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Migración
¿Son equiparables la extrema derecha y la UE en cuestiones de inmigración?
A la Europa neoliberal triunfante no le hace falta enemigo interno, los inmigrantes suelen ser tratados como “un problema de orden público”.
El avance del neofascismo en Europa ha reabierto en una parte pequeña de la izquierda española debates sobre cómo plantearse la cuestión de la inmigración en el marco de propuestas soberanistas de carácter nativista —dirigidas a la “clase obrera nacional”—. Como parte de estos planteamientos, en su faceta más antieuropeísta, se dicen cosas como que “la UE ha hecho unas políticas que no son diferentes a las de Orban, de Hungría o de las de la extrema derecha” como Salvini. Esta opinión está muy extendida, pero ¿realmente no hay ninguna diferencia entre la Hungría “sin inmigrantes” que quiere Viktor Orbán, los censos de gitanos de Salvini y las políticas de la Europa Fortaleza? ¿Son solo diferencias discursivas?
Si les preguntásemos a Orbán y Salvini ellos dirían que en absoluto. Orbán, en concreto, ha declarado varias veces que en Europa hay dos bandos: el dominante de los que “apoyan la inmigración” —encabezados por Macron— y el de los que creen que “es posible pararla”. Aquí es donde entra el eje neofascista Orbán-Salvini, que incluiría también a los países del Cuarteto de Visegrado —Hungría junto con República Checa, Eslovaquia y Polonia—. A ellos se ha sumado recientemente Sebastian Kurz —el cierramezquitas—, que gobierna Austria en coalición con la extrema derecha.
Este eje ha propugnado una línea dura sin concesiones opuesta a las cuotas y medidas de reubicación de refugiados de Bruselas. De hecho, esta cuestión de la inmigración/refugiados es la que sirve a estas opciones de ultraderecha para polarizar, redefiniendo todo el campo político, y la que constituye la espina dorsal de la articulación simbólica de su propuesta política. El inmigrante se convierte así en el enemigo interno definitorio, en la amenaza fundamental para la cohesión social y cultural, y el chivo expiatorio de todos los problemas sociales —incluidos los de reproducción de las clases medias—. Mientras, se alimenta el mantra de la escasez de recursos para aumentar la competencia entre los de abajo.
Más allá de las políticas concretas, la legitimación de su estigmatización por los distintos gobiernos ultras tiene consecuencias brutales. En Italia, por ejemplo, las agresiones racistas se han disparado con Salvini y la Liga Norte en el gobierno: desde lanzamientos de huevos a la deportista Daisy Osakue, hasta marroquíes apaleados hasta la muerte. En Hungría y otros países del Este de Europa, las razias contra gitanos también están conquistando las calles.
Pese a su retórica nostálgica de carácter proteccionista o soberanista, [las opciones neofascistas] no son anticapitalistas —como el fascismo y el nazismo históricos tampoco lo fueron—. Todo forma parte del mismo juego de espejos.
La Europa neoliberal todavía está contenida en la retórica de la protección de los refugiados, recogida en los tratados internacionales post II Guerra Mundial. A esta Europa triunfante no le hace falta enemigo interno, los inmigrantes suelen ser tratados como “un problema de orden público”, “un problema social”, pero no constituyen un eje alrededor del cual se construyen identificaciones políticas. La Europa neoliberal es algo así como la “cuna de la civilización” que puede señalar cuestiones como el terrorismo islamista —útil para apuntalar su poder simbólico—, pero que no se definía por oposición. No era necesario. Salvo ahora, quizás, cuando lleva en su seno la semilla de su propia destrucción: el antiliberalismo de las opciones neofascistas que ahora pueden funcionar como enemigo. Estas, por un lado se definen culturalmente apegadas a Europa: la inmigración amenaza la identidad europea, su raigambre cristiana; en palabras de Salvini, los musulmanes amenazan “los valores y la identidad de los ciudadanos occidentales”. Pero por otro, se muestran en constante tensión con una Unión Europea que les resta soberanía y que les sirve de frente de batalla para poder confrontar con las “élites globalizadoras o europeístas”. De hecho, no nos engañemos, pese a su retórica nostálgica de carácter proteccionista o soberanista, no son anticapitalistas —como el fascismo y el nazismo históricos tampoco lo fueron—. Todo forma parte del mismo juego de espejos.
En este juego, las sanciones de la UE contra Orbán por las vulneraciones de derechos humanos de migrantes y las persecuciones a ONGs son importantes, sellan la radical diferencia discursiva en cuanto a la inmigración y, por otra parte, refuerzan al líder húngaro en su rol victimista. El proyecto del Eje Neofascista Orbán-Salvini es transformar la relación de fuerzas dentro de la UE para “cambiar la Comisión Europea y sus políticas” y “modificar los tratados europeos”.
La UE está integrada por Estados
Esto quiere decir algo muy claro: la UE tampoco es un ente al margen de los Estados, como aparece en la retórica al uso. Si bien es cierto que entre sus poderes internos pesan más Alemania o Francia que otros países, su arquitectura también depende de los gobiernos concretos de cada país —sobre todo la Comisión Europea—.Si las políticas de UE son racistas por su régimen de fronteras y la limitación de derechos de los migrantes —de cara a encadenarlos a los segmentos más bajos y explotados de la fuerza de trabajo—, hay que decir que todavía pueden ser peores
De hecho, desde el principio el poder de aceptar o rechazar a las personas que vienen de otros países —inmigrantes, refugiados o solicitantes de asilo— se quiso que permaneciese en manos de los Estados nacionales. Por tanto, el Eje Neofascista no se equivoca: la UE no es una entidad unitaria que responde a un demos propio, es una construcción híbrida, en parte intergubernamental, en parte supranacional. Si las políticas de UE son racistas por su régimen de fronteras y la limitación de derechos de los migrantes —de cara a encadenarlos a los segmentos más bajos y explotados de la fuerza de trabajo—, hay que decir que todavía pueden ser peores. Lo serán si aumenta el peso de las fuerzas de ultraderecha en los Estados que componen la UE. A estas alturas sabemos perfectamente cuáles son las consecuencias: cuanto más difícil es migrar por medios legales, más personas mueren intentado penetrar la fortaleza europea.
Una falsa crisis de refugiados
Sin embargo, las políticas de la UE tienen bastante que ver con la emergencia de estas fuerzas neofascistas. Las políticas de gestión de la crisis al servicio de los intereses financieros de los acreedores alemanes y sus políticas de austeridad han sellado a fuego el miedo en unas clases medias precarias que se saben al borde del abismo y han alimentado la competencia de los de abajo por los escasos recursos —muchas veces más simbólica que real—, algo que estas fuerzas saben explotar. El mar de fondo lo han puesto algunos medios de comunicación y políticos que han convertido la afluencia de refugiados —alrededor de un millón— en una “crisis migratoria”. Pero como dice Kouvelakis, en este artículo de la New Left Review, “no hubo «crisis de refugiados», sino más bien crisis de los aparatos represivos de la Fortaleza Europa” y de su “representación”.La gestión de esta crisis artificial de refugiados ha intersectado con la crisis económica y los refugiados han funcionado como cortina de humo de las responsabilidades de las élites políticas y financieras del continente. Esto ha servido para profundizar una serie de políticas criminales que vienen de más atrás, de las que son buen ejemplo los acuerdos de Berlusconi con Gadafi para instalar centros de detención en territorio Libio cuyas escalofriantes condiciones de internamiento denunció Amnistía Internacional. Hoy Países como Turquía, Libia, Malí y Sudán sirven de “guardias penitenciarios” —como explica Kouvelakis— para evitar las barreras políticas que imponen la salvaguardia de los derechos humanos en el interior de la UE. Con la excusa de la inexistente “crisis de refugiados” también están proliferado en su interior zonas de relativa suspensión de los derechos: centros de detención cerca de los aeropuertos y otros puntos de paso; campamentos 'temporales', etc. Por no hablar del abandono del debido deber de socorro de las embarcaciones en peligro o que naufragan en las rutas migratorias marítimas y que tantas muertes están ocasionando.
La construcción de la crisis migratoria y la conversión en un problema de primera magnitud han creado la condición de posibilidad del fascismo
La construcción de la crisis migratoria y la conversión en un problema de primera magnitud han creado la condición de posibilidad del fascismo. Aún así, todavía existen diferencias importantes entre los neofascismos y los mecanismos liberales que operan en la UE. Si las políticas de gestión de la última oleada de refugiados han generado espacios temporales de excepción donde el derecho queda suspendido, lo que nos enseña la historia del fascismo es que este conlleva en sí la tendencia a anular todo derecho, a situar por encima de este derecho el poder de decisión de las élites políticas. Su antiliberalismo les conduce a subordinar las libertades civiles a un ideal colectivo que es de orden nacional —y autoritario en relación con el Estado—. El objetivo último: suprimir todas las garantías jurídicas de determinados grupos sociales que quedan fuera de la protección del derecho. Es decir, extender el régimen de excepcionalidad —que ahora opera en la gestión de la frontera— a toda la sociedad (pese a todo, incluso en los CÍES existen límites a lo que el Estado puede hacer con los migrantes).
En cualquier caso, no se trata de exculpar a la UE por sus políticas racistas y criminales de los últimos años. Tampoco queremos elegir entre la Europa de los mercados y el neofascismo que empieza a asomar su cara más brutal, pero las políticas de la UE en materia migratoria pueden ser todavía peores en la medida que avancen estos movimientos de ultraderecha. No, no son lo mismo. Por tanto, se trata de situar el debate para poder confrontar a unos y otros en su terreno con el objetivo de pensar resistencias a la altura de los retos que nos presentan: construir una alianza Europea en donde los derechos de los migrantes de todo tipo, inseparables de los derechos sociales, estén siempre en el centro de la agenda política.