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Opinión
Socialismo, en proceso
Es miembro de la Fundación de los Comunes.
@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.
A las 6 de la tarde del sábado 8 de octubre más de 200 militantes de distintos colectivos llenaban la planta segunda del centro social EKO en el barrio de Carabanchel, Madrid. Se presentaba el Encuentro por el Proceso Socialista: un espacio de reflexión, debate, acción y futura organización que reúne a activistas de colectivos, centros sociales y experiencias diversas de los movimientos madrileños.
Sin medias tintas, la propuesta se presentó ante un público atento y que en su mayoría simpatizaba con lo allí hablado. El tiempo de los movimientos sociales y de la socialdemocracia —por usar los términos empleados en el encuentro— han vivido ya su momento, y quizás deban encaminarse al Museo de Historia como el hacha de piedra y la rueca de hilar. Esto significa, por reflejar lo mejor posible lo que entendemos por el meollo de la propuesta, que hoy se ha vuelto imprescindible escalar y superar las propuestas de trabajo más local, de base y movimentistas, para pensarlas y ponerlas al servicio de lo que han denominado una estrategia socialista.
No se puede negar que este deseo, llámese socialista o no, conecta con algunos de los atascos en las prácticas militantes de las últimos años. La lógica de la lucha sectorial, los colectivos territorializados, las experiencias de sindicalismo social e incluso los centros sociales, han estado más o menos vinculados a modelos de intervención política poco o nada pensados desde una perspectiva estratégica. Tampoco han sido corrientes en estos años los análisis de coyuntura capaces de orientar las luchas.
Comunismo
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En este sentido, parecen acertadas las críticas que se expusieron con respecto del movimiento de vivienda como espacio-motor del conflicto social y que se trataron específicamente en la primera mesa del encuentro. ¿Cómo es posible que un movimiento que se ha multiplicado y replicado a nivel estatal, con éxito indudable, no sea capaz de escalar su apuesta? ¿Cómo es posible que sus estructuras no se hayan consolidado en una propuesta organizativa? Y, sobre todo, ¿por qué no se ha logrado una mayor acumulación de fuerzas?
En estos términos se expresó el miembro del movimiento de vivienda de Madrid y el representante del sindicato de vivienda de Valladolid, ponentes de la mesa. La falta de formación política, de crítica de la economía política o el propio localismo, además de la generación de estructuras laxas de organización —el denominado paradigma de la coordinación y de la tiranía de la falta de estructuras— fueron los “males” apuntados en esta autocrítica.
Desde la perspectiva de la mesa la respuesta parecía, por momentos, sencilla. Recojamos todas estas experiencias y alineémoslas dentro de una misma estrategia: la estrategia socialista. Se puede estar de acuerdo en la necesidad de mayor formación política, también de análisis de mayor profundidad. Pero justo en el análisis expuesto es donde se pueden reconocer algunos de los nudos más problemáticos de la jornada.
Quizás el aspecto más discutible aquí fue la repetición del paradigma de clases recogido en una imagen polarizada entre burguesía y proletariado
Quizás el aspecto más discutible aquí fue la repetición del paradigma de clases recogido en una imagen polarizada entre burguesía y proletariado. Aun cuando la opción por este lenguaje —que se reconoce también en la reactualización de la idea de “socialismo” o en la polaridad socialismo/socialdemocracia, que repite la vieja división entre reforma y revolución— rezuma demasiado anacronismo, conviene considerar no obstante que estamos, y así se reflejó en el encuentro, ante una lectura novedosa de la tradición. Y esto implica tomarse en serio lo que hay detrás de las palabras.
El principal problema político de nuestro contexto es que las dinámicas de proletarización no son homogéneas, y que la mayoría social sigue fuertemente integrada por amplios niveles de protección estatal y bienestar
Por eso, esta crónica no se debe entender como una mera enmienda lexical, sino como una crítica teórica, que no reconoce este tipo de polarización social, ni siquiera como tendencia en el medio plazo. De hecho, ningún dato respalda que la sociedad española esté rompiéndose entre una minoría burguesa que se enriquece y una mayoría precaria y empobrecida. Muy al contrario, el principal problema político de nuestro contexto es que las dinámicas de proletarización no son homogéneas, y que la mayoría social sigue fuertemente integrada por amplios niveles de protección estatal y bienestar. A su vez, la amplia minoría precaria, migrante y desahuciada no ha sido todavía capaz de articularse políticamente para conquistar derechos y forzar una redistribución real de la renta. La politización de esta minoría, caso de ser, no pasa además por ninguna de las formas de la izquierda existente, ni la de la “socialdemocracia”, ni la de los movimientos sociales, ni es probable que la de la propuesta socialista.
Sin considerar la composición y las formas de vida de esta minoría “proletaria” no se puede entender con cierto detalle —por tomar el caso que centró la primera del encuentro— la crítica del movimiento de vivienda. Como sindicalismo de último recurso, el centro de las movilizaciones de sindicalismo social ha estado enfocado en las capas de menores recursos y más precarias de nuestra sociedad. La clave para considerar una superación del actual impás de esta forma de sindicalismo está en entender que este no se produce por un defecto de forma de los dispositivos, tampoco por la simple impericia de sus militantes, o por una falta de politicidad, o de horizonte estratégico, sino que también, y sobre todo, sucede porque los mecanismos de sostenimiento e integración económica, aunque averiados para una parte de la población, siguen funcionando con alto grado de eficacia.
Desde esta perspectiva resultan más complicadas de entender algunas de las posiciones que se defendieron desde la mesa. Primero porque —a pesar de citarse en varias ocasiones la crisis de 2008—, resulta difícil todavía incorporar el análisis y la tematización de una economía financierizada. Esto se reflejó especialmente en la ponencia de las compañeras de Gasteiz, todavía demasiado apegada a los mecanismos de la economía “real” y las lógicas (en sus palabras) del desplazamiento del salario directo al salario indirecto, como si la relación renta/salario-Estado/producción estuviera todavía organizada según el patrón de los años 70 y 80, esto es, en la primera crisis del fordismo.
A pesar de compartir, más o menos, propuestas similares a la renta básica, denominadas desde la mesa como “bono de consumo”, y de políticas fiscales redistributivas, descritas como “intervenciones sobre las ganancias”, es del todo problemática cualquier forma de propuesta que interpele a Estados que si bien altamente endeudados, todavía tienen una capacidad de maniobra relativa. En cierto momento de la exposición, parecía que la propuesta se replegaba una vez más sobre una forma de política que volvía a la escala estato-nacional y sobre la lógica de la conquista de derechos, no muy distinta al binomio criticado movimientos sociales / socialdemocracia.
Política
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El modelo capitalista vasco, que servía aquí de referencia, puede servir para mostrar las contradicciones que planean sobre el campo político actual, y del que no es fácil escapar. La Comunidad Autónoma Vasca (CAV) y Navarra —por desprendernos de las denominaciones etnonacionales— no es precisamente una sociedad rota y polarizada entre burguesía y proletariado. Antes al contrario, es un ejemplo destacado de cómo opera una sociedad organizada en torno a sus clases medias, pacificada y en buena medida integrada. Desde la misma mesa se citaron las rentas mínimas y el grado de integración social que estas lograban. Ejemplo acertado, teniendo en cuenta que en Euskadi hay el doble de perceptores de rentas mínimas que en Andalucía, teniendo solo un 25% de la población andaluza, y que además de media cada perceptor vasco cobra 200 euros más que un residente en Andalucía. Sin duda, CAV-Navarra no responden a un espacio social con una mayoría proletaria y precaria que debe ser organizada. Antes al contrario, la realidad del modelo vasco ofrece enormes cotas de integración social y sólidas estructuras de clase media, por eso mismo con altos niveles de consenso. Una posible consecuencia para la política “proletaria” en ese territorio, pero en general para toda Europa, es que realmente requiere no solo de los “proletarizados”, sino de los “proletarios” escasamente presentes en los espacios politizados.
En la segunda mesa del encuentro, dedicada a las “propuestas para un nuevo ciclo político”, pudimos escuchar lo que podría ser una aproximación incipiente a la hipótesis socialista para la metrópolis madrileña. Mucho de lo dicho en esta mesa sonaba sugerente e interesante. De una parte, se repitió la crítica a la insuficiencia de los movimiento sociales, su falta de perspectiva estratégica, la necesidad de disponer de una análisis general de la crisis y también de la coyuntura presente, de estimular los procesos de formación interna, etc. No obstante, también aquí resulta imprescindible someter a examen y a futuras discusiones algunos de los puntos planteados.
La polarización burguesía/proletariado es hoy discutible, y la homogenización o la producción de “clase” entre segmentos sociales dispares constituye un reto que no está seguramente al alcance de ninguna minoría política activa
En primer lugar, resulta problemática la apelación a la construcción de la “unidad de clase”. Los problemas que encontramos aquí son los mismos que consideramos en relación con la crítica/autocrítica al movimiento de vivienda. Como se ha tratado de explicar, la polarización burguesía/proletariado es hoy discutible, y la homogenización o la producción de “clase” entre segmentos sociales dispares constituye un reto que no está seguramente al alcance de ninguna minoría política activa.
Pero, seguramente, la discusión más interesante es la que tiene que ver con la propia urgencia, expresada innumerables veces, de elaboración estratégica. En este punto se encuentra quizás la mayor diferencia con la propuesta socialista, al menos desde una perspectiva que reclama la herencia de las distintas autonomías que atraviesan el continente europeo tras el ciclo 68-77 del siglo pasado. La idea de estrategia socialista, al menos en lo que pudimos escuchar y entender, implica dos cosas: una cierta idea de qué es la sociedad socialista (o comunista) y una articulación de medios que apunten hacia ese horizonte socialista. Bajo nuestra perspectiva, esto supone una vuelta al viejo reparto clásico entre táctica y estrategia, en la que la primera responde a los frentes de lucha y la segunda a la inteligencia de la organización (o el partido).
Frente a esta perspectiva, que otorga seguridad y certidumbre, así como una bandera de unificación política, consideramos que la hipótesis de la inmanencia de la “estrategia” a las dinámicas de emancipación social sigue siendo la única guía y el único medio para hacer una política no representativa. El desconcierto y la dispersión actual no son por eso un simple resultado de una falta de horizonte estratégico —si bien el déficit de pensamiento y discusión en los movimientos sigue siendo severo— cuanto a una incapacidad de reconocer en la complejidad social aquellos elementos que apuntan líneas de emancipación, de éxodo, de lucha... Valga decir que el único criterio de verdad para este tipo de política (autónoma) sigue estando en la capacidad de reconocer, agenciarse y estirar estas aspiraciones de libertad y emancipación dispersas en el tejido social. Consecuentemente, el comunismo posible no es el pensado por la organización, sino el que ya se practica e intuye en la práctica social. En términos del operaísmo italiano, seguimos pensando que la estrategia está en las prácticas de la clase y no en la inteligencia del partido.
Sobra decir que esta no es una diferencia política menor. Aunque desde la mesa se apostó por la creación y consolidación de instituciones (populares, o de contrapoder en nuestros propios términos) y de la necesidad de articulación de formas de sujeto-poder autónomas, la presunción de una estrategia socialista supone pensar todos estas instituciones en provecho y función de una estrategia socialista; y no también como un campo de experimentación complejo en el que se practican ya formas de “socialismo”, que por ambivalentes que sean son el único material político posible. Definir el socialismo como proceso es, en este sentido, insuficiente. La necesidad de nombrar como “socialista” a un centro social (vuelto de nuevo “juvenil”) o a un sindicato (vuelto de nuevo ideológico) refleja mejor que otras cuestiones la importancia de esta diferencia.
En algún momento de la mesa final del encuentro, se invitó a la discusión y al cruce con otras realidades políticas y otros sectores militantes. Esperamos que este texto haya recogido esta invitación. También agradecemos la exposición clara y sin ambages de las ponencias. En tiempos en los que las propias lógicas de los movimientos sociales y sus cortesías propias de un sociedad civil, un tanto pringosa y demasiado modosa, han llevado los niveles de debate y confrontación política a mínimos históricos, siempre se agradece la oportunidad de poder discutir propuestas como la presentada por las compañeras socialistas.
En este sentido, no se trata simplemente de adherirse o no a la propuesta, se trata de asumir el reto político planteado, también de cooperar y encontrarse en tantos lugares como sea posible. Deseamos suerte a las compañeras que se han lanzado esta apuesta e invitamos todo el mundo a salir de su madriguera para debatir y hacer política de movimiento que comprenda, critique y, a la vez, impulse las luchas que están por venir.