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OTAN
La OTAN en concilio y la enésima cruzada de Occidente
Arrodillados ante Biden, que desembarca en la vieja y recalcitrante Europa (que no escarmienta de sus desvaríos imperiales) revestido de Emperador con sus colgajos de guerra, y de Papa con sus valores morales, flotando en una historia de abusos, la Europa del siglo XXI se medievaliza y postra ante los ídolos de un tiempo secuestrado y pervertido: la OTAN democrática y salvífica, el liberalismo que castiga el libre comercio, los relatos manipulados e ininteligibles, el hegemonismo de los más brutos…
“Deus lo vol”, decía (¿en provenzal?) mi libro de Religión de Primero de Bachillerato que gritaban los pringaos enardecidos en el Concilio de Clermont por el pillo de Urbano II, que estaba harto de aquellos pendencieros monarcas y nobles de la Europa cristianísima del siglo XI, por lo que les fabricó un enemigo ad hoc, creíble y aborrecible, y los envió lo más lejos que pudo, señalándoles que el deseo divino era atacar al enemigo islámico y saquear, en justo premio, las riquezas de Oriente, deseando fervientemente que no volvieran vivos. Todo ello, pese al exquisito respeto con que los musulmanes de Palestina y Siria trataron siempre a los Santos Lugares, a los peregrinos, etcétera. El cristianismo de los farsantes que sustituyeron el mensaje de Jesús (un revolucionario antiimperialista, todo lo contrario que el cínico de Biden y la patulea de mentecatos que lo aclama como referencia moral), ya se había teñido (más bien empapado) de sangre y de codicia, y con este hallazgo de las Cruzadas renovaba su hipocresía y su impulso criminal, que desde entonces no ha cejado en su empeño de aniquilar cualquier herejía y cualquier otra religión (el Islam en cabeza) que se haya interpuesto en sus ansias de dominio político o económico.
OTAN
La OTAN y España
Como en aquellos años de las Cruzadas, cuatro o cinco entre los siglos XI y XIII, estos botarates del IFEMA saben que —por mucho que les ampare el artículo 5 del Tratado de la OTAN— les esperan palizas soberanas, porque el paraguas de Estados Unidos protege según y como, sin manual de referencia y con descarada discrecionalidad; y porque no se atreven a protestar de los males que, por capricho norteamericano, están infligiendo a sus respectivos pueblos, inmersos en esa feliz entrega al discurso otanista, mezcla de incultura política, de cristianismo atroz y de un miedo mágico e indescriptible sobre el que no se quieren interrogar.
Estos botarates del IFEMA saben que —por mucho que les ampare el artículo 5 del Tratado de la OTAN— les esperan palizas soberanas, porque el paraguas de Estados Unidos protege según y como, sin manual de referencia y con descarada discrecionalidad
Todos, juntos, contra el infiel, ese concepto solo aparentemente mudable, que viene a identificarse sin más con el que no piensa como nosotros y que, aunque adore a los mismos dioses del capitalismo —bien, y qué— se atreve a tosernos y a marcar su territorio, cuando el de la OTAN y su Temible Mamporrero es el planeta entero, sin excepciones ni rincones de soberanistas pretenciosos. Y que ocupa y se aprovecha de rutas, espacios y oleoductos, que es lo mismo que nosotros hacemos —bien, y qué— porque nuestras exigencias y prioridades son evidentes (o sea, de derecho divino) y nadie debe ponerlas en cuestión.
Todos juntos, pero no revueltos, como la historia inmediata de la extraordinaria farsa guerrera montada por Occidente frente a Rusia lo irá revelando, pese al peso de la fe carbonaria y el orden cerrado, y abstruso, de nuestra gran prensa. Ahí están Francia y Alemania, gallitos que quisieran recordar a los menos avisados del conciliábulo que ya sus antecesores en el poder invadieron Rusia con muy parecido entusiasmo, desviando el tema cuando hay que recordarles las palizas que sufrieron. Porque Francia, la única potencia nuclear de la UE, no puede quedarse atrás en los empujones del amigo americano, y Alemania (que trata de compartir por el medio que sea, el poder atómico galo) aprovecha el historial (muy mejorable, poco ambiguo) de sus socialistas para enseñar la rusofobia de sus dientes y la eslavofagia de sus genes (histórica y singularmente dirigida a Ucrania).
Y España, siempre agresora en el exterior desde que en 1898 nuestro ídolo actual, los Estados Unidos de América, nos humillara con su bien afilada perfidia, contempla cómo Sánchez se erige en Lacayo en Jefe de la corte de honorables y muy serviles aliados, confirmando la caída acelerada en la ignominia a la que lo lleva su política exterior y de defensa.
El caso es afirmar que nuestra fe —la que nos insufla nuestro Papa y Emperador— es la verdadera, que el que a ella se resiste merece castigo y los infiernos y que los muertos en combate y víctimas de la pobreza y la inflación obtendrán la vida eterna (vale decir, la satisfacción profunda de haber contribuido a la salvaguarda de los valores occidentales, oportunamente medidos y cotizados según el dólar y, por supuesto, el PIB de Norteamérica).
La farsa es completa, pero ni a tanta estupidez se atrevieron los príncipes de la Europa altomedieval, pese a crédulos y ambiciosos, porque su fe era, sí, necia, pero sincera. El concilio de Madrid es un hito en la historia de la OTAN, que aquí y ahora trama y pretende una guerra universal.
La farsa es completa, pero ni a tanta estupidez se atrevieron los príncipes de la Europa altomedieval, pese a crédulos y ambiciosos, porque su fe era, sí, necia, pero sincera
Ahora, además de como peleles de libro, estos líderes europeos se exhiben como segundones a quienes poco interesa detenerse a mirar hacia dónde se les lleva y por qué se dejan llevar. Y así, codiciosos y cobardes, se aferran a las promesas dadivosas del Señor de Washington (esa Nueva Roma de renovados dogmas y sutiles amenazas, cargada de un bien nutrido historial de muy sacrosantos crímenes).
Fanáticos e histéricos, frente a un enemigo creado para la ocasión, sin pudor ni disimulo, ambiciosos e irresponsables, incapaces de reconocer la ruina que proporcionan a sus conciudadanos en el altar de los superiores intereses de los Estados Unidos y su guardia pretoriana anglosajona, forzándose a sí mismos a recurrir al Gran Matón, nuestros líderes otanistas se abrazan entre sí, olvidan (de momento) sus rencillas, lagrimean de emoción y se despiden para la guerra, alzando su sombrero, como agradecido gesto de afecto y sumisión al Gran Embaucador de Occidente, que les corresponde con la media sonrisa de un rostro siniestro curtido en mil (o más) agresiones, insaciable en la rapiña de riquezas ajenas, intratable por su hegemonía, mendaz y camorrista.
Todos saldrán del último y sagrado ágape pintarrajeados con los colores de guerra que, uno a uno y haciendo la señal del dólar, les habrán sido impresos sobre la tersa frente de sus cerebros deshonrados, por el Gran Sacerdote de la Casa Blanca, único y verdadero intermediario entre Marte y Plutón.