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Opinión
Occidentaloceno, o el origen occidental de la crisis climática
Desde hace apenas una década, la violencia con la que numerosos desastres medioambientales y eventos climáticos extremos han impactado sobre la vida planetaria, han permitido asentar la verdad de que el clima terrestre ha cambiado de manera irreversible. Sin embargo, una vez asumida dicha verdad, se abre ahora el debate acerca de cuál de todos los relatos que estudian al ser humano, a la Naturaleza, y las relaciones que guardan entre sí, narra de manera más acertada el drama de la emergencia climática.
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En este debate, un relato se erige como hegemónico, el relato del Antropoceno. En efecto, la ya popular y hasta manida escuela de Paul Cruzten señalará que las grandes distorsiones medioambientales provocadas por la actividad humana nos permiten deducir que la Tierra ha entrado en un nuevo periodo geológico caracterizado por haber convertido al ser humano en una fuerza telúrica capaz, por sí sola, de modificar el clima del planeta, lo que nos llevaría a confirmar el tránsito del Holoceno (el periodo de clima templado que, tras el frío Pleistoceno, permitió el desarrollo de las comunidades humanas que hemos conocido) al Antropoceno, un nuevo periodo geológico impulsado por la actividad humana, el anthropos.
Sin embargo, el enfoque antropocénico adolece de un grave error argumental al apoyarse en la falacia de generalización. Efectivamente, al basarse en una abstracción especista que concibe a la Humanidad como un actor unitario, como el sujeto de la Historia, el relato del Antropoceno oculta los diversos modos políticos y culturales en que se concreta lo humano, tales como la fractura centro-periferia entre Estados o la división en clases sociales interna a los mismos, atribuyendo de este modo la responsabilidad del cambio climático a un ficticio conjunto homogéneo.
La concreción del sistema capitalista en sus modos de apropiación y explotación tecnológica de la Naturaleza será aquello que dispare el proceso imparable de modificación climática
Por ello, si queremos eludir la injusticia sistémica que lleva en su interior este relato, deberíamos comenzar acercándonos a la alternativa que supone el Capitaloceno. Dicho relato, elaborado por la escuela de Jason W. Moore, será el que logre evidenciar que, más allá de la abstracción de la humanidad, la concreción del sistema capitalista en sus modos de apropiación y explotación tecnológica de la Naturaleza será aquello que dispare el proceso imparable de modificación climática.
De esta manera, el capitalismo, desde las coordenadas teóricas del Capitaloceno, surgiría como el artífice de la composición tanto ideológica, por medio de la ciencia ilustrada, como material, por medios tecnológicos, de una Naturaleza sometida al gobierno del principio de acumulación. Y esto es así debido a que, para poder explotar capitalistamente la Naturaleza, será necesario, en primer lugar, construir ideológicamente la Naturaleza como externa, como una otredad opuesta a lo humano, como un objeto que no guarde una relación existencial con la humanidad.
En este sentido, el relato del Capitaloceno se adhiere a la tesis de la condicionalidad del desarrollo científico-tecnológico por parte del capitalismo, de modo que sería el propio capitalismo el que, a lo largo de su historia, forje “nuevas ideas sobre la Naturaleza” (Moore 2020, 166), pero también sobre el ser humano y la relación que guardan entre sí, derivando de ello el famoso binomio cartesiano de humanidad y Naturaleza. En efecto, el dualismo cartesiano, con su división sin solución de continuidad entre el ser humano entendido como res cogitans, esto es, como sustancia pensante, y la Naturaleza como res extensa, esto es, como sustancia material y manipulable, se erige como el supuesto que dominaría toda reflexión, acción y proyecto, en el mundo capitalista. Y este binomio, afirma Moore, no sería más que “una abstracción que nace del desarrollo capitalista y es inmanente a él” (2020, 38). En este sentido se podría afirmar pues que la ciencia moderna, el entramado científico-tecnológico, otorgaría la coartada necesaria para desplegar las acciones imperialistas del capitalismo.
Sin embargo, creemos que el propio relato del Capitaloceno podría ser matizado y ampliado, si nos atenemos a su dependencia tanto de las ideas de Naturaleza y como del desarrollo tecnocientífico precedentes a su fundación, y que resultarán ser el origen de la propia civilización occidental.
En efecto, si podemos invertir el diagnóstico y sostener que no es el proyecto capitalista de acumulación infinita el que estimula el desarrollo tecnocientífico que ha dado pie al Capitaloceno, sino que es el proyecto de dominación tecnocientífico el que alumbra la posibilidad del capitalismo entonces podemos ampliar el horizonte conceptual sobre el origen de la crisis climática. En definitiva, si asumimos hasta sus últimas consecuencias que “la Naturaleza no pudo ser categorizada como ‘barata’ hasta que fue representada como externa” (Moore, 2020, 236), entonces aceptamos que la idea acerca de la Naturaleza, y, por tanto, las ciencias que la elaboran deben ser genealógicamente anteriores al propio capitalismo y al mismo Descartes.
En otras palabras, antes de colonizar el continente americano para explotar su Naturaleza como recurso, los europeos ya debían asumir en su cosmovisión la Naturaleza en tanto que recurso y debían contemplar el mundo desde la parcialidad de una mirada racionalista. Afirmamos, por tanto, que para acumular capitalistamente antes hay que dominar tecnocientíficamente.
Convenimos con Jason Moore en que las ideas importan en la historia del capitalismo y que sólo a través de ellas podremos entender cómo hemos llegado a las puertas de una nueva era climática
Convenimos con Jason Moore en que “las ideas importan en la historia del capitalismo” (2020, 229), y que, por tanto, sólo atendiendo a las ideas-fuerza con las que Occidente se ha ido reafirmando a sí mismo como cultura dominante, podremos entender cómo hemos llegado a las puertas de una nueva era climática.
Y es que no podemos entender el surgimiento y auge de un sistema como el capitalista, capaz de cambiar el curso geológico de un planeta, sin pensarlo a la luz de su dependencia de un mundo de objetos tecnológicos, y a la vez, de una cosmovisión, de un proyecto ideológico cultural que lo proyecta. Porque el ser humano es, antes que aquello que construye, aquello que proyecta construir. El capitalismo es, por tanto, la concreción material de un proyecto de dominación por medios tecnocientíficos arraigado en un corpus de ideas sobre la Naturaleza, del cual el famoso binomio cartesiano no es más que un apéndice moderno. Ello quiere decir que, si bien estamos en el Capitaloceno, este sería el producto de la hegemonía cultural occidental, es decir, que el actual periodo climático es una derivación de la cosmovisión ideológica forjada en Occidente, por lo tanto, el Capitaloceno sería en su origen un Occidentaloceno.
Para empezar, la historia que nos interesa, la historia de una Naturaleza separada ontológicamente del ser humano, y susceptible de ser analizada y manipulada a nuestro capitalista antojo, hunde sus raíces más allá del proto-capitalista, cartesiano y largo siglo XVI. Retrospectivamente, cabe remontarse a la que ha sido considerada históricamente como la cuna de la civilización Occidental, la Grecia Antigua, momento en el cual se fundó esta cosmovisión que mueve Occidente. Así, en lo que respecta al dualismo ontológico, la idea órfico-platónica de que “el cuerpo es la tumba del alma”, de que el alma trasciende el cuerpo (Platón, 1871), sería la precursora del dualismo cartesiano, pues efectivamente, la única condición que permite separar al ser humano de la Naturaleza a la cartesiana es empezar por separar el ser humano de sí mismo a la platónica.
Y un paso más allá consistirá precisamente en el tránsito de una cosmovisión en que la Naturaleza aparece como un proceso de crecimiento, a una cosmovisión en que la Naturaleza aparece como objeto del pensamiento racionalista, alumbrando y dando sentido a la historia occidental. Dicha reificación de la Naturaleza se hará siempre en asociación inquebrantable con los saberes mecánicos, porque la asociación entre conocimiento teórico y tecnologiano es prerrogativa de la ciencia moderna, sino del helenismo. Y es que, con la mecánica, lo que la inventiva griega pretendía era ya, desde el principio, dominar aspectos cada vez más diversos de la Naturaleza.
Con sus conocimientos teóricos, tanto matemáticos, como geométricos y mecánicos y su asociación con el desarrollo de las máquinas, el helenismo aparece como la verdadera fuente del proyecto de la total tecnologización capitalista del mundo. La famosa baconiana Casa de Salomón, esa paradigmática utopía cientificista de la Modernidad, no sería sino otro paso más en el proyecto helénico de gestión y producción de saberes que supuso la biblioteca de Alejandría y es que, en última instancia, como concluye el filósofo Pierre Hadot en su ensayo sobre la historia de la idea de Naturaleza, “los mecánicos griegos marcaron el nacimiento de la tecnología” (Hadot 2021, 135).
El sueño de gobernarlo todo con el poder que otorga el conocimiento de las cosas divinas y de los secretos de la Naturaleza, encuentra el punto de apoyo para mover efectivamente el mundo, hasta modificarlo geológicamente, en la tecnología. Y si Grecia forjó a fuego en el credo occidental estas ideas, será la segunda cuna de Occidente, el Cristianismo, quien termine justificando la globalización del proyecto. Y es que el dogma cristiano “llenad la tierra y dominadla” (Génesis 1:28) sólo puede realmente consumarse asumiendo la tecnovisión griega. Este antecedente dota de sentido al deseo baconiano de que el género humano recobre su correspondiente derecho sobre la Naturaleza por decreto divino. Así, una vez el ser humano queda situado, por gracia divina, en el centro de la creación, y se erige en supremo fin, todo queda a merced de sus necesidades.
El cristianismo y su antropocentrización del cosmos, en asociación con el sometimiento helénico de la Naturaleza son los pilares fundamentales que sostienen la acumulación capitalista
Únicamente entonces es, finalmente, cuando la Naturaleza puede pasar de constituir meramente una externalidad que manipular tecnológicamente a ser una propiedad que explotar capitalistamente. El cristianismo y su antropocentrización del cosmos, en asociación con el sometimiento helénico de la Naturaleza a los estrechos y férreos márgenes de la tecnociencia, son los pilares fundamentales que sostienen la acumulación capitalista. Por ello, la historia del cambio climático y de la transición a un nuevo periodo geológico, si bien es ejecutada efectiva y materialmente por el propio capitalismo, en realidad termina en él, como la culminación de un proceso histórico que funda Occidente; por ello, podemos afirmar, que hablar de Capitaloceno es siempre hablar de Occidentaloceno.
Situar el inicio de nuestro nuevo periodo geológico en el proto-capitalista y largo siglo XVI, es ocultar la importancia que posee la cosmovisión tecno-racionalista griega en el seno del cristianismo, para justificar y explicar el éxito en la fundación y globalización del capitalismo. Porque el capitalismo y su globalización empiezan en un mundo donde la Naturaleza ya es construida desde el principio como externa y propiedad del ser humano. Por ello, la idea es entender no tanto que Occidente es Capitalista, sino más bien que el Capitalismo es Occidental y, por ende, que el Capitaloceno es un Occidentaloceno.
Aviso a perspicaces: “¿Y qué pasa con los países contaminantes no occidentales?”
La globalización capitalista, en contra de ciertas narrativas antropocénicas, no supone la emergencia de una “cultura global”, como si de una nueva entidad cultural surgida de manera espontánea se tratara. Por el contrario, la globalización capitalista, como acontecimiento, es el histórico recorrido del sometimiento de la diversidad natural y cultural, en perpetuo estado de emergencia, por la cultura occidental. Que a día de hoy los mayores contribuyentes de gases de efecto invernadero que saturan la atmósfera, modificando el clima, sean países no occidentales, no invalida la verdad de dicha constatación, pues los modelos que potencias como China e India replican, no son sino variantes específicas del capitalismo tecnoccidental.
Sin embargo, más allá de esta evidencia material, Occidente es sobre todo las ideas que lo fundan (la Naturaleza como elemento externo, explotable, manipulable, así como propiedad del ser humano, a través de la puesta en marcha del pensamiento racional y científico, en sus concreciones tecnológicas), y a su vez, la globalización capitalista no es más que la imposición material en cada rincón del globo de dichas ideas. Estas, como hemos podido observar, no las funda el capitalismo, ni las inventa Descartes, sino que es el capitalismo quien se funda en ellas.
El capitalismo, por tanto, es el resultado de ideas surgidas en los orígenes de la civilización occidental. Es por ello por lo que podemos concluir, en el marco de las discusiones entre relatos acerca de nuestro periodo geológico, que nuestra era, el Capitaloceno, es antes que cualquier otra, la del Occidentaloceno.