta Zapata-Nosotros huye del panfletismo barato. Aquí hay sitio para todos, nos guste o no, aunque no todos quieran tener su sitio. “Evidentemente, el personaje tiene un posicionamiento político. De todas formas, no es monolítico, sino que duda, se plantea cosas, evoluciona a lo largo del espectáculo. Sobre todo porque se encuentra con certezas que no se esperaba, y esos vericuetos del personaje son un regalo para mí como actor”, se explaya el intérprete.
Por el momento, la apuesta ha sido ganadora. A El enterrador le espera una gira repleta de paradas por la geografía española, incluso cruzarán el charco para llegar a Chile. “No solamente nos convocan desde la programación teatral habitual, sino que también estamos descubriendo nuevas líneas que nos hacen especial ilusión, como los centros de enseñanza, los museos, espacios de memoria y patrimoniales…”, comenta al respecto Zapata-Nosotros, a quien le sorprende que hasta los cementerios tengan su propia programación cultural. De esta forma, será más fácil llegar a las nuevas generaciones, uno de los principales objetivos que el actor se había establecido desde el principio.
En cambio, el Zapata-Enterrador sigue en la escena. No se le escucha pero se le siente. Nos repite esa pregunta martillo: qué debemos hacer los vivos. Quizá no exista la respuesta. Quizá no haya una fórmula secreta. Quizá lo que hay que hacer es romper el telón de silencio, llamar a las cosas por su nombre y nunca dejar de ir a ver obras de teatro que nos pregunten, nos interpelen y nos remuevan hasta la conciencia.