Opinión
El peligro de confundir los síntomas con la causa

Un texto de respuesta a Santiago Alba Rico y Daniel Innerarity. La democracia en la cual crecieron y que defienden los dos filósofos resulta ilusoria y parece haber sido conceptuada asimilando los falsos mantras capitalistas.
Nissan ante el Congreso - 9
Protesta contra los despidos en Nissan en 2020. David F. Sabadell
30 jun 2024 05:12

A principios del mes de junio, Santiago Alba Rico se apoyaba en un análisis de Daniel Innerarity acerca de la confusa posición política de los conservadores frente a los reaccionarios para escribir una tribuna en El País sobre la salud de la izquierda actual y el auge de la ultraderecha. El artículo de opinión ofrece varias claves interesantes sobre las que reflexionar como siempre acostumbra el filósofo, si bien todo el texto aparece impregnado de un fatalismo descorazonador en torno a un hilo conductor de desquiciante resignación: frente a los embistes de la ultraderecha se propone que bajemos los brazos y tratemos de convencer a las derechas sensatas con el fin de evitar así otros desastres humanitarios como los que se dieron en el pasado reciente.

Como bien se menciona en su tribuna, las élites empresariales representadas por las derechas clásicas acuden al fascismo cuando sus intereses económicos se ven amenazados por las fuerzas sociales de la izquierda. Así pues, acaban alimentando al monstruo del fascismo creyendo erróneamente que, una vez aplastadas las demandas de los trabajadores, podrán amaestrarlo dócilmente. Lo que obvia el texto es la razón por la cual las izquierdas supusieron en el auge del fascismo de principios del siglo XX una amenaza a las derechas clásicas y por qué acabó por extenderse el sistema democrático tras la derrota del fascismo.

La izquierda social de principios del siglo XX acabó conformando un contrapoder revolucionario que supuso una seria amenaza al modelo económico capitalista imperante

Ciertamente, el origen se puede hallar en la proliferación mundial de las ideas socialistas y democráticas y, con ello, en una creciente conciencia de clase. Las consecuencias del sistema económico que reivindican las derechas clásicas de la época, es decir, el modelo capitalista, generaron unas condiciones materiales paupérrimas para la clase trabajadora que significaron el caldo de cultivo idóneo para alimentar la lucha de los movimientos obreros. Es por ello que la izquierda social de principios del siglo XX acabó conformando un contrapoder revolucionario que supuso una seria amenaza al modelo económico capitalista imperante. La respuesta natural contrarrevolucionaria de las derechas clásicas y de buena parte de la élite económica para salvaguardar sus privilegios fue, como todos sabemos, la de apoyar y financiar a las fuerzas fascistas.

Solo así se puede entender que la derrota del fascismo tras la Segunda Guerra Mundial resultara en la conformación y expansión de una democracia de corte liberal, esto es, con límites a las pretensiones de la derecha clásica, a la propiedad y al capital, a la vez que asumía algunos derechos y principios socialistas con los que expandir ese Estado de bienestar que, además, trataba de representar una alternativa a las ideas comunistas provenientes de la Unión Soviética. Se trataba de una anomalía para los que siempre han ostentado el poder, pero que servía como salvaguarda de ciertos privilegios para las élites económicas y productivas de la clase capitalista. Concedían democracia sí, pero a cambio de no rendir todo su poder a las clases subalternas. Con todo, los intrínsecos mecanismos de funcionamiento del modelo económico capitalista siguen, como entonces, produciendo de manera sistemática malestar, injusticia social y desigualdades y, por consiguiente, era solo cuestión de tiempo que la democracia se fuera degradando. Mucho me temo que buena parte de los conservadores son simples reaccionarios con antifaz.

Historia
Éric Vuillard: “Las ideas de la Revolución Francesa aún tienen un largo recorrido por delante”

El pueblo contra las élites. Quizás una realidad más compleja cuando uno se adentra en las interioridades de la historia. Así lo reflejan los libros de Vuillard, galardonado en 2017 con el Goncourt, el mayor premio de las letras francesas, por El orden del día.


A diferencia de entonces, es cierto que hoy no existe un polo de izquierdas con empuje revolucionario y que enganche socialmente. Además, Alba Rico ya se encarga de desechar esta posibilidad dando por sentado que cualquier acción ciertamente rebelde que surja desde la izquierda será “vacía” y alimentará de manera mecánica a los monstruos, a la ultraderecha. No parece dejar espacio posible para la reorganización, la conformación de nuevas estrategias y enfoques o la asimilación de un nuevo sentir de época. Tras ello, pide que, al menos, consigamos resistir en esta especie de empate político que mantiene nuestras vidas en un sempiterno suspenso, siempre en tensión y en alerta ante un devenir que se augura catastrófico. Por alguna razón, se nos sugiere que aceptemos la cicuta, la muerte lenta y que, para no acelerar nuestro fatal destino, volquemos nuestros esfuerzos en redirigir a la derecha clásica al redil de la democracia. El texto hiela la sangre, no tanto por la seriedad de la advertencia que comporta el peligro del auge de las fuerzas de ultraderecha, que también, sino por la resignación de asumir este sistema y la negación implícita a soñar, de pensar siquiera, con un mundo mejor.

El crecimiento económico capitalista conceptuado como infinito es una peligrosa quimera y el apartheid climático basado en la propiedad privada de los recursos naturales es una realidad tangible

Cuando se entrelazan los síntomas con las causas se acaba fácilmente con conclusiones tan inverosímiles como las que realiza Alba Rico. Soto riesgo de parecer un “narcisista tuerto”, me resulta profundamente ingenuo pensar que los problemas estructurales que atraviesa el capitalismo y que, en definitiva, son los que generan las condiciones que acaban por dotar de alas y poder político al fascismo, se puedan meter debajo de una especie de alfombra que nominalmente mantiene los términos democráticos pero que en la realidad sigue a su vez reduciendo derechos y empeorando año tras año las condiciones de vida de los trabajadores y las expectativas de las nuevas generaciones.

Acaso creyeran, tanto Alba Rico como Innerarity, que el funcionamiento del capitalismo basado en las energías baratas de los combustibles fósiles y que han permitido el desarrollo económico de las recientes democracias liberales occidentales puede seguir generando riqueza sine die y mantener un contrato social estable en los países occidentales sin tener en cuenta los límites biofísicos del planeta. Se elude a que ha sido ese desarrollismo económico de la segunda mitad del siglo XX con el que venía grapado el contrato social de posguerra el que ha sobrealimentado el fenómeno del cambio climático y el que nos ha llevado hasta este punto de inflexión histórico motivo por el cual el fascismo vuelve a renacer. A saber: el crecimiento económico capitalista conceptuado como infinito es una peligrosa quimera y el apartheid climático basado en la propiedad privada de los recursos naturales es una realidad tangible que se irá acentuando en la medida que las consecuencias del calentamiento global se intensifiquen.

En realidad, puede que el problema radique en prismas de paradigmas caducos acerca de las democracias modernas o, tal vez, sea la enésima apuesta por un tacticismo cortoplacista de confusa utilidad a largo plazo. Esa democracia en la cual crecieron y que defienden los dos filósofos resulta ilusoria y parece haber sido conceptuada asimilando los falsos mantras capitalistas: las economías pueden seguir creciendo sin violencia en un mundo de recursos infinitos. Nada más lejos de la realidad, principalmente porque veladamente se acepta la violencia del sistema capitalista sobre amplias capas de la población, en la cotidianeidad del día a día, en sus cuerpos y en sus mentes y porque el crecentismo —en palabras del antropólogo Jason Hickel— se impone, además, a costa de un aumento del consumo de recursos y energía constante con unos costes ecológicos sistemáticamente externalizados y socializados. Dar la batalla por perdida y conformarse con una ilusoria vuelta a los tiempos democráticos bajo un desarrollismo económico de estructuras neoliberales con derechas moderadas e izquierdas subyugadas es, o bien un incipiente síntoma de resignación conformista o adolece de una ingenuidad bochornosa, lo cual considero improbable a tenor del historial académico. En cualquiera de los casos, contribuye a la tortuosa resignación y a alimentar las filas de la desafección.


De partida, no podemos aceptar este modelo desigual y su política basada en la violencia sistemática de unas oligarquías que hacen y deshacen a placer. La batalla económica y cultural debe darse, siempre, simplemente porque merece la pena luchar por un mundo mejor y cambiar lo que tiene que ser cambiado. Se presenta perentorio posicionarse de manera radical ante los enormes problemas y desafíos de nuestra época. Organicémonos para hallar la mejor manera de transformar aquellos marcos hegemónicos que hoy en día responden a los postulados de la ultraderecha.

Es cuanto menos sintomático como las doctrinas del shock que se aplicaron sobre países y regiones sin espacios radicales a la izquierda tras el fin de la historia han fracasado una a una y, por ello, sus poblaciones se encuentran con el avance del inquietante nihilismo y el descontento interiorizado cuya traducción política se encuentra en un consecuente apoyo a las opciones ultraderechistas que parece ser comprendido como herramienta de fuga del sistema. Pobres haciendo la revolución a los ricos: la falta de expectativas y la pauperización de las condiciones de vida bajo modelos capitalistas en sistemas democráticos conllevan a la desmocratización de sus víctimas y culminan en la conformación de un trampolín idóneo para la multiplicación de espacios fértiles donde acaban por germinar con facilidad las semillas del odio y la desconfianza entre iguales. Sin duda, resulta poco atractiva una democracia hecha por y para el capital, con unas fuerzas conservadoras y reaccionarias que tiran de su cuerda para cercenar derechos a los trabajadores y privatizar los servicios públicos y una izquierda cuyos márgenes de movimiento parecen cada vez más angostos y asfixiantes. ¿Seremos entonces capaces de conformar una fuerza política que implemente profundas reformas que a la vez resulten política y socialmente viables?

Ampliar la democracia y luchar contra el cambio climático supone poner diques, reducir o directamente eliminar los privilegios y riquezas que una minoría ha ido acaparando

La degradación de las condiciones de vida es intrínseca al sistema capitalista en tanto que supone el aceite que engrasa sus mecanismos de explotación. Así sucede que las pulsiones ideológicas de sus representantes políticos siempre acaban desembocando en la reducción de derechos y libertades de los trabajadores, es decir, contribuyen a engrasar la máquina. Y, si bien la razón que nos ha llevado hasta aquí seguramente radique en la pérdida de poder de las ideas socialistas, en ningún caso podemos hablar de ausencia o de su total desaparición. Las ideas socialistas como bandera de la clase trabajadora estarán siempre ligadas a las ideas de libertad y democracia, es por ello que aquellos intermediarios del capital situados en la derecha política sitúan al socialismo como su principal enemigo a la vez que se apropian de la democracia vaciándola progresivamente de todo contenido. Así sucede que cargan con virulencia contra las fuerzas transformadoras y emancipadoras y, por ende, contra la democracia misma y toda idea que dote de poder y libertades a la mayoría social trabajadora. Si no fuera por la memoria y el miedo a lo que pueden suponer estas ideas para las derechas, éstas ya nos habrían barrido de la faz de la tierra sin muchos miramientos. La Argentina de Milei sería ese laboratorio de pruebas para la derecha mundial, un campo de pruebas para los shocks por venir, como en su día lo fue la Chile de Augusto Pinochet bajo diseño de Milton Friedman y sus cachorros neoliberales de los Chicago Boys.

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Defender una derecha que representa consustancialmente intereses opuestos a los sociales y, a la vez, una izquierda timorata e indolente solo puede conducir por el mismo sendero que poco a poco nos ha llevado hasta aquí, hasta este momento donde resurgen los monstruos. ¿Solo se puede aspirar políticamente a moderar la velocidad del aparentemente inexorable proceso hacia la decrepitud democrática? El libre mercado desregulado que abanderan las élites económicas y las capas de clase media aspiracionales representadas políticamente en la derecha clásica y la socialdemocracia de tercera vía son las que, a través de su continuo socavar derechos y libertades para ampliar su capacidad rentista, nos ha llevado poco a poco a una atmósfera de ultracompetitividad y consumismo energético desenfrenado y, en consecuencia, a las crisis democrática y climática que padecemos hoy.

Ampliar la democracia y luchar contra el cambio climático supone poner diques, reducir o directamente eliminar los privilegios y riquezas que una minoría ha ido acaparando en la medida que iba desposeyendo a nuestras sociedades de derechos y a nuestro planeta de recursos. Lo que estamos experimentando hoy es el aceleracionismo de los procesos economicistas y mercantiles en contextos de gran incertidumbre, así como el afán de aquella minoría social que busca acumular aún más riquezas y rentabilizar el capital invertido a toda costa, esto es, rebañando los recursos existentes y acabando con los derechos sociales ganados tras la caída del fascismo. Hoy la derecha mundial responde a ese aceleracionismo y apuesta por una revancha cuyo fin no parece otro que el de acabar con toda oposición a sus intereses y privilegios, es decir, acabar con la democracia.

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#104525
30/6/2024 13:35

Muy en desacuerdo con que la izquierda no reaccione en estos momentos críticos de involución social y política. La pregunta es cuál es el plan. A mi juicio la respuesta pasa por estructurar un movimiento internacionalista que alimente y sea la referencia de las opciones nacionales. Este.movimiento desde mi punto de vista debería descansar sobre tres ideas fuerza: 1. Es necesario alguna clase de gobernanza global 2 la única forma realista de sujetar la economía mediante leyes es eliminando el ánimo de lucro como motor 3 La democracia realmente lo será cuando se ajuste a la definición aristotélica: gobierno de los pobres

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Rubén_1983
30/6/2024 6:34

Hablan cómo si no hubiésemos perdido una guerra civil por haber puesto los intereses de la burguesía española por delante de los de la clase trabajadora. La burguesía y los capitalistas SIEMPRE acaban traicionando al pueblo. Ha pasado en todas las partes del mundo en todos los momentos de la historia.

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