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La vida que Montse Bautista había construido en el pueblo donde residía con su familia dio un vuelco cuando su hija se suicidó. Caminar por la calle y que un conocido se cambiara de acera al verla, estar en una tienda y que otro se marchara nada más entrar y la sensación de sentirse siempre observada son algunas de las experiencias que hicieron que esas calles dejaran de ser confortables. Acabó marchándose. “Tenía ganas de salir de casa y sentirme anónima, no encontrarme a 10 personas y que me miraran de reojo. Si mi hija hubiese muerto en un accidente o por una enfermedad, la gente actuaría diferente. Pero nunca me he molestado con nadie porque no saben qué decirte”, cuenta Bautista a El Salto.
El mismo silencio que tambaleó el mundo de Bautista es uno de los factores que, junto a la “falta de personal especializado”, hace que en la sanidad pública “no sea habitual la presencia de grupos de duelo destinados únicamente a supervivientes de suicidio, personas que han perdido a un ser querido por suicidio”, explica a El Salto Thaïs Tiana, psicóloga del Programa de Prevención del Suicidio y del Programa de Atención al Superviviente del Hospital de Sant Pau de Barcelona.
A Bautista, esta carencia la llevó a un grupo de duelo por hijos que estaba demasiado lejos de darle lo que buscaba. “Pude compartir mi dolor y me sentí muy apoyada por el resto de padres. Pero me faltaba algo, y ese algo es que todos sus hijos se habían ido sin querer —por un accidente o una enfermedad—, pero la mía sí que quería marcharse”, recuerda Bautista.
Mirar a los ojos a alguien que haya pasado por el mismo dolor es algo que, según Tiana, envía a los supervivientes un mensaje que les llena de esperanza: “Te entiendo y también he pasado por esto, pero ahora estoy en otro punto. Si yo me he levantado, tú también puedes”.
Lo mucho que había querido Bautista tocar este atisbo de comprensión fue gestando, con el paso de los años, el deseo de querer ayudar a otros que también habían perdido a un ser querido a causa de un suicidio. El pasado octubre fundó junto a las supervivientes Manoli Hermoso, Andrea Millet y Camino Calvo Mans Amigues. Dol per Suïcidi (DSMA), una asociación en la que no solo acompañan a otros durante su proceso de duelo, también visibilizan una realidad que está condenada al ostracismo. “Me sentí muy sola durante el duelo que pasé y, ahora, me gustaría contribuir a deshacer la soledad que vivimos los supervivientes y todos los que puedan tener pensamientos suicidas”, explica a El Salto Millet, amiga de la hija de Bautista desde la adolescencia, en la sede de DSMA.
Un duelo singular
Cuando Cecilia Borràs y su marido fueron a un grupo de duelo porque su hijo se había suicidado con 19 años, no pudieron entender que les dijeran que su pérdida era como todas las demás. Bajo la sombra del recuerdo de su hijo colgaba una pregunta que no paraba de perseguirla. “¿Qué influencia pude tener yo en su decisión? ¿Lo podría haber evitado? Son cosas que cuando alguien pierde a una persona que quiere en, por ejemplo, un accidente de coche, no se plantea. En este caso no hay despedida y no te dejan opción de ayudarles”, cuenta a El Salto sentada en la cafetería del Hotel Regina de Barcelona.
Borràs rompió en 2012 con parte del tabú que hay en torno al suicidio al fundar en Barcelona la primera asociación para supervivientes llevada por supervivientes de España: Després del Suïcidi Associació de Supervivents (DSAS). Además de ayudar a otros a gestionar la rabia, la culpa y el dolor, les ofrece un espacio de comprensión donde pueden compartir todo aquello que retumba en sus cabezas. Una familia que no entendía por qué su hijo se había suicidado si ellos eran “una familia normal”, una joven que no podía evitar sentirse abandonada por su madre y muchas otras personas que necesitaban aprender a llevar los cambios de su entorno, “porque esto no deja indiferente a nadie”, son solo la punta del iceberg de todos los estigmas y sensaciones que Borràs les ha ayudado a mitigar durante estos años. Aunque hay ciertos sentimientos con los que algunos prefieren convivir.
Uno de ellos es la culpa, y para Millet, ni el dolor que provoca basta para querer despojarse de ella o hacer ver que no existe: “La gente, en general, te quiere rescatar, te suele decir que no te sientas culpable, pero es inevitable sentirse culpable. Cuando te encuentras con alguien que ha pasado por lo mismo que tú no te lo dice porque él también se ha sentido así”. Esta decisión que habla de abrazar la culpa no solo ayuda a los supervivientes a ser conscientes de lo que remueve sus entrañas, también es uno de los primeros pasos que pueden llevarles a convertir su sufrimiento en algo transformador. “La importancia de convivir con la culpa radica en que, con el tiempo, el superviviente puede aceptar que no pudo hacer lo que quería: salvar la vida a su ser querido. Eso, más tarde, puede hacerle trasladar la responsabilidad que no pudo materializar en mejorar otras realidades, como ayudar a otras personas que han pasado por lo mismo que él o ella”, añade Tiana.
Sacar al suicidio del silencio
Parte del tabú que rodea al suicidio se debe a la culpa que deja en los supervivientes y a la carga cultural impuesta por la iglesia, que siempre lo ha tachado de pecado. Este silencio puede llegar a ser más que contraproducente para superar la pérdida porque, de acuerdo con Tiana, “si esconden la causa de la muerte pueden cronificar el duelo o, bien, que la culpa les haga caer en depresión y desesperanza”.
Y, además, es un obstáculo para, paso a paso, reducir el número de suicidios, que según el Instituto Nacional de Estadística (INE), fueron 3.679 en 2017. “Visibilizarlo es uno de los pasos para prevenirlo. Si se habla más de ello, será más fácil que las personas con tentativa suicida pidan ayuda. De lo contrario, muchos seguirán pensando: ‘soy raro, me mirarán mal o yo soy el problema…’”.
Esta realidad ha hecho que otra de las metas, tanto de DSMA como de DSAS, sea sacar de la sombra esta problemática para que cualquier persona que piense en terminar con su vida pueda acudir a ellas antes de que sea tarde. “Quiero que vean que aquí tienen un sitio donde ir, que no son personas extrañas y que es algo que nos podría pasar a muchos de nosotros. No vale eso de: ‘a mí no me pasará’”, indica Millet.
Prueba del poder que ejerce el activismo de estas mujeres y todo lo que aún pueden hacer son los correos de agradecimiento por parte de personas con tentativa suicida que ha recibido Borràs. “Nos han llegado a escribir: ‘muchas gracias por vuestros testimonios porque me han hecho seguir adelante’. Les hemos ayudado a ver lo desolador que es el panorama para los que se quedan”, dice Borràs, y añade: “si captamos el primer nivel de una conducta suicida, podemos salvar una vida”.
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Es una pena que no se escuchen más las voces de los "verdaderos" supervivientes de los suicidios: quienes fallan en su intento de quitarse la vida.
Las estadísticas dicen que lo volverán a intentar. Y pueden aportar mucho al estudio y mejora de atención a este fenómeno. Gracias.