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Patrimonio cultural
La ruta del ‘green man’ en Euskal Herria
Fertilidad, paganismo y antecedente del ecologismo, el motivo del ‘green man’ u hombre verde, que hasta ahora se creía casi exclusivo de Gran Bretaña y grandes catedrales europeas, prolifera en el románico y gótico vascos.
El incendio de la Catedral de Notre Dame conmociona al mundo, el final de la serie Juego de Tronos reúne una audiencia mundial, montamos una feria medieval en cada pueblo… La Edad Media nos fascina. Pero, ¿la conocemos de verdad? Más allá de los tópicos sobre el cristianismo, la ignorancia de la época y su crueldad, ¿sabemos cómo era? Por ejemplo, ¿sabemos algo de la pervivencia del paganismo que refleja la arquitectura medieval, también en Euskal Herria?
Visitamos Eunate, la joya del románico rural de Navarra al comienzo del verano, cuando los campos de trigo empiezan a madurar. Una ermita al lado de Obanos, en pleno Camino de Santiago, rodeada de supuestos enigmas cuya explicación no le ha hecho perder misterio: su nombre no significa cien puertas, no hay trazas de origen templario y su planta octogonal es similar a la de la Iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río. Pero hay un enigma sobre el que la historiografía académica pasa de puntillas y que los turistas que curiosean su arquería perimetral obvian por completo: la presencia del llamado green man u hombre verde tallado en sus capiteles. Dieciséis monstruos de aspecto felino que vomitan zarcillos y cuatro más enseñando los dientes en el interior. Verdaderamente, Eunate es el santuario románico del green man en la península y no habíamos caído en la cuenta.
El green man es una figura propiciatoria de la fertilidad que ya aparece con variaciones en numerosas culturas de la antigüedad
¿Qué representa el green man? Según los expertos, al menos los que no se dejan influir por la ortodoxia católica, es una figura propiciatoria de la fertilidad que ya aparece con variaciones en numerosas culturas de la antigüedad. Desde los kirtimukha o rostro glorioso de los templos hinduistas, hasta los altares a la diosa germana Nehalennia; de las ruinas partas de Hatra a los mosaicos romanos. Se le ha relacionado con ciertas divinidades como el griego Dionisos, el romano Silvano, el etrusco Vertumno o el egipcio Osiris, y con el ‘hombre salvaje’, nuestro Basajaun, como encarnación del gigante ancestral de una naturaleza cíclica que muere y renace cada primavera.
Hombre verde salvaje que todavía protagoniza ritos por toda Europa, como la caza de Juan Lobo de Torralba que el fotógrafo Charles Fréger ha documentado y expuesto en el Euskal Museoa de Bilbao. El origen de su aparición en el románico y el gótico no se sabe a ciencia cierta, más allá de especular sobre su posible origen oriental.
Durante mucho tiempo se mantuvo el equívoco, inducido por la folclorista Lady Raglan en los años 30, de que el green man era de origen celta y que se difundió desde Gran Bretaña, quizá por su abundancia, como testimonia la enigmática capilla escocesa de Rosslyn, con más de cien esculturas. Pero su presencia en toda Europa en fechas tempranas, al igual que en el primer románico vasco —el santuario de San Miguel de Aralar y el Monasterio de Santa María de Zamarce a sus pies—, certifica el éxito del motivo y la rapidez de su implantación. Un motivo que en el románico y el protogótico se centra en la figura de una suerte de monstruo felino que vomita vegetales y en el gótico se transforma en una máscara compuesta por hojas, como se aprecia en Santa María La Real de Ujué y Santa María de Olite, cuya portada preside una risueña máscara frondosa. En esta variación, la joya de la época es el claustro gótico de la Catedral de Iruñea, entre cuya decoración esculpida y pintada se esconden decenas de green man y que en la capilla del obispo Barbazán presenta dos ménsulas exquisitas: un green man y una rara green woman foliados y cubiertos de pan de oro, atribuidas a un tal Guillermo el Inglés.
En nuestros recorridos por la geografía vasca hemos detectado varias decenas hasta en una cincuentena de iglesias y ermitas, especialmente en Navarra y Álava
Frente a lo que se creía hasta ahora, el románico y el gótico vascos también están repletos de green man. En nuestros recorridos por la geografía vasca hemos detectado varias decenas hasta en una cincuentena de iglesias y ermitas, especialmente en Navarra y Álava. En portadas, en las claves de las bóvedas o en capiteles. Y cada uno de ellos muestra un detalle que lo hace singular y nos muestra un aspecto del motivo. Así, los expresivos green man de San Andrés de Anézcar, obra del llamado maestro Larumbe, parecen participar de una fiesta de la enramada; el rey coronado cuyo bigote se transforma en hojas del Monasterio de la Oliva; los lobos vomitando extraños hongos de Santa Lucía de Aldaz; los ‘moros’ verdes en el interior de la Iglesia de la Purificación de Zurucuáin; el hombre de barba florida pintado en Santa María de Eristáin…
A finales del gótico, su época de esplendor, el green man se convierte en un motivo culto, vinculado a la mitología, que prolifera en el Renacimiento y el Barroco. Podemos encontrarlo escondido en los grutescos y roleos de ayuntamientos y palacios, como en la espectacular portada del Palacio de Ezpeleta de Pamplona, y en la heráldica de escudos de casas solariegas y baserris. Se pierde su evocación paganizante, pero empieza su triunfo en el arte como demuestra La Primavera de Botticelli o las pinturas de Arcimboldo, que el año pasado pudimos contemplar en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Paganismo en la Edad Media
Frente al tópico de la ortodoxia, que insiste en negarlo, la realidad es que el llamado ‘libro de piedra’ para analfabetos esculpido en la arquitectura medieval está plagado de temas paganos, atemperados por un sincretismo popular. El green man es una de la piezas más reconocibles de un código en el cual abundan hombres itifálicos de grandes penes y mujeres que abren sus vulvas, al modo de la deidad céltica Sheela Na Gig, para proteger al temeroso campesino medieval. San Martín de Artáiz o Santa María de Arce son buena muestra de ello.
Con la llegada de la Contrarreforma, condenados por los teólogos, todos estos elementos paganos, más abundantes en recónditos ámbitos rurales, empiezan a escasear o son consentidos como vívida representación de pecados como la lujuria, el onanismo y la homosexualidad. Y, en muchos casos, mutilados. No obstante, el green man sobrevive y se extiende por las cualidades decorativas que ofrece la vegetación, dando testimonio de un complaciente culto a la fertilidad. La verdadera Edad Media está atravesada no solo por restos de paganismo sino por tradiciones sincréticas como el levantamiento de los Mayos, las mascaradas carnavalescas o la Risus Paschalis, en la cual los curas rurales protagonizaban escenas procaces, como una invitación al sexo y a la fecundidad en los duros tiempos del Medievo.
Nos despedimos de la ermita de Eunate, por la que circulan cada vez más turistas despistados, interesados por los templarios, preguntándonos qué cultura manifestaba el green man, figura esencial pero olvidada del bestiario medieval y universal. Quizá fuera una poderosa entidad pagana panteísta que se transfigura en el Cristo que proclama “yo soy la vid verdadera”, del cual el teólogo Richard Thomas declara: “Jesús fue el green man arquetípico, nacido de la unión de espíritu y materia”. En la cercana ermita de Arnotegui, a tiro de piedra de Eunate, todavía se celebra en abril el extraño rito de pasar agua y vino por el cráneo de San Guillén para propiciar la salud del vecindario de Obanos. La fantasía medieval del green man y otros ritos similares nos demuestran no solo la pervivencia del paganismo en la Edad Media y más allá, sino la raíz sincrética del propio cristianismo como religión popular.
En esta era del colapso medioambiental y del ecologismo, reconocemos en el green man medieval a nuestro antepasado mítico. Su monstruosa boca abierta, que al tiempo devora y vomita vegetación, se nos aparece como una representación de nuestra ambivalente pulsión generadora y destructora de naturaleza. Y su máscara frondosa, probablemente, es el retrato ideal de nuestro alter ego. Como señala el filósofo iruindarra Santiago Beruete, maestro de la “jardinosofía”, en su reciente libro Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos (Turner, 2018): “Decididamente, mirarnos en el espejo de las plantas resulta revelador, porque ayuda a descifrar las contradicciones que nos constituyen como individuos y como especie (…). Verdografiar sería nuestro modo de estar en el mundo, de ser más humanos”.
Verdografiar el green man, un motivo más para conservar nuestro patrimonio arquitectónico y escultórico, a menudo muy descuidado, como tesoro de sabiduría contemporánea, para explorarlo y reinterpretarlo más allá de las ficciones y estereotipos medievalizantes y, cómo no, para ayudarnos a redescubrir al hombre y la mujer verde que llevamos dentro.