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Memoria histórica
La sede del “Gobiernín” y el pequeño “Guernica” de Asturias de Nicanor Piñole
No se caracteriza Gijón por haber sido una ciudad cicatera, olvidadiza o indiferente con su memoria democrática. Antes al contrario, hubo allí y hay -creo, salvo en el periodo de gobierno municipal de la derecha- la suficiente sensibilidad histórica como para acometer iniciativas recuperadoras de esa memoria, que tanta falta sigue haciendo, porque si somos la memoria que tenemos (Saramago), a los demócratas nos toca tener esa.
La sensibilidad por la historia republicana de aquella villa es la que me lleva a dedicarle este comentario a dos edificios cuya significación durante la Guerra de España, en la región y en la propia ciudad, es incuestionable. Los dos están, además, muy cerca el uno del otro, en pleno centro urbano. En la Plaza del Parchís -llamada durante mi niñez y primera mocedad del Generalísimo- estaba nada menos que la sede de la presidencia del Consejo Soberano de Asturias y León, un organismo independiente que pese a su efímera vigencia entre el 24 de agosto y el 20 de octubre de 1937 llegó a emitir su propia moneda, los llamados “belarminos”, en alusión a Belarmino Tomás, presidente del también llamado Gobiernín. Muchos asturianos de las jóvenes generaciones -y también de otras- ignoran este hecho.
Se trata de un edificio de seis plantas, construido en hormigón armado en 1934 -el año de la huelga general revolucionaria en Asturias, reprimida brutalmente por el gobierno conservador republicano-, según proyecto de Manuel del Busto y su hijo Juan Manuel del Busto, dos de los arquitectos que han dejado en aquella región numerosos ejemplos de una obra tan sobresaliente como la que puede ejemplificar en la villa de Avilés el teatro que lleva el nombre del escritor Armando Palacio Valdés.
El 21 de octubre de 1937, fecha de la ocupación de Gijón por las tropas sublevadas y día muy señalado en la historia de la Guerra de España por haber sido el de la caída del Frente Norte, el fotógrafo Constantino Suárez (1899-1983) -que luego sería detenido y encarcelado por las autoridades franquistas, sin posibilidad de volver a ejercer su profesión- dejó constancia de la imagen que ilustra este artículo ante la Casa Blanca, después de haber realizado una importante labor como reportero gráfico durante la guerra. En la misma aparecen militares y civiles dialogando -en su mayoría varones-, en inequívoca actitud de espera en la Plaza del Parchís ante el inminente izado de la bandera roja y gualda.
Hacerlo en ese lugar venía a ser una reafirmación de la victoria sobre quienes hasta hacía poco más de 24 horas representaban en esas dependencias la máxima autoridad gubernativa. Se supone que con tal motivo se entonarían también los himnos y canciones concernientes al régimen dictatorial, que muchos años después cantaríamos los alumnos del vecino instituto Jovellanos, alineados en el patio y los claustros del centro, presidida la ceremonia por los profesores de Formación del Espíritu Nacional (FEN) y el jefe de estudios don Félix, un sacerdote de mandíbula prieta y semblante ancho y riguroso que ocultaba la severidad de su mirada detrás de una gafas oscuras.
No puedo asegurar la autoría -a falta de fuente que la confirme- de la siguiente fotografía en la citada plaza, pero podría ser del mismo Suárez, dado que corresponde al momento en que la bandera bicolor fue izada en una de las ventanas de la primera planta de la Casa Blanca, con un grupo más concurrido y abigarrado de personas que saluda la enseña con el brazo en alto, al modo que por entonces era obligado en la Alemania nazi y la Italia fascista.
En la antigua calle Blasco Ibáñez y actual de San Bernardo, a poco más de un centenar de metros tan solo de la Plaza del Parchís por donde correteábamos los bachilleres durante el recreo cuando había marea alta y no podíamos jugar al fútbol en el arenal de la playa de San Lorenzo, se mantiene en pie uno de los pocos edificios de dos plantas que permanecen en el centro de la villa, muy cerca también del mar y de la Farmacia Escalera, en la esquina de enfrente, una de la más antiguas de Gijón. Hasta esta vieja botica, regentada por Aisling Buckley Prendes, tiene su impronta republicana pues fue fundada el año de la brevísima primera República (1873).
La peculiaridad arquitectónica de este segundo edificio es notoria y será respetada aun cuando se prevea la construcción en sus inmediaciones de un gran complejo inmobiliario. Suele llamar por eso la atención de quienes visitan la ciudad, sin que por lo general se enteren de una parte muy poco conocida de su historia. En este lugar estuvo radicada la sede oficial del Estado Mayor del Ejército republicano de Asturias, muchos de cuyos miembros, como los del Gobiernín, ante la inminente ocupación de la ciudad por las tropas facciosas, habían huido días antes en todo tipo de barcos desde el puerto de El Musel por el riesgo que corrían sus vidas.
El hecho de que en ninguno de ambos edificios haya hasta la fecha consignación alguna que haga referencia al uso que tuvieron sus dependencias durante la guerra incivil, me hace creer que sería necesaria esa recordación como parte de la recuperación de la memoria republicana de la ciudad, a la espera de que pronto se pueda visitar el refugio antiaéreo de Cimadevilla, en el Puerto Deportivo, para que se conozca más de lo poco que se sabe de Gijón como una de las primeras ciudades -si no la primera- en la que la población civil sufrió bombardeos en una guerra, tan solo cuatro días después de iniciarse la de 1936. Fue también Constantino Suárez quien dejó un valioso testimonio gráfico de aquellos masivos ataques.
El pintor gijonés Nicanor Piñole (1878-1978), a quien tuve el gusto de conocer poco antes de su fallecimiento, dejó constancia de ello (1938), meses después de que el Guernica de Picasso fuera la obra que representó para el mundo esa barbarie y obtuvo por ello internacional resonancia. El título del cuadro de Piñole (Cervera) alude al nombre del crucero sublevado que cañoneó la ciudad provocando el terror entre los habitantes durante meses, a lo que había que sumar los bombardeos de la Legión Cóndor nazi.
Esta pintura está actualmente expuesta en el Museo Nicanor Piñole y suele llamar la atención de quienes visitan el centro, muy próximo a la vivienda en la que residió el artista hasta su fallecimiento, ubicada en un viejo edificio de tres plantas aún en pie. Después de una larga vida en el olvido (Cien años de soledad, titulé su obituario con motivo de su muerte a esa edad), Piñole asistió a una revalorización de su obra en los años finales, a raíz de una gran exposición que se celebró en la Biblioteca Nacional de Madrid, sin que sea muy conocido -incluso en su propia ciudad natal- este cuadro del pintor gijonés que por su temática y año de creación (1938) viene a ser una suerte de réplica al Guernica picassiano, sin que sepamos si Piñole tuvo conocimiento de la obra del artista malagueño, que data del año anterior.
Donación al museo de la esposa del pintor (1991), Enriqueta Ceñal, la pintura lleva como pie explicativo un texto que elude hacer constar que el crucero combatía en la guerra a favor de los militares facciosos, tal como ocurre, por cierto, con la lápida que recuerda en la antigua facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo la personalidad y el fusilamiento de su rector, Leopoldo Alas (hijo del escritor Leopoldo Alas “Clarín), sobre cuyos ejecutores fascistas no hay mención alguna.
“Representa –leemos en la ficha del cuadro de Nicanor Piñole- la destrucción y la violencia causadas durante el asedio de Gijón por el crucero Almirante Cervera, que bombardeó la ciudad de forma continuada desatando el pánico entre la población. Esta obra se aleja del carácter realista que caracteriza a Piñole y se abre a un lenguaje pleno de elementos simbólicos, entre los que la muerte ostenta el protagonismo absoluto”. Sería totalmente descartable en la Guernica de nuestros días una elusión tan flagrante de la autoría de los bombardeos contra la ciudad vasca que sirvió de inspiración a la celebérrima pintura de Pablo Ruiz Picasso.
Nota: Mi gratitud a Goti del Sol y Luis Miguel Piñera por las fotografías aportadas.
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Me comunica amablemente José Manuel Muñoz Fuente, de la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, que la fotografía de la Casa Blanca no es de Constantino Suárez sino de José Demaría Vazquez, "Campúa". Agradezco su puntualización.