Música
Björk, gurú antártica

Forjadora de algunos de los eslabones más imaginativos de la cadena pop de estas tres últimas décadas, el eco de las filigranas realizadas por Björk sigue siendo un caudal de inspiración mega cromático para cada nueva mutación generacional.

Björk
Foto: Wellhart & One Little Indian
2 nov 2019 06:00

De su eco en MounQup, la Björk de la Galicia profunda, al indudable peso que ha tenido sobre Arca a la hora de quebrar los códigos matemáticos de la electrónica anglosajona, este ser inaudito no ha dejado de nutrir de inspiración a toda clase de razas musicales. Aunque su influencia funciona a un nivel más inconsciente que objetivo. Al igual que Vainica Doble en el pop español, el ejemplo de Björk impulsa a que los músicos se atrevan a hacer giros vocales o de producción inauditos que quizá ni se plantearían sin ella.

Björk pertenece a la liga exclusiva de los que despiertan tantas pasiones como odios. Al igual que ocurre con The Smiths o Bob Dylan, a la pregunta sobre si te gusta o no, resulta misión imposible encontrar a una sola persona que conteste sin evidentes signos de admiración o repulsión instantánea. Al igual que los otros dos ejemplos, los rasgos tan atípicos de su voz, y la forma de incrustarla en su armazón instrumental, le otorgaron la cualidad de lo extraterrenal. No en vano, en muchas ocasiones es más contemplada como fruto de la imaginación que como un ser real, de carne y hueso.

Llegar a tal grado de abstracción vocal y musical no fue fruto de la casualidad, sino de haber comenzado desde niña en grupos jazz-fusion como Exodus o haber mezclado esta fórmula con el punk en Tappi Tikarras.

De los años anteriores a su vuelo en solitario por lo que siempre será recordada es por haber formado parte de Sugarcubes, unos B52’s de esencia escandinava. Art-pop reconocible por su deriva surrealista, a través de las voces orgásmicas de Björk; protagonistas de hermosas taras de fabricación dream pop como “Birthday”, y verdadero reclamo de macedonias exóticas norteñas como Life’s Too Good (1988) y Stick Around for Joy (1992).

Antes de sumarse a los Sugarcubes a mediados de los años 80, la islandesa ya había formado parte de KUKL. Fue al frente de este grupo art-punk donde Björk ya mostró signos evidentes de querer labrarse un camino fuera de cualquier clase de convención generalista. Hitos de la lisergia avant-garde pop como “Anna” y “Dismembered” provienen de su primer lp, el fabulosamente desconcertante The Eye (1984), producido por Penny Rimbaud, miembro fundador de Crass, la banda anarcopunk por antonomasia, que acogió en su sello, Crass Records, a esta troupe de extravagantes islandeses.

Resulta perfectamente entendible que los orígenes de Björk estén enraizados en la filosofía postpunk. No en vano, fueron múltiples adeptos a esta liturgia antirockista los que luego fueron sembrando su camino hacia las propiedades orgánicas del pulso house y la sensibilidad electrónica, en general. Unos de ellos fueron 808 State, verdaderos pioneros de aquello que a finales de los años 80 se bautizó como “Madchester”, y que, entre muchas de sus hazañas, una fue ser valedores de Björk, antes de que engendrara Debut (1993). No en vano, es la voz de “Qmart” y “Ooops”, temas pertenecientes a Ex:el (1991), tercer LP de los mancunianos, donde ya se advierte su gusto por alucinógenas metamorfosis electrónicas.


Lo que vino después ya es de sobra conocido, pero nunca está de más recordarlo: la publicación de Debut (1993), Post (1995) y Homogenic (1997). Dicha terna discográfica es la piedra roseta de una artista que, después de Vespertine (2001), se dedicó al “más difícil todavía”. No en vano, sus tres álbumes de los años 90 tuvieron una función similar a la trilogía berlinesa de David Bowie: catalizar sensibilidades transoceánicas dentro de un corpus pop altamente heterodoxo.

Pero ¿cómo se supera un meridiano creativo tan intimidante? En su caso, fue mediante la búsqueda de objetivos casi inalcanzables, como en Medulla (2004), donde planteó un disco sustentado en una pirámide instrumental de sampleados vocales. No fueron menos extravagantes Volta (2007) y Biophilia (2011), este último un proyecto multimedia, considerado el primer álbum app de la historia.


Pero antes de su crucero por pastos de arriesgada aceptación por la comunidad pop, Björk había arrancado el siglo XXI con Vespertine, donde, con la ayuda de Matmos, aplica cirugía microsónica, de gran influencia en espeleólogos de los relieves minimalistas como los que cosen el primer lp de James Blake.

Vespertine ensalza la idea de mezclar instrumentos ancestrales con tecnología naturista. De sus múltiples filigranas, “Cocoon” es un hallazgo de textura híper física, cosida con puntadas de crackología y fibra rítmica sci-fi.

Para artistas como Inés Olalla, poetisa y miembro de Martes Niebla y Blacanova, la irrupción de esta criatura de subyugante aura antártica “supuso un antes y un después en mi vida. Cuando lo compré y lo escuché por primera vez estaba preparando oposiciones y, por tanto, había dejado de lado por un año todos mis proyectos literarios y musicales. Ni siquiera me permitía leer por gusto. Mi vida era gris y rutinaria, así que cuando empezó a sonar ese disco extraño, que me pareció una valiente reivindicación de la delicadeza, una cruda y bellísima oda a la sexualidad femenina (‘Hidden Place’, ‘Cocoon’), una fiesta de poesía pagana (‘Pagan Poetry’ es uno de mis cortes favoritos), un hermoso homenaje a la poesía más sensual (esa maravilla de poema de E.E. Cummings musicado que es ‘Sun in my Mouth’), además de un lp musicalmente desafiante e innovador (¡esos coros! ¡esa electrónica!), directamente rompí a llorar de felicidad. Tal cual. Y de este disco, de su defensa de la belleza (desde su propio diseño), su reivindicación de la fragilidad, arrollando cualquier impostura de realismo sucio tan en boga en aquel momento y ahora mismo, surgió la idea de escribir un poemario en consonancia, que se materializó muchos años después. En Vespertine estuvo también la semilla de mi segundo poemario, La duración de la belleza. Así que ya te digo si es un disco importante para mí. Mi lp favorito de Björk, y mira que me resulta difícil elegir...”.


Una de los grandes valores de Vespertine es el hecho de haber conseguido transcender después de haber armado tres de los álbumes más rupturistas de los años 90 dentro de terreno mainstream. Tal como lo ve Abel Hernández, El Hijo: “De Björk destacaría la búsqueda utópico futurista. Esa especie de actitud independiente, punk, que evita a toda costa el acomodamiento, a pesar de ser una figura de un éxito y popularidad mundial enorme, además de tener un reconocimiento de la crítica generalizada e independiente. Es alguien que llena un estadio y luego su obra está expuesta en el Moma. Cuenta con esa capacidad que han perdido las grandes estrellas del pop de hacer cosas arriesgadas, innovadoras, algo siempre inquieto que cuestiona a la propia industria y que plantea problemas a su propio público. Creo que hay muy poca gente, después de los años setenta, que lo haya continuado de la forma que lo ha hecho Björk, siempre buscando la innovación técnica y estética, esa especia de inquietud permanente”.

No en vano, como uno de los vértices de un triángulo, completado por Kate Bush y Yoko Ono, el satélite Björk sigue orbitando por mundos extraños y tribales de sensibilidad cibernética.

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#42408
3/11/2019 17:29

¿Yoko ono?. Por favor un poco de cultura musical, si se está escribiendo un artículo sobre tal.

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0
#42379
2/11/2019 21:57

Yoko Ono??? Hasta allí, muy bien el artículo...

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#42432
4/11/2019 7:57

Hombre, sal en el ultimísimo párrafo, así que ni tan mal, no? :)

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