We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Ruido de fondo
Espectros
Lo espectral puede cifrarse tan solo en un sonido, una sombra, un glitch o error sutil de grabación o reproducción; pero está ahí, no podemos sustraernos al enigma que implica su aparición.
La (pen)última sensación en lo que a apps de entretenimiento respecta se llama TikTok. Quinientos millones de usuarios en todo el mundo la emplean para transmutar imágenes grabadas con sus móviles en microrrelatos plagados de efectos ingeniosos. TikTok ha devenido el centro neurálgico de su creatividad y su diversión. Los vídeos más populares, capaces de procurar quince segundos de fama viral al común de los mortales, suelen apelar a la exaltación del propio yo, lo cotidiano y la cultura mainstream —sobre todo la musical— a través de lip syncs y coreografías, humor blanco, curiosidades, y gracietas de animales. Pero también hay espacio en ese “código ideológico de signos” global para lo extraño; o lo que es lo mismo, vídeos susceptibles de generar disrupciones en el flujo social de las imágenes.
Entre las cuentas de TikTok que apuestan por lo singular se hallan las gestionadas por sectas y suicidas, las debidas a performers de la intranquilidad vestidos de payaso u ocultos en sótanos con los cadáveres momificados de sus madres, y las que traducen a un nuevo formato las leyendas urbanas y los misterios sin resolver de siempre. Entre ellos nos gustaría destacar los vinculados a lo paranormal, el registro en imágenes de lo que no tiene explicación física.
De este apartado, nos interesan sobre todo los fantasmas, las manifestaciones figurativas más depuradas de lo que resulta imposible que se plasme en una imagen fotorrealista y, sin embargo, ha sido grabado por una cámara sobre el terreno o se ha tratado de que así parezca mediante trucos técnicos. Lo espectral puede cifrarse tan solo en un sonido, una sombra, un glitch o error sutil de grabación o reproducción; pero está ahí, no podemos sustraernos al enigma que implica su aparición.
El fantasma representa, al fin y al cabo, el pavor a aquello que está fuera del alcance de nuestra comprensión y nuestra mirada
La pervivencia del fantasma a lo largo de la historia de la creación y el registro de las imágenes es comprensible. Incluso cuando es a costa de risas nerviosas o consideraciones irónicas, que delatan en cualquier caso cierta incomodidad de fondo hacia el tema. El fantasma representa, al fin y al cabo, el pavor a aquello que está fuera del alcance de nuestra comprensión y nuestra mirada: las configuraciones del tiempo y el espacio que han tenido, tienen y tendrán lugar sin que nuestro ser forme parte de ellas.
Un fantasma nos recuerda que nosotros también acabaremos por ser para el mundo del mañana meros vestigios del pasado, huellas borrosas y de origen incierto. En ese sentido, tan pronto como en un libro inglés de salmos fechado entre 1308 y 1340 damos con una fábula ilustrada muy significativa: tres nobles se topan durante una recepción con otros tantos aparecidos de rasgos grotescos: sus propios cadáveres, que les advierten de que, pese a todo su poder presente, lo único que pueden esperar del futuro es su estado de descomposición.
En tanto vestigio o presagio de los momentos y los lugares a los que nunca tendremos acceso, el fantasma funciona además como síntoma de las limitaciones prospectivas del tiempo en que ha sido invocado. También del nuestro, por mucho que nos creamos en plena posesión de las mecánicas, los contenidos y los sentidos de la imagen en virtud de cómo se ha democratizado su producción y recepción. En palabras de Susan Owens, “los fantasmas constituyen reflejos indeseados de la época en que se representan. Dan cuenta de su estado anímico profundo y participan sigilosamente de sus tendencias culturales”. Así, los fantasmas de TikTok acechan a los usuarios en edificios de oficinas desiertos, espejos y escaparates de locales comerciales, y confortables salones de estar donde ven la televisión rodeados de mascotas.
Nuestros ojos están tan saturados de imágenes que detectamos de forma instintiva si la agitación misteriosa de unos píxeles durante la grabación de un escenario vulgar es realista o no; si algo extraño ha logrado subvertir lo cotidiano, las imágenes cotidianas, o si se nos ha intentado engañar
El impacto del espectro para el espectador de hoy está ligado, por tanto, a su familiaridad con las localizaciones donde se aparece, así como a la credibilidad de las reacciones de quien graba y, por supuesto, de las texturas mismas de lo registrado. Nuestros ojos están tan saturados de imágenes que detectamos de forma instintiva si la agitación misteriosa de unos píxeles durante la grabación de un escenario vulgar es realista o no; si algo extraño ha logrado subvertir lo cotidiano, las imágenes cotidianas, o si se nos ha intentado engañar.
Durante siglos, sin embargo, la verosimilitud no fue un factor determinante a la hora de representar a los espectros en la pintura o la literatura. No se les exigía una adecuación estricta a los estilos y las técnicas que los ponían de manifiesto. En parte, porque no se aspiraba a hacer de ellos almas en pena, “arcanos emocionales” o disfunciones perturbadoras del aparato representativo, sino sublimaciones retóricas del sentimiento religioso y las angustias metafísicas y morales del individuo, como ejemplifica en la frontera entre los siglos XVI y XVII el fantasma del padre de Hamlet. En parte, también, porque el pensamiento mágico imperante en Occidente hasta que entró en escena la Ilustración no tenía entre sus prioridades distinguir entre planos simbólicos de realidad, disociar el espectro de lo tangible de la esfera intangible de los espectros.
Las cosas han cambiado bastante en los últimos dos siglos, al imponerse el dogma de la Razón y facilitar la tecnología la captura cada vez más fidedigna de la realidad o, para ser más exactos, de la realidad a la que podemos asomarnos gracias a nuestros propios órganos de visión, los ojos.
Vale la pena detenerse en el periodo que va desde el nacimiento de la fotografía a principios del siglo XIX hasta que se identifican del todo sus propiedades con el reflejo exacto de cuanto nos rodea, y no con la recreación imaginativa propia de las artes tradicionales. En aquel entonces aún es factible aceptar lo sobrenatural como parte orgánica de las imágenes, incluso cuando las disonancias visuales entre lo posible y lo imposible hoy nos parecen evidentes. Todavía quedan resquicios durante los prolegómenos del medio para la legitimación del pensamiento mágico, que en años posteriores mudará en la fiebre pseudocientífica del espiritismo y los médiums fotográficos.
La implantación progresiva de la fotografía, el cine, la radio, la televisión, las cámaras analógicas de vídeo y el paradigma digital se han caracterizado por una tensión todavía no resuelta entre lo que sabemos positivamente que es admisible en una imagen o un sonido, los trampantojos debidos a los efectos especiales o los defectos de grabación, y el malestar cultural, social y metafísico que nos impulsa a abismarnos con miedo y deseo en lo que no puede ser. Las dinámicas entre unos y otros aspectos es fascinante.
Por ejemplo, los espectros de los siglos XVIII y XIX adquirieron la condición generalizada de translúcidos a causa de la popularización de la acuarela y los trucos de linterna mágica y fantasmagoría que se empleaban en los espectáculos en vivo. Uno de los espectros más famosos de la historia del cine, la Sadako de The Ring (El círculo) (1998) y sus innumerables remakes, secuelas e imitaciones, debe gran parte de su efecto aterrador a nuestra ansiedad finisecular ante el ocaso de la cultura analógica. Y, poco después, con el advenimiento de la fotografía digital, surgen los orbs, aberraciones ópticas inesperadas que algunos pasaron a considerar de inmediato “fantasmas que aún no se hubiesen vestido para ser entendidos como tales por el ojo humano”.
Hasta los videojuegos, que apelan a nuestra capacidad imaginativa en base a algo tan cerebral como la ingeniería informática, han dado pábulo a partir de sus errores de diseño a toda una subcultura de lo espectral
Hasta los videojuegos, que apelan a nuestra capacidad imaginativa en base a algo tan cerebral como la ingeniería informática, han dado pábulo a partir de sus errores de diseño a toda una subcultura de lo espectral. Cada nueva tendencia del audiovisual deriva en una nueva fenomenología de la imagen, y en cada nueva fenomenología de la imagen se abre paso la desconfianza hacia la capacidad de la técnica que la ha conformado para captar toda la verdad acerca del mundo.
Esta paranoia llega al extremo de suscitar en ocasiones la idea de que, lejos de limitarse a respaldar lo que nuestros sentidos nos muestran, las tecnologías del audiovisual tratan de liberarse de nuestra programación y abrir la puerta a otras dimensiones de lo existente. Es algo a lo que juega de modo muy sugerente una de las mejores cuentas de TikTok con temática paranormal que pueden seguirse en la actualidad, @where_is_everybody