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Memoria histórica
Los sucesos de Arnedo: el final de la memoria
La desaparición de la memoria viva deja en manos de la Historia, de los archivos, las bibliotecas y las aulas, la tarea de la lucha contra el olvido
Ahora se llama Plaza de Nuestra Señora de Vico. Entonces, en enero de 1932, se denominaba Plaza de la República, la joven República española que había nacido ocho meses antes, cargada de esperanzas y de expectativas. El régimen democrático terminaría unos años después bañado en sangre. La plaza de Arnedo también, como una triste premonición, aquella tarde, víspera de Reyes, cuando la descarga de los guardias civiles apostados en los soportales dejó una lista de once personas muertas y al menos treinta heridos.
El mismo espacio ha sido un lugar de la memoria para la Restauración liberal, la República, la dictadura franquista y la andadura democrática en la que estamos empeñados. La Plaza, además, es un mirador excepcional para acercarnos a la experiencia republicana desde la bandera tricolor que se coloca en el Ayuntamiento en la primavera de 1931 hasta la camioneta que en el verano de 1936 espera a los presos que van a componer la “saca” nocturna. No son historias diferentes, son capítulos de la misma historia. La historia traumática de la violencia del siglo XX.
Al comenzar el siglo XXI todavía quedaban testigos vivos que podían contar lo ocurrido. En el año 2001 hablé con ellos.
Durante bastantes años, después de los sucesos, y de la guerra, en los soportales de la Plaza que están en frente del Ayuntamiento todavía las viejas persianas metálicas mostraban las huellas de los disparos y en las paredes de varios edificios, como el del fielato, quedaban visibles algunos impactos de bala. Por la Plaza siguieron pasando los hombres del campo con las caballerías que dejaron paso más tarde a los automóviles, se celebraba puntualmente el mercado semanal y una vez año, en las fiestas, el kiosco de madera de la música y los tiovivos alteraban por unos días el aspecto cotidiano del espacio público. Pero con el tiempo, poco a poco, los comercios fueron remodelados, las fachadas cambiaron, desapareció el empedrado y el edificio del antiguo Ayuntamiento fue demolido. La Plaza dejó de ser un lugar de la memoria de los sucesos salvo para los ojos que fueron testigos de lo que ocurrió la tarde del 5 de enero de 1932.
Al comenzar el siglo XXI todavía quedaban testigos vivos que podían contar lo ocurrido. En el año 2001 hablé con ellos. Grabé 25 entrevistas. Los informantes orales me abrieron la puerta de sus casas para contar sus recuerdos, para revivir, en bastantes casos, un dolor y un sufrimiento que durante muchísimos años no pudo expresarse en libertad. En enero de 2003, en medio de una gran expectación, presentamos en Arnedo un libro en el que intentaba explicar lo ocurrido y sacar a la luz el antes y el después de la tragedia. Los vecinos de Arnedo desbordaron la Casa de Cultura, y también el Teatro Cervantes, en las jornadas que realizamos unas semanas más tarde. Y agotaron dos ediciones del libro en muy poco tiempo. Estoy convencido de que para muchos lo importante no era leer el libro sino tenerlo entre las manos. Para los vecinos, amigos, familiares, hijos o nietos de los protagonistas lo más importante no era leerlo sino guardarlo en casa, que el recuerdo fuera algo material, que se pudiera tocar y coger, que estuviera al alcance de la vista. Las imágenes, los nombres propios, los apellido. Saldar una cuenta pendiente con el olvido de la Historia.
Los historiadores y los profesores de historia tenemos que contar (...) por qué tiene sentido conocer lo que pasó, por qué nos concierne aquel lejano episodio que forma parte de nuestro pasado traumático
Salvar la memoria en papel. Era un trabajo de urgencia. Me di cuenta el año pasado. En junio de 2017 la Fundación de la Universidad de La Rioja me invitó a dar una charla en Arnedo dentro de los actos de la inauguración de la Universidad de la Experiencia. Al llegar a la Casa de Cultura me interesé, antes de empezar la conferencia, por los informantes orales que quince años atrás me habían ayudado en mi trabajo. Lamentablemente todos habían fallecido. A partir de este momento, desde ahora en adelante, lo ocurrido en aquella lejana víspera de los Reyes Magos de 1932 es un asunto de la historia, de los archivos y las bibliotecas. Los historiadores y los profesores de historia tenemos que contar a los estudiantes, a los lectores y a los ciudadanos de Arnedo, y de fuera de Arnedo, por qué tiene sentido conocer lo que pasó, por qué nos concierne aquel lejano episodio que forma parte de nuestro pasado traumático. Perdida la voz nos queda la escritura, un estímulo mágico de la memoria, como subraya Emilio Lledó, que permite la lucha de la palabra contra el tiempo, que hace posible que el latido del presente suene con el tono del pasado.
El eco de los disparos de Arnedo llegó muy lejos. No hay una monografía sobre la Segunda República, un manual de historia contemporánea o un libro de texto de historia de España de bachillerato donde no aparezca el nombre de la localidad riojana y la fecha de los sucesos.
Probablemente se trata del acontecimiento de la historia contemporánea riojana que mayor repercusión ha tenido en la vida política nacional
Probablemente se trata del acontecimiento de la historia contemporánea riojana que mayor repercusión ha tenido en la vida política nacional. Durante varios días, a partir del 5 de enero de 1932, el nombre de Arnedo ocupó la tribuna de oradores del Parlamento, las primeras páginas de los periódicos, las declaraciones oficiales y, en los años siguientes, continuó siendo un referente de las esperanzas que suscitó la República y de algunos de los problemas y conflictos que tuvo que afrontar. La intransigencia de un patrono hizo que un pequeño conflicto laboral de origen político, suscitado en abril de 1931, desembocara casi un año más tarde en una huelga general que paralizó la vida cotidiana de la localidad. Un conflicto que se convirtió en una tragedia sangrienta debido a la incompetencia del oficial encargado de mandar a los guardias civiles concentrados en la plaza. Pero, más allá de los nombres propios, y de las responsabilidades individuales, la tragedia de Arnedo fue una prueba más de la dificultad de encontrar fórmulas de integración social, de abrir canales de negociación colectiva y solución pacífica de los conflictos y de profundizar en la democratización del sistema político.
Recordemos las palabras de Margarita Nelken en el cementerio de Arnedo, en los funerales de las víctimas: “cuando recordemos esta tragedia, lo hagamos para que la violencia no vuelva jamás a repetirse”. Los sucesos de Arnedo de 1932 forman parte de esa historia del siglo XX, de la controvertida historia de España de los años treinta, de la convulsa historia de Europa que media entre las dos guerras mundiales. La Segunda República Española fue un intento de abordar los problemas pendientes de la sociedad española a través de un proyecto reformista basado en una democracia parlamentaria, un proyecto ilusionante y esperanzador que abrió nuevos cauces de expresión y oportunidades políticas para la gente común pero que tropezó en seguida con demasiados obstáculos. A los efectos de la crisis económica internacional, la inestabilidad de las democracias occidentales y el ascenso de los fascismos se sumaron conflictos heredados como la cuestión religiosa, el militarismo, la ineficacia del Estado o el acceso a la tierra y las dificultades provocadas por los enfrentamientos de clase, las divisiones entre partidos, la rivalidad de los sindicatos, la hostilidad de los grupos reaccionarios y las diversas identidades nacionales.
En los sucesos de Arnedo salieron a la luz las relaciones sociales, las características políticas y la formas de la vida cotidiana de la España del primer tercio del siglo XX. Comprender lo que pasó para que se malograra aquel proyecto de convivencia pacífica y reconocer los esfuerzos y las esperanzas de todos los que lucharon para conseguir una sociedad mejor nos puede ayudar a valorar las cosas que afortunadamente han cambiado, a entender los problemas reales de nuestro mundo actual y a no ser conformistas ni con el presente ni con el futuro.