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Después de dieciocho años, Die Linke ya no está presente en el Bundestag alemán. Cuando Sahra Wagenknecht y otros nueve diputados abandonaron el partido el pasado mes de octubre, los diputados restantes perdieron su condición de grupo parlamentario. Los desertores planean ahora presentarse a las próximas elecciones europeas y a tres elecciones estatales que deben celebrarse en el este de Alemania. Según los primeros sondeos, su nueva formación, la Alianza Sahra Wagenknecht – por la Razón y la Justicia (BSW), cuenta con un impresionante 12 por 100 de apoyo entre los votantes. Para muchos analistas, como Joshua Rahtz en un reciente artículo publicado en Sidecar/El Salto, se trata de un avance esperanzador. Wagenknecht, escribe, aborda directamente las preocupaciones materiales de la ciudadanía alemana: el ataque de la clase dirigente a su nivel de vida, la reducción del Estado social y la subordinación del interés nacional alemán a los intereses de Washington. Considera que su programa, centrado en la redistribución y la oposición a la OTAN, es una respuesta seria a la Repräsentationslücke, o brecha de representación, del sistema electoral alemán en el que casi la mitad de la población no se identifica con ningún partido. Para evaluar si el optimismo de Rahtz está justificado, debemos examinar más de cerca el carácter de la BSW. ¿Hasta qué punto son radicales sus políticas? Y, más allá de ellas, ¿tiene la BSW una orientación intelectual o filosófica hacia la izquierda?
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Sidecar ¿Corrección del rumbo hacia la izquierda en Alemania?
En la década de 1990, Sarah Wagenknecht todavía era una pintoresca comunista estalinoide que defendía el legado de Walter Ulbricht y formaba parte del Comité Nacional del Partido del Socialismo Democrático. Su transformación política comenzó en la década de 2010, cuando, como vicepresidenta y portavoz económica de Die Linke, abrazó la visión ordoliberal de la «economía social de mercado». Desde entonces, Wagenknecht ha hablado mucho de innovación schumpeteriana y poco de socialismo. Ahora describe su política como «conservadora de izquierda» y presenta al empresario familiar como el ciudadano modelo. Se dirige a un sector supuestamente tradicionalista de la clase trabajadora, que ha visto cómo su posición social se ha deteriorado durante las últimas décadas, pero que ha estado aislado de las peores depredaciones de la era neoliberal. Para Wagenknecht proteger a esos trabajadores de mayores penurias supone un juego de suma cero en el que los migrantes suponen una amenaza potencial. Las «cuestiones culturales» como el género son, en el mejor de los casos, una distracción y los actuales esfuerzos para mitigar el cambio climático como la tarificación del carbono o la eliminación progresiva de los motores de combustión son insostenibles. En lugar de todo ello, el objetivo debería ser crear empleos dignos y desarrollar las «tecnologías del futuro» para reactivar así la infraestructura industrial de Alemania.
Al yuxtaponer las instituciones «globalistas» a las nacionales, el contraprograma de Wagenknecht no ofrece más que un improbable retorno a la edad de oro del capitalismo
Para sus partidarios el fenómeno representado por Wagenknecht combina socialdemocracia, populismo peronista y sentido común (o «razón») de la clase trabajadora. Rahtz parece estar de acuerdo con ella en que el punto de partida de la izquierda del siglo XXI es una resoberanización de la nación en pro de la recuperación del control sobre el sistema político, el Estado del bienestar y las relaciones internacionales de manos de las elites. Este planteamiento ha identificado correctamente los defectos de las democracias europeas contemporáneas –la cartelización de la política de partidos, la erosión del acuerdo social y la imposición forzosa de la austeridad, junto con las políticas exteriores atlantistas– y ha proporcionado una oposición coherente tanto contra giro histórico de rearme de Alemania tras el inicio de la guerra de Ucrania, tal como quedo recogido en el discurso de Scholz pronunciado ante el Bundestag el 24 de febrero de 2022 (Zeitenwende), como contra las políticas de confinamiento y vacunación, a menudo paternalistas, puestas en marcha durante la pandemia. Sin embargo, el planteamiento de la BSW también adolece de una serie de problemas incurables.
En realidad, al yuxtaponer las instituciones «globalistas» a las nacionales, el contraprograma de Wagenknecht no ofrece más que un improbable retorno a la edad de oro del capitalismo. Rahtz reconoce para su crédito las «dificultades de intentar aumentar la competitividad industrial alemana [...] en el contexto de una economía mundial crónicamente debilitada», pero en su opinión estas dificultades son más prácticas que ideológicas. No se pregunta en primer lugar, si la «soberanía» o la «competencia industrial» deberían ser prioridades para los socialistas. Ambos conceptos, muy presentes en la obra de sociólogos como Wolfgang Streeck y Anthony Giddens, son dudosos desde un punto de vista marxista, ya que sustituyen el internacionalismo por el nacional-keynesianismo y la cooperación por la rivalidad capitalista. Además, si volver a un Estado de bienestar nacional inserto en las necesidades de una determinada formación social es difícil en un mundo en el que los flujos de capital y las relaciones productivas se han vuelto transnacionales, lo más probable es que este proyecto simplemente acabe produciendo una forma regresiva de política.
Wagenknecht ejemplifica este peligro. Su planteamiento específico en torno a la resoberanización ha suplantado la política de clase por la política de la nación. No es cierto, como afirma Rahtz, que la importancia de la migración para su programa político sea «a menudo exagerada», ni que «en sus discursos públicos se conceda una mínima importancia a esta cuestión». De hecho, Wagenknecht utiliza constantemente a los migrantes como chivos expiatorios, criticando la «apertura descontrolada de fronteras» de Merkel y exigiendo más deportaciones, más medidas enérgicas contra los traficantes, límites estrictos a las nuevas llegadas y topes a la asistencia social para los solicitantes de asilo. El lanzamiento de la BSW fue uno de los pocos momentos en los que se abstuvo de poner este tema en primer plano. Sin embargo, cuando los líderes estatales y federales celebraron una cumbre sobre migración en Berlín el mes pasado, Wagenknecht les atacó enérgicamente desde la derecha: «Hoy el mensaje enviado al mundo debería haber sido: Alemania está desbordada, Alemania no tiene más espacio, Alemania ya no está dispuesta a ser el destino número uno».
Los partidarios de Wagenknecht suponen que esta retórica ayudará a la BSW a recuperar el electorado que desertó de la izquierda para pasarse a Alternative für Deutschland (AfD). Pero esta narrativa no se ve respaldada por los datos. Aunque Die Linke perdió 400.000 votantes en favor de AfD en 2017, ese fue el año en el que logró su segundo mejor resultado electoral de la historia (9,2 por 100). Desde entonces, la situación ha cambiado. En 2021, cuando Die Linke solo obtuvo el 4,8 por 100 de los votos, solo perdió 90.000 votantes frente a AfD y más de un millón frente a los Verdes y el SPD. La mayoría de los estudios autorizados muestran que durante los próximos años Die Linke competirá principalmente con estos dos últimos partidos, mientras que es más probable que la BSW compita con AfD y, en cierta medida, con la CDU y el SPD.
En lugar de obtener su fuerza de antiguos izquierdistas, AfD ha recogido la mayor parte de su apoyo de partidos de derecha, además de movilizar a un gran número de abstencionistas. Si Wagenknecht se está apoderando de territorio hasta ahora en manos de AfD no es porque lo esté ganando para la izquierda, sino porque está reciclando los argumentos de la derecha nacionalista. Aunque su planteamiento atrae a un pequeño segmento del electorado que está a favor de la redistribución pero se opone a la diversidad, en realidad es más popular entre el grupo demográfico que se opone a ambas. En palabras de un estudio, Wagenknecht obtiene buenos resultados entre «quienes tienden a posicionarse más hacia la derecha socioculturalmente, se orientan más hacia el mercado y apoyan una política migratoria más restrictiva, ceteris paribus».
El wagenknechtismo es simplemente una nueva forma de bonapartismo, que busca representar a los sectores pasivos y reaccionarios de las clases baja y media
Una de los estudios recientes más completos sobre la estructura de clases y la opinión pública alemanas, realizado por Steffen Mau, Linus Westheuser y Thomas Lux, muestra que los trabajadores del sector industrial son, por término medio, más críticos con la migración que el resto de la población. Sin embargo, también se constata que este grupo se caracteriza por una importante «disensión intraclase», ya que más de un tercio no tiene ninguna actitud xenófoba y el resto se muestra más equívoco de lo que sugiere Wagenknecht al hablar de una clase obrera socialmente conservadora. Esto se aplica especialmente a las cuestiones de género y sexualidad, donde hay una clara mayoría progresista. Wagenknecht pasa por alto estos simples hechos. Rechaza el feminismo contemporáneo, la política queer y el antirracismo como los cotos de moda de una «izquierda de estilo de vida» a la que tacha de «pagada de sí misma, implicada en librar una guerra cultural cuyo único beneficiario es la derecha.
En algunas cuestiones, como el militarismo y la pandemia de la Covid-19, Wagenknecht se ha resistido al pensamiento de grupo de las élites y ha expresado su desacuerdo. Sus posiciones deben situarse, sin embargo, en el contexto de su concepción política general. Su negativa a alinearse con la OTAN no está motivada por un antiimperialismo de principio, sino que se justifica en virtud de la idea de que una mayor orientación hacia Rusia fortalecería la seguridad energética de Alemania y contribuiría a su reindustrialización. Wagenknecht es provinciana, no internacionalista, lo cual se puso en evidencia en los mítines contra la OTAN que ha ayudado a organizar en los que su núcleo más próximo, en particular su marido, el antiguo líder del SPD Oskar Lafontaine, no se mostraron preocupados por la participación en los mismos de simpatizantes de AfD.
Asimismo, la oposición de Wagenknecht a las políticas aplicadas por el gobierno alemán durante la pandemia es algo más que una defensa de las «libertades civiles», porque también refleja una actitud escéptica hacia la ciencia considerada en sí misma, que a menudo bordea el conspiracionismo, como sucede cuando se pronuncia sobre los riesgos de los efectos secundarios de las vacunas, etcétera, etcétera. Su crítica a los confinamientos, se comparta o no, se basa en un concepto reificado de «libertad» característico de la clase media, que lo procesa como un derecho individual en vez de como un proyecto social. Esta crítica emplea los tropos del populismo de derecha y no el discurso de la solidaridad.
Por último, Wagenknecht no sólo carece de «un movimiento social activo», como dice Rahtz, sino que tampoco cuenta con aliados de ningún tipo entre los sindicatos, incluidos los más activos de la izquierda. Otros líderes socialdemócratas de la esfera euroatlántica, desde Corbyn a Sanders o Iglesias, han intentado forjar lazos con el movimiento obrero, con mayor o menor éxito. Pero aunque Wagenknecht afirma preocuparse por los salarios y las condiciones de los trabajadores, muestra poco interés en las instituciones que luchan por mejorarlos, quizá porque formar alianzas con esas organizaciones colectivas chocaría con su estilo personalista, que opera de arriba abajo. La desafortunada verdad es que, despojado de estos compromisos, el wagenknechtismo es simplemente una nueva forma de bonapartismo, que busca representar a los sectores pasivos y reaccionarios de las clases baja y media.
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Ese rojipardismo caracterizado por aceleracionismo climático, racismo antimigrante, antifeminismo, y chovinismo imperial de la alemana se puede rastrear aquí en algunas de las posiciones y dirigentes del PSOE y en su sucursal oportunista de Sumar (muy específicamente entre los neoperonistas de Errejón y los del capitalismo verde) pero también entre algunos estalinistas encubiertos de izquierda hundida y pudimos. Achtung!!!
Las izquierdas europeas fuera de Francia son un desastre y un desierto, especialmente en Alemania. Doy la bienvenida a BSW.
Querer defender los intereses de la clase trabajadora mediante un culto a la nación y la raza alemana es dividir a los trabajadores del país, ser profundamente racista e intolerante y obviar la explotación económica que sufren los pueblos del tercer mundo.
Gente como Sarah hacen un daño brital al socialismo y los que luchan por construir una sociedad más justa.
"En la década de 1990, Sarah Wagenknecht todavía era una pintoresca comunista estalinoide que defendía el legado de Walter Ulbricht"
He leído hasta aquí.
O sea, según el autor, antes era "estalinoide". Ahora es "afnoide" ...
Cuando viví en Alemania (en medio de esos dos "periodos"), era de lo poco que se salvaba en los debates en televisión.