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Medio ambiente
Joseph Zárate: “El concepto occidental excluye las otras formas de entender el progreso”
Entrevistamos en València al periodista peruano Joseph Zárate que presenta su primer libro, Guerras del interior, una recopilación de crónicas sobre conflictos medioambientales en el Perú.
La campesina Máxima Acuña se enfrenta desde hace años a la minera Yanacocha, que pretende expulsarla de su humilde hogar junto a una laguna en la sierra de Cajamarca para llevar a cabo un proyecto de extracción de oro. Osman Cuñachí tenía once años cuando acabó completamente bañado en combustibledel oleoducto de la estatal Petroperú, que se había roto a la altura del pueblo awajún de Nazareth. Edwin Chota fue el líder de la comunidad ashaninka de Saweto hasta que lo asesinaron por denunciar incansablemente la tala ilegal de árboles en el Amazonas.
Son algunos de los protagonistas de Guerras del interior, el primer libro del periodista peruano Joseph Zárate. Se trata de una recopilación de crónicas literarias sobre tres de los muchos conflictos medioambientales del Perú que giran entorno a la extracción del oro, el petróleo y la madera, “recursos naturales que han servido como base del sistema económico de este país y de muchos otros en América Latina al mismo tiempo que han sido metáforas de qué significa para nosotros el progreso”.
“La dama de la Laguna Azul versus la Laguna Negra”, premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2016; “El hombre que escogió el bosque y lo asesinaron”, y “Un niño manchado de petróleo”, premio García Márquez de Periodismo en 2018, son las crónicas que han sido editadas y extendidas para la elaboración del libro. Según su autor, “han dejado de ser historias locales para hablar más bien en clave universal”. Historias pequeñas que pretenden ser “una ventana a aspectos de la condición humana que tienen que ver con nuestro ansia por el progreso y la vanidad”. De fondo, una reflexión sobre cuántas formas de entender el progreso existen y qué pasa cuando se impone una sobre todas ellas.
¿Perú es un país fascinado por el progreso?
La narrativa oficial mundial ha dividido el mundo en países del primer mundo y los países en desarrollo o del tercer mundo. Quienes habitamos esos países en desarrollo aspiramos a ser insertados en lo que llamamos el primer mundo. Esa narrativa tiene décadas y décadas de historia, desde inicios del siglo XX. Lo que han intentado hacer los gobiernos en América Latina, sobre todo los de derecha, es vender esa narrativa de que tenemos que modernizarnos, tiene que haber infraestructura, exportación de materias primas, más tecnología… Tenemos que parecernos cada vez más a los países industrializados del primer mundo. En el Perú, fueran gobiernos de izquierda o de derecha, siempre ha habido esa idea de la modernización.
Ese concepto occidental excluye las otras formas de entender el progreso, que vienen más bien del mundo indígena. Sigue pasando a día de hoy que, por ejemplo, cuando hay un un proyecto minero se dice “esto es importante porque va a ingresar al Perú en el primer mundo”, aunque por otro lado vaya a secar cuatro lagunas. Detrás de toda esa narrativa se esconde muchas veces una historia de opresión, de injusticia, de racismo y de clasismo. Cuando los líderes de la Amazonía protestan, inmediatamente se los califica de antiprogreso o atrasados.
¿Dónde queda el espacio político de las comunidades indígenas en el Perú de hoy en día?
Eso es interesante. El otro día reflexionaba acerca de cuando los conquistadores españoles llegaron y se extendió la idea de que los indígenas no tenían alma o no eran creación de Dios. Pasó el tiempo y, a finales del siglo XIX, la antropología ya existía como ciencia social, así que la discusión no era si son creación de Dios, sino si son seres biológicamente humanos, pues estaba la idea de que los negros y los indígenas eran subespecies. Siguió pasando el tiempo y ahora ya no se discute si son seres humanos, porque es obvio que lo son y sería absurdo seguir con eso, pero sí que se discute, de un modo no tan abierto, si los indígenas son considerados ciudadanos o no. En la ley todos somos iguales, pero, en la práctica, las naciones amazónicas no siempre son tratadas como ciudadanos.
Cuando se les ve como sujetos culturales que representan la tradición milenaria está muy bien, el folklore es muy guay, pero cuando son sujetos políticos y toman una posición de liderazgo o quieren ser senadores, diputados, presidentes… Ahí se les dice: “Oye, un momento, tu lugar no es este”. Tiene una carga profundamente clasista y racista que viene de hace siglos. Es lo que sigue pasando, pero debido a los movimientos sociales y a que la gente se está organizado, está cambiado poco a poco. Hay gente, no solo del lado de la política, sino también del lado más intelectual, gente de la Amazonía o de los Andes, que está escribiendo desde esos lugares que la cultura predominante ha llamado tradicionalmente “periferias” y que está contando su propia realidad y cuestionando de algún modo el sistema en el que vivimos.
“Las naciones indígenas nos recuerdan que no somos los únicos que habitamos estos países y que en realidad no somos dueños de nada”
Sin embargo, vivimos en un mundo cada vez menos multilateral marcado por la agenda de las grandes potencias. ¿Qué papel juegan las naciones indígenas en el escenario global, cuando a duras penas son reconocidas en sus propios Estados?
Creo que juegan un papel importante porque, una vez más, cuando ellos toman una posición políticamente activa, de algún modo nos recuerdan que no somos los únicos que habitamos estos países y que en realidad no somos dueños de nada. Estamos en convivencia permanente y es importante que entendamos que, si hoy en día la Amazonía o los Andes están permanentemente en peligro y contaminados, es muchas veces por la manera en que vivimos en nuestras sociedades. El sistema capitalista, en lo que nos convierte al final del día no es tanto en ciudadanos, sino en consumidores. Ese consumo tan bestia hace que exista, por ejemplo, una extracción masiva de petróleo, y si después ocurren derrames es porque hay una industria, y si hay una industria es porque hay consumidores. No solemos detenernos a pensar en qué vínculo tenemos nosotros con ese desastre causado en un momento dado por una petrolera.
¿Por qué has elegido un concepto bélico —guerra— para el título de tu libro?
Elegí esa palabra porque remite a dos bandos que se enfrentan. Es una palabra que ocupa varios niveles semánticos. Te refiere a un conflicto donde necesariamente hay bajas, donde ambos bandos tienen armas y argumentos a favor y en contra, pero sobre todo porque hablo de conflictos que no son considerados habitualmente guerras porque están más bien ocultos. Esas guerras son del interior, no solo a nivel geográfico, sino que también están causadas por los materiales que están el interior de la tierra y empiezan en el interior de las personas, cuando algo que consideramos nuestro hogar está siendo vulnerado o contaminado. En ese momento sentimos que algo se fractura dentro de nosotros y las personas se indignan, salen a protestar y a defender lo que es suyo.
En el epígrafe menciono una cita de la periodista rusa Svetlana Alexiévich en la que se pregunta quién registra los grandes acontecimientos, y se responde: la Historia con mayúscula es la que hace eso. Pero, ¿y los acontecimientos del hombre común, el pequeño? Yo lo que hago es reducir esa historia en mayúscula para darle una dimensión humana. También ella, como periodista, registra la vida de esas personas que de otra manera pasarían sin dejar huella.
“Un periodista registra la vida de esas personas que de otra manera pasarían sin dejar huella”
En el cierre de “La dama de la Laguna Azul versus la Laguna Negra”, Máxima Acuña le dice a su marido que no sea cobarde, que ella no tiene miedo a la policía. Conocemos muchos ejemplos, algunos de ellos bastante mediáticos, de líderes indígenas que han encabezado la lucha activista y la mayoría son mujeres. ¿Tienen ellas un papel especial en este conflicto?
Claro que sí, ocupan un papel muy importante desde hace tiempo, sobre todo en las zonas rurales. Porque en estos lugares, la mujer, desde una perspectiva más antropológica, es aquella que está vinculada con dar a luz y la maternidad. En esa cosmovisión, la mujer está muy vinculada a la madre naturaleza y es algo que viene de hace milenios. Son culturas en las que, a pesar de que también son sumamente machistas, es normal que en algún momento ocupen ese tipo de posición.
Sin embargo, hemos visto que los movimientos feministas en estos últimos años se han hecho mucho más fuertes, existe una reivindicación general del papel político de la mujer. Eso no ha pasado porque los medios de comunicación hayan cubierto de otra manera estos hechos, sino que el movimiento feminista es tan poderoso que incluso ha hecho que los medios consigan cambiar su manera de reportar y de comunicar estas cosas.
La presencia de Máxima como un icono de resistencia se ha logrado también porque hay todo un soporte alrededor, una red afectiva y política que ha logrado que ocupe ese lugar de representación de la resistencia de la mujer, pero no solo en términos de luchar contra un gran poder, sino también en lo que representa ella misma para su familia, para la sociedad… Y sí, hoy en día es mucho más fácil que estas mujeres ocupen un lugar importante y sean visibilizadas.
El protagonista de “El hombre que eligió el bosque y lo asesinaron”, Edwin Chota, se convirtió en otro de los cientos de activistas a los que mataron por intentar proteger su territorio. ¿Qué puede hacer Perú o que está dejando de hacer para salvaguardar la seguridad de estas personas?
Te puedo decir lo que está dejando de hacer. Está dejando de cumplir la ley. Existen leyes para proteger las comunidades, proteger la tierra, los bosques… Pero no cumplen las leyes. El 80% de la madera que se exporta de Perú al mundo es ilegal. Y lo es porque ese sistema corrupto está coludido muchas veces por los funcionarios, las autoridades de gobierno, las autoridades forestales… ¡No cumplen las leyes! Si fueran más cabales y lo hicieran, estas cosas pasarían en menor medida. Existen convenios internacionales para respetar la soberanía de las comunidades en su propio territorio mediante leyes de consulta previa por las que, si quieres hacer un proyecto minero, tienes que pedir permiso. Si empezaran por cumplir las leyes se remediarían muchas cosas.
¿Hasta qué punto la corrupción es un problema en Perú?
Es un problema muy profundo. No es contemporánea, sino que viene desde la fundación de la República. Y ahora más que nunca, ese barco llamado Perú está haciendo aguas, pero también otros países de América Latina. Pero hoy en día el periodismo de investigación está ocupando un papel muy importante para revelar esa corrupción y que la opinión pública pueda conocerla. El año pasado, IDL-Reporteros reveló una serie de audios entre jueces y fiscales supremos sobre cómo se estaba amañando el sistema. Todos sabíamos que eran corruptos, pero no teníamos pruebas. La corrupción del sistema de justicia era tan fuerte que había fallos comprados y delincuentes de alta jerarquía eran soltados, una asquerosidad total. Pero revelaron eso y la gente comenzó a ser mucho más sensible con ese tema y salieron a marchar y protestar.
“Existen convenios internacionales para respetar la soberanía de las comunidades en su propio territorio. Si empezaran por cumplir las leyes, se remediarían muchas cosas”
El fiscal de la nación está metido hasta el cuello en temas de corrupción y quiso echar a otros dos fiscales que están investigando a Keiko Fujimori y Alan García. ¡Nunca en la historia republicana había salido tanta gente a defender a unos fiscales! Siempre habían sido los abogados del diablo, pero por primera vez en la historia, estos en particular eran señalados con respeto. Hay un cambio de paradigma en la sociedad peruana, y eso es importante. Sobre todo, es importante que el periodismo, a través de las denuncias y revelaciones, le dé el poder de la información al pueblo para que sea el dueño de su propio destino y pueda decidir si mantener a esas autoridades corruptas o quitarlas.
Por lo que dices, trabajos periodísticos como el de IDL-Reporteros han tenido un efecto visible. ¿Has sentido ese efecto después de publicar las crónicas que recopilas en el libro? ¿Estás satisfecho con el impacto que han tenido?
A mí me gustaría que tuvieran más impacto. Obviamente, la crónica o el reportaje narrativo no tienen un público tan masivo como lo puede tener el reportaje televisivo. Sin embargo, yo tengo la esperanza de que este libro pueda ser leído por las personas que toman decisiones, que ejercen el poder. Me han escrito fiscales supremos, gente que está en el ministerio y quiere hacer algo al respecto. Hace poco también me escribió la representante del Lugar de la Memoria, lo que me hace sentir que, a pequeña escala, ha habido un impacto en ese ámbito. Cuánto me ilusionaría a mí que el libro pueda llegar a los colegios, por ejemplo.
Que los textos hayan tenido reconocimientos también ayuda a que más gente se acerque. Estoy confiado de que en algún momento va a haber mucha más gente que va a poder conectar. Yo intento que la gente se haga preguntas que piense, reflexione y diga: “Oye, en verdad, ¿qué estoy haciendo yo? Yo también tengo una responsabilidad dentro de estas tragedias”.
Has mencionado el Lugar de la Memoria, ese espacio pensado para la reconciliación donde se reconstruye la historia del conflicto con el grupo terrorista Sendero Luminoso. ¿Están cerradas las heridas del Perú con este tema?
Están muy lejos de cerrarse. Estas heridas de la violencia política y del terrorismo siguen vigentes desde que en los 90 se empezaron a enrejar las calles de Lima. Hay una sensación de inseguridad permanente, de desconfianza. Todavía quedan secuelas, como esas rejas, que parece que se trate de una ciudad de postguerra. Después está toda la estigmatización de la gente que viene de la sierra sur de Ayacucho, o de la gente que protesta por lo que sea e inmediatamente se la coloca de terruco [palabra despectiva para tildar a alguien de terrorista].
Esas heridas no se han resuelto, es un trabajo pendiente. Han pasado más de 20 años desde que capturaron a su líder, Abimael Guzmán, pero hace falta una reflexión más profunda. No se trata de que Sendero Luminoso, obviamente, desangró al país, también lo hizo el ejército por su parte, y el pueblo estuvo en medio de esa confrontación. Es importante que entre los militantes de Sendero haya una autocrítica, pero también entre el ejército.
“Esa frontera entre la indignación y la toma de las armas y la sublevación a veces es muy delgada. Pero hay que hablar de ello”
¿A este respecto, qué opinas de trabajos como el del historiador José Carlos Agüero, que adoptan puntos de vista originales con los que acercarse al conflicto?
El trabajo de José Carlos Agüero es brillante. Es un tipo muy introspectivo, que reflexiona mucho. Es muy valioso porque es hijo de exmilitantes de Sendero que fueron ejecutados. Él habla mucho acerca de la reconciliación, cómo recordamos a nuestros muertos, qué significa la memoria y cómo podemos encontrar reconciliación con eso. Es muy crítico con sus propios padres, pero también reconoce que es su hijo y que no puede evitar quererlos. Eso es muy humano, sentarnos y de alguna manera mucho más desnuda mirar lo que hemos sido. Es muy difícil mirarnos en el espejo y decir “sí, pues, la he cagado”. Yo creo que hay que empezar por ahí.
Las personas que tomaron esa decisión de tomar las armas no estaban desquiciadas ni locas, muchos, como los padres de José Carlos, eran intelectuales o gente en sus cabales y genuinamente creían que tomando las armas iban a cambiar el país. ¿Por qué creían en ello? ¿Por qué llegaron a ese punto? Me parece importante empezar a reflexionar lejos de esas verdades que ya tenemos preconcebidas, no para justificarnos sino para no caer en lo mismo en el futuro. Las contradicciones y la fractura social que existe en el país es tan profunda que es inevitable indignarse, pero esa frontera entre la indignación y la toma de las armas y la sublevación a veces es muy delgada. Pero hay que hablar de ello.
¿Por qué has escogido el género de la crónica literaria para escribir estas historias?
Tiene que ver sobre todo con mi manera de trabajar. Yo me demoro mucho para hacer las cosas, soy muy lento para escribir. Me siento mucho más cómodo invirtiendo mucho tiempo en escribir historias que a mí me comprometan. Puedo hacerlo porque no vivo de escribir crónicas, ya que lo que te pagan es muy poquito y uno siempre acaba invirtiendo su propio dinero. Lo hago porque es mi vocación, hacer periodismo utilizando ese género. Si voy a escribir algo, va a ser solo algo que a mí me comprometa como persona y como periodista. Por eso invierto tantos meses y recursos en escribir estas historias. Vivo de otro trabajo que es la edición, es lo que permite llegar a final de mes.
Tiene que ver también con mi personalidad, no sirvo para estar publicando a cada rato. Para poner un post de Facebook pienso mucho, pucha, me da ansiedad [ríe]. Quiero que sean las cosas que escribo las que hablen por mí. Ahora todo el mundo opina, pero yo pienso que si no tienes nada nuevo que decir, mejor no digas nada, no añadas ruido nomás. Cuando era más joven sí que creía que había que estar vigente, publicar todo el rato. Ahora ya no.
Por último, también lo hago por explorar con el lenguaje. El lenguaje debe ser como un motor que haga que las personas que leen periodismo conecten con esas historias. La crónica, al usar las herramientas de la literatura, permite esa posibilidad. Que no solo se informen, sino que se emocionen, que se indignen, que esa historia se quede grabada en su mente. Eso es lo poderoso que tiene este tipo de periodismo.
¿Algún proyecto de futuro?
Tengo un proyecto de libro que pienso terminar para 2021, el año del bicentenario [de la República de Perú]. Es la historia de un conflicto social que ocurrió hace 10 años, en 2009, cuando el gobierno de Alan García dio una serie de leyes que vulneraban los derechos sobre la tierra de los awajún, un conflicto que se llamó “El Baguazo”. Ellos se molestaron, se organizaron y bloquearon la carretera en la Curva del Diablo, una vía principal en la Amazonía. Se quedaron allí tres meses y, a unos pocos kilómetros, otro grupo de awajun tomó una estación de petróleo. Pasaron los meses y no llegaban a ninguna negociación, así que decidieron rendirse, irse. Pero al día siguiente, el gobierno llamó a la policía para reprimirlos, no los dejó irse sin más. Hubo enfrentamientos, muertes de líderes indígenas… Cuando se enteraron de que sus líderes estaban cayendo, tomaron a trece policías y los mataron con lanzas y piedras.
Son conocidos como “los juicios por la Curva del Diablo y la Estación 6”. Para mí es una historia interesante y poderosa porque no solo se discute esta idea sobre los conflictos sociales, sino también sobre la delgada frontera que hay entre la justicia y la venganza. Para ellos es justicia indígena, en cambio, para quienes vivimos bajo las leyes del derecho romano, para el mundo occidental, es asesinato. Si Guerras del interior discute la idea del progreso, este otro libro va a discutir la idea de justicia, qué es y qué no es. Hay una cosa muy universal en esas categorías, todos tenemos nuestra idea de lo que es la justicia o el progreso. Es una historia que no solamente va a contar esta fractura que existe entre el mundo indígena y el occidental, sino también aspectos de la condición humana que son universales.
¿Quién manda en Perú?
Quien manda hoy en día, en términos políticos y económicos, siguen siendo los grandes conglomerados empresariales. Son los empresarios quienes tienen la sartén por el mango. Da pena decirlo, pero todavía son ellos. Incluso los políticos son como títeres de esos intereses. No es ninguna teoría conspiranoica, es la verdad. Uno puede darse cuenta por la cantidad de leyes a su favor que sacan, por los políticos que son a su vez empresarios…
Afortunadamente creo que hoy en día la ciudadanía esta mucho mas consciente de sus derechos y de lo que tiene que hacer para defenderlos. Ya no es tan sencillo que un congresista saque una ley para favorecerse, sino que es mucho más visible y la sociedad civil reclama y protesta cuando estas cosas ocurren.