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Biodiversidad
COP-15 de Montreal: biodiversidad y supervivencia
Estos días está teniendo lugar la COP-15 del Convenio de Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (CDB). Del 7 al 19 de diciembre, representantes políticos de todo el mundo se reúnen en Montreal con un mismo objetivo: vivir en armonía con la naturaleza. El resultado de las negociaciones debe ser un acuerdo firme y transformativo para detener de una vez por todas la crisis de pérdida de biodiversidad. El continuo incumplimiento de las estrategias internacionales para la conservación de los ecosistemas ha derivado en que esta crisis sea cada vez más grave. Por ese motivo, porque nos jugamos el futuro del planeta que habitamos, las decisiones que se tomen estos días deben estar a la altura de ese cambio transformador y sistémico que la ciencia y la sociedad civil reclaman.
Sin embargo, la reciente sensación de decepción provocada por los resultados de la COP-27 de Clima sumada al hastío derivado de la inacción política está conduciendo a un desinterés cada vez mayor en estos tratados. Es comprensible, dado que en demasiadas ocasiones estos eventos se quedan en un mero lavado de cara de los países participantes y los acuerdos pactados no se traducen en políticas efectivas. Sin embargo, sin un trabajo transversal entre los distintos gobiernos, no es posible enfrentarnos al ambicioso reto que tenemos entre manos: revertir la crisis ecológica. ¿Merece la pena tener los ojos puestos en lo que se está discutiendo en Montreal? Profundicemos en ello.
La pérdida de biodiversidad sigue siendo a día de hoy la gran olvidada de la lucha ecologista. Tal vez sea falta de entendimiento. Lo cierto es que cuando hablamos de conservación de biodiversidad no hablamos de protección de especies en algún lugar remoto del mundo. Hablamos de asegurar el funcionamiento de los ecosistemas, es decir, de impedir el colapso del complejo tejido de relaciones entre especies que garantiza que sea posible vivir en un planeta habitable. Cuando la ciencia nos advierte que un millón de especies se encuentran en riesgo de extinción y calcula una disminución media del 69% en la abundancia de fauna desde 1970, es necesario actuar con contundencia inmediata.
Un ejemplo claro de las consecuencias de la pérdida de biodiversidad lo encontramos en el alarmante declive en las poblaciones de insectos. Su desaparición pone en serio riesgo la supervivencia de las plantas, ya que aproximadamente el 90% de ellas dependen de la polinización para su reproducción. Esto atenta contra la capacidad del planeta para asegurarnos cosas tan básicas como la alimentación, los recursos medicinales o la calidad del aire. Y esto es sólo la punta del iceberg. La desaparición de una sola especie puede desencadenar una cascada de impactos en muchas otras especies y los ecosistemas que habitan, conduciendo a la desaparición de los mismos.
El poder político no es ajeno a esta realidad. Preocupados por la aceleración de estos procesos y alertados por la comunidad científica, representantes gubernamentales se reunieron en 1992 en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. Se creó entonces el CDB, y actualmente la práctica totalidad de los países se han sumado a él. Con el firme objetivo de conservar la biodiversidad global, este organismo lleva sobre sus hombros la responsabilidad de ofrecer una respuesta coordinada internacional a esta crisis. Hasta ahora el mecanismo para lograrlo ha sido el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020, un acuerdo articulado alrededor de veinte compromisos claros, las Metas de Aichi. Ratificado en 2010 en la COP-10 de Nagoya dicho documento nació con la esperanza de garantizar que a fecha de hoy la pérdida de biodiversidad ya no fuera un problema. El fracaso de las Metas de Aichi no parte tanto de la calidad del documento como de la falta de voluntad política real para cumplir sus directrices. Esto no debería sorprender a nadie, cuando en el peor momento de esta crisis medioambiental la biodiversidad no está en la agenda política de nadie.
Las Meta de Aichi quedaron oficialmente obsoletas en el 2020. Ese mismo año el CDB tenía prevista la aprobación de un nuevo documento para renovar y reforzar sus compromisos: el Marco Global Post-2020. No pudo ser. La pandemia provocada por la Covid-19 paralizó el proceso. Paradójicamente, esto ha puesto en evidencia los vínculos existentes entre la conservación de la biodiversidad y la salud humana. La comunidad científica lleva registrando desde hace décadas un aumento exponencial de brotes de enfermedades infecciosas de origen animal. La destrucción de la naturaleza tiene graves consecuencias en nuestra sociedad y una acción inmediata y efectiva es necesaria.
Tras numerosos retrasos, el primer borrador del Marco Global Post-2020 se publicó en julio de 2021. El documento se ha ido perfilando y mejorando en las reuniones oficiales de Roma,Ginebra y Nairobi. Las negociaciones no han sido sencillas. La presión de las grandes empresas y la resistencia de algunos países han lastrado los intentos de definir un texto consensuado. En los últimos meses llegó la polémica, debido a la creación de un grupo informal de trabajo integrado por unos pocos países que han estado reuniéndose a puerta cerrada para avanzar en el documento. El resultado, un Marco Global con un 25% menos de texto, omitía alguno de los aspectos clave introducidos en las negociaciones oficiales previas. Ante las quejas de algunas de las Partes y los representantes de la sociedad civil, se ha decidido mantener el texto oficial como alternativa. Pero esta decisión sólo ha acentuado las diferencias entre las Partes, y hemos llegado al comienzo de la COP-15 con un Marco Global con demasiadas variantes, y la sensación general es que las Partes no están haciendo el ejercicio de poner por encima la necesidad de conseguir los acuerdos comunes, vinculantes y ambiciosos que esta emergencia global necesita.
¿Significa esto que no lograremos un resultado satisfactorio en la COP-15 de Montreal? Aunque hay varios indicadores que nos llevan a ser escépticos, lo cierto es que el borrador del documento a día de hoy aún incluye muchas de las prioridades que las organizaciones medioambientales han estado luchando por incorporar desde el inicio de las reuniones. Sin la presión ejercida por estas, el pleno reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades locales y la perspectiva de género no tendrían el peso que tiene ahora en el documento, donde cuentan con sus propias metas. Por otro lado, sigue en debate la revisión de los flujos financieros y la creación de mecanismos de regulación para las empresas. Esto es fundamental para lograr la transformación sistémica que el Marco Global debe defender. Así lo reconocieron las Partes al firmar la Declaración de Kunming en octubre del año pasado, en lo que fue la antesala de la COP-15 de Montreal, y donde todos los países participantes de la CDB reconocieron la necesidad de acometer “acciones destinadas a transformar los sistemas económicos y financieros y garantizar la producción y el consumo sostenibles”. A pesar de los esfuerzos de los lobbies empresariales por tomar el control de las negociaciones, aún existe una ola de resistencia fuerte que trabaja por garantizar que el Marco Global incluya puntos tan importantes como la eliminación total de los incentivos perversos, es decir, aquellas inversiones públicas que ejercen un daño a la biodiversidad. Ahora en el Estado español estamos sufriendo las consecuencias de estos subsidios al comprobar como fondos Next Generation son invertidos en prácticas tan nocivas como la ampliación de estaciones de ski o la renovación de instalaciones de energía eólica con tecnología que se ha comprobado causará una mortalidad aún mayor de aves.
Puede que nos cueste entender qué es lo que nos estamos jugando estos días en Montreal. Puede que hayamos perdido la fe en la capacidad de los líderes internacionales para trabajar en común por el bienestar del planeta. Pero es importante que reconozcamos la gravedad de esta crisis ecológica y empecemos a exigir a nuestros gobernantes que la biodiversidad sea un eje transversal a tener en cuenta en todas las decisiones políticas y legislativas. Porque la mayor parte de la sociedad no sabe a día de hoy qué es la COP-15 de Montreal. Pero nos pasaremos la próxima década hablando de ella.