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Memoria histórica
La muerte desalojada
“Los muertos hablan más, pero al oído”, desvela el escritor Julio Cortázar. Y dan ganas de acercarse, pegar la oreja, ver qué cuentan. Los del cementerio bilbaíno de Begoña casi tienen que pedir hoy la vez para no pisarse la palabra. Todos van a ser exhumados. Su última morada, cerrada en 2006, se convertirá pronto en un parque público.
“Esta es al fin la entrada obligatoria que conduce al infierno o a la gloria”, advierte la vetusta inscripción a sus puertas. Más allá, dentro, toda la parte derecha del cementerio aparece desmantelada, como si fuera un huerto en barbecho. Y la imagen sobrecoge, estremece. Una docena de esqueletos, aún en sus tumbas, en varias hileras, airea sus restos entre la tierra. A su lado, desperezándolos, el personal de la Sociedad de Ciencias Aranzadi se afana, punzón y brocha en mano, por lucir, recuperar, sus huesos.
Desde que en octubre comenzaron las exhumaciones, desentierran, fotografían y fichan unas 120 osamentas cada semana. Según los registros oficiales, solo a partir del año 1933 —el camposanto comenzó a funcionar en 1813— se han realizado alrededor de 3.000 enterramientos en Begoña. Una vez vacío, se calcula que para finales de mayo, todos los restos, salvo aquellos que reclamen sus familiares, que se estima rondarán el 5%, serán incinerados y reposarán en su propio columbario en el cementerio de Vistalagre, en Derio.
Sacar a la luz
“Estamos acostumbrados a darle mucha importancia al momento del fallecimiento, del enterramiento, pero no a lo que sucede después si, por ejemplo, hay que exhumar. En el 90% de los casos se vacía todo con una excavadora y se lleva al osario, donde se convierte en un montón de huesos que nadie quiere. Es poco habitual desmantelar un cementerio así, exhumando de manera general. Aquí, por lo menos, tratamos de dignificar a esas personas”, comenta Anartz Ormaza, coordinador del proyecto de investigación, divulgación y formación científica Begoñako argia, la luz de Begoña.
Desde que han arrancado las exhumaciones, y hasta que sea desenterrado el último resto, una luz, de ahí su nombre, permanece encendida a las puertas del cementerio. En el proyecto, con un coste de 325.000 euros, aportados por el Ayuntamiento de Bilbao, trabaja un equipo de arqueología de 16 personas. Además, cerca de 200 estudiantes de universidades de todo el Estado pasarán por aquí para hacer durante una semana sus prácticas y exhumar sobre el terreno.
“Es poco habitual desmantelar un cementerio así, tratamos de dignificar a esas personas”, comenta Anartz Ormaza
“Para empezar, desmantelamos las estructuras funerarias y retiramos con la excavadora el primer metro de tierra. Por ley, hay que enterrar siempre por debajo de esa distancia. A partir de ahí se va retirando cada 10 centímetros y cuando aparece el resto de algún ataúd o esqueleto comenzamos el trabajo manual, entra el equipo de arqueología”, explica Anartz Ormaza. “Los que hemos encontrado en los dos primeros niveles de enterramiento coinciden con los apuntes del registro oficial a partir de 1933 y el resto son, seguro, más antiguo. En algunas zonas hemos localizado hasta cinco niveles”. En este sentido, destaca la parte del cementerio infantil ya exhumada, en la que han aparecido más del doble de las osamentas registradas desde ese año.
Tierra de historias
Esta tarde no llueve en Bilbao, pero lo ha hecho incesantemente durante los últimos días y el cementerio de Begoña se encuentra totalmente embarrado, sobre todo la parte de Santa Teresa, por la que han comenzado las exhumaciones. Los registros facilitan la tarea. En ese lugar constan 25 filas de enterramientos, cada una con entre cinco y siete fosas. Después les tocará el turno a San Juan, San Pablo y Santa Lucía.
“Depende de la química de la tierra. Si es muy ácida se come el hueso, si tiene muchas raíces, la raíz va a buscar alimento y qué mejor alimento que un cuerpo”, aclara la arqueóloga funeraria Carme Coch, directora de la exhumación, a los pies de una tumba, en plena faena. “Esta tierra es bastante ácida, arcillosa. Aunque también tenemos varias partes con rellenos de escombros. Eso sí, en la conservación de los restos también influye si el ataúd es de buena calidad, absorbe más o menos el agua... Cuanto más contemporáneo, mejor conservado, aunque hay esqueletos más recientes que han desaparecido por completo”, añade la arqueóloga. Quizás, quién sabe, con tanta lluvia, “lo que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a removerse. Y despiertan”, como aseguran en Comala, la tierra de Pedro Páramo.
Despiertos o no, los muertos hablan. “Hay muchísimo ajuar, más del que esperábamos, y nos da pistas del nivel económico. No es lo mismo tener muchos dientes de oro, cadenas de plata, unos pendientes normales o cuatro botones de nácar”, detalla Carme Coch. “Igual te encuentras unas tijeras, un lápiz o unas gafitas, y te hablan de la vida cotidiana de entonces. Es una manera de personalizar la historia a partir de las pequeñas microhistorias de cada fosa”, argumenta. “Hacemos el perfil biológico, miramos la edad y el sexo con los restos de cada persona, y, a nivel patológico, si tiene algo remarcable, también lo anotamos. Eso nos ayuda a saber qué salud tenía la población y qué vida llevaban. Es una información muy interesante a la hora de reconstruir cómo vivió la gente de Begoña en aquella época”, corrobora su compañera, la arqueóloga y antropóloga Izaskun Ambrosio.
”Es una manera de personalizar la historia a partir de las pequeñas microhistorias de cada fosa”, explica Carme Coch
Campo de batallas
El 18 de abril de 1937 Bilbao amaneció gris. Desde septiembre se sucedían los bombardeos en la Villa y en otras poblaciones vizcaínas. Esa mañana de domingo, seis aviones de la legión Cóndor alemana arrojaron sus proyectiles sobre la ciudad y, entre otros edificios, reventaron la fábrica de calzado y goma de Cotorruelo, en la calle Prim. Su sótano, utilizado de almacén, se había reconvertido en un refugio, en principio seguro. La primera planta se incendio y se desplomó, con toda su maquinaria. Murieron 133 personas, muchas de ellas menores. Algunas fueron enterradas en el cementerio de Begoña.
Poco tiempo después, entre el 15 y 18 de junio de ese mismo año, murieron también los 46 soldados republicanos, la mayoría milicianos y gudaris, cuyos restos han sido exhumados a finales de este mes de marzo. Se cree que fallecieron durante la defensa de Bilbao, en la batalla de Artxanda, y fueron enterrados en Begoña sin ningún tipo de registro ante la inminente toma de la ciudad por las tropas franquistas. Las cinco chapas militares halladas apuntan a que formaban parte del Batallón San Andrés, vinculado al sindicato ELA, del Batallón Jean Jaurés, de UGT, y a que también puede haber entre las osamentas recuperadas varios milicianos anarquistas. Esta fosa común es la más grande de la Guerra Civil encontrada hasta hoy en Euskadi.
Para más adelante, por encontrarse en otro rincón del cementerio, han quedado los trabajos en otra probable fosa común en la que, según la hipótesis de los investigadores, fueron enterradas 45 personas en enero de 1937. Según consta en los registros municipales, varias fueron “ejecutadas en manos republicanas extrajudicialmente”, bajo la autoridad del Gobierno de Euskadi.
Más abajo aún, si seguimos escarbando, nos topamos con las guerras carlistas de mediados del siglo XIX. Al sacar los restos de la guerra del 36, el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha localizado, en un segundo enterramiento, los restos de una persona, boca abajo y en sentido contrario a las demás inhumaciones. Junto a su esqueleto, varios botones que podrían haber pertenecido al ejército durante las guerras carlistas —uno de ellos con una inscripción, “Chinchilla”, la corona y la flor de lis—.
Paseo sepulcral
“Me gusta mucho mi trabajo, aunque soy partidaria de no tocar los cementerios, prefiero que nunca los saquen de ese lugar, su última morada”, confiesa, resignada, a pie de obra, la arqueóloga Izaskun Ambrosio. En el caso del cementerio de Begoña, con una extensión de 10.000 metros cuadrados, situados muy cerca de la Basílica, la decisión de desmantelarlo y convertirlo en un parque público nace, según el Ayuntamiento de Bilbao, del propio vecindario. Tras más de 15 años abandonada a su suerte, la necrópolis bilbaína tenía los días contados. A pesar de su incuestionable valor, de todo lo que atesora.
Además de su relevancia en materia de memoria histórica, este cementerio acoge un conjunto de gran interés para el estudio de la arquitectura funeraria de finales del siglo XIX y del siglo XX. Nada más llegar, su portada neogótica con arco de estilo Tudor hasta, ya dentro, sus panteones diseñados por importantes arquitectos y artistas especializados, como Vicente Larrea, Emilio Amann o José María Basterra. Asimismo, destacan también la morgue, de la que solo se conserva su puerta, y la capilla, con su interior totalmente derruido. Está previsto, en principio, que ambas, junto a media docena de piezas arquitectónicas, se mantengan en el nuevo parque, a modo de recordatorio de su pasado mortuorio.
“La mejor historia es la que narran los camposantos. Sus tapias, sus baños, pasando por sus tumbas, las lápidas, las escaleras arrinconadas, las imágenes religiosas, los puestos de flores y la casa del enterrado. Todo ello nos cuenta la historia de la humanidad, la escrita y la que está por escuchar. El pasado de un pueblo se encierra en cuatro palmos de terreno y no en un libro”, proclama Niño de Elche en su último poemario, Llamadme Amparo. En el cementerio de Begoña cada piedra, cada puñado de tierra, parece aún murmurar algo.
Basta con arrimar el oído. A la tumba de Eulalia Abaitua, fallecida en 1945, la primera fotógrafa vasca de la que se tiene referencia, “un ojo sensible que ama a su pueblo y se dedica a interpretarlo”, enterrada aquí, en el panteón familiar Olano-Abaitua. A la sepultura de Wilhelm Wakonigg, cónsul de Austria en Bilbao, fusilado en noviembre del 36 por alta traición, por espiar para los nazis. O a la del requeté Alfonso Beitia García, cuya lápida reza “Camarada. Bandera de Bizkaia. Presente. Muerto en el frente de El Segre. Gerona. Arriba España”. A cada paso, un susurro, una historia. Los símbolos masónicos, la negra roca volcánica, el escudo de la república de Begoña, el retiro de los infieles y disidentes... Las vueltas que da la vida, la muerte.