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Poesía
Ale Oseguera: “La literatura es campo de resistencia contra la discriminación”
“¿Hay esperanza después de asumir que el rostro es la herida del cuerpo?”. Conversamos con Ale Oseguera, poeta, novelista, performer mexicana radicada en Barcelona, sobre su nuevo poemario Mi rostro es un mapa de mi cuerpo, publicado por la editorial independiente Esto no es Berlín. Su obra está influida por las nociones de oralidad y teatralidad y por su trabajo académico híbrido, donde crea diálogos entre la teoría decolonial hispanoamericana y la poscolonial anglosajona.
El título de tu poemario, Mi rostro es un mapa de mi cuerpo, me ha evocado el concepto del rostro de Emmanuel Levinas como vulnerabilidad y fuente del mandamiento ético, y que después Judith Butler ha analizado en cuestiones de representación de la precariedad humana. ¿Por qué este título?
La idea central del poemario es explorar las lecturas que se hacen de una persona partiendo del cuerpo. Tomo el rostro como la carta de presentación del individuo y de su alteridad. En el sentido de Levinas, el rostro equivale a una desnudez y es a la vez una frontera que marca responsabilidades éticas con el Otro. Sin entrar en discursos éticos, lo que pretendo con este poemario es despojar al Yo de prejuicios y estereotipos atribuidos a su cuerpo.
Una persona que está siendo racializada por un sistema —no que lo sea en sí—, no puede escapar a las lecturas de color de piel o fisionomía. De ahí que su vida sea más precaria, en el sentido butleriano: si bien su precariedad —precariousness— está dada por su mera existencia y la vulnerabilidad que esta conlleva, su precaridad —precarity— aumenta debido a la racialización sistemática de su cuerpo. Ahora, la pregunta es: ¿qué tanto condicionan estas lecturas nuestra identidad?
El poema central del libro habla de atar y cubrir el rostro para que no se le tenga miedo, para que no se le juzgue. A partir del momento en que tapo el rostro y escondo el cuerpo, hago un viaje al interior para poder descubrir cuál es mi voz. Si bien no estoy segura de que haya una esencia dada, puedo intentar buscar un Yo despojado de las estructuras que lo limitan.
Siento que el término “persona racializada” me victimiza y, en definitiva, no me empodera
Has matizado lo de “persona racializada por un sistema, pero no que lo sea en sí”, ¿verdad?
No he encontrado una palabra mejor que “racializada” para explicar las opresiones a las que nos enfrentamos las personas no blancas, pero no me gusta. Me da la impresión de que al usarla para autodefinirnos caemos nosotros mismos en discriminarnos.
Como que tendría más sentido, por ejemplo, hablar de “personas racializadoras”, que racializan a otras a través de su mirada.
Sí, algo así, porque es el sistema el que racializa a los otros. Sé que el término visibiliza una injusticia, pero si la etiqueta me la pones a mí, me defines a partir de una opresión, cuando quien racializa es la persona que juzga a partir de la “raza”, término que incluso intentamos eliminar por su trasfondo colonialista. Siento que el término “persona racializada” me victimiza y, en definitiva, no me empodera.
Hay una anécdota de que una vez te fuiste de viaje a Tailandia y te percibían como una persona nativa de ahí, no mexicana.
Fue encontrar un espejo en un sitio donde no creería que lo tendría, un shock desde la semejanza. Fue muy revelador porque me di cuenta de lo colonizada que tenía la idea de Asia y del Sureste Asiático en particular, cuando en realidad hay muchas más similitudes con mi cultura que diferencias: desde la gastronomía hasta las dinámicas interpersonales.
La disertación doctoral La representación de Asia en las Letras Modernas hispanoamericanas de León Chang Shik, que consulté para un artículo sobre Orientalismo, precisamente analiza cómo la literatura de viajes latinoamericana de principios del del siglo XX representaba China y Japón con los mismos estereotipos y descripciones exotistas en las que habían caído franceses e ingleses. Después, tras su propio viaje y experiencia en primera persona, autores como Ernesto Gómez Carrillo reflejan el asombro ante la similitud y no ante la diferencia, desmarcándose de las crónicas de viaje europeas que enfatizaban la alteridad.
De esta experiencia parte mi hipótesis de que las relaciones de Latinoamérica con el Sureste Asiático, sin la mediación europea y estadounidense, serían mucho más estrechas.
Volviendo a tu nuevo poemario, en el prólogo Tania Pleitez Vela afirma que problematizas “la noción occidental del soporte de la escritura para hablarnos de una escritura-otra que no hemos sabido oler”, y hace referencia al poema “Nosotros”: “Cargaron los barcos con las plumas y el oro. / Los otros, mientras, escribieron la historia del mundo en el barro que había de llevarse la siguiente lluvia. / Nosotros, ¿supimos leer?”. ¿Reproduce o forma parte tu obra de esa escritura-otra?
Sí, desde el mestizaje. Yo no puedo identificarme como indígena. No lo soy, sería una apropiación deshonesta y oportunista. Soy mexicana en el sentido amplio del término: soy de una cultura que nace a partir de una colonización y de una fusión forzada entre lo español y lo indígena, con genocidios incluidos. Pero sí hay una identificación con un pasado prehispánico. Este poema, entonces, habla de estos dos mundos que chocan, y de nosotras las que venimos de allí. La pregunta “¿hemos sabido leer esa historia que también estaba siendo contada?” apela a esa invisibilización que los mismos mexicanos hemos hecho de los pueblos prehispánicos y del conocimiento indígena. Y la escritura en barro se refiere a estas lenguas que no se han sabido leer y que no tenían un alfabeto a la manera occidental, como el náhuatl. Muchas de esas lenguas se han perdido o están ahora en peligro de extinción.
En versos como “Mi cuerpo es un accidente interseccional / pero todos los expertos lo son de un solo tema” cruzas teoría y práctica, lo académico y lo poético. ¿Me podrías hablar de la influencia de la teoría poscolonial anglosajona y decolonial hispanoamericana en tu poesía?
Este poemario es mi obra que, hasta la fecha, más se nutre de la teoría académica, pero está toda pasada por el cuerpo, por cómo yo la recibo, entiendo y vivo. El Máster de Construcción y Representación de Identidades Culturales de la Universitat de Barcelona me dio un mapa para moverme en unos conceptos teóricos que ya trabajaba, con referentes como Edward W. Said, Aníbal Quijano o Gloria Anzaldúa.
Cuando escribía el TFM encontré que me había metido en un lío por analizar literatura hispanoamericana con teoría del mundo anglosajón, cuando ya hay teoría enfocada al mundo hispánico. Ambas corrientes están muy peleadas: los detractores de la teoría poscolonial hablan de cómo la terminología anglosajona podría colonizar las experiencias hispánicas. El gran vacío que encontré es que la teoría poscolonial anglosajona trata el colonialismo como si hubiese comenzado en el momento en que Gran Bretaña se expande, cuando realmente empezó con Colón muchos siglos antes.
Yo defendí entonces, y defiendo ahora, la posibilidad de conciliar puntos de vista. Creo que las experiencias de hibridez cultural y poscolonialidad que puede experimentar alguien de Pakistán, por ejemplo, con toda su historia colonial británica, pueden ser análogas a la de una persona de México o Colombia, que venimos de la colonia española. Creo en el diálogo intercultural. Creo que los textos de autores como Clara Obligado, Gabriela Wiener o Juan Pablo Villalobos pueden dialogar con los de Salman Rushdie o Hanif Kureishi, por ejemplo. Critico que somos defensores de la hibridez cultural pero parece que falta valentía para asumir la hibridez teórica.
Cuando una estudia la teoría poscolonial y decolonial puede llegar a sentirse un objeto de estudio pasivo. Lo que acabas de contar, es decir, escribir este libro, es una manera de convertirse en el sujeto activo.
Las disidencias, los márgenes, el Sur global… Hemos sido históricamente objetos de estudio de la academia blanca. Orientalismo de Said critica básicamente cómo se nos ha analizado y catalogado. Puedo identificarme o estar de acuerdo con determinadas nociones teóricas, pero es también un ejercicio de poscolonialidad coger el conocimiento y darle tu perspectiva, crear un discurso que reivindique puntos de vista no hegemónicos. La teoría es incompleta precisamente por considerar pasivos a los sujetos que estudia. En mi investigación final de Máster defiendo que la importancia de la autorrepresentación, para un sujeto alterizado, radica en su desesencialización. Y que la literatura es campo de resistencia contra la discriminación, en contraposición al periodismo y los estudios sociológicos, que tienden a reducir, homogeneizar y estereotipar, como hacen con los inmigrantes.
El poema “Desnudez” dice: “Yo quería salir en la televisión / mas mi color me permitió solo un pseudónimo para internet / y una voz con vocación de huracán”. Me recordó a lo que la poeta Ángelo Néstore (que también citas en el poemario) mencionó durante una intervención en el I Festival de Literatura Queer organizado por la librería Mary Read: “No quiero que me toleren, quiero que me deseen”. ¿Me podrías hablar de la presencia del deseo en tu poemario?
Me remitiré a una anécdota que explica bien ese poema que citaste. En México estudié la carrera de Ciencias de la Comunicación y quería dedicarme al periodismo. Un día, viene mi papá y me dice que tiene un colega que trabaja en Televisa y, en toda su buena intención, me dice que igual me puede ayudar: tal vez un día yo podría presentar los informativos. Mi respuesta fue un no rotundo. Yo consideraba que jamás podría salir en la tele porque en la tele nunca había visto un cuerpo como el mío, de este color. ¡Y te recuerdo que estábamos en México! Mi generación, no sé ahora, creció con una televisión blanca, donde todas las actrices y cantantes eran blancas y rubias.
Al final hice carrera en radio, porque me apasiona y, además, porque era la época en que no existía el streaming. El público no te podía ver y el rostro desaparecía. Decidí que fuera la voz la que resonara, la que expresara, sin que se me juzgara por el rostro, ese al que hago referencia en mi poemario desde el mismo título.
Hay que ir un paso más allá, que la representación la entendamos como un empoderamiento real y que no solo aspiremos a salir en la tele, a tener muchos seguidores en Instagram o a que nos busquen para sentirnos representados
Lo que comentas me recuerda a otro poema, “Me pregunto”, que dice así: “No te sentirás representado hasta que tu rostro salga en el cartel de MOST WANTED. / Y me pregunto: ¿a quién representan todos esos cuerpos?”. También me recuerda a la canción “síndrómé dél ímpóstór” que acaba de sacar PUTOCHINOMARICÓN, donde canta: “Tanta representación, tan poca repercusión”. ¿Las demandas de representación actuales están siendo apropiadas por el capitalismo feroz?
La representación se le exige ahora a los medios mainstream, al cine hollywoodense. Creo que esa representación tiene trampa porque es una apropiación capitalista de unos cuerpos por parte de una industria que lo que busca es generar un ingreso monetario para unos pocos. Hay que ir un paso más allá, que la representación la entendamos como un empoderamiento real y que no solo aspiremos a salir en la tele, a tener muchos seguidores en Instagram o a que nos busquen para sentirnos representados. ¿Nos estamos apropiando de la industria o la industria se está apropiando de nosotros? Deberíamos aspirar a lo primero, a crear mensajes donde las historias reflejen otras realidades y perspectivas, y no historias que hemos visto ya mil veces, legitimando los mismos sistemas. Ahora bien, no tengo una respuesta concreta a cómo hacerlo más allá de dinamitar Hollywood [risas].
¿Cuesta que las editoriales apuesten por las escrituras-otras que mencionábamos al principio, las de la diáspora, la migración, la racialización?
La literatura existe a pesar de la industria, pero creo que sí hay espacio, tanto en las grandes editoriales como en las pequeñas, para estas narrativas. Lamentablemente hay pocos lectores y es difícil vender libros, más aún si hablamos de poesía. Así que el mercado sigue saturado de productos pop. Es cierto que hay un boom de la poesía. ¿Hasta dónde es burbuja? No lo sé, pero hay una sensación mediática de que se puede hacer negocio aquí.
Por otra parte, hoy en día hay poquísimos críticos que se atrevan con la poesía: este género sigue teniendo fama de ser complicado de abordar. Y los escasos críticos que hay están saturados o precarizados al extremo. Esto propicia que haya un marketing en torno al poeta y no a la poesía. Si el autor es “vendible”, publica o tiene un micrófono.
No obstante, en los márgenes siguen floreciendo las literaturas disidentes y poco a poco van ganando espacio esas voces. Desde esos escaparates, focos o editoriales, hay que ser entonces responsables con el Otro, como diría Levinas. Sobre todo, cuando tú has sido ese Otro.