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¿Qué tienen en común Mame Mbaye —muerto en Lavapiés el jueves 15 de marzo—, Alpha Pam, Samba Martine, Idrissa Diallo —muertos los tres en un CIE— Ibrahim Keita , Samba Baye, Youssef, Yves Martin Bilong, Armand Souop Tagne, Jeannot Flame, Oumar Ben Sanda, Blaise Fotchin, Daouda Dakole, Ousman Kenzo, Larios Fotio, Nana Roger Chimi —nombres que se conocen de los 15 muertos en Tarajal—, Mohamed Bouderbala —muerto hace apenas unos meses en la cárcel de Archidona— y otros muchos a los que ni siquiera alcanza para ser un nombre en un listado más? Pues que todos se murieron, así, sin más, todas esas personas forman parte de esa lista de seres humanos a los que les sorprende el infortunio, pues ¿qué es la vida sino una suerte de secuencias de mala fortuna?
La gente se muere, valiente obviedad, incluso la que menos se espera. Por ejemplo, un hombre joven, de apenas 35 años, fuerte como un roble, pero al que un infarto se lleva por delante y se acabó, a otra cosa. Aceptemos que la vida es así y, por lo tanto, cerremos de nuevo esa página de lo desagradable, no vaya a ser que, a fuerza de hacer demasiadas preguntas, nos encontremos sin respuestas.
En todos esos casos las investigaciones policiales, judiciales, institucionales llegaron a la misma conclusión
En todos esos casos las investigaciones policiales, judiciales, institucionales llegaron a la misma conclusión. Es igual si estás en un CIE y no se te atiende como es debido y te mueres, o si estás en medio del mar, ahogándote y luchando por salvar la vida mientras la Guardia Civil te tira pelotas de goma a ver si con eso —se entiende— te ayudan, pero tú te mueres, o si después de cruzar cientos de kilómetros en una ruta solo apta para héroes —sÍ, no hay otra palabra que lo defina mejor—, por meterte en una cárcel a estrenar, nueva, flamante, te desesperas de tal modo que lo mejor es suicidarte, quitarte de en medio, es decir, también te mueres.
Da igual en todos los casos, y hay muchos más sin duda. Las conclusiones de esas investigaciones abiertas son las mismas: caso cerrado, archivado, nada que decir. En definitiva, que estas cosas pasan. La gente se muere.
Sin embargo, nosotros seguiremos haciendo preguntas, porque nos sobran las preguntas. Y con ellas —claro—, la rabia de encontrarnos las mismas respuestas. Esa rabia que a tanta gente alarma, la misma que te sube por la garganta y que unas veces es llanto y otras grito, porque ya no se puede más. Pero hacemos como que podemos, aunque por dentro estemos tantas veces rotos.
Preguntamos, por ejemplo, cómo es posible que una persona que lleva más de 12 años en este país no pueda tener papeles gracias a un sistema perverso que le obliga a estar en los márgenes toda su vida, como un superviviente, castigándolo incluso con la responsabilidad de su propia muerte.
Quizás con papeles, si su enfermedad era detectable, alguien le hubiese puesto un tratamiento, lo que hace la gente en un país como este: tratar una enfermedad. ¿O puede que haya dolencias que surgen porque ya el cuerpo no aguanta tanto castigo? Muchos hablan de si ese día Mbaye corrió o no corrió delante de la policía, pero ¿cuántos carreras llevaba dentro en otros muchos días, huyendo para poder salvar la mercancía con la que vivir —¿saben cuánto puede pesar un saco con 20 pares de zapatillas?— y evitar que se la requisaran, lo detuvieran o lo deportaran? ¿Esos días tampoco corrió?
¿No habéis visto nunca un grupo de negros correr con el petate al hombro calle abajo, pasando por delante de vosotros? ¿Dónde vivís?
Columnistas de pluma caliente, ¿no habéis visto nunca un grupo de negros correr con el petate al hombro calle abajo, pasando por delante de vosotros? ¿Dónde vivís? ¿En qué despachos blindados y a cubierto realizáis vuestras observaciones “atinadas” de la realidad? ¿A cuántas redadas e identificaciones tuvo que enfrentarse Mbaye por ser negro y en cuantas de ellas acabó en comisaría? ¿Cuántas veces sintió la amenaza inminente de la expulsión? Una persona que llevaba 12 años aquí, vecino de esta ciudad. ¿Hay corazón para tanto miedo? Se supone que esas también son sus culpas.
A Mbaye no lo mató el sistema entendido como un ente abstracto que se comporta como un ciclón o un terremoto aleatoriamente, sin elegir sus víctimas. Mbaye es uno de esos muertos que son una excrecencia que hay que eliminar por el sumidero de la historia, para que todo esto siga funcionando, y, a ser posible, que se vayan sin montar problemas, que no hay contenedores suficientes para que ardan de rabia por unas vidas que tan poco importan. Ese trabajo sucio que tan bién hacen las instituciones, llámese, jueces, policías, ayuntamientos, gobiernos, leyes, política de fronteras…
Pero ocurre que esos muertos que otros desprecian son también muy nuestros. Y es por eso que seguimos haciendo preguntas, no nos cansaremos de hacerlas. Preguntaremos hasta cuándo se puede presionar a un ser humano, donde está el límite de lo que puede soportar. ¿No es suficiente salir de tu país, esquilmado y empobrecido, enfrentarte a un viaje aterrador, cruzar todo un mar sembrado de miles de cadáveres que te antecedieron y llegar por fin a tratar de hacer posible algo tan sencillo como la vida digna que todos merecemos? ¿Qué Estados son estos que no protegen al débil, se ensañan si cabe con él, lo trituran hasta hacerlo añicos?
¿Cuántos manteros tendría que haber en esta ciudad para llegar a acercarse con su actividad ilegal a —digamos— el 1% que la ingeniería financiera de Apple, Carrefour o El Corte Inglés robarán cada año a todos los ciudadanos de este país? Métanse con ellos, a ver cómo les va. Lo hacen con el débil porque saben quién manda aquí y no pueden abandonar su papel de esbirros fieles siquiera por un minuto, ni siquiera ante la perseverancia de una muerte tras otra.
Pero como estos muertos son también nuestros muertos nos van a tener dispuestos a las preguntas. Y, por supuesto, dispuestos siempre a la acogida solidaria y a la fraternidad denunciante, único camino que nos dejan. Pero, por si acaso, sepan bien, los de las mismas respuestas de siempre y sus voceros, que esto no va a parar. Esto es imparable. No hay muro, ni valla ni fosa suficiente para acabar con ese impulso natural que es luchar por una vida mejor. Van a tener que matar a muchos y quizás, un día, se les acaben las respuestas. Sepan que ese día nosotros seguiremos haciendo preguntas.
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estoy de acuerdo en lo de los 12 años,me parece que la politica esta fatal con eso, hacen la vista gorda, debieron deportarlo hace 11 años y 11 meses, y que senegal cubra con su responsabilidad, que para eso formaron un pais independiente de francia, y cobran sus impuestos, y tienen sus fronteras. las cosas son asi, si se muere mi hijo es mi culpa y si se muere el del vecino es su culpa, no tiro a mi hijo por el balcon para que se lo quede el vecino de abajo 12 años y la culpa fue de la injusticia.
somos debiles ante el incumplimiento de las leyes mas elementales y por eso este pais fracasa, porque un pais que no controla su territorio ni su frontera ni sus habitantes es un estado fallido, se llame españa o senegal.
Tu vecino de abajo tuvo doce años el cadáver de tu hijo? Embalsamado, supongo.
Tu cerebro sí que es fallido. Ojala te toque a ti vivir una vida de miseria
Un estado fallido es el cual en el que existen personas como tú. Se llame como se llame. La culpa no es tuya es un problema colectivo.
Este artículo es muy sensato, muy claro y conmovedor. ¿será posible que después de reacciones tan fundamentadas nada cambie? Vivir con miedo es un castigo que ningún ser humano merece. Gracias por poner por escrito todas estas evidencias.