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Música
La historia absolvió a Love
A finales de 1967, Arthur Lee y Love despacharon Forever changes, un álbum que pasó sin pena ni gloria hace medio siglo pero que acabó encumbrado como uno de los mejores de la historia del pop. Su guitarrista Johnny Echols cuenta a El Salto que el disco iba a ser doble pero la discográfica lo impidió.
Hace 50 años apareció, en forma de álbum, una hermosa nota de suicidio. Su compositor principal, Arthur Lee, dijo: “Pensaba que iba a morir, que serían mis últimas palabras en esta vida. Es como si la muerte estuviera allí, y, definitivamente, todo cambia para siempre”. Así se llamó ese disco, Forever changes, hoy en día declarado patrimonio de la humanidad popera.
Estamos en 1967, el año del verano del amor y uno de los referenciales en la historiografía de la música popular. El disco del plátano de la Velvet, el Sgt. Pepper, el debut de los Doors, el de Leonard Cohen, el de Jimi Hendrix y otros tantos manjares se cocinaron tal año.
Un día de aquellos, en Los Angeles, un mulato con brillo demoníaco en la mirada recogió un jarrón partido del suelo y posó con él desafiante ante la cámara, ante la muerte. La hizo huir.
En esa foto de la contra, Arthur Taylor Porter estaba acompañado de los cuatro miembros de su banda, llamada Love, la primera del rock radicalmente mixta con negros y rubiales. En la artística portada, por el otro lado, se ve un corazón formado por las caras de sus miembros. Y en el centro de ese corazón está Michael Stuart-Ware, el baterista, que luego afirmó: “Love era todo odio. Odio, ego y drogas”. La obra no fue el testamento de Lee, por fortuna. Pero, de alguna manera, sí fue el de Love, una banda que quizá debiera haberse llamado Hate.
El grupo comenzó la grabación de este su tercer álbum en junio del 67, y el proceso fue caótico. La suerte de las composiciones exigía un nivel técnico desconocido para sus miembros, buenos músicos, no obstante, y también buenos aficionados a la droga. En los ensayos previos se lo pasaban pipa, pasándose una pipa con chocolate afgano, quiero decir, y haraganeando en lugar de practicar.
Llegó el día R (de recording), y las cosas no fluían. Además, los directivos de Elektra querían registrar sus comentarios durante la grabación, lo que les transformó en humoristas demasiado preocupados por ser graciosos hasta degenerar el asunto en un clima de gracietas pasivo-agresivas con Arthur Lee en el papel de Payaso Destructivo.
De hecho, en su libro Entre bastidores. De viaje con el grupo Love (Metropolitan, 2008), Michael Stuart-Ware cuenta que en Love no paraban de hacerse bromas pesadas y sarcasmos corrosivos, y añadía que “no convenía bajar la guardia nunca si no querías arrepentirte”.
Así, en este contexto de frustración, tensión y humor siniestro, su guitarrista Johnny Echols descubre algo a El Salto, supuestamente inédito, que sumirá en la desolación a los incondicionales: “El álbum estaba destinado a ser doble, pero, en el último minuto, Elektra Records incumplió su promesa. Bryan (Maclean) y yo estábamos muy molestos con el giro inesperado de los acontecimientos, habíamos trabajado durante meses escribiendo nuevas canciones que iban a estar en uno de los discos del álbum doble. Aunque después todo se calmó, y decidimos dejar de lado la animadversión y regresar al estudio... ¡El resultado fue una belleza que resistió el paso del tiempo!”.
Forever changes se inicia con “Alone again or”, su canción emblema, una preciosidad coronada por trompetas a la española que, curiosamente, no estaba compuesto por Lee sino por Maclean. Por imposición contractual, el segundo compositor de la banda solo podía escribir dos temas en el disco, el ya mencionado y “Old man”.
Stuart-Ware habla en estos términos de su colega Maclean: “El problema en Love era que tenía otro prolífico compositor cuyo trabajo ya había comenzado a rivalizar, en originalidad y en belleza artística, con todo lo que Arthur había hecho. Y pese a que Bryan tenía un rico material con el que contribuir para Forever changes, ya le habían comunicado, sin vacilar, que a partir de ahora se limitaría a dos canciones por disco. Nueva norma. Te gustase o no”.
El baterista cree que la ambición de Lee era comerse al grupo y tener una carrera en solitario. De hecho, en el siguiente álbum de la banda ya solo quedaba él respecto a la anterior formación. Cuando Maclean le comentó en una fiesta a Jimi Hendrix, buen amigo de Lee, que esta maniobra le parecía una estafa, el legendario guitarrista respondió con mano izquierda... directa a su cuello. “Arthur es Love, puede hacer lo que quiera”, decía mientras le sujetaban. Hay que mencionar que Stuart-Ware describe así a Maclean: “Bryan tenía muchísimo coraje, una insaciable curiosidad y una irrefrenable necesidad de explorar la psique humana. Era capaz de gritar fuego en un hospital solo para ver una carrera en silla de ruedas”.
El ahora tan celebrado disco salió al mercado a finales del 67 y pasó sin pena ni gloria. Tras estar unas cuantas semanas en posiciones muy discretas del top-200 de Billboard, desapareció de la lista, siendo el lanzamiento con menos repercusión inicial de los tres que tenía el grupo. En Reino Unido pegaron más fuerte, pero, básicamente, es el típico caso de extraña decepción por las expectativas creadas y por la magia que desprende el artefacto.
Finalmente, el disco fue reivindicado por algunos de los más importantes prescriptores mundiales sobre música popular como NME, Mojo, etc. La revista Rolling Stone, por ejemplo, lo encumbró al puesto 40 en su lista de los 500 mejores discos de la historia. Y, así de paso, todos lo pudimos encontrar en las tiendas sin dificultad por siempre jamás. ¿Qué pasó entonces?
“El álbum se adelantó a su tiempo y no se vendió tan bien al principio debido a la falta de una promoción adecuada”, opina Echols. ¿Os frustró y se resintió vuestra relación por no haber tenido mayor éxito? “La fama es un término nebuloso, pero Love fue y es algo exitoso, con una base de admiradores diversa y creciente. Nuestros discos siguen siendo comprados por cada nueva generación”.
Los flautistas de Hamelín de la autodestrucción
Pero ¿qué sucedió para que una banda llamada Amor pareciera desprender tanto odio? Habría que incidir en que la reputación del grupo con las drogas era bastante siniestra. De hecho, su baterista los denominó los “flautistas de Hamelín de la autodestrucción”. Parecía que “ninguna droga era peligrosa”, dice Stuart-Ware. Además, en su libro, la dimensión humana de Arthur Lee queda muy malparada, le describe como una persona altiva, cruel, maquiavélica, chanchullera, egoísta y autoritaria. “Arthur tenía una fascinante presencia física amenazadora de ceño fruncido. Nunca transmitió sensación de pasarlo bien sobre el escenario sino, más bien, de hacer negocio y cumplir con su destino”, cuenta.
Echols, preguntado al respecto, difiere de su excompañero: “No hubo nada tan malo en Love, éramos cinco hombres muy jóvenes que trataban de ganarse la vida tocando música. A menudo los chavales tienen desacuerdos, es simplemente la naturaleza humana. Creo que lo hicimos muy bien. Y, a ver, yo y Arthur tenemos una historia muy larga en común, nuestras familias se conocían antes de que naciéramos. El ego de Arthur no era más grande que el de otros artistas que conozco. Codiciaba su privacidad y desconfiaba de los extraños”.
El propio Lee, fallecido ya hace diez años, también dio parte sobre el mal funcionamiento del grupo: “Cuanto más dinero ganábamos, menos trabajábamos, éramos menos una piña y Love se deterioraba. Los hábitos personales empezaron a imponerse a la música e, inicialmente, me escuchaban, porque escribí el 90% de las canciones, pero después empezaron a tener grandes pensamientos, tenían una casa, un Cadillac veloz… y ya no me necesitaban. El dinero les echó a perder, también a mí”.
Suena ahora el tema número seis del disco, “The red telephone”, y la voz del amo de la barraca se escucha envuelta por arreglos de cuerda: “A veces mi vida es tan espeluznante”.
En la mirada de Lee no se aloja, precisamente, el verano del amor. Dicen que, a veces, iba con un pie descalzo y otras andaba con unas botas de la Gestapo, que conjuntaba con unos Levi's y una chupa de cuero negra.
En ese alarde de belleza llamado Forever changes no palpita un corazón de oro, tampoco lo contrario, ojo, pero hay una evidente pátina tenebrosa. Hay que recordar, no lo olviden, que su muñidor lo veía como su último legado (aunque también les contó una vez a sus compinches que se quería retirar a los 25. “¿Para hacer qué?”, se preguntaba Stuart-Ware).
Echols explica así este contraste de tonos del disco: “Los años 60 fueron una época muy oscura, los jóvenes morían en una guerra impopular. Nuestros líderes eran asesinados de forma rutinaria, existía el movimiento por los derechos civiles, la nación estaba lidiando con divisiones raciales... Sin embargo, también había un aire de optimismo, los jóvenes se estaban uniendo en el espíritu del amor y la tolerancia. Simplemente homenajeamos la realidad en la que vivimos. Forever changes se concibió como la pintura de un artista de lo que era y lo que podría ser”.
Stuart-Ware seguía hablando así de su amado/odiado líder: “Arthur tenía la reputación de tener la sangre fría de un superhombre. Nunca fallaba. Un aura de calma y de fuerza bajo control convivían a su alrededor. Más grande que la vida, era especial y creativo y, de alguna manera, parecía mejor que otros humanos normales. Más capaz. Todo el mundo le miraba con respeto y admiración, se le temía”, para darle después un palito por su despotismo aterrador: “La gente ya le admiraba y respetaba por su habilidad para crear música hermosa y excitante, no porque hubiera una opción de que los tratase como estúpidos o les pegase”.
Mítica es la anécdota con Jim Morrison, que estaba de tripi desnudo en su piscina invitado por Maclean, y al que echó de allí gritando: “Voy a darle una ración de Arthur Lee a este hijo de puta”. Piensen quién puede hablar así de sí mismo… Efectivamente, Aída Nízar.
El escritor-baterista, que convivió con Lee durante los dos discos más importantes de la banda, refleja también cómo hundió psicológicamente a algunos miembros de la banda, cuando se comportaba como un dictador, cuando apalizó a un camello, o cuando hizo pasar muy mal rato a unos universitarios que rodaban un documental sobre el grupo porque creía que le habían quitado unos dólares…
Y no hay que olvidar sus cinco años en la cárcel, de 1996 a 2001, por zanjar una discusión vecinal disparando al aire (su tercera falta). Por ahí van los tiros que explican este simplón trueque de Love a Hate: drogas duras, tensa relación entre sus miembros y cárcel para su líder.
Y, pese a estos mimbres tan poco edificantes, Love levantaron esta Alhambra del pop llamado Forever changes, una primorosa obra de artesanía folk que todavía 50 años después suena excitante.
Adelantada a su tiempo (destaca el uso de arreglos de viento, además de cuerda), se trata de una virguería conducida por un Maradona de la melodía driblando con regates únicos hasta a sus angustiosas sombras durante 43 minutos de ostentosa belleza.
Stuart-Ware, por descontado, reconoce la estatura artística de su jefe musical: “La primera vez que escuché “7 is 7” del Da Capo empecé a ser consciente de la magnitud de su imaginación. Arthur sabía lo que los grandes artistas saben. El cambio y la imaginación han de ser las fuerzas a seguir, sabe que la apatía creativa es besar a la muerte”.
En su adolescencia, Lee se jactaba de ser el único chaval de su vecindario al que le gustaban los Beatles. Y pocos años después, su grupo sacó un disco que rivalizaría artísticamente con cualquiera de los de Liverpool. Sean unos demonios, lo que es seguro es que Love también fueron unos ángeles. Serafines, concretamente, que son los que inundan el cielo de música con sus trompetas e instrumentos, la vibración pura del amor. De Love. Además, según la jerarquía celestial, serían los de primera categoría, por muy bandarras que fueran.
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Otra cosa más.
En el artículo se habla sobre todo de Arthur Lee, alma mater del grupo, como es lógico, ya que es el fundador de la banda y "autor del 90 por ciento de las canciones". Sin embargo, las dos que se incluyen son de Mclean. Es como si hiciéramos un artículo sobre los Beatles, centrándonos en Lennon, y sólo incluyésemos dos canciones de McCartney...
Interesante artículo sobre una banda que me perdí en su momento y que ahora estoy empezando a conocer y apreciar. Sólo una pega: podría aceptar que se mencione a Maradona, como comparación que se supone que perdurará en el tiempo, aunque quizá sea discutible introducir al dichoso fútbol en todo, pero...¿Aida Nízar? ¿En serio? Ha sido como una bofetada. Una pena un error tan mayúsculo.