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Migración
No cabe más polvo debajo del felpudo
Del pedirle heroicidades a los migrantes para concederles la residencia, a esperar que Libia, Marruecos o Turquía vigilen las fronteras europeas respetando los Derechos Humanos, existe un gran vacío discursivo que ni aborda la cuestión migratoria de raíz respetando los acuerdos internacionales ni da respuesta a una ciudadanía europea cada vez más inquieta. Un vacío que ocupa la ultraderecha.
Agosto. Lunes día 3. 7 personas mueren, 13 desaparecen y 40 sobreviven a un naufragio en la ruta de África Occidental a las Islas Canarias. Jueves día 6. Se calcula que son dos embarcaciones las que han naufragado en las últimas horas, también cuando intentaban alcanzar el archipiélago canario. En la primera mueren 40 personas en costa mauritana y en la segunda, otras 10 en la costa del Sáhara Occidental. Sábado día 8. Dos niños de trece años se ahogan después de saltar al agua en el puerto de Valencia para evitar ser repatriados. Habían llegado como polizones a bordo de un portacontenedores que venía de Liberia.
Mientras, en tierra firme, el debate en torno al fenómeno migratorio (cuando se da) se centra en una clara distinción entre vías legales e ilegales de entrada. Está bien. Se entiende que hay diferentes maneras de acceder a un país del que no eres nacional, pero, ¿qué nos puede llevar a pensar que estas personas han tenido la opción de elegir?, ¿cuáles creemos que son exactamente los beneficios que obtienen de escoger la vía ilegal?
Tenemos una capacidad sorprendente para juzgar al ‘otro’ en base a unos parámetros radicalmente diferentes a aquellos con los que nos miramos a nosotros mismos al espejo. Y otra capacidad aún mejor: la de tranquilizarnos cuando nos dan respuestas vacías. Una vez argumentado que la entrada fue ‘ilegal’ parece que podemos desentendernos del tema. Seguir con nuestra agenda de agosto.
De ‘sans papiers’ a superhéroe. Aquí queremos superhéroes, no nos vale con proyectos de vida normales de personas normales
El hijo de nuestro vecino es un valiente porque se ha decidido a ir al extranjero. Desde Alemania va a mandar algo de dinero a casa, qué responsable es… Su familia ya está deseando que vuelva por Navidad, tampoco es que él quiera quedarse allí para siempre, ¿eh? Más a gusto que en su ciudad, no está en ningún sitio. Solo es por un tiempo, para ver si allí encuentra el trabajo que aquí no tiene. Pero el mismo chaval, pero con pasaporte de algún país africano… Ese es otra cosa. Ese y todos los que iban en la patera con él quieren otra cosa de nuestro país, están hechos de otra pasta.
De hecho, si efectivamente demuestran estar hechos de esa otra pasta podrán acceder a la regulación en España. O estás hecho de otra pasta o tienes mucha de esa pasta. Una fortuna suficiente como para poder entrar por la puerta grande. Que te evite hacerte millas y millas de mar pendiente de si el mafioso que controlaba tu ruta os ha dejado con suficiente gasolina como para llegar a puerto seguro. Que te permita viajar como si efectivamente fueras una persona.
En Europa somos así de generosos. A principios de julio, Podemos anunciaba en su cuenta oficial de Twitter bajo el hashtag #HéroesDeLaCovid19 la propuesta de “Conceder la nacionalidad española a todas las personas extranjeras que hayan desempeñado labores esenciales durante el estado de alarma y que así lo soliciten”. La idea no era nueva. En mayo de 2018, Macron le prometía a Mamodou Gassama, natural de Mali, la inmediata ciudadanía francesa y un trabajo en el cuerpo de bomberos de París. Había escalado la fachada de un edificio hasta llegar a la cuarta planta, donde estaba un bebé solo colgando de un balcón. De ‘sans papiers’ a superhéroe. Aquí queremos superhéroes, no nos vale con proyectos de vida normales de personas normales. Entendemos que cuando nuestros antepasados o nosotros mismos emigramos, lo hacemos con la certeza de que lo que vamos a ofrecer en el rincón del planeta en el que acabemos es disruptivamente innovador.
Migrar es un comportamiento natural del ser humano. Desde el principio de los tiempos ha acompañado al desarrollo de las sociedades y pretender que puede frenarse es pretender que somos otros
Migrar es un comportamiento natural del ser humano. Desde el principio de los tiempos ha acompañado al desarrollo de las sociedades y pretender que puede frenarse es pretender que somos otros. O peor aún, que unos sí somos humanos y tenemos el derecho de seguir siéndolo, pero ‘los otros’ no pueden permitírselo. Así, hablar de ‘proinmigración’ o ‘anti’ suena a disparate. Cuando no se trabaja lo suficiente en acuerdos, medidas, no se dan los pasos propios de los tiempos que se están viviendo (hiperglobalización) y es difícil sostener argumentos, en política resulta más eficiente modelar el mensaje. Cambiar la narrativa. Chapa y pintura para la chapuza del momento. En Bruselas cada vez son más los millones de euros que se destinan para que países vecinos controlen por nosotros las fronteras. Qué tranquilidad saber que Marruecos, Libia o Turquía están entre los guardianes de nuestras costas. El valedor de los Derechos Humanos a nivel internacional confiando en que países totalitarios, cuando no fallidos, se van a hacer cargo de sus responsabilidades. No hay nada que temer. El acuerdo es “el mejor que se podía diseñar dadas las circunstancias”, “la ultraderecha y el discurso xenófobo han ejercido una gran presión”, explican los correspondientes ejecutivos a sus respectivas ciudadanías. Y vuelta a nuestras vidas.
Aterrizando en nuestro país, esta ultraderecha (encarnada por Vox pero que ya contamina de forma preocupante a ciertos sectores de partidos que no tenían esa etiqueta de ‘ultra’ en su ADN, pero sí la de ‘derecha’) se llena la boca prometiendo una España libre de inmigrantes. “Un país libre de quienes llegan para quitarnos el trabajo y no traen más que violencia a nuestras calles” y la izquierda se queda en silencio atónita ante el espectáculo. “Entrar al debate sería dejar que el discurso del odio marcara nuestra agenda”, defienden. Confían en que su fiel electorado también tache de espectáculo esas declaraciones y ni siquiera plantean la posibilidad de que en un hogar cualquiera surjan preguntas sobre aquello con lo que se le bombardea una y otra vez.
La ciudadanía se hace preguntas y espera respuestas; cuando no obtiene respuestas, las crea por su cuenta o se conforma con los rumores. Si un partido sale a la arena política con un hirviente discurso que se aprovecha del hartazgo y la situación precaria que vive un número cada vez mayor de españoles, no es descabellado que pueda llegar a convencer a quien esperaba respuestas a sus preguntas por parte de los partidos en los que, hasta ese momento, había confiado. Ya está pasando en territorios vecinos en el Viejo Continente y ya pasó décadas atrás. No nos hagamos los nuevos.
No hace falta repartir condecoraciones, subrayar nuestra solidaridad o altruismo, con cumplir con la Constitución Española, el Derecho Internacional y la Carta Universal de Derechos Humanos es suficiente. Lo contrario será estar saltándose la legislación. Ahórrense las volteretas innecesarias al argumentario, queremos vías legales de acceso a nuestros países. No tomen el pelo a la ciudadanía. La retórica que utilizan ya no surte efecto, la realidad y lo acordado no corresponde y por mucho que se empeñen, ya no cabe más polvo debajo del felpudo.