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Siempre he creído importante saber de dónde vienen las palabras y qué significan para saber qué mundo nos estamos creando. Las palabras no se escogen al azar y, con el tiempo y su uso, adquieren un significado propio. El lenguaje, las palabras y cómo las usamos están directamente relacionadas con cómo las personas nos relacionamos entre nosotras. Por este motivo haré hincapié en el concepto de víctima en los abusos sexuales en la infancia.
Víctima viene del latín. Etimológicamente significa “persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio”, según la RAE. Así, el concepto de víctima está relacionado con aquella persona o animal vencido, manipulado y/o exhibido. En su segunda acepción significa “persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra” y, en su tercera, “persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita”. En ninguna de las tres acepciones la palabra víctima tiene decisión propia, al igual que en el resto de acepciones que no he nombrado. Etimológicamente la víctima no tiene capacidad de agencia ni de incisión social, sino que es un mero instrumento o alguien que ha tenido una conjetura por un tercer elemento. Dicho de otro modo, la víctima no es dueña de su propia vida, sino que se ha visto arrastrada por algo o alguien.
Si lo llevamos a la práctica podemos ver varias perspectivas entorno al concepto de víctima en los abusos sexuales en la infancia que se da en muchas ocasiones. En primer lugar, como categoría social la víctima forma parte de un conglomerado de personas que pertenecen a dicha categoría, perdiendo así su particularidad. La víctima no tiene nombre y, si lo tiene, va acompañada de la coletilla “víctima de”. Del mismo modo que no tiene nombre, normalmente carece de voz propia y, en el caso que la tenga, es una herramienta para explicar un suceso, pero no para pensar sobre el mismo. Con esto, a la víctima no se le otorga la capacidad de auto pensarse. Siguiendo este hilo vemos la figura del testimonio que es aquella figura que da fe de un hecho. Por otro lado, cuando decimos que algo es testimonial es para referirnos a algo pequeño, sin importancia o sin capacidad de cambiar una situación concreta.
En segundo lugar, a la víctima por regla general tampoco se le otorga capacidad de decisión, sino que es la sociedad, las personas que la rodean y cómo se configura el mundo que nos creamos y creemos los que deciden por ella. Es decir, se espera de ella que tenga un comportamiento, deseos y necesidades determinadas, especialmente sobre lo que le ha sucedido. Si la persona nombrada como víctima no cumple con los estándares sociales de dicha catalogación puede ser que se ponga en duda lo vivido o que el discurso carezca de legitimidad.
Un ejemplo de esto lo encontramos en Tenerife en 2019, donde la sección sexta de la Audiencia Nacional absolvió a un acusado de violación porque el discurso de la persona agredida era frío, cuando una de las estrategias a la hora de explicar una agresión sexual puede ser tomar distancia para poderlo hacer. En este ejemplo vemos que la persona denunciante no actuaba conforme a lo que se esperaba de una víctima de violación y parece que eso fue suficiente para no reconocer la agresión. Debo decir que de ningún modo apoyo exclusivamente el punitivismo como modo de abordar los abusos sexuales en la infancia, pero este ejemplo (como muchos otros) son sintomáticos de lo que se entiende por víctima de agresión sexual.
La categoría social de víctima crea un estigma, ya que coloca constantemente la experiencia traumática en el centro y la persona abusada crece alrededor de ella
Jerarquización
Alrededor de la figura de la víctima se establece una jerarquía entre la persona que relata y la que escucha, dónde la segunda puede tener una posición cómoda al generarse una separación entre ambas. Ésta puede darse, entre otras, a través de la pena, ya de por sí jerarquizante, o pensando que algo tan horroroso nunca le pasaría a la persona que está bajo tu tutela .
En tercer lugar, alrededor de la categoría de víctima hay una normatividad y, por lo tanto, una homogeneización tanto del comportamiento y necesidades como de la experiencia misma. ¿Qué quiero decir con esto? Hay una tendencia a pensar que la experiencia de dos personas abusadas sexualmente es muy similar y que reaccionan o viven la experiencia de un modo muy similar. Con esto no quiero decir que no haya señales o modos de expresión del cuerpo que puedan ser parecidos, pero desde luego la forma de vivirlo es diferente. Un abuso sexual en la infancia es una experiencia límite y, como tal, la persona agredida hará cualquier cosa para sobrevivir, desde denunciar, entrar en un proceso de amnesia y paralizarse entre otros modos de supervivencia. De la misma forma que el modo de sobrellevar el momento es particular, lo es también su recuperación o cómo vive la persona en relación a la experiencia en su vida adulta.
Por último y recogiendo lo dicho anteriormente, la categoría social de víctima crea un estigma, ya que coloca constantemente la experiencia traumática en el centro y la persona abusada crece alrededor de ella, además de crear una identidad en la que se esperan determinados deseos y actitudes de la persona agredida en función de la categoría asignada socialmente, como ya he dicho.
Así, la categoría de víctima es algo impuesto, por regla general. No depende tanto de una elección propia sino del lugar donde la sociedad te sitúa, es decir, se crea una identidad alrededor de un concepto que quizás no tenga nada que ver contigo.
Es necesario crear un marco que responsabilice la violencia que la sociedad legitima como perpetuadora de los abusos sexuales en la infancia
La violencia que la sociedad legitima
Hay que salir del rol de víctima, no sólo la persona agredida en su individualidad, sino la sociedad misma. No me refiero únicamente a dejar de nombrar, si cambiamos un término por otro estaremos en las mismas, sino a situar en otro lugar a las personas que sufren o hemos sufrido abusos sexuales en la infancia. Esto viene de la mano de situar en otro lugar también los abusos sexuales en la infancia, es decir, lejos de la lectura exclusivamente moral que da paso a verlos como un horror, como si abordarlos fuera tarea imposible. Si nos mantenemos en el contexto del horror para entenderlos estaremos mirando hacia otro lugar, es decir, los estaremos leyendo de una forma superficial e ignoraremos la complejidad individual y social que suponen.
Bajo mi prisma hay que dejar de entender los abusos sexuales en la infancia únicamente desde una base dual de personas abusadas y abusadores y crear un marco que responsabilice la violencia que la sociedad legitima como perpetuadora de los abusos sexuales en la infancia. Mi intención no es tirar balones fuera, sino ampliar la vista y hacernos responsables como sociedad de los mismos y, por lo tanto, dejar de verlos como un horror inabarcable y mirarlos a la cara.